viernes, 12 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA DUODÉCIMO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN DUODÉCIMO DÍA: EL BESO DE LA FAZ DADO A LOS NIÑOS.
Oh, Faz adorable, que diste un beso santo a los niños pequeños después de haberlos bendecido, ten piedad de nosotros.
   
En vuestro Evangelio, oh Dios mío, hay un pasaje que mi alma no puede leer sin emoción; es el de la bendición y el beso santo dado por la Santa Faz a los niños pequeños. ¡Cuánto amaste a estos queridos infantes, oh, Señor Jesús, ¿cuánto amaste los corderos de vuestra celestial grey y de la preciada porción de vuestro rebaño? Permitidme preguntaros las razones de esta predilección de vuestro divino Corazón.
                   
1º PUNTO – SENCILLEZ.
En cierta ocasión, nos dice San Mateo: «Los discípulos vinieron a Nuestro Salvador (fue a orillas del lago de Tiberíades), y le propusieron esta pregunta: “¿Maestro, ¿quién será el más grane en el reino de los cielos?”. Y Jesús, llamando a un niño pequeño, lo puso en medio de ellos y dijo: “En verdad, Os digo, a menos que os convirtáis y seáis como niños pequeños no entraréis en el reino de los cielos”». (Math. XVIII, 3)
      
La sencillez es la primera característica de la infancia, que atrae los ojos de Jesús: «Estóte símplices sicut colúmbæ» (Sed sencillos como palomas), dice. San Pablo en su himno a la caridad, también elogia la infancia espiritual de la que habla Jesús: «La caridad es amable, no es envidiosa, no es ambiciosa, no se engríe con el orgullo, no busca lo propio, no es amarga, no piensa el mal, no se regocija con la iniquidad, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre» (I Cor. XIII, 5).
   
¿Quién me dará, oh, mi Dios, ¿esta sencillez semejante a la de un niño que es la verdadera sabiduría? ¿Quién me dará este abandono, este olvido de mi mismo y de las criaturas, que atraerá sobre mí la mirada de tu Santa Faz?
        
2º PUNTO – PUREZA DE CORAZÓN.
La segunda razón de la predilección de la Santa Faz por los niños es la pureza de corazón: «Bienaventurados los de puro corazón, porque ellos verán a Dios» (Math. V, 8). «Prestad atención de no escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, porque Dios ha enviado ángeles para custodiarlos, y estos ángeles siempre ven el rostro de Mi Padre que está en el cielo» (Ibid. XVIII, 6).
   
Por lo tanto, el Señor quien se deleita entre los lirios, amaba, cuando estaba sobre la tierra, acercarse a aquellos que poseían esta pureza original. ¡Con qué cuidado repelía a la multitud a fin de que dejaran a los niños acercársele! ¡Con qué cariñosa ternura, colocando sus manos sobre sus inocentes cabezas, se inclinaba sobre ellos para darles junto un santo beso, su divina bendición!
  
Capacitadme minuciosamente para comprender que la sencillez e inocencia son camino a Tu corazón. Dame la gracia de volverme sencillo de espíritu y puro de corazón, recordando siempre aquellas palabras: «El que ame la pureza de corazón tendrá por amigo al Rey» (Prov. XXII, 11). Vea yo vuestra Santa Faz, inclinada sobre mi alma, vuelta a su primera belleza, a su pureza bautismal. Y preparada así para recibir vuestros divinos cuidados y vuestras bendiciones celestiales.
         
Ramillete Espiritual: Beáti mundo corde, quóniam ipsi Deum vidébunt. (Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. (San Mateo V, 8).
       
REPARACIÓN
En la proporción que Nuestro Señor eleva a la hermana Sor María de San Pedro al conocimiento del misterio de Reparación, le revela a ella, de una manera más clara y sensible, los designios de su adorable Corazón. Le muestra el mal en toda su intensidad, y al mismo tiempo le muestra el remedio y los medios para aplicarlo.
  
El 24 de noviembre, fiesta de San Juan de La Cruz, uno de los santos favoritos del Carmelo, Jesús, al momento de la comunión, reúne en sí mismo, juntando todas las potencias del alma de su sierva, y le dice: «Hasta ahora no te he mostrado más que una porción de los designios de mi Corazón, pero hoy, voy a mostrártelos todos en su plenitud. La tierra está cubierta de crímenes, el quebrantamiento de los tres primeros mandamientos de Dios ha irritado a Mi Padre, el santo Nombre de Dios ha sido blasfemado, y el santo día del domingo profanado, colmando la medida de iniquidad; estos pecados han ascendido al trono de Dios, y provocado su ira, que se esparcirá si no se apacigua su justicia, nunca estos crímenes se habían elevado a tal altura. Yo deseo vivamente que se forme una asociación, para honrar el Nombre de Mi Padre».
   
Treinta días después, en la víspera de la Fiesta de la Inmaculada Concepción (7 de diciembre), el Salvador, en sus comunicaciones con su fiel esposa, regresó al asunto, y esta vez se nombra a la nación culpable. Así empieza la hermana:
«Mi alma está en un estado de gran temor, por lo que Él me hizo entender, esta mañana durante mis oraciones, y me encargó trasmitirlo a mis superioras, sin miedo alguno de ser engañadas. Estoy a punto de hacerlo, todo con simplicidad. Nuestro Señor, habiendo juntado todas las potencias de mi alma en su divino Corazón, me hizo ver cuán irritado estaba Él contra Francia, y que en su ira se había jurado así mismo vengarse, si no se hacía una reparación de honor a su Padre celestial por todas las blasfemias, de las que es culpable. Me declaró que ya no podía permanecer más en Francia, la cual, como víbora, rasgaba las entrañas de su misericordia.
   
Él pacientemente todavía sufría el desprecio que se le mostraba, lo que se le presentaba a la vista, pero los ultrajes cometidos contra su divino Padre le provocaban airarse. Francia había chupado de los senos de su misericordia hasta hacerlos sangrar: por lo tanto, la misericordia dará lugar a la justicia, la cual desbordará con furia todo el tiempo que ha sido retrasada.
   
Entonces, sobrecogida de emoción exclamé: “Señor, permitidme que os haga esta pregunta, si la reparación que deseas es hecha, ¿entonces perdonarás a Francia?”. Él me respondió: “La perdonaré todavía una vez más, pero presta atención, sólo será una vez. Como este pecado de blasfemia se esparce por toda Francia, y es público, la reparación debe ser pública, y extendida a cada uno de sus pueblos, ¡Ay de aquéllos que no hagan esta reparación!”».
Después de esta comunicación, la hermana Sor María de San Pedro, como sabemos por el testimonio de otra carmelita, dejó el coro en un estado difícil de describir. Estaba pálida como un cadáver, bañada en lágrimas, llevando una expresión de dolor que duró un largo tiempo, y que fue renovada cuando recibió revelaciones de este tipo, una expresión que era muy contraria a su habitual expresión vívida. Pareciera entonces como si estuviera aplastada bajo el peso de la ira divina.
     
INVOCACIÓN (De Sor María de San Pedro)
Os saludo, os adoro y os amo, Jesús mi Salvador, cubierto de nuevos ultrajes por los blasfemos, y os ofrezco en el Corazón de María, como un incienso y perfume, el homenaje de todos los ángeles y de todos los santos, rogando de Vos, humildemente, por los méritos de vuestra Santa Faz, reparar y restablecer en mí y en toda la humanidad la imagen desfigurada por el pecado. Amén.

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