jueves, 4 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA CUARTO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN CUARTO DÍA: LA FAZ DE DIOS Y LOS PATRIARCAS
CRISTO, ESCÚCHANOS
   
Adoremos a Dios quien nos dice por boca del Espíritu Santo: «Caminad delante de mí, y sed perfectos» (Ámbula coram me et esto perféctus, Gen. XVII), este consejo verdaderamente fue dirigido a Abraham, a todos sus descendientes y a todos los cristianos. Agradezcamos a Dios por esta lección, roguémosle a Él recordarlas frecuentemente en nuestros pensamientos, como un principio de santificación y de salvación.
         
1º PUNTO – LA MANIFESTACIÓN DE DIOS EN LA LEY DEL TEMOR.
Dios en el Antiguo Testamento, como si se preparara el mismo para el gran misterio de la Encarnación, se le apareció con frecuencia a los patriarcas y profetas. Conversó con Abraham como un amigo con otro amigo. El padre de la nación hebrea tuvo aún la dicha de ver venir a la Santísima Trinidad, en la forma de tres ángeles, para pasar un tiempo bajo su tienda. Vio a tres de ellos y se postró rostro en tierra (Apparúerunt ei tres viri stantes prope eum, adorávit in terram. Gen. XVIII, 2).
   
Pero con excepción a este suceso, parece probable que los Patriarcas escucharan la voz de Dios más que verle de una manera sensible. Moisés, quien tenía una comunicación frecuente con el Señor, le preguntó una vez, con el ardor de su fe, que le permitiera tener la dicha de ver su Rostro, Dios le replicó: «Moisés, mi siervo, no sabes lo que pides, porque ningún hombre es capaz de ver a Dios y quedar con vida; pero para satisfacer hasta donde desea posible tu ardiente deseo Yo pasaré delante de ti, me escucharás y me verás por medio de la nube, pero no podrás contemplar mi aspecto (mi Rostro)».
  
Después de estos encuentros con Dios, el legislador del pueblo hebreo descendió de la montaña envuelto de tal esplendor, que hizo gritar a todos los Israelitas: «Oh, Moisés, de ahora en adelante habla tú mismo con Dios, porque si nos atreviéramos nosotros, moriríamos». Y durante el resto de su vida, conservó en su frente, dos rayos de luz impresos por la visión del Rostro de Dios por medio de la nube.
  
Oh, Dios, bueno y terrible, os adoro en las manifestaciones bajo la ley del temor, trayéndole al hombre los medios de un saludable terror de vuestros juicios para sabiduría y perfección (Princípium sapiéntiæ timor Dómini. Prov. IX).
   
2º PUNTO – MANIFESTACIÓN DE DIOS EN LA LEY DEL AMOR.
Muy distinto es el rostro de Dios en la ley del amor. Ahí se muestra lleno de dulzura y benignidad (Appáruit benígnitas et humánitas Salvatóri nostri Dei. Tito III). Has venido, Oh mi Dios, a llenar por completo el inmenso vacío de nuestros corazones, para satisfacer las necesidades más imperiosas de nuestras almas. Para ver a Dios, para poseer a Dios, el desconocido, el infinito, el eterno, Vos que sois perfecta bondad, ese es en verdad nuestro más anhelado deseo.
   
Más feliz que Abraham, más feliz que Moisés, puedo ya aquí desde abajo conversar con Vos como con un amigo a otro amigo; veo por la fe, os escucho, os poseo en la Eucaristía y en lo más íntimo de mi corazón. Sin embargo, no ha cambiado la ley, nadie puede ver a Dios y quedar con vida; por lo tanto, Señor, es siempre por medio de un velo que os veo, pero este velo, el velo eucarístico, es más delgado y transparente que la nube en el Sinaí. Mi fe puede atravesarlo, y los rayos ardientes de vuestra Faz divina, hacen que cada momento este velo sea más transparente, penetrando el interior de mi corazón. Más aún, puedo veros Señor, y poseeros, no solamente por un momento fugaz como Moisés y Abraham, si no cada día de mi vida y de mi exilio. Conforme a vuestra adorable palabra: «el que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida eterna, y Yo le resucitaré el último día» (Qui mandúcat meam carnem et bibem meum sánguinem, habet vitam ætérnam… In me manet, et ego in illo. Joan VI, 55-57). Oh mi Dios, que os posea, que en la tierra os ame, a fin de merecer ir, poseeros y amaros de ahora en adelante en el cielo.
   
Ramillete Espiritual: Expire yo abrasado por una ardiente sed de ver la deseable Faz de Nuestro Señor Jesucristo (Exclamación de San Edme. Últimas palabras del Sr. León Papin Dupont).
   
HONORES TRIBUTADOS A LA SANTA FAZ EN LA ERA DE LA FE.
En recuerdo de la estancia de la Santa Faz en Santa María de los Mártires, el cofre dentro del que se envolvió el velo, todavía se conserva en esa iglesia. La urna que contenía este cofre, del cual sólo quedan fragmentos, está colocada sobre la mesa del altar del Crucifijo, en un hueco en la pared, y tiene la siguiente inscripción: «Cofre durante el cual, durante cien años, esta iglesia fue iluminada por el Santo Velo, traído desde Palestina a Roma por Santa Verónica».
   
Tenía este cofre diez cerraduras, las llaves fueron confiadas a los jefes de las diez antiguas rioni o regiones Romanas, de forma que la antigua reliquia fuese confiada, de esta manera, al cuidado de toda la ciudad, y no pudiese ser expuesta, excepto en la presencia de todos sus representantes. Cuando fue transferida al hospital el Espíritu Santo, fue colocada en un armario, completamente revestido con hierro y mármol, puesto bajo llave con seis llaves, que fueron confiadas a seis familias Romanas.
    
En esa época, se exhibía la Santa Faz una vez al año, y se escogía a seis caballeros para ser sus guardianes, quienes estaba exentos del pago de todo impuesto, eran obligados en la ocasión, acompañados cada uno de ellos, por veinte hombres armados, con el fin de resguardar la reliquia. En 1208, el Papa Inocente III, instituyó una procesión, que por costumbre tendría lugar después de la octava de Epifanía, en la cual la Santa Faz era llevada solemnemente desde la basílica Vaticana a la iglesia el Espíritu Santo, seguida por el Papa y los cardenales, quien daba un sermón al pueblo y tres dineros (denarios) a cada uno de los miles de pobres forasteros, y trescientos al mencionado hospital.
   
En esta época, las medallas llevaban una representación impresionante de la Santa Faz y las llaves de San Pedro. A estas medallas se les llamaba Verónicas, y los peregrinos que visitaban las tumbas de los santos apóstoles las llevaban puestas con gran devoción. Hasta se imprimía todavía la imagen de la Santa Faz sobre el dinero pontificio. Tal era la veneración profesada a la santa efigie. El mismo Inocente III, compuso oraciones en su honor, y ordenó se recitaran ante el velo de Santa Verónica, concediéndoles algunas indulgencias.
   
INVOCACIÓN
Oh, adorable Faz, que sobre la cruz fuiste ofrecida como preciosa moneda en rescate del mundo, permitidme ofreceros al Padre Eterno, para que de ahí pueda obtener las gracias de las que tenga necesidad para pagar por el rescate de mis pecados, y me procuren la entrada al reino eterno.

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