jueves, 11 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA UNDÉCIMO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN UNDÉCIMO DÍA: LA FAZ DE JESÚS Y MAGDALENA.
Oh, Faz adorable, cuya modestia y dulzura atrajo a justos y pecadores, ten piedad de nosotros.
   
Había una mujer de gran renombre en la ciudad, y esta mujer era una pecadora (Múlier in civitáte peccátrix. Luc. VII, 37). El poder de una mirada de Jesús, la generosidad del amor de Magdalena, estos son los dos misterios que presenta este pasaje del Evangelio, tan consolador para el alma cristiana: «Había una mujer y era una pecadora». Delante de Ti, ¿quién puede llamarse a sí mismo justo, Oh mi Dios? Vuestros ojos divinos, que iluminan los esplendores del cielo, aún en los ángeles descubren manchas, esos espíritus que son tan puros. ¿Cómo me atreveré a comparecer ante Ti? La consideración de vuestra misericordia hacia María Magdalena serán mi esperanza y mi consuelo.
                 
1º PUNTO – LA MIRADA QUE JESÚS ARROJA A LA MAGDALENA.
Cierta tarde, de acuerdo con una piadosa tradición, María Magdalena estaba sentada a la puerta de su lugar de habitación, inhalando el balsámico aire de la primavera, cuando un grupo de viajeros pasaron frente a ella. Uno de ellos, quien parecía ser un profeta, estaba explicando la Ley, y cuando se acercó donde estaba Magdalena, ella escuchó estas palabras: «Os digo que aún habrá gozo en el cielo por un pecador que haga penitencia» (Gáudium erit in cœlo super uno peccatóre pœniténtiam agénte. Luc. XV, 7).
    
Y al mismo tiempo, alzando su cabeza, arrojó, con sus ojos, una mirada a Magdalena, y la mirada de la Faz divina se encontró con la mirada de la pecadora. Unos días después, Jesús fue invitado a una fiesta en la casa de un fariseo, cuando apareció una mujer, llevando una jarra de alabastro lleno de un delicioso perfume. Derramándolos sobre los pies del Salvador, los enjugó con sus lágrimas, y luego se los secó reverentemente con su cabello. «Muchos pecados le son perdonados», le dijo inmediatamente el Salvador, «porque ha amado mucho». Tal fue la recompensa de la pecadora. La primera mirada que la Faz divina lanzó sobre ella fue un destello de gracia; la segunda mirada hizo que Magdalena cayera a los pies de Jesús, para levantarla de nuevo, purificada, curada y renovada.
  
Oh incomparable Faz de Jesús, mirad también sobre mi pobre alma, y convertidme como a la Magdalena.
      
2º PUNTO – FIDELIDAD DE MAGDALENA.
Luego de encontrarse con Jesús, María Magdalena regresó a su casa paterna, la cual había olvidado hace mucho tiempo. Pasaron varios meses en medio de los gozos que acompañaron su regreso, de los placeres por los deberes cumplidos, y de la unión fraterna. Sucedió un día, que el divino Maestro, se apareció en el umbral del lugar de habitación de Lázaro y sus hermanas.
   
Fatigado por sus trabajos apostólicos. Vino a Betania, a pedir reposo en medio de sus amigos. Magdalena fue la primera en comprender la felicidad de poseer al Salvador. De rodillas a sus pies, escucha, contempla, adora, y pronto merece escuchar estas palabras consoladoras que caen de los labios del Mesías: «María, ha escogido la mejor parte, y no le será quitada» (San Lucas X, 42). Las recibe, las pone en su corazón, y de ahí en adelante se agarra a Jesús, para nunca de nuevo separarse de Él. Por dondequiera busca una mirada de su Faz divina, y en el día de la prueba, se precipita sobre Él exclamando: «Señor si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (San Juan XI, 32).
     
En el Calvario, la pecadora, permanece al lado de la Virgen de los Dolores; embalsama el cuerpo de su Maestro, se sujeta a su sepulcro, y es una de los primeros que merece la gracia particular, de recibir la primera mirada de la Santa Faz resucitada.
  
Alma mía, mirad vuestro modelo. Una pecadora como Magdalena, una mirada de la Faz de Jesús cae sobre ti, para tocaros y convertiros. Buscad siempre esta divina mirada, y si no se os permite disfrutar durante largo tiempo de los deleites de la contemplación, id y anunciad al mundo, como Magdalena, la felicidad de haber encontrado de nuevo a Jesús y las maravillas de su amor.
         
Ramillete Espiritual: Fáciem tuam Dómine, réquiram. (Buscaré Oh Señor, Tu Rostro, Salmo XXXI).
       
LA FLECHA DE ORO
Sor María de San Pedro ha estado ahora, por cuatro años en el Carmelo de Tours. Se ha entregado por completo y generosamente a la gracia. Por fin ha llegado el momento en el que el objeto de su misión, le sería mostrado más claramente. La celestial Esposa está a punto de revelar que es lo que más le desgrada a su corazón. Le mostrará su justicia lista para golpear, si no se le ofrece a Él, una pronta reparación. Le sugerirá los medios que debe emplear para consolar su corazón y apaciguar su justa ira.
  
El 26 de agosto de 1843, escribe la hermana:
«Entonces abrió mi corazón, juntando ahí todas las potencias de mi alma y me dirigió estas palabras: “Mi Nombre es blasfemado por todas partes. Hasta por los niños”. Me hizo comprender cuán grandemente este pecado horrendo ásperamente le lastimaba más que las otras heridas de su divino Corazón: por la blasfemia el pecador le maldice a Él en su Faz, le ataca abiertamente, anula la redención, y él mismo pronuncia su propio juicio y condenación. La blasfemia es una flecha envenenada que hiere continuamente su Corazón. Él me dijo me daría una flecha dorada para herirle deliciosamente, y cicatrizar las heridas infringidas por los pecadores en su malicia.
   
Esta es la fórmula de alabanza que Nuestro Señor, a pesar de mi gran indignidad, me dictó para reparación de las blasfemias contra su santo Nombre. Me la dio para que fuese como una flecha dorada—asegurándome que cada día que la dijera, heriría su Corazón con una herida de amor—: “Que el Santísimo, Sacratísimo, Adorabilísimo, Incomprensibilísimo e Inefable Nombre de Dios sea siempre Alabado, Bendecido, Amado, Adorado y Glorificado en el Cielo, en la tierra y en los abismos por todas las criaturas de Dios, y por el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar. Amén”. La hermana interrumpe su apasionante recitación para explicar una palabra contenida en el acto de alabanza.
   
“Como sentí, dice ella, un cierto grado de asombro, que Nuestro Señor me hubiera dicho: en los abismos, tuvo Él la bondad de hacerme comprender que su justicia es ahí glorificada. Os ruego destacar que Él no me dijo en el infierno, sino que usó la palabra en forma plural, así que en la palabra se incluyera el Purgatorio, donde Él es amado y glorificado por las almas sufrientes.
  
La palabra infierno no sólo se aplica al lugar donde son enviados los condenados, la Fe nos enseña que el Salvador, después de su muerte, descendió al Hades, donde se encontraban las almas de los justos, y ¿acaso la misma Santa Iglesia reza a su divino Esposo, para que arrebate las almas de sus hijos de las puertas del infierno: A porta ínferi érue, Dómine, ánimas eórum? (Oficio de Difuntos)”».
     
INVOCACIÓN
Que el Santísimo, Sacratísimo, Adorabilísimo, Incomprensibilísimo e Inefable Nombre de Dios sea siempre Alabado, Bendecido, Amado, Adorado y Glorificado en el Cielo, en la tierra y en los abismos por todas las criaturas de Dios, y por el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar. Amén.

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