lunes, 8 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA OCTAVO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN OCTAVO DÍA: LA FAZ DE JESUCRISTO EN NAZARET.
Oh, Faz adorable, que en vuestra santa infancia fuiste bañada de lágrimas, ten misericordia de nosotros.
   
¡Cuánto amo contemplaros, vuestra augusta y rosada Faz del niño Jesús! ¡Cuánta dulzura, cuanta modestia, cuanta amabilidad, impresas en todos vuestros rasgos! Pero es por encima de todo en el taller del pobre carpintero de Nazaret, que vuestra Faz divina brilla con la más dulce paz, en las fatigas y trabajos con que vuestro amor os sentencia. ¡Mientras os contemplo, pueda yo, trazar una y otra vez en mí mismo, esta dulce y admirable serenidad en medio de los sufrimientos de la vida presente!
               
1º PUNTO – LOS TRABAJOS DE JESÚS.
Os contemplo, os adoro y os amo, oh Faz adorable de Jesús, encorvado sobre las herramientas apropiadas para vuestros duros trabajos. «̈Fui pobre y lleno de trabajos desde mi juventud» (Páuper sum ego et in labóribus a juventúte mea Ps. LXXXVII), dijiste por boca de tu profeta David. Divino reparador del pecado, viniste a enseñarnos la ley del sufrimiento, la ley de reparación.
   
Cada instante de vuestra juventud se empleó de ocupaciones materiales, que no tenían atracción para el pensamiento, o figura alguna que por sí misma mandara al corazón. Qué lección para mi debilidad, mi desagrado y amor por el descanso. Pero permitidme, oh, Jesús, preguntaros por el sujeto de vuestros pensamientos, la causa de vuestras miradas, y las nubes que pasan ante tu presencia todas bañadas de sudor. Pequeño trabajador de Nazaret, sin duda pensaste, en el humilde taller de José, tu padre putativo, en el otro Padre que habita en el cielo, el divino arquitecto del mundo, vergonzosamente ofendido por su culpable criatura. Arrojando vuestra mirada sobre la madera modelada por vuestras sagradas manos, también pensaste que un día se convertiría en el doloroso instrumento de la salvación; el estandarte de la victoria, el cetro de vuestro imperio, y vuestro pacífico cayado para guiar la divina grey, las ovejas y corderos de vuestro rebaño escogido.
   
2º PUNTO – CONSOLACIONES DE LA SANTA FAZ.
Sabemos, Oh Jesús, que gozo y aflicción, sufrimiento y consuelo, se siguen unos a otros en la vida cristiana, y siempre están cercanamente unidos. Divino modelo de humanidad, quisiste saborear lo uno y lo otro, y en el taller de Nazaret, los ángeles circundaban vuestros pasos e iluminaban vuestros trabajos. Pero más atento, más deseoso, más amante que los ángeles del cielo, un ángel visible sobre la tierra, una madre, ¿está siempre junto a tu lado? Ayudaste a José ganarse el pan para María; pero María, durante treinta y tres años, nunca cesó un momento en consolar vuestro corazón.
  
¿Acaso María, se perdió, siquiera una vez una mirada de vuestros ojos, una sonrisa de vuestros labios, un suspiro que pronunciaste? ¡Ah! quisiera imaginarme a esta amada madre, a menudo acercándose al taller de Nazaret, secando amorosamente el sudor que caía de tu frente, y, mucho más feliz que Verónica, ser capaz durante largos años de rendiros esta sagrada obligación.
   
Oh, Jesús, permitidme acompañar a María en este piadoso oficio, y mezclar mi amor con su amor, mis atenciones embelesadas con sus atenciones maternales, mientras se consuela vuestra augusta Faz. Cuando a menudo me siento agobiado por el peso de la fatiga y el trabajo incesante, contemplaré a vuestra Faz divina; su contemplación serán mi modelo y auxilio, y Vos, Oh María, alcanzad que un rayo caiga de la Faz de Jesús, para refrescar mi corazón, y me den valor y fortaleza cada día, para cumplir en este valle de lágrimas las tareas a mi confiadas. Que vea pronto mis sufrimientos cambiados en gozos, y mis cruces en trofeos de victorias y de salvación.
      
Ramillete Espiritual: In labóribus a juventúte mea (He estado lleno de trabajos desde mi juventud Ps. LXXXVII, 16).
       
SOR MARÍA DE SAN PEDRO: SU INFANCIA CONTADA POR ELLA MISMA.
Nací el 4 de octubre de 1816, un día para siempre memorable, como fue el de la muerte de nuestra madre Santa Teresa, y la fiesta de San Francisco de Asís, cuyo nombre llevaba mi madre. Fui bautizada en la iglesia de San Germán en Rennes. Mi madre tenía un ramillete desagradable que le habían regalado el día de su fiesta, por traer al mundo a una niña pequeña destinada a causarle tanta ansiedad por motivo de su enfermedad y rebeldía.
   
Tan pronto empezó a desarrollarse mi razón, mis buenos padres, que eran eminentemente piadosos, me dieron una educación religiosa. Pero yo tenía muy mal carácter; me enojaba rápidamente, era muy obstinada y frívola. Mi piadosa madre me lleva a menudo a la iglesia, pero mi frivolidad hacia volver mi cabeza a todas partes, para averiguar qué sucedía.
   
Cuando abiertamente permitía aparecieran mis distracciones, y no prestaba atención a las órdenes de mi madre, me castigaba severamente. Me llevaban a confesión cuando tenía seis años y medio de edad, para que me acusara de todas mis culpas. Más aún, fui especialmente instruida en todo lo que tenía relación con la Bienaventurada Virgen María, y me fueron dados ejemplos de la protección que esta buena madre brinda a sus hijos, y estas consideraciones tocaron mi corazón. Comencé a invocarla, y me hice mejor. También empecé a disfrutar de la oración, y ya no tenía que sufrir más algún castigo al regreso de la Misa Mayor los domingos, porque era más constante. También cuando se me presentaba alguna cosa desagradable, me hacía violencia a mí misma para no discutir al respecto, y decía: «̈Dios mío, os lo ofrezco en reparación por mis pecados». Habiendo sido enviada a catecismo, por mis buenos padres, con los niños pequeños que pertenecían a la parroquia, disfrutaba las instrucciones y mi conducta era más edificante, los elogios pronto sucedieron a los reproches, que ya me había acostumbrado a recibir. Además, empecé a hacer el Viacrucis.
   
Leer acerca de los sufrimientos de Nuestro Señor tocó mi corazón profundamente, porque pensé que mis pecados eran la causa de sus sufrimientos, y dije con espíritu contrito: «̈Oh mi Salvador, ¿conociste durante vuestra pasión que llegaría el día en que me convertiría y sería completamente vuestra?». A cada estación besé el suelo. Luego regresé a casa con polvo en mi rostro, y Nuestro Señor permitió este acto de virtud para exponerme a una pequeña humillación, que ocasionó que mi pequeña débil virtud fuese puesta a gran prueba.
   
La gracia me atrajo fuertemente a Dios, pero no era constante en el bien hacer, a menudo caía, y de nuevo me levantaba. No sé en qué ocasión fue que escuché hablar de una clase de oración, y dije entonces: «̈No hablaré cuando diga mis oraciones, y será una oración mental».
  
Pero cuando terminaba era presa de la incomodidad, pensando que no había dicho mi oración matutina o vespertina. Nuestro Señor, mirando a mi deseo, me inspiró a pensar en sus sufrimientos y en mis pecados, entonces lloraba amargamente, y Nuestro Señor permitió un poco más tarde, escuchara un sermón que trataba nada más que de la meditación, y abrí mis oídos y mi corazón a tan feliz asunto, deleitándome cómo aprender y practicar la oración mental.
     
INVOCACIÓN
Oh, adorable Salvador, que te complaces en levantar lo que pareciera ser el instrumento más débil del mundo, para convertirlo en instrumento de tu gracia, arroja una mirada de compasión sobre mi pobre alma. Mirad su debilidad y pobreza, e inspiradla con el deseo de conoceros, de imitaros, de seguiros, y por estos medios levantarla paso a paso, de virtud en virtud, hasta que alcance la cumbre de la perfección cristiana, que Vos nos revelaste por medio del ejemplo de los Santos.

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