sábado, 27 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA VIGESIMOSÉPTIMO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN VIGESIMOSÉPTIMO DÍA: LA SANTA FAZ EN EL SEPULCRO.
Oh, Faz adorable, oculta en el sepulcro, ten piedad de nosotros.
     
Luego de haber recibido los besos de María y después de haber sido perfumado por Magdalena, y envuelto en un sudario, la Santa Faz se desvaneció en el sepulcro. El precioso sudario similar al de la Verónica, que también llevará impreso sobre él los rasgos del Salvador, está a punto de proveernos la materia de una nueva meditación.
           
1º PUNTO – LA SANTA FAZ SOBRE EL SANTO SUDARIO.
Era costumbre de los judíos envolver el cuerpo entero con velos y bandas de lino, antes de colocarlo sobre la roca (del sepulcro) donde estaban las tumbas de la familia. José de Arimatea le dio este sepulcro a Él quien no tenía donde reposar la cabeza, y envolvió el adorable cuerpo del Salvador, con vestiduras de lino. Un ángel los mostrará después doblados en la tumba, y exponiendo los trazos de las cinco llagas. Así como para nosotros, amigos fieles de la Santa Faz, que veneramos especialmente la sábana, similar a la de Verónica, que preserva los rasgos de Jesús. Fue voluntad de Dios que a la Iglesia no le fuera robado este tesoro.
  
Pasó de las manos de Nicodemo a las de Gamaliel, luego a las de Santiago, quien se lo transmitió a San Simón, Obispo de Jerusalén. Los cruzados lo trajeron de vuelta a Europa, y al día presente, la casa de Saboya, preserva en Turín, este memorial de la Pasión del Señor.
  
¡Qué milagros han tenido lugar en su presencia! San Francisco de Sales vino a venerarlo, y dio salida a las emociones de su corazón, que desbordó de amor; no podía contener las lágrimas ante la vista de las marcas de las heridas recibidas por el Salvador.
    
Unámonos a los sentimientos piadosos de todos aquellos que han orado en presencia de esta venerable reliquia. Honremos el Santo Sudario, y atémonos de manera especial a la parte de el que cubrió la Santa Faz de Jesús. Se han reproducido muchas copias de esta reliquia; considerémonos bendecidos; si tenemos la dicha de poseer una de ellas, y que la vista de ella nos incite a la reparación y al amor.
       
2º PUNTO – EL CRISTIANO EN EL SEPULCRO.
Fue un designio secreto de Dios que la Santa Faz quedara impresa en el Santo Sudario. La corona de espinas, las bofetadas, las ignominias, infringidas sobre ella por los judíos, están trazadas sobre ella, para traer a nuestra memoria cuanto sufrió Nuestro Señor por nosotros.
   
Desde la suela de sus pies hasta la corona de su cabeza, no hay parte de su cuerpo que no haya sufrido, dijo el profeta. Debido a que mi salvador ha sufrido mucho por mí, ¿por qué no debería yo sufrir con él? Debido a que Él quiso permanecer enterrado durante tres días en las sombras de una tumba, ¿por qué me niego a ser enterrado para el mundo con Él? A la vista de la Santa Faz impresa sobre el santo sudario, detesto el pecado; renuncio a todo deseo de atraer notoriedad; de ser honrado, alabado, deseado y amado.
   
Pido a Dios, junto con el apóstol de la devoción a la Santa Faz, la Hermana Sor María de San Pedro, el autor de las letanías de la humildad, y el Venerable Sr. Dupont, quien a menudo recitó estas piadosas oraciones; Pido ser liberado del miedo a ser humillado, despreciado, rechazado, calumniado, burlado e insultado. Como San Pablo, no deseo conocer nada excepto a Jesús, y Jesús crucificado (Non enim judicávi me scid áliquid inter vos, nisi Jesum Christum et hunc crucifíxum. I Cor. II, 2). Es en Él que buscaré mi honor, mi paz, y la fuente de todos mis gozos sobre la tierra.
       
Ramillete Espiritual: Petrus cum se inclinásset, vidit pósita linteámina. (Simón Pedro fue al sepulcro y vio las vestiduras puestas ahí. San Juan XX, 6).
       
SANACIÓN DE UN JOVEN.
Luis Roblin, nacido en Santa Ana, cerca de Tours, el 24 de febrero de 1869, se puso gravemente enfermo a la edad de doce años. Afectado por una bronquitis seguida de una fiebre gástrica, fiebre tifoidea y pleuresía, quedó con una afección semejante al mal de San Vito, acompañada por afecciones nerviosas y dolores en las articulaciones. El doctor, creyendo que todos los remedios de los que se habían hecho uso hasta entonces eran insuficientes, ordenó que fuera llevado de Langeais al hospital de Tours. Fue en el mes de marzo de 1881.
   
Durante tres meses fue sujeto de un tratamiento de baños, que fue seguido por una inflamación de la garganta ocasionada por un resfrío, y esta inflamación ocasionó una afección en los pulmones que el doctor determinó era tuberculosis. Encontrando que él estaba en peligro de muerte, se dispuso que él diera su primera comunión. Desde ese momento el niño se llegó a sentir un poco mejor.
     
Pero continuó el mal de San Vito. Hacia el mes de agosto, se empezaron a hacer novenas por su intención a la Santa Faz, y fue ungido con el aceite tomado del oratorio. Se consiguió la cura de toda la parte superior de su cuerpo, pero las partes bajas permanecieron paralizadas.
   
El muchacho, con ayuda de muletas, podía con dificultad dar algunos pasos en el salón. Las monjas, sin embargo, continuaron haciendo novenas, y en una de ellas en las que se le contaban los milagros obrados delante de la Santa Faz, él dijo que estaba determinado a ir al oratorio del Sr. Dupont, y que estaba seguro de que ahí se curaría. Su madre y la monja que estaba a cargo de él, lo llevaron al carruaje.
  
Uno de los sacerdotes de la Santa Faz, el padre Balzeau, oró con ellos, y exhortó al muchacho a ejercitar una gran confianza, cuando miraba a las muletas y bastones dejados por los enfermos que se habían curado durante la vida del Sr. Dupont. Después de la recitación de las letanías, las personas que estaban presentes se dirigieron a la pequeña habitación adjunta al oratorio, que se llama la cámara de los milagros. Entonces, el sacerdote ungió la pierna del niño, escogiendo la que estaba más paralizada, y se repitió la siguiente oración: «Buen Sr. Dupont, ayudadnos». Esto se hizo tres veces. La primera vez no hubo mejoría. La segunda vez, el pequeño paciente empezó a mover su pierna ligeramente. A la tercera unción se sintió completamente curado, arrojó sus muletas y empezó a correr por la sacristía y el jardín, exclamando: «¡Estoy curado!». Esto tuvo lugar el 19 de octubre de 1881.
   
INVOCACIÓN
Oh adorable Faz de Jesús, que te dignaste manifestarte a los niños porque son puros de corazón, mirad a la faz de nuestras almas, y disipad la oscuridad del pecado; encended en ellas el deseo de la inocencia y la divina llama de tu amor. Amén.

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