Dispuesto por el padre Charles Alphonse Ozanam, Misionero Apostólico y Canónigo honorario de Troyes y Évreux, publicado en francés en París por Victor Palmé en 1863, y en italiano en Nápoles por Ferrante y Cía en 1864.
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR ITALIANO
Un libro que, dejando de lado la discusión de la Iglesia de Cristo, descubre su origen celestial y su maravilloso orden; muestra la elevada meta que se propone y la excelencia de los medios proporcionados por su Fundador para alcanzarla; pone de relieve la suma de los derechos y obligaciones, de modo que frente a sus miembros, y éstos a su vez, se obligan frente a ella; un libro, digamos, de esta naturaleza habría sido en cualquier momento un hermoso regalo para los devotos hijos de esta Iglesia, para quienes todavía es hermoso escuchar las glorias de sus padres. Pero hoy, mi amable lector, la importancia de un libro así es en muchos sentidos mayor. Porque en la actualidad no sólo la Iglesia está sometida a las luchas más feroces: no sólo en muchas partes del mundo la espada de los Césares amenaza con ahogarla en su propia sangre; no sólo la herejía brega para adulterar la sana doctrina y corromper la moral; sino que incluso muchos de sus hijos parecen haber olvidado por completo qué madre los dio a luz, y son sacrílegos tratando de arrancar la corona de reina de sus cabellos dorados, para hacerla ser esclava y encadenada entre las siervas despreciadas. Por lo tanto, un libro que resalte los méritos y derechos de esta Esposa del Nazareno es de profundo interés para toda esa porción selecta de católicos leales, que hasta ahora han permanecido consolados por la gracia divina, firmes en sus deberes y desean permanecen allí todavía, para confusión de sus hermanos degenerados.
Ahora bien, el muy claro P. Charles Alphonse Ozanam ya ha presentado este noble regalo a sus hermanos en la fe desde el año pasado, publicando en Francia un hermoso volumen con el título de Mes de San Pedro, o Devoción a la Iglesia y a la Santa Sede. Y hemos querido hacer que este don tan noble sea más común entre los propios italianos, popularizándolo del francés, y hoy estamos felices de ofrecerlo a quienes quieran beneficiarse de él. No diremos una palabra sobre el valor intrínseco de esta obra, porque nos parece tal que, por un lado, ganaríamos poco si fuera resaltada por nuestras débiles palabras, y por otro lado, todo lector discreto estará en capacidad de explicarlo por sí solo, mejor para la aventura que nosotros mismos. En cambio, nos gusta decir algunas palabras que declaran la forma en que nos hemos gobernado al editar esta primera edición de nuestra divulgación.
Y antes que nada, nos gustaría advertir a los lectores que, al traducir este libro en nuestra lengua vernácula, hemos estudiado todo lo demás para ser fieles al texto francés, y a esta solicitud de fidelidad queremos precisamente que se le atribuya, si lo hay, si alguna vez fuimos o no muy claros en nuestras palabras, o poco severos en la construcción, o algo negligentes en cuanto a las medidaa de los tiempos.
Al final de cada elevación hemos añadido algunas jaculatorias propias y algunas prácticas de piedad; aquellos, porque, repitiéndose a menudo durante el día, traerían la misma meditación a la mente del lector; éstas, para que en ellas se pudiera resumir todo el fruto de la meditación, y así fuera más fácil practicarla. Y hemos considerado ambas cosas tanto más necesarias cuanto que el tema de cada meditación, ocupando, por su importancia, toda la mente del meditador, puede no dejar mucho espacio a los afectos del corazón, y entonces el fruto de la meditación sería sólo se cosechará a medias. Y así, porque nos pareció que las meditaciones que componen la Novena de San Pedro están dirigidas más directamente al corazón que a la mente, hemos sustituido las prácticas por homenajes en honor de dicho Apóstol.
«Que estos esfuerzos nuestros (queremos terminar con estas bellas palabras del ilustre Autor, que voluntariamente hacemos nuestras) sean tomados como un homenaje lastimero a la sagrada causa de la Iglesia y como expresión sincera de los profundos sentimientos espíritus de veneración, respeto y ternura filial, que hemos jurado para siempre al santo Pontífice, que hoy ocupa dignamente el lugar de San Pedro, y al Trono Augusto, que preside el destino eterno del mundo».
MES DE SAN PEDRO, O DEVOCIÓN A LA IGLESIA Y A LA SANTA SEDE
MEDITACIONES SOBRE LA IGLESIA
Antes de la Meditación, recita un Pater noster y un Ave María con la Jaculatoria: San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros.
MEDITACIÓN I: SOBRE LA IGLESIA UNIVERSAL
1.º Cuando alguien se detiene a considerar al Creador de todas las cosas, el Espíritu de Dios flotando, en su infinita majestad y omnipotencia, sobre el espacio y el abismo; cuando se medita en Él en el acto de sacar de la nada el universo entero con la sola fuerza de su palabra fecunda, él se postra ante Dios y lo adora. Si entonces, profundizando en los detalles de esta obra, comienza a estudiar la maravillosa armonía que ha establecido entre los diferentes cuerpos que la componen, ¿cómo podría asombrarse de que el Señor Supremo, después de haber creado igualmente el mundo de los Espíritus, cuya dignidad y nobleza se elevan tanto sobre el mundo material como el cielo sobre la tierra, quisieron igualmente coordinar los elementos y unirlos con un vínculo indisoluble: ¡el vínculo divino de la caridad! Este mundo espiritual, organizado también por la misma mano del Creador, es la Iglesia universal.
2.º «¡Tus obras son magníficas!», exclamó el Rey Profeta David, meditando sobre las maravillas de la creación de los seres materiales: «¡todos llevan la huella de tu sublime sabiduría!» En cuanto a nosotros, elevemos aún más alto la mente y contemplamos asombrados el estupendo orden que Dios ha conservado en esta incomprensible asociación de Espíritus. Algunos caen al suelo, cargados aún con el pesado peso de una carne rebelde, y se entrenan para la batalla; otros sufren en un lugar temporal para expiar sus debilidades; otros disfrutan finalmente en la gloria del cielo del bien supremo, fruto de sus trabajos y de sus victorias. Sin embargo, todos ellos forman una sola y misma familia, de la cual Dios es el Padre; todos apuntan sólo a un mismo propósito que es exaltar la gloria del Altísimo; todos están unidos por un único vínculo, el más dulce, el más fuerte, la caridad.
3.º Nuestra alma, pues, abandone por un instante la tierra; que nuestros corazones se expandan al pensar en este inmenso e ilimitado reino de los Espíritus, en el que aún reina el orden más perfecto, en el que se manifiestan a su vez todas las perfecciones divinas de su fundador, la grandeza, la omnipotencia, la sabiduría, la justicia y el amor de Dios. Roguemos al Señor que Él mismo nos dé el don de comprender esta obra de sus manos, ya que, sin su ayuda, ¿cómo podríamos abarcar completamente con nuestra vista este horizonte ilimitado, y comprender esta obra celestial, cuyo único objeto y meta suprema son Dios y la bienaventuranza eterna? Para contemplar bien las cosas divinas se necesita la ayuda divina; sin la cual, nuestra debilidad y los desafortunados lazos que nos unen a la tierra nos impedirían elevarnos lo suficientemente alto como para comprender al menos en parte estas verdades sublimes.
ELEVACIÓN EN TORNO A LA IGLESIA UNIVERSAL
I. Si desde las alturas de las montañas más altas de la tierra miro lo que me rodea, ¡qué vasto horizonte no se abre ante mis ojos!, y me obliga a selamar con asombro: ¡Sois muy grande, oh Dios mío! Si caminando por las playas, que bordean la inmensidad de los mares, contemplo el Océano, pierdo en él mi vista; me parece ver allí una idea del infinito, reconozco, Señor, vuestra inefable majestad, y la obra de vuestra omnipotencia. Pero ¿qué significan estos majestuosos espectáculos en comparación con lo que me ofrece la Iglesia de Dios, el reino de los Espíritus? ¿Qué es la tierra comparada con la inmensidad de los cielos?
II. ¡Oh, no! La Iglesia no es sólo la unión de aquellas almas fieles que pelean las guerras del Señor en la tierra; ella no es sólo aquel Sumo Pontífice que preside los destinos eternos de los pueblos y del mundo en general a través de la venerable jerarquía y de esos generosos Apóstoles, que son la voz que predica en el desierto y prepara los caminos para la verdad; todos estos forman sólo un elemento muy débil y la parte más pequeña. ¡La Iglesia ni siquiera es precisamente esa santa asamblea de almas hermosas en todos los sentidos de la virtud y ricas en trofeos de muchas victorias, que ya han alcanzado el difícil nivel de la perfección, pero sobre las que, incluso antes de ascender a la gloria, aún queda alguna ligera mancha por borrar, y alguna pequeña deuda que pagar con las preocupaciones de la expiación. Es sin duda uno de los pueblos más perfectos llamados a componer el reino de los Espíritus, es una de las provincias más hermosas de este vasto imperio, pero aún no es la Iglesia universal.
III. Al Cielo, oh Dios mío, es mi fuerza para ascender; desde estas alturas me es necesario contemplar el reino de las almas, si quiero formarme al menos una lánguida idea de él; Debo elevarme al pie del trono de vuestra infinita majestad, y desde allí dirigir mi mirada bajo las bóvedas azules y resplandecientes de vuesrta divina claridad. Entonces me será dado ver este innumerable senado compuesto por los Santos de todos los siglos, este lugar de delicias indecibles, recompensa de las luchas más valientes, esperanza suprema de las almas que aún no se han dado a la obra de purificarse, o que en la viña del Padre de familia todavía se cansan. Sobre todo lo demás seré entonces testigo de estas íntimas relaciones que existen entre la tierra y el lugar de expiación, y entre ambos lugares y los cielos, mis ojos verán esas legiones de Ángeles, que en gran número llevan las súplicas de aquellas pobres almas, que aún gimen bajo el peso de los sufrimientos de su expiación, y de las fatigas de una vida de prueba y fugaz; o las huestes de los que regresan y descienden al lugar del exilio, con las manos llenas de esos auxilios celestiales, que la infinita misericordia se digna extender, a través de ellos, sobre quienes la piden. ¡Santa y dulce comunión, que la caridad divina ha establecido entre la Iglesia militante, la Iglesia purgante y la triunfante, de modo que el resultado es un Imperio único y gigantesco, digno de ser obra de su sabiduría y de su omnipotencia! ¡Ah!, si la mente del hombre, emulando uno de los secretos del Creador, sabe hacer que sus pensamientos lleguen hasta los confines de la tierra con la rapidez del rayo, ¿cómo vuestra omnipotencia y vuestra inefable bondad, oh Dios mío, como hubiera podido ser detenida por la distancia que separa el cielo de la tierra? ¡Bendito seáis mil veces, oh Señor, por estos vínculls tan apretados con los que habéis podido unirlos!
Se repite la Jaculatoria: «San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros», añadiendo el Credo Apostólico:
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor: que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
JACULATORIAS
- «Bienaventurados los que habitan en tu casa, oh Señor: ellos Te alabarán por siempre» (Salmo LXXXIII, 5).
- «Vuelve mis ojos, para que no vean vanidad: en tu camino dame vida» (Salmo CXVIII, 37).
PRÁCTICAS
- Da gracias a Dios por haberte unido a su Iglesia desde la niñez a través del santo Bautismo.
- Resuelve cumplir exactamente las promesas hechas en la pila sagrada y actuar según la dignidad a la que hemos sido elevados, teniendo en cuenta lo que dice San León: «Reconoce, oh cristiano, tu dignidad; y, habiéndote hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a la antigua degradación debida a un modo de vida degenerado. Acuérdate de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Recuerda que, arrancado del poder de las tinieblas, ha sido trasladado a la luz y al reino de Dios» (Sermón I en la Natividad del Señor, cap. 3).
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Hoy también es el santoral de santa Petronila hija de san Pedro
ResponderEliminarEl martirologio romano tiene esto que decir
"En Roma, santa Petronila, Virgen, hija del Apóstol san Pedro, la cual, desdeñando el enlace con el noble varón Flaco, y aceptando para deliberar el plazo de tres días, en que se dio a la oración y al ayuno, al tercer día, apenas recibió el Sacramento de Cristo, expiró."