Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
DÍA CUARTO
«Egredére, et abi post vestígia gregum, et pasce hædos tuos juxta tabernácula Pastórum» Cantic., cap. 1, v. 7. Sal afuera, y ve siguiendo las huellas de los ganados, y guía tus cabritos a pacer junto a las cabañas de los Pastores.
DÍA CUARTO
«Egredére, et abi post vestígia gregum, et pasce hædos tuos juxta tabernácula Pastórum» Cantic., cap. 1, v. 7. Sal afuera, y ve siguiendo las huellas de los ganados, y guía tus cabritos a pacer junto a las cabañas de los Pastores.
La Divina Esposa María es nombrada por el Divino Esposo Pastora de su grey, para que la custodie y apaciente; y esta Señora acepta con admirable humildad este encargo, sobre lo cual
1º Considera primeramente al Divino Esposo, que es el Espíritu Santo, ocupado a nuestro entender, en facilitar medios al hombre para mejorar la suerte triste en que lo dejó la caída de su primer Padre, dándole una protección fuerte, que lo defienda de tantos males como son los que por todas partes le rodean. A este fin escoge una criatura tan predilecta y excelsa, como lo es María Santísima, a la cual la dice, hablando con ella en los Cantares: «Sal, Esposa mía, va siguiendo las huellas de los ganados, y guía tus cabritos a pacer junto a las cabañas de los Pastores», que es como si dijera: «Sal, y desciende del solio de tu grandeza y majestad, y no te desdeñes de ir tras del rebaño de mis fieles ovejas, cuidando de guiarlas y conducirlas a los pastos de vida eterna; y aun procura también proteger a los cabritos descarriados de las sendas rectas de mis mandamientos, y llamándolos con tu dulce voz para que no sean presa del Lobo infernal, condúcelos a los pies de mis Pastores, que son los Sacerdotes (San Ambrosio, lib. 2, sobre el cap. 2 de San Lucas), para que autorizados, como lo están por mí, los fortifiquen con los pastos de los Santos Sacramentos». Ve aquí, alma mía, nombrada ya por tu Pastora a la criatura mas perfecta que salió de las manos del Criador, y admira la singular y extraordinaria dignación de esta Señora, que no tiene a menos, ni juzga ser incompatible con su dignidad, el ocuparse en un ministerio tan humilde como fatigoso y molesto, por serla así ordenado por su amado Esposo, a quien desea complacer en un todo sin mirar su propia conveniencia, ni recelar el que pueda por esto decaer de su engrandecimiento. Desde entonces, se nos da ya a conocer esta Señora con la sencilla investidura de Pastora; y contemplando esta humillación admirable, advierte cuán contraria es la conducta de María Santísima a la que observan los mundanos: éstos, estudiando de continuo en su propia elevación y engrandecimiento, ansían fatigosos y turbados por brillar en el mundo con títulos de honra, de ostentación y de aplauso, y subir a los puestos y dignidades de mayor distinción; mientras que la humildísima María se emplea gustosamente en la ocupación más humilde que hay entre los hombres, y se honra con el título que ellos reputan por más despreciable. Así, la que es Reina de los cielos y la tierra, y maestra de toda virtud, nos da una lección la más importante y más a propósito, para arreglar los sentimientos de nuestro altivo corazón.
AFECTOS
¡Ah! Yo me lleno de confusión cuando considero y conozco que María Santísima estando adornada de tantas gracias, privilegios y dones celestiales: hallándose en una elevación tan eminente, que nada, fuera de Dios, puede comparase con su alteza y dignidad: viéndose también coronada por la Santísima Trinidad como Reina y Soberana de todo lo creado, sometida sin embargo, y obediente a las órdenes de su Esposo, toma el cargo y oficio de Pastora con tanta resignación, como si fuera la última de las criaturas. Eres ciertamente grande y admirable, ¡oh Dios mío!, en todas tus obras; y si yo fuera capaz de penetrar a fondo esta verdad, tendría lo bastante para conocer la vanidad de las grandezas humanas, y recibir con ánimo quieto y resignado las humillaciones y abatimientos que ordenas para mi bien. ¿Quién podría creer que llegase tu dignación al término de anonadar, en cierto modo, a tu Madre excelsa con el oficio de Pastora de los hombres, para elevar a éstos a tan eminente dignidad, que subiese hasta el punto mas sublime? ¡Qué gozo para una alma fiel, que sabe penetrarse de la grandeza de este misterio!
Nada más has podido desear, ¡oh alma mía!, para quedar convencida y satisfecha de la bondad y clemencia de tu Dios, y de la humildad y dignación de la Esposa del Espíritu Santo: por esta razón, el conocimiento que hoy se te da de los designios de Dios en señalar por Pastora tuya a esta Señora, y la perfecta sumisión con que ella acepta este encargo, te acusan y reprenden de continuo, cuando ves a tu corazón dominado por el deseo de las glorias mundanas. La Madre de Dios toma a su cuidado el asistirte y protegerte, como si de nada más tuviera que cuidar desde el cielo donde vive y reina con su Divino Hijo; y a ti te ciega y te alucina la posesión de un honor terreno y pasajero, sin acabar de conocer que la verdadera gloria, tu honor y tu honra, consiste en saberte anonadar en la presencia de tu Dios, siendo como eres la más vil de todas las criaturas. Conoce tu verdadero interés, no sea que la bondad misma de esta Señora, sea la que algún día condene tu poco esmero en imitarla.
2º Considera lo segundo la humildad de esta Santísima Reina de los cielos y la tierra, cuando quiere ser conocida con el traje y ocupación de Pastora, cuyo destino es reputado entre los soberbios mundanos por lo más necio, estólido y digno de desprecio. Ella lo acepta gustosa, por ser así la voluntad de su casto Esposo, y por aficionar nuestras almas con su ejemplo a esta virtud santa de la humildad, que es el fundamento de todas las otras, y desterrar enteramente de las ovejas que componen su rebaño, el orgullo, la presunción y la soberbia, origen y principio de nuestra perdición, y raíz fecunda de todos nuestros males. Piensa con detención esta verdad; y sabiendo que solo en el pobrecito y humilde descansa el espíritu del Señor (Isaías, cap. 66, v. 2), y que Dios resiste a los soberbios (Santiago, cap. 4, v. 6), conocerás que éste, y otros testimonios semejantes de humildad, fueron la causa de que esta humildísima Pastora fuese elevada a la mayor dignidad de que es capaz una criatura; al paso que por la soberbia fueron precipitados desde el cielo a lo profundo del abismo, la tercera parte de los Espíritus Angélicos, despojados nuestros primeros Padres de la inocencia en que habían sido creados, y lleno todo el mundo, desde entonces hasta hoy, de males sin número que hacen gemir a sus desgraciados descendientes. Para destruir, pues, esta Soberana Reina a un monstruo tan cruel como es la soberbia, acepta el oficio de Pastora nuestra, y para cumplir con él se despoja de todo el aparato, majestad y grandeza que le pertenece, como a Reina de todo lo creado, y se nos presenta con la humilde simplicidad de Pastora: con un semblante dulce, inocente y cariñoso, y con los atavíos que son propios del oficio y ocupación de una cándida y sencilla Joven, que pasando su vida en lo humilde de los valles y los prados, pastorea y conduce su rebaño a los pastos saludables con que pueda sostener su vida. Mira, alma mía, con qué defensivo tan sencillo cubre su hermoso rostro de los ardores del sol: qué pieles tan inocentes abrigan su amoroso pecho contra los rigores del frio: qué calzado tan pobre defiende sus hermosas plantas de las espinas que sembró en la tierra el pecado de Adán: con qué cayado tan rústico se sostiene, para aliviar las fatigas que le ocasiona el seguir a sus ovejas: especialmente cuando descarriadas corre en pos de ellas para reducirlas a su aprisco y librarlas de los lobos infernales, o de los precipicios a donde se dirigían: y finalmente, con qué humildad escoge las cabañas de los pastores para el descanso de su delicado y hermoso cuerpo.
AFECTOS
Yo os doy gracias, Madre mía y Pastora Santísima, porque me dais en este día una tan bella instrucción, sobre una virtud que yo por mi soberbia no he comprendido hasta el presente. Vos sin dejar de ser grande y excelsa, os humilláis hasta poneros en la clase de los Pastores; y yo siendo un miserable, vil y despreciado insecto de la tierra, cargado no solo de defectos naturales que deberían abatirme hasta el polvo, sino también de maldades sin número y ofensas contra mi Dios, que me han reducido a la clase ignominiosa de esclavo del demonio, me afano por mi propia elevación. ¡Ah!, es insoportable este tu orgullo, alma mía. Acaba ya de conocer que si la Madre de Dios se despoja exteriormente de todo el aparato propio de su excelsa dignidad, es para enseñarte eficazmente el modo de abatirte; y así procura lavar diariamente con tus lágrimas los disgustos que has causado a esta Madre Pastora con tu orgullo y tu soberbia, y estampar en tu corazón una lección tan importante y oportuna, para que seas digna morada del Divino Espíritu.
Hijos de los hombres, ¡hasta cuándo seréis vosotros de un corazón pesado y detenido, para seguir los ejemplos de humildad que os da esta Reina Pastora! Amando de continuo la vanidad, os apresuráis por la consecución de un bien que se escapa de vuestras manos: corréis tras de un fantasma de gloria mundana, de cuya ilusión quedáis a cada paso convencidos: y vais a buscar la paz y el sosiego del corazón entre el tumulto de las pasiones, cuya pesadez os oprime. ¿Seréis siempre ciegos para no descubrir el fundamento verdadero y sólido de vuestro engrandecimiento? Esta Pastora Divina os lo muestra con su ejemplo. Siendo excelsa y grande sobre toda pura criatura, porque antes se humilló más que ninguna, os enseña y dice: Que en la humildad reside el principio del contento, del reposo, de la gloria y sólida felicidad: y al mismo tiempo vuestra propia experiencia os enseña que la soberbia y el orgullo os esclaviza en términos de gemir tristes, inquietos y llenos de confusión bajo de un yugo afrentoso para el espíritu y grave para el corazón. No os engañéis a vosotros mismos, y corred el velo engañoso que os ciega.
ORACIÓN
Yo conozco, Pastora amable, la gran necesidad que tengo de cambiar los sentimientos elevados y orgullosos de mi corazón, y confieso lo obligado que estoy a trabajar de continuo para adquirir la virtud de la humildad; pues que ésta fue la que más resplandeció en vuestra bendita alma, y por cuya recompensa sois llamada Bienaventurada por todas las generaciones, y los pueblos todos del Universo: por lo mismo, postrado humildemente ante vuestro trono de Majestad, os pido infundáis en mi alma esta grande virtud, y aun también que la posea con tal perfección, que no sienta placer ni contento alguno sino en los desprecios y humillaciones, para que abatido así mi corazón altivo, os imite en la humildad, y me vea exaltado con Vos en el reino de los cielos, en donde reináis con vuestro Divino Hijo por los siglos de los siglos. Amén.
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.
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