Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
DÍA TERCERO
«Deínde dicit Discípulo, Ecce Mater tua» Joann., cap. 19., v. 27. Después dice al Discípulo, ve ahí a tu Madre.
DÍA TERCERO
«Deínde dicit Discípulo, Ecce Mater tua» Joann., cap. 19., v. 27. Después dice al Discípulo, ve ahí a tu Madre.
En este día se nos recuerda que Jesucristo, estando para expirar en el suplicio ignominioso de la cruz, nos dio el testimonio más convincente de su infinita caridad, señalando a su misma Madre, por Madre también de todos los hombres, y Pastora de nuestras almas, sobre lo cual,
1º Considera primero, que aunque Jesucristo, como oveja obediente y pacífica, se dejó despojar de su propia piel, dilacerada en todo el discurso de su Pasión a la violencia de los azotes, clavos, espinas y lanza, para cubrir de este modo nuestra miserable desnudez; aunque se dejó sacrificar, cual inocente y humilde cordero, para absolver al mundo de su iniquidad; y aunque entregó su alma por sus ovejas, cual amorosísimo Pastor, para llenar así cumplidamente los oficios de este título (San Pedro Crisólogo, Sermón 23), aun con todo esto, no se da por satisfecho el amor que abrasaba su encendido Corazón por nuestro bien, y por nuestra seguridad, y así determina llevar hasta su colmo los excesos de este amor, y aun darnos de él una prueba y señal tan convincente y tan propia, solo de su caridad infinita, que a ninguno de los hombres podría ocurrírsele, y aun menos se hubiera atrevido a pedir, y fue señalarnos por nuestra Madre, es decir, por Protectora, amparo, refugio y consuelo de los Hijos desgraciados de Adán a su propia Madre, privándose a Sí mismo del consuelo de nombrarla con este amoroso título, como para darla a entender que a solos los hombres debía ya reputar por Hijos suyos. La grandeza del amor de Jesús en este hecho caritativo y generoso, debes deducirla, ¡oh alma mía!, de la excelencia y precio incalculable del favor que nos dispensa, cuando el Divino Pastor nos da ya la franqueza de ir a descansar al abrigo del manto maternal de esta Divina Pastora, que es el conducto de todas sus gracias, la dispensadora de todas sus misericordias, y la depositaria de todos los tesoros del cielo. Pondera bien, ¡alma mía!, cuán liberal y generoso sea este amor de Jesús, que nos eleva a una dignidad envidiada aun de los mismos Ángeles, puesto que a ninguno de ellos ha dicho aún esta Señora, como dice al hombre: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado espiritualmente con mis dolores sufridos al pie de la cruz; y esta relación maternal es para mí tanto más apreciable, cuanto está sellada con las últimas gotas de la sangre de mi Hijo Jesús». Así es que podemos contar de seguro con todas las gracias capaces de esclarecer e iluminar nuestro espíritu, para poder conocer todos los misterios adorables y sublimes de nuestra sacrosanta religión, y ser asistidos con los favores que una Madre, la más cariñosa, es capaz de dispensar a sus amados hijos. Esta dicha es la más grande que nosotros pudiéramos desear, pues amando Jesús a su Madre a la par de su Corazón, cuando nos la deja nombrada por Madre nuestra, nos cede todo lo que más Él amaba; y siendo la palabra de Jesús tan eficaz, que hace y realiza cuanto dice, nos hace verdaderamente sus hermanos, dándonos sobre nuestra común Madre todos los derechos y acciones que un hijo tiene sobre sus padres, por cuya razón entramos ya la parte de la herencia de sus bienes, que es el fruto de la sangre de su Divino Hijo, y del reino de los cielos franqueado por ella.
AFECTOS
Cuán magnífico eres, y cuán generoso, ¡oh Jesús adorable de mi alma!, cuando por un exceso de tu amor a los hombres, nos das por Madre, Protectora y Pastora nuestra, a tu misma predilecta e Inmaculada Madre, y en ella todos cuantos tesoros encierran los cielos y la tierra, próximo como estabas a la muerte; y pocos momentos antes de entregar tu espíritu en manos del Eterno Padre, no moría en tu alma la vigilancia de verdadero Pastor, ni el cuidado solícito de tu grey: hasta el último extremo de tu vida se ocupaba en él tu diligente amor (San Agustín, Sermón sobre San Cipriano). ¡Ah! Yo me lleno de confusion al considerar un tal esceso de bondad. ¡Cómo es posible que yo te contemple cuidadoso de mi bien hasta el último aliento de tu vida, y yo sea tan poco solícito de corresponder a tanta bondad! Pero ya, ¡Jesús mío!, caigo en la cuenta, y advierto mi grosera ingratitud y para remediarla, no solo te consagro desde hoy mi corazón, sino que procuraré ganar y conquistar para Ti todos los corazones de los hombres, a fin de que todos juntos hagamos un solo rebaño, custodiado por esta solicita Pastora.
Mil acciones de gracias os sean dadas, ¡mi adorable Salvador!, por tu inefable bondad, manifestada no solo a todos los hombres en general, sino fijada sobre mí tan particularmente, que de no haber otra criatura a quien proteger, me la hubieras señalado por Madre con igual amor y misericordia, dándomela como prenda segura de mi predestinación. ¡Ah!, ¡que no pudiera yo disponer de todas las Jerarquías Angélicas, y de las lenguas de todos los Santos, para bendeciros dignamente sin cesar! Con justicia, y con razón, merecéis todos los afectos y ternuras de mi alma: yo os los consagro sin reserva alguna; pues aunque como oveja errante me extravié y delinquí, abusando infielmente de vuestro amor, y aun de este singular beneficio que me dispensásteis en la cruz, aun no me he olvidado de tus mandamientos; y esperando que me buscaréis solícito entre mis extravíos, propongo ser ya fiel oveja de María por un amor ardiente, y por una fidelidad inviolable a su voz (Ps. 118, V. 176).
2º Considera lo segundo, que este nombramiento de Pastora de los hombres, hecho por su Divino Hijo con caridad tan excesiva, es un don y presente tanto más estimable y precioso, cuanto es más elevada la dignidad de esta Santísima Criatura, y humilde y despreciable nuestra baja y vil condición: de forma, que aunque el favor que se nos hace fuese en sí de poca recomendacion, según suena el nombre de Pastora, sin embargo, la grandeza de esta Señora, y nuestra pequeñez, nos lo hacen estimar como una prueba evidente del amor de Jesucristo. ¿Quién más grande, después de este Redentor, que la Hija predilecta del Eterno Padre, la Madre inmaculada del Verbo, y la Esposa purísima del Espíritu Santo, a quien se le dio todo el poder en los cielos y en la tierra, para que reinase como Señora sobre todo lo que no es Dios? ¿Aquella a quien sirven los Ángeles, cuya hermosura admiran la luna y el sol, cubierta y coronada con las estrellas del firmamento, y a cuyo solo nombre se espantan y tiemblan las potestades del abismo? Por esto es tanto mas admirable el amor del buen Pastor Jesucristo, cuanto hace descender a esta excelsa y celestial Reina a la clase de Pastora de unas viles criaturas, que en semejanza y nombre de ovejas las deja confiadas a su maternal cuidado, alejándola, y privándola al parecer de su cuasi infinita dignidad. Ahora puedes ezclamar, alma mía, con Job, y decir: ¿Quién es el hombre, Señor, a quien tan noblemente habeis elevado?(Job, c. 7, v. 17). ¿Por qué abrís con tanta bondad a un tan vil gusano de la tierra? El hombre todo terreno no busca sino pastos corruptibles; y Vos le dais una Pastora que lo alimente con pan del cielo. El hombre pecador será siempre una oveja llena de roña y de miseria; y Vos le dais una Pastora purísima con virtud para comunicarle su pureza. El hombre cual oveja indócil y rebelde, se extravía por sendas peligrosas; y Vos le dais una Pastora, cuya mansa y dulce voz lo hará retroceder del precipicio adonde lo llevan sus pasiones. El hombre, oveja débil e inconstante; y Vos le dais una Pastora, que lo robustezca, y lo fortifique. ¡Ah, cuán fuerte es este amor que obliga a Jesucristo a dar a una criatura miserable y vil, como es el hombre, lo que más amaba en el mundo, que es su propia Madre! Y penetrada tú, alma mía, de esta verdad, advierte qué impresión debe hacer en ti para comenzar desde hoy una vida más desprendida de todas las criaturas, y más arreglada en tu amor a ellas.
AFECTOS
¡Oh, mi Dios!, sois admirable en vuestra conducta con los hombres. ¿Quién podrá penetrar el exceso a donde llega vuestra incomprensible bondad? Un Dios grande, tan santo, tan perfecto, y tan elevado sobre mí, se digna fijar su atención para hacerme, no un favor común y ordinario, que siempre sería grande por venirme de su divina mano; sino tan grande y elevado como lo es su propia Madre, a quien deja encargada la custodia y defensa de mi alma. ¿Qué podré yo hacer, ¡oh Dios mío!, para agradecer dignamente tanto bien? ¡Ojalá que todo el poder de mi alma, y todas las partes de mi cuerpo, se convirtiesen en lenguas para daros gracias y bendeciros! David, sin haber recibido tanto, no sabía cómo agradecer vuestros favores (Ps. 115, v. 3). Yo pienso agradecerlos en el modo posible a mi pobreza, profesando una devoción tierna y fervorosa a esta Madre Pastora que me dais, y un reconocimiento eterno a Vos que me la señaláis. ¡Oh, Dios mío!, siempre seré vuestro siervo (Ps. 118, v. 125), y obediente y fiel oveja de vuestra Madre y mi Pastora.
Yo no debo recibir en vano este beneficio extraordinario que Jesucristo me dispensa. Mi corazón debe inflamarse al considerar que abre sus labios moribundos para decirme, que su propia Madre es la Pastora de mi alma. Este misterio inefable del amor de mi Dios, me descubre un tesoro abundante de riquezas, y una fuente perenne de misericordias; y al mismo tiempo me hace conocer la dignación benéfica de Hijo y Madre Santísimos: porque si un Príncipe se dedicase a criar, alimentar y sostener a un vil insecto de la tierra, o a proteger a un facineroso condenado a muerte en una cárcel, todo el mundo se admiraría de una dignación tan heróica: María siendo mi Pastora, no obstante su excelsa dignidad, toma a su cuidado el tenerme al abrigo de su maternal protección para alimentarme y robustecerme; y estando yo condenado a muerte, me libra de ella, sacándome a luz desde el abismo de perdición en que me hallaba. ¡Oh bondad excesiva de mi compasiva Pastora! Entrémos, alma mía, en los mismos sentimientos que dulcificarían las penas de aquel miserable, pues éstos deben de ser los tuyos en este día, en que la Reina de los cielos te se da por Madre y Pastora.
ORACIÓN
Adorable Salvador mío, que por una caridad incomprensible, y un amor infinito, quisisteis cautivar mi corazón por la multitud de vuestros beneficios, más bien que por el rigor de vuestros castigos, yo os alabo, y os bendigo, porque me hicisteis nacer en el gremio del cristianismo, donde como en redil seguro viva cierto de mi bien, y apacentado con saludables pastos proporcionados por la solicitud y vigilancia de vuestra Madre y mi Santísima Pastora. Hacedme la gracia de que yo viva siempre agradecido a tanto bien, no decayendo jamás de la dignidad de Hijo de tal Madre, a que Vos me habeis elevado: que nunca olvide vuestros beneficios, y sí les tribute el homenaje constante de mi reconocimiento: que los medite continuamente, y así me haga digno de vuestro amor: recibid los deseos de esta miserable oveja vuestra, para que limpio y purificado de mis culpas, os ame y bendiga en el tiempo, y por toda la eternidad. Amén.
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.
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