Síntesis de la 605ª conferencia de formación militante por la Comunidad Antagonista Padana de la Universidad Católica del Sagrado Corazón en Milán, no llevada a cabo en la clausura del Ateneo por causa de la epidemia de coronavirus (esta Conferencia, preparada en la fiesta de la Virgen del Carmen, enlaza con la Conferencia dada por Piergiorgio Seveso el 24 de Junio de 2008). Tomado de RADIO SPADA.
En amplios sectores “laicos” del pensamiento contemporáneo y posmoderno está presente una bien precisa acusación frente a la tradición cristiana, señaladamente la occidental, de haber envilecido y desvalorado la naturaleza, lanzando una impostación cultural faustiana, objetivada al prepotente e incontrastado dominio del hombre sobre el cosmos. Es una acusación lanzada al cristianismo por Alain de Benoist, más generalmente, por la galaxia de la Nouvelle Droite francesa, y por default, por muchos sectores de la izquierda “verde”.
En cuanto respecta al pensamiento neopagano postmoderno, moviendo este lanzamiento polémico contra el cristianismo, este se reclama particularmente a la filosofía de Friedrich Nietzsche y de Martin Heidegger; el” filósofo de Zaratustra” sostenía que la moral cristiana había producido la minusvaloración y el resentimiento contra el “mundo real” (naturaleza) en favor de un “supuesto” “mundo en sí” suprasensible.
Alain de Benoist imputaba al cristianismo particularmente, pero en general a todo el monoteísmo, la denigración de la naturaleza, como consecuencia del hecho que el monoteísmo, sustituyéndose al politeísmo, habría sustituido a lo “sagrado” de la naturaleza inmanente el “Santo” trascendente.
Concordando con Martin Heidegger, Alain de Benoist sostiene que ya la metafísica racional del pensamiento cristiano prepararía el terreno a la técnica y al pantecnicista proyecto de total sujetamiento de la naturaleza (según el autor de “Ser y tiempo”, desde un un punto de vista metafísico, EUA y la URSS no difieren gran cosa, puesto que tanto el capitalismo estadounidense occidental y el colectivismo soviético contemplan el primado de la técnica y no se oponen a su omnipervasividad).
A tal guisa, la Divinidad monoteísta supramundo se pone en el campo de elección de la cultura moderna, industrialista y tecnicista, que ha progresivamente degradado el ambiente [1].
No menos, ¿la sensibilidad natural pertenece exclusivamente a las religiones paganas?
¿El monoteísmo y las religiones de la trascendencia tienen necesariamente como salida el olvido de la ecología y de sus problemáticas, también aquel envilecimiento del ambiente natural que la Nouvelle droite francesa imputa al cristianismo?
Una mayor sensibilidad hacia la naturaleza es indiscutible en contextos culturales-filosóficos precristianos, paganos y neopaganos, en formas de pensamiento de naturaleza naturalista y panteísta. De hecho, la trascendencia de Dios comporta que Él sea el Ser mismo, la Perfección autosubsistente, mientras que las criaturas no poseen el ser sino en manera imperfecta y contingente. Toda filosofía religiosa de la trascendencia de necesidad en manera alguna “desacraliza” la naturaleza, el ambiente, todo lo creado. Dice Marcello Veneziani:
«Es también verdad que en líneas generales toda religión fundada sobre la trascendencia del mundo “desacraliza” y en alguna forma relativiza los bienes de este mundo y por tanto, también los bienes ambientales y el mundo natural.
Desde este punto de vista, un paragón entre Cristianismo y religiosidades paganas sancionaría la indiscutible superioridad de la sensibilidad natural en las religiones paganas» [2].
También permanece infundada y genérica la acusación frente al cristianismo de subvalorar los bienes ambientales y naturales, al menos por el hecho que la Nouvelle droite francesa y la izquierda ecologista mueven esta acusación, tomando en cuenta y abstrayendo por el contexto de las páginas de los Evangelios o de las obras de la cristiandad solamente las expresiones de un presunto comportamiento depreciativo hacia la naturaleza; callando todas las ocasiones en que, al contrario, intentan estimular y educar hacia comportamientos de valoración hacia lo creado, de verdadera y apropiada solicitud amorosa. ¿Cómo olvidar las palabras de imperecerera belleza de nuestro llorado amigo Antonio Diano «Cada gradino de lo creado, en su naturaleza vegetal o animal, reviste una indiscutible dignidad reflejando la belleza y bondad del Creador, aunque en horizonte jerárquico»? Basta una lectura atenta de los mismos Evangelios para encontrar expresiones de conmoción y amorosa solicitiud hacia todo lo creado.
Casi desde los Padres de la Iglesia, el magisterio católico ha definido la destinación de naturaleza social y universal de los bienes naturales, insistiendo sobre la naturaleza pecaminosa de cualquier abuso, violación y apropiación indebida de ellos.
¿Cómo no citar el Cántico de las creaturas de San Francisco de Asís, obra que con método paradigmático y tal vez insuperable, testimonia el vínculo fraterno que correlaciona la humanidad y lo creado?
Se trata de un entramado profundo, deuna profundidad que es fraternidad, que sin embargo no está exento de insidias, momentos de conflicto, dificultades de interacción, desde que ocurre aunque siempre teniendo en cuenta el hecho que el hombre y la naturaleza tienen códigos y lenguajes diferentes. Sin embargo, hay un vínculo profundo y fraterno… Pensiemos en la superficialidad de tanta publicidad de cada día, no solo laicista sino también católica, que presenta en manera totalmente superficial el mensaje y las enseñanzas de San Francisco de Asís, reduciendo con un buenismo petulante la obra del Santo a un manifiesto ante lítteram del ambientalismo contemporáneo y de la “izquierda verde”. Analizando en profundidad la obra de San Francisco, comprendemos cómo la simbiosis entre el hombre y la naturaleza no es fácil e inmediata, se trata de una dialéctica que alterna tanto el momento del desencuentro como el del encuentro; el campesino medieval representa la antítesis del homo faber del siglo XXI; tanto el primero se guarda bien de violentar la naturaleza, honrándola en sus misteriosas arquitecturas, como el segundo tiende a un comportamiento de prometeica tracotanza y transforma la técnica en pantecnicismo; tanto el campesino medieval es consciente de su propia finitud, de la inevitabilidad del insuceso y descubre a fondo el significado del propio fracaso en la íntima relación con el campo y la naturaleza, como el “homo faber” del siglo XX no acepta ni límites ni cadenas, no se hará nunca a razón de su propia finitud ni de los propios fracasos, y en una suerte de gnosis prometeica podrá abandonarse a violencias y opresiones frente de la naturaleza.
En la posición de la Nouvelle droite y en la heideggeriana, según la cual la metafísica racional cristiana habría allanado el terreno a la técnica (“salida secular de la metafísica misma”) y al comportamiento faustiano de sujeción y envilecimiento de la naturaleza, es fácil colegir un equívoco; se trata de la confusión entre la visión cristiana y la visión gnóstica. Es appannaggio de aquella visión gnóstico-maniquea que los Padres de la Iglesia, San Ambrosio, San Agustín, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno, Santo Tomás de Aquino, han confutado con éxito el afirmar un dualismo entre el mundo del espíritu, y por el orfismo pitagórico el maniqueísmo ha heredado la idea de la naturaleza como prisión y mortificación del espíritu. En cambio la “philosophía perénnis” rechaza con argumentos de metafísica racional este dualismo; a traves de la vía racional “ex gradu” del Aquinate resalta en la existencia de Dios Sumo Bien y Creador; las perfecciones del “Esse” y del “Bonum” son participadas por los distintos entes en una jerarquía de graduación, no obstante en esta jerarquía nunca se configura dicotomía entre vegetal, sensible, inteligible y espiritual, sino comunidad.
Observamos siempre contra Alain de Benoist y Martin Heidegger que las tesi del dualismo cátaro entre espíritu y naturaleza pertenece a las herejías del cristianismo, mas no a la filosofía cristiana en cuanto tal. Marcello Veneziani considera las herejías medievales como una suerte de “río cársico” que se habría reversado en el puritanismo radical de cierto protestantismo, pero que no ha contaminado en el curso de los siglos la visión católica del cosmos; no por casualidad el espíritu faustiano y pantecnicista sea apanaje del protestantismo (al menos de una buena parte de él) y no del catolicismo. El magisterio eclesáastico constantemente estigmatiza la tracotanza sobremística y prometeica que no se arresta a un equilibrado desapego de las potencialidades ofrecidas por la técnica; que aspira a aquella total sujeción de la naturaleza denunciada también por Edmund Husserl en su “Crisis de las Ciencias Europeas”, índice de un olvido del vínculo constitutivo entre ciencia, técnica y racionalidad clásica.
Hoy en día, la ideología ambientalista y ecologista se presenta (salvo raras y dignísimas excepciones) como un fenómeno radical chic de inaudita agresividad, de vitalista irracionalidad rayana en la histeria, disociado de toda trascendencia, de toda traza de aquella originaria idealización de la naturaleza de la cual sin embargo ha tomado pie; gran parte de la ideología ambientalista contemporánea es laicista hacia la idolatría y, al mismo tiempo no tiene tampoco ningún nexo de continuidad con la filosofía de Rousseau, ni con la dignizante y también insostenible sacralidad neopagana Benoist.
Se cae a propaganda ideológica en el estado puro, y solamente espíritus ingenuos pueden continuar pensando que haya contraposición entre esta ideología ambientalista decadente y la esfera del turboconsumismo.
Es lícito sostener la difusión de un verdadero y propio “embrollo ecológico”. Entrometidas y petulantes publicidades a favor de los denominados alimentos transgénicos, la obsesiva publicidad de vacaciones “low cost” a la vuelta de paisajes exóticos incontaminados son el síntoma tangible que la sociedad de consumo ha hegemonizado el imaginario ambientalista, y los confines entre ambientalismo y esfera del negocio han devenido más débiles hasta desaparecer del todo.
NOTAS
[1] Marcello Veneziani examina en profundidad en su “Processo all’Occidente” editado por Sugarco la contraposición entre politeísmo pagano o neopagano y monoteismo cristiano en relación al problema de la naturaleza y del ambiente; confuta en manera irrefragable la idea de De Benoist según el cual el monoteísmo, sustituyendo al concepto inmanente de “sacralidad” el trascendente de “Santidad” habría per se inaugurado la directriz del Occidente moderno “faustiano” y pantecnocrático, denigrador de la ecología. La tesis del neopagano De Benoist es fácilmente destituible de fundamento, al menos por el hecho que entre el advenimiento del cristianismo y la temperie newtoniano-cartesiana de la ciencia y técnica moderna hay innumerables siglos de distancia.
[2] Seguramente la visióne naturalista pagana y neopagana en virtud de suo concepto de “divino inmanente” da prueba de mayor preocupación hacia la naturaleza y el anviente, pero esto no autoriza a afirmar que las filosofías de la trascendencia infravaloren o desprecien de plano el ámbito natural.
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