«En la parrilla no te negué, oh Dios, y
cuando me pusieron al fuego te
confesé, oh Cristo: probaste mi corazón y lo visitaste por la noche. Me
probaste por el fuego, y en mí no es encontrada iniquidad». (Breviario
Romano, Antífona para el Benedíctus de la fiesta de San Lorenzo Mártir).
Sobre
la patria de San Lorenzo hay gran dificultad entre los Historiadores;
yo me contento con decir que fue Español, que es en lo que no hay duda, y
dejo aquella competencia en su vigor, porque no es del asunto decidir
esta lid, y también porque juzgo que fomenta sus cultos, porque
pretendiendo muchas ciudades ser su patria (disputándola Córdoba, Valencia y Huesca), procuran persuadirlo con los
obsequios: solo siento que esta duda infiere la de sus padres. Todos
convienen en que fueron muy nobles, aunque muchos dicen que no tuvieron
la hidalguía del alma, porque fueron gentiles. Carecían de sucesión, que
ansiosos deseaban, y para conseguirla, multiplicaban supersticiosos
sacrificios a sus mentidas deidades; pero como estas eran sordas no
oyeron sus repetidas instancias, como eran ciegas no vieron sus
sacrificios, y como carecían de olfato no olieron sus inciensos: con que
no pudieron condescender con sus ruegos, y así buscaron un varón de
singular santidad, a quien comunicaron sus deseos. Díjoles este que si
dejaban la ceguedad gentílica y abrazaban la Católica Fe, conseguirían
sucesión. Hiciéronlo así, y luego advirtieron su conversión con la
fecundidad laureada, siendo su primer fruto San LORENZO, a quien criaban
con el culto igual a las ansias con que lo desearon, hasta que el
enemigo común, receloso de la guerra que temía le hiciese el infante que
antes de ser había sido motivo de la conversión de sus padres, lo sacó a
un monte y colocó en un laurel, para que al rigor de la inclemencia
pereciese, quedándose él en la cuna en figura de niño: pero la infinita
misericordia de Dios, que próvida sustenta los polluelos de los cuervos,
le enviaba un Ángel para que lo alimentase y defendiese.
Así
estuvo algún tiempo, hasta que un pasajero, que para que hallase ese
tesoro disponía la Divina Providencia que perdiese el camino, lo recogió
y alegre lo condujo a su casa, y admirando su corporal hermosura tan
hermanada con la de su noble índole, lo crió hasta que viniendo a España
San Sixto con el empleo de Legado del Pontífice, a tratar (según
discurro) sobre las causas de Basílides y Marcial Obispos, el uno de
León y el otro de Astorga, concurrió con el Santo, y advirtiendo el gran
fruto que pronosticaban las flores de su infancia, le pidió al
Caballero que lo criaban se lo dejase llevar a Roma, para educarlo e
instruirlo en humanas y divinas letras. Con su beneplácito condujo San
Sixto a Roma este tesoro, que tanto la ilustró y enriqueció. Cuál sería
el aprovechamiento del Santo en virtud y literatura, colíjalo el piadoso
y discreto de la sabiduría de su Maestro y del buen genio, ingenio y
esclarecida virtud de San LORENZO, por lo cual mereció que Dios lo
ilustrase en su juventud con varias revelaciones.
San Sixto II ordenando diácono a San Lorenzo
Estando
un día en oración, le fue revelado que el enemigo común con disimuladas
apariencias ocupaba su lugar en casa de sus padres, a quienes había
pervertido; y encendido el Santo con el deseo de la conversión de sus
padres más que con las ansias naturales de conocerles, con licencia de
San Sixto vino a España, y exxpeliendo de su casa al enemigo común, a
quien hizo pregonero de sus falaces asctucias, y consiguió con tanta
felicidad la conversión de sus padres, que los dos fueron después
esclarecidos Mártires. Alegre con el feliz efecto de su jornada, volvió a
Roma y halló hecho Cabeza de la Iglesia a San Sixto. Confirióle el
sacro Orden de Levita, y vivió en su compañía poco más de un año, o año y
medio, que fue el tiempo que duró en el Pontificado San Sixto, porque
Decio y Valeriano, crueles azotes del Catolicismo, deseando acabar con
el Cuerpo místico de la Iglesia intentaron cortarle la Cabeza, antes que
con el acero con el yerro de la infidelidad. Por este motivo, habiendo
mandado a sus ministros prendiesen a San Sixto, lo hicieron llevar al
Templo de Marte, donde con promesas y amenazas quisieron obligar al
Santo a que abjurando la Fe Católica le ofreciese supersticiosas
víctimas: pero conociendo que uno y otro medio era ineficaz, lo
volvieron a la cárcel. Encontrólo San Lorenzo cargado de prisiones, y
emulando su fortuna, arebatado de un intensísimo deseo del martirio, le
dijo:
«¿A dónde vas, Padre amado, sin tu hijo? ¿A dónde, Sacerdote santo, caminas sin tu Diácono? Todos estos modelos tienes para no dejarme: el de Padre, porque Abrahán llevó al sacrificio a su hijo Isaac; el de Maestro y Diácono, porque San Pedro no impidió que San Esteban su discípulo y Diácono padeciese aun antes que él el martirio. Pues, Padre amado, dime: ¿Qué bastardía has experimentado en mí para que así me dejes? Haz, Sacerdote santo y sabio Maestro, experiencia de mi constancia, y conocerás que no es inepto para el sacrificio de tu sangre el que juzgaste apto Ministro para el sacrificio del Altar».
Le respondió San Sixto:
«No te dejo, amante hijo y enamorado discípulo: para mí, como anciano está preparado un suave martirio: pero tú, como robisto, has de tolerar crueles tormentos. Después de tres días seguirás el mismo camino, y así te dejo como Elías a Eliseo, duplicado mi espíritu, para que conozcas que te amo como Maestro, y para que veas que te estimo como a hijo, te hago heredero de mis tesoros, repártelos entre los pobres».
Encuentro de San Sixto II y San Lorenzo
Consolado
San LORENZO con esta respuesta, para obedecer el precepto de su Maestro
se informó de las casas donde se ocultaban los Cristianos, y sin cesar
todo el día y noche empleó en socorrerlos con alimentos, vestidos y
dineros, a muchos con salud corporal. De la cueva Nepociana, donde había
socorrido a muchos Cristianos, salía el Santo, cuando encontró a San
Sixto, que iba al Tribunal de Decio, e inflamado con el deseo de antes,
volvió a exclamar: «Amado Padre, ¿por qué me dejas? Ya están repartidos
entre los pobres los tesoros de la Iglesia, que me dejaste».
Oyendo los ministros, no menos crueles que codiciosos, decir que San Sixto le había entregado los tesoros de la Iglesia, le echaron mano juzgando tener con qué cebar su codicia, y dieron cuenta a Decio. Mandó este que llevasen al Santo a su presencia, y preguntóle adónde estaban los tesoros de la Iglesia, pero el Santo no le respondió. Entregóselo a Valeriano para que le tomase la confesión, y este después a Hipólito. Teniendo a su cuidado Hipólito muchos reos, con los cuales puso a San LORENZO: uno de ellos llamado Lucilo, se había dejado oprimir tanto de la pesadumbre que le ocasionó su prolongada prisión, que había destilado con las lágrimas los ojos: díjole el Santo que si se bautizaba conseguiría la vista, y diciéndole Lucilo que siempre había deseado el agua del Bautismo, lo catequizó y bautizó, y luego recuperó la vista. Ansiosos del mismo beneficio acudieron muchos ciengos, movidos de la fama de sus milagros, y con solo el tacto del Santo lo consiguieron.
Atento
estuvo Hipólito contemplando estos prodigios, que haciendo impresión en
su corazón, suavizaron su dureza. Díjole al Santo, con alguna docilidad
urbana, que le manifestase los tesoros. Y advirtiendo el Santo en su
docilidad alguna mutación interior, le dijo: «Yo te manifestaré los
tesoros, y lo que más es, te ofrezco la vida eterna, si abrazas la Fe
Católica». Admitió Hipólito gustoso el Partido, y al recibir el agua del
Bautismo advirtió que un sinnúmero de almas santas con festivos júbilos
Celebraban su conversión. Admirado Hipólito con esta visión, lleno de
lágrimas le suplicó al Santo bautizase su familia. Condescendiendo el
Santo con una súplica tan de su agrado, bautizó en esta ocasión diez y
nueve personas, que después fueron otros tantos Mártires.
Dando
gracias a Dios estaba Hipólito por este beneficio, cuando llegó un
ministro con orden de Valeriano para que llevase a San Lorenzo al
Palacio Imperial. Intimósela congojado al Santo, y le respondió alegre,
como si fuera a algún banquete: «Ea, pues, vamos, que para nosotros se
está previniendo una muy crecida gloria». Luego que llegaron a la
presencia de Valeriano, le dijo a San Lorenzo que dijese dónde estaban
los tesoros. Ofreció el Santo manifestárselos como le concediese dos o
tres días de término. Concedióselos quedando por fiador Hipólito.
Cumplido el término volvió el Santo al Tribunal, en que Decio y
Valeriano alegres esperaban enriquecer sus caudales; y señalando una
multitud de pobres, les dijo: «Aquí están los tesoros de la Iglesia, en
donde se conservan sin riesgo las mayores opulencias».
Indignado
Decio con esta demostración, ordenó que lo desnudasen y desgarrasen sus
carnes con garfios de hierro y escorpiones. Gozoso el Santo de que
empezase ya el martirio que tanto había deseado, le daba a Dios las
gracias. Advirtió Decio que los escorpiones, aunque rasgaban el cuerpo,
no ulceraban la constancia del Santo, y haciendo poner en su presencia
todos los instrumentos que inventó el Imperio Gentilísimo para
martirizar a los Cristianos, le dijo: «Si no sacrificas a los dioses,
experimentarás todo el rigor que representan y facilitan estos
instrumentos». Respondióle el Santo: «Ignorante Juez, ¿con lo mismo que
deseo me amenazas? ¿Pues no vez que es brindarme el gusto representarme
esos instrumentos? Estos para los Católicos son manjares regalados, que
aunque acibaren el cuerpo almibaran el alma».
De
aquí llevaron al Santo al Palacio de Tiberio, donde se leyó el proceso
de su causa, y permaneciendo el Santo constante en la confesión de la Fe
Católica, lo mandó Decio azotar por un largo espacio, aumentando y
renovando los verdugos, y después ordenó que se aplicasen a los costados
dos planchas de hierro hechas ascuas. Mientras los crueles ministros
ejecutaban estos rigores, el Santo con fervorosa devoción decía: «Señor
mío Jesucristo, ten misericordia de mí, constante te he confesado y
confesaré, aunque fueran interminables los tormentos».
Mandó
Decio a los verdugos que cesasen, y le dijo al Santo: «Hechicero, ya sé
que tus encantos se burlan de los tormentos, pero no se burlarán de mí,
porque te juro por los dioses, que o les has de sacrificar o has de
experimentar lo sumo de mi rigor». Respondióle San LORENZO: «Pues no
tienes que porfiar, que tus rigores no han de vencer mi constancia, por
más que martiricen mi cuerpo: y así no des vado a los tormentos, sino
multiplícalos». Así lo hizo, mandadn enfurecido que lo azotasen con
plomadas tan cruelmente, que creyendo San Lorenzo que era esta la última
hora de sus penas, exclamó: «Señor mío Jesucristo, en tus manos
encomiendo mi espíritu». Pero al mismo tiempo se oyó una voz del Cielo,
que decía: «Adhuc multa tibi debéntur certámina. Aún te quedan, LORENZO,
muchos trabajos que padecer». Al oír esta voz, se irritó el tirano
Emperador, y atribuyéndolo su malicia a efecto de hechicería, mandó a
los verdugos que poniendo a San LORENZO en una catasta, lo estirasen con
duros cordeles hasta que descoyuntasen todos sus nervios y que
renovasen las heridas que al principio le habían hecho los garfios y
escorpiones. Pero el Santo, bañado en alegre risa, daba a Dios gracias,
porque le prolongaba la vida para el mérito.
Vio
en esta ocasión un soldado nombrado Román, que un joven muy hermoso con
una toalla limpiaba las heridas del Santo, y convencido con el prodigio
le suplicó que le bautizase. Admirando el Emperador la constancia del
Santo, se confesó vencido, y manó a los verdugos que lo entregasen a
Hipólito para que lo tuviese preso hasta nueva orden. Retiróse el César,
y Román, valiéndose de la ocasión, dio a San LORENZO un jarro de agua,
con que lo bautizó.
Bautismo de San Román por San Lorenzo
Llegada
la noche mandó Decio que se le preparase el Tribunal en los Baños de
Olimpia, y le condujesen allí a San LORENZO. Luego que llegó a su
presencia le preguntó quién era. Respondió SAN LORENZO: «Soy de nación
Español y de profesión Cristiano, estoy instruido en todas buenas
letras, y mucho más en los divinos preceptos». «Muy bien se conoce
(respondió Decio) que estás instruido en la divina ley, pues abandonas
los dioses. Ea, depón tu porfía, o si no toda la noche la pasarás entre
rigores». «Mal haces (respondió el Santo) en amenazarme, cuando conoces
el poco caso que hago de los tormentos: pasa a la ejecución si quieres
experimentar hasta dónde llega mi Católica constancia».
Desesperado
con esta respuesta Decio, hizo poner al Santo sobre unas parrillas, y
que los verdugos lo sujetasen con horquillas de hierro, y pusiesen
debajo carbones encendidos, que poco a poco lo fuesen asando: Pero San
LORENZO, mientras el fuego tostaba sus carnes, ardiendo en amor divino,
daba a Dios repetidas gracias. Ya que tuvo asado el costado que estaba
comprimido contra las parrillas. volviendo el rostro a Decio, le dijo:
«Ya está asado bastantemente este lado, manda que me vuelvan: ven y
come, que quizá tu insaciable sevicia de esta suerte quedará
satisfecha». Después, puestos los ojos en el Cielo, en alta voz dijo:
«Gracias te doy, Señor mío Jesucristo, porque me has hecho patentes las
puertas de la Gloria». Con las cuales palabras concluyó su dilatado
martirio, y pasó a gozar la corona que por él tenía merecida.
Martirio de San Lorenzo en la parrilla
Son
muchos y muy singulares los prodigios que después de su glorioso
tránsito obró Dios por su intercesión: algunos canta con elegancia
Fortunato, y uo omito por no permitirme más extensión esta obra. Lo que
no puedo omitir es la singular caridad con que socorre a sus devotos.
San Gregorio, Arzobispo de Tours, afirma de este Santo, como asegura el
Señor Luna en el tercer tomo de sus Homilías, homilía 45, 6; y después
de él Alonso de Salazar Caballero en sus Discursos Funerales, tratado 5,
discurso 7; y Leandro Alberto, De viris illústribus Órdinis
Prædicatórum, fol. 112) que en premio de la singular constancia con que
toleró el fuego, concedió Dios a San LORENZO el privilegio de que sacase
todos los Viernes un Alma del Purgatorio, y aun añade el citado Leandro,
que con especialidad favorece San Lorenzo a los que en el viernes lo
reverencian con devotos oraciones: «Illud quóque Beátus Gregório
adjécit, Beátum Lauréntium suo favóre, et defensióne effícere, ne
antíquos hostis ei nócere possit, qui eádem fériæ sexta piis
oratiónibus sui memor fúerit».
San Lorenzo liberando Almas del Purgatorio
Novena del Esclarecido y Glorioso Mártir Español San Lorenzo, reimpresa en Puebla de los Ángeles por Pedro de la Rosa en 1777, págs. 1-15, con aprobación eclesiástica.
Concédenos te suplicamos, Dios omnipotente, que diste al bienaventurado San Lorenzo vencer el incendio de sus tormentos, extinguir las llamas de nuestros vicios. Por J. C. N. S. Amén.
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