Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
DÍA DÉCIMO
«Ecce Agnus Dei: ecce qui tollit peccáta mundi» Joann., cap. 1, v. 29. Mirad al Cordero de Dios: mirad al que quita los pecados del mundo.
DÍA DÉCIMO
«Ecce Agnus Dei: ecce qui tollit peccáta mundi» Joann., cap. 1, v. 29. Mirad al Cordero de Dios: mirad al que quita los pecados del mundo.
En este día se nos presenta María Santísima como Madre del Cordero Divino, a quien dio forma humana en su purísimo vientre, para que así pudiese quitar los pecados de todo el mundo, sobre lo cual,
1º Considera lo primero, que entre todas las criaturas que salieron de las manos omnipotentes del Criador, y entre todas las mujeres de quienes pudo Dios echar mano para dar forma corporal á este su Cordero inmaculado, que decretó enviar al mundo para borrar el pecado con que se miraba profanado, solo María fue digna de ser elevada a esta inefable dignidad, por una preferencia merecida de la voluntad Divina, que complaciéndose en la hermosura, candidez e inocencia de esta singular criatura, robó todo el cariño de su Creador, y la hizo asiento de su sabiduría increada. El Padre Eterno mirándola como Hija, el Hijo reconociéndola por verdadera Madre, y el Espíritu Santo amándola como a su dilecta y escogida esposa, se vio destinada por toda la Santísima Trinidad para realizar el designio más sublime y excelso, que se formó en aquel Divino consistorio de engendrar, dar a luz, criar, y alimentar a aquel Cordero Divino, que en la plenitud de los tiempos había de ser sacrificado para purificar al mundo de la mancha que afeaba la hermosura con que salió de las manos del Creador, y rasgar el funesto decreto de maldición con que todos los hombres nacen marcados. Ve aquí, alma mía, cuán excelso y sublime es el oficio de Pastora; que María Santísima recibió por comisión especial de toda la Santísima Trinidad; pues que en su rebaño se cuenta ya su segunda Persona, dada a conocer al mundo por el Divino Precursor, con el símbolo de Cordero de Dios: en cuya compañía pastorean todas las ovejas que componen el rebaño de esta Divina Pastora. Así fue, que considerándose esta Señora honrada con este empleo, procuró llenar sus deberes con todo esmero y diligencia. En consecuencia de esta verdad, no solo prestó su beneplácito para que el Verbo Eterno descendiese a su vientre purísimo desde el seno del Eterno Padre; sino que dado a luz sin detrimento de su virginal pureza, ejercitó con él los oficios de verdadera Pastora, alimentándolo con el pasto purísimo y saludable de su virginal sustancia: transmigrando con él al Egipto para librarlo de un Lobo sangriento que lo buscaba rabioso para despedazarlo: cuidándolo, asistiéndolo y velando sobre su conservación: acompañándolo en todas sus peregrinaciones; y ofreciéndolo por último al sangriento sacrificio, llegado que fue el tiempo decretado desde la eternidad, para derramar su Sangre santísima, y borrar los pecados del mundo.
AFECTOS
¡Oh cielos!, entonad cánticos de gozo y de alegría, para bendecir y alabar a la Trinidad Santísima, por los grandes designios que desde la eternidad formó sobre nuestra Pastora María, escogiéndola desde entonces para Madre del Verbo increado, que en tiempo había de tomar forma de hombre. Yo quisiera, ¡oh Dios mío!, tener las lenguas de todos los hombres, y los corazones de todas las criaturas, para glorificaros eterna e incesantemente, porque prevista y criada esta bendita criatura, nos mostráis en ella aquella montaña de Sion, desde cuya altura se descubre el Cordero inocente de Dios (Apoc., cap. 14, v. 1); y cuando os veo a Vos, ¡amada Pastora mía!, escogida para Madre de este mismo Cordero de Dios, os felicito y os doy el parabién, y aun yo mismo tomo parte en vuestra dicha, porque siendo yo vuestra oveja fiel, me considero pertenecer al rebaño de que es Cordero tierno vuestro amado Hijo Jesús, cuya dicha la reputo por mas estimable que todo cuanto el mundo puede ofrecerme de lisonjero y apreciable.
¡Ah, qué prodigio tan admirable! El Verbo Eterno desciende al seno de María, reduciendo a una estrecha prisión su omnipotencia, y anonadando la majestad soberana que hace la gloria y hermosura del Paraíso, para vestirse allí de las pieles groseras de nuestra humana naturaleza, y manifestarse después al mundo como un Cordero que venía a acallar los clamores de los afligidos hijos de Adán, que suspiraban tanto tiempo había, porque el Padre enviase a este Cordero dominador de la tierra desde la piedra del desierto (Isa., cap. 16, v. 1), en quien estaba significada esta Divina Pastora. Sí, Cordero de Dios, yo os adoro en el seno de vuestra purísima Madre, y protesto que vuestros abatimientos serán para mí un motivo continuo y poderoso que excite mi reconocimiento y amor.
2º Considera lo segundo las grandes prerrogativas con que el cielo adornó a María, y la distinguió del resto de las criaturas, para que fuese digna Madre del Cordero de Dios, y las bellas disposiciones de esta Señora, para merecer por su parte tan excelsa dignidad. Preservada, ante todas cosas, de la mancha del pecado original, fue siempre amable, hermosa e inmaculada, desde el momento en que su bendita alma fue unida a su santísimo cuerpo; sin que el Lobo infernal la llegase jamás a manchar con sus hálitos pestíferos, según que convenía a la que debía de ser madre del autor de la gracia. Fue asimismo adornada de razón desde el instante primero de su ser, e ilustrada con gracia tan abundante, que excedía a todas las inteligencias criadas del cielo y de la tierra; y por esto todas sus acciones correspondían perfectísimamente a los movimientos del Espíritu Santo, sin notar la mas imperceptible rebelión de las pasiones, que pugnan en nosotros contra la razón: y por último, confirmada en gracia, y adornada con todos los dones del Espíritu Santo, duplicó el mérito de todas sus obras cual mujer fuerte, y en tanto grado, que excede al de los Ángeles y los Santos todos juntos. Prevenida esta Señora con tantas gracias, y correspondiendo a ellas con toda la perfección de que es capaz una criatura, no hubo virtud de que no estuviese adornada su bendita alma; pero entre todas, la pureza virginal en que se complació el Esposo Divino, fue la que principalmente la hizo digna de que se la encargase por decreto especial de la Santísima Trinidad el cuidado y la asistencia del Cordero de Dios, formado de su purísima sangre. Esta virtud, facilitando la comunicación de los dones del Altísimo, la hizo instrumento a propósito para criar, guardar y defender a este Cordero de Dios, con el mismo esmero y diligencia, que un Pastor guarda y defiende a los corderillos tiernos de cuya custodia está encargado. Ni de día, ni de noche, ni en invierno, ni en verano, ni en la serenidad, ni en medio de las tempestades: en ningún instante, aun el más pequeño, de todo el tiempo en que se reconoció Pastora del Cordero de Dios y Madre suya propia, se descuidó, descanso, ni perdonó diligencia alguna para cumplir exactamente, y hasta su colmo, los oficios que le imponía este alto destino.
AFECTOS
AFECTOS. ¡Ah, qué bella y hermosa eres, oh Pastora carísima (Cant., cap. 7, v. 6)! ¡Cuán eminentes tus virtudes! ¡Cuán admirable tu santidad! ¡Y cuán hermosos los primeros pasos de tu inocente vida! ¡Oh Hija del Príncipe! (Cant., cap. 7, v. 1), ¿cómo podría yo, Madre mía, felicitarte por tantas gracias como el cielo te dispensó desde el primer instante de tu purísimo ser natural? Yo bien quisiera reunir a todas las criaturas del cielo y de la tierra; y llamándolas la atención para que admirasen la grandeza del destino de Pastora del Cordero de Dios, obligarlas a formar cánticos de alabanza en tu obsequio, porque amándote el Pastor Divino más que a los tabernáculos de Jacob (Ps. 86, v. 2), te eligió para tomar de tu sustancia la forma de Cordero, con que se manifestó al mundo. Yo por mi parte te doy gracias por el singular y eficaz ejemplo que me habéis dado, para enseñarme el modo y manera de disponer mi cuerpo y alma, para recibir en ella los dones y las gracias del cielo: alabo y bendigo la pureza inmaculada con que conservaste intacto tu castísimo Corazón, para que fuese digno de que en él se obrase el mayor de los milagros que había de remediar al mundo perdido por la culpa.
Mi corazón se llena de alegría cuando considero los inefables privilegios con que para este fin te adornó el Omnipotente; pero al mismo tiempo, me lleno de confusión cuando veo la fealdad de mi concepción en el pecado: la ninguna correspondencia; y aun el mal uso que yo he hecho de los favores y gracias de mi Dios, que sacándome misericordiosamente de las garras del Lobo infernal, de quien fui presa desgraciada en aquel fatal instante, me dejó marcado con el sello de su inocente rebaño; del cual, yo posteriormente me extravié por mis culpas repetidas diariamente: sobre todo, me confundo al ver las impurezas de mi corazón manchado con los groseros placeres de la carne, que os obligaron justamente a borrarme del número de las ovejas que componen el rebaño de que es Cordero tu Santísimo Hijo; pero ya desde hoy quiero comenzar a vivir con aquella misma dependencia que una oveja tiene de su Pastor. Yo quiero que mi cuerpo, y mi alma, sirvan solo para tabernáculo de mi Dios; y para conservarlos con la pureza necesaria, me entrego todo a tu cuidado y asistencia, y no tendré otro placer que en imitar constantemente tus virtudes.
ORACIÓN
Os suplico, Pastora Divina, que alcancéis a mi alma tanta gracia, que desde hoy mismo principie a disponerme para recibir útilmente los favores de mi Dios, imitando la pureza de vuestro cuerpo y vuestro espíritu: aquella mortificando mis sentidos, y ésta por la rectitud de mis intenciones; pues ya mi corazón arde en el deseo eficaz de ser fiel oveja de vuestro rebaño. Nada puedo por mí mismo, pero Vos todo lo podéis en vuestro Divino Hijo: vuestra bondad me infunde una entera confianza de ver borrados mis pecados por el mérito de la Sangre del Cordero Divino. Comience yo con vuestro auxilio a disponerme para recibir en mi corazón a Jesucristo por amor y por realidad en el Sacramento Augusto del Altar, y así os imite como oveja vuestra en esta vida, y os alabe después en la eterna. Amén.
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.
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