lunes, 8 de diciembre de 2025

LA INMACULADA CORREDENTORA, EN ALFONSO SALMERÓN

Traducción del artículo publicado en RADUO SPADA.
  

Alfonso Salmerón (Toledo, 8 de septiembre de 1515 - Nápoles, 13 de febrero de 1585) fue uno de los seis primeros compañeros de San Ignacio de Loyola. Fue un predicador muy competente y fructífero, legado de los Romanos Pontífices ante los príncipes, profesor de teología, pero sobre todo teólogo de Pablo III, Julio III y Pío IV en el Concilio de Trento. Su gran conocimiento de las Sagradas Escrituras queda patente en sus dieciséis volúmenes de comentarios a los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas Paulinas y Católicas. De esta magnífica obra encontramos el siguiente pasaje, que comenta las palabras «Dios te salve, llena eres de gracia», que revelan la realidad de la inmunidad de María al pecado original:
Cristo, como fuente y Cabeza de todos los elegidos, está lleno de esa plenitud de gracia que todos los elegidos han recibido, reciben y recibirán desde el principio del mundo hasta su consumación. María, en verdad, muy cerca de Él y singularmente unida a Él, es llamada llena de gracia, pues le correspondía a la Madre del Mesías poseer tanta de ella como una simple criatura pudiera poseer, y en la medida necesaria para que, como Madre amantísima, la derramara sobre todos nosotros como hijos; pues fue asumida por Cristo no por necesidad ni incapacidad, sino por su pura bondad, y para comunicar e ilustrar su gloria en su Madre. Esto sucedió para que ella fuera, si se puede decir así, CORREDENTORA, MEDIADORA y COOPERADORA EN LA SALVACIÓN DE LA RAZA HUMANA, y para que todos los fieles, tanto justos como pecadores, por un instinto común de fe y devoción, pudieran acercarse con confianza y refugiarse en ella como ABOGADORA singular que siempre es escuchada por su Hijo debido a su reverencia, en todo momento y en todo lugar para obtener todo bien y beneficio, tanto corporal como espiritual. Esta es la plenitud de la gracia que pertenece a la Madre del Mesías. Los demás, sin embargo, ya sean Apóstoles, Mártires, Vírgenes o Confesores, si se dice que están llenos de gracia, deben entenderse como participantes de la gracia de Dios solo en la medida en que la naturaleza de su oficio o vocación parecía requerirla y postularla.

“De la necesidad de la Bienaventurada Virgen María para la salvación”, punto 3.º. En Julián Haineuve SJ, Ephémeris ecclesiástica concionatórum, tomo II. Colonia, imprenta de Juan Busio, 1665, pág. 416.

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