¡Oh Cecilia digna de toda alabanza! Supiste conservar tu cuerpo sin manclia, y librar tu corazón de todo amor sensual. Te
presentaste A tu Criador como esposa inmaculada, cuya felicidad fue ennoblecida por
el martirio. Él te admitió a los honores de
esposa como a Virgen sin mancilla.
¡Oh Virgen sagrada! El Señor, en los
consejos de su sabiduría, quiso coronar tu
frente de perfumadas y suaves rosas. Tú fuiste el lazo de unión de los dos hermanos, para reunirlos en una misma felicidad, y tu
oración los ayudó. Ellos, abandonando el
culto impuro del error, se mostraron dignos de recibir la misericordia de aquel que nació
de la Virgen, y quiso esparcirse entre nosotros como divino perfume.
Despreciaste
las riquezas de la tierra, deseando ardientemente poseer el tesoro del
cielo; desdeñando los amores de acá abajo,
escogiste tu asiento entre los coros de las
Vírgenes, y tu sabiduría te condujo al celestial Esposo. ¡Oh honra de
los atletas de Cristo! Combatiste con valor, y rechazaste por
tu varonil denuedo las asaltos del perverso
enemigo.
¡Oh gloriosa Cecilia, augusta mártir! Tú
eres templo castísimo de Cristo, morada celestial, casa purísima. Dígnate infundir el
esplendor de tu intercesión sobre nosotros,
que celebramos tus alabanzas.
Enamorada de la hermosura de Jesucristo,
fortificada con su amor, suspirando por sus
delicias, pareciste muerta al mundo y a cuanto en el mundo hay, y fuiste hallada digna
de la eterna vida.
¡Oh mártir digna de toda recompensa!
El amor inmaterial te hizo desdeñar el amor de los sentidos. Tus palabras vivificantes y
llenas de sabiduría determinaron a tu esposo a quedar virgen contigo: ahora te ves asociada con él al coro de los Ángeles.
Un Ángel refulgente, encargado de guardarte, te asistÍa de continuo, rodeándote de
divino resplandor; su brazo alejaba al enemigo que te queria hacer daño; te conservó
casta y pura, siempre agradable a Cristo por
la fe y por la gracia.
¡Oh Cecilia! El deseo de poseer a Dios, el
amor que nace de lo más íntimo del alma,
el ardor divino, te inflamaron haciendo de ti
un Ángel en cuerpo humano.
¡Oh Cecilia llena de Dios! Eres fuente sellada, jardín cerrado, hermosura reservada,
esposa gloriosa, que brilla bajo la diadema;
paraíso florido y divino del Rey de los ejércitos. Amén.
Padre CECILIO GÓMEZ RODELES SJ. Vida de Santa Cecilia Virgen y Mártir, Madrid, Imprenta de los sucesores de Rivadeneyra, 1882, págs. 159-161.
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