viernes, 20 de noviembre de 2020

SECUACES DEL TALMUD Y DEL CORÁN CONTRA EL SANTO SEPULCRO

Traducción por CATÓLICOS ALERTA del Comunicado 98/20 de fecha 17 de Noviembre de 2020 por el CENTRO STUDI GIUSEPPE FEDERICI.
   
Enemigos irreconciliables, unidos para actuar contra Nuestro Señor
    
Las fotos recientes de los azeríes que con banderas turcas e israelíes celebran la victoria militar contra los armenios de Artsaj, no sorprenden a quienes conocen los lazos, no solo religiosos (ambos negacionistas de la Santísima Trinidad y la divinidad de Cristo), que existen entre los judíos y los mahometanos.
    
A lo largo de los siglos, particularmente en Tierra Santa, la unión entre las dos facciones de circuncidados para atacar al catolicismo han sido frecuentes, como lo demuestran los artículos tomados de las publicaciones de la Custodia de Tierra Santa. Hoy informamos del intento llevado a cabo por la Sinagoga en 1607, para que la basílica del Santo Sepulcro, el lugar más sagrado del catolicismo, fuera demolida por un sultán turco.
  
  
EL SANTO SEPULCRO Y LOS JUDÍOS
(del Almanaque de Tierra Santa para el Año de Gracia 1932, Tipografía de los PP. Franciscanos, Jerusalén, págs. 36-38).
   
Estas páginas que sacamos de la obra “La Tierra Santa, del P. Cassini”, impresa en 1855, las dedicamos a aquellos que todavía creen que los judíos pueden gobernar Palestina con respeto por las confesiones de los demás (referencia al sionismo, N. del E.).
   
(…) Pero esta excelente obra (referencia a la obra emprendida por los franciscanos a partir de 1555 para restaurar la basílica del Santo Sepulcro, N. del E.), que tanto consoló al mundo cristiano, enfureció a tal extremo a los judíos, que en 1607 después de indescriptibles manejos infernales, sin poder soportar más el veneno que les roía la médula de los huesos, ofrecieron al sultán Ahmed I, hijo de Mehmed III, la no pequeña suma de quinientos mil escudos a simple título de respeto, pero con una condición: que decretara la demolición del templo del Sepulcro de Cristo, prometiendo que si se hacía eso, tenían preparada una suma mucho más considerable que la ya ofrecida, en muestra de su profunda gratitud.
    
El Sultán tanto por el odio innato que albergaba contra los cristianos, como por el dinero que se le ofrecía, y la promesa que le habían hecho, y más aún por los malos consejeros que tenía, sin reflexionar en absoluto sobre las terribles consecuencias que podría haberle acarreado su aquiescencia a la malicia judía, decretó que el envidiado Templo del Sepulcro del Unigénito Hijo de Dios fuera destruido hasta sus mismos cimientos: y para que nunca más se levantara, ordenó que sobre las ruinas, se erigiera una mezquita en honor a Mahoma; fulminando al mismo tiempo a todo aquel que se atreviera a expresar alguna objeción sobre este tema.
    
Los judíos ya se regocijaban y cantaban por la victoria obtenida, mientras  todo el cristianismo guardaba luto por la pérdida irreparable que estaba a punto de sufrir, los Embajadores de todas las potencias europeas en la Sublime Puerta Otomana esaban desesperados por aquel bárbaro edicto, sin atreverse a pronunciar una palabra por temor al castigo, cuando emergió el Excelentísimo Bailo de Venecia, que era un tal Signor Girolamo Cappello, quien despreciando su propia vida, se presentó con valentía al Gran Visir, y con una elocuencia digna de un corazón iluminado por el amor de Dios, tanto dijo y amenazó, que consiguió que el mando imperial se revirtiera, haciéndole emitir otro.
    

En este hecho no sé qué se debe admirar más, si la perfidia judía, que aún no satisfechos por haber condenado a muerte al Hijo de Dios, ruge como león herido de muerte contra su tumba gloriosa, la heroica hazaña del digno representante de la Serenísima República de Venecia, o la divina providencia, que en tan manifiesto peligro, en el que se encontraba el cristianismo, que perdía para siempre esta preciosa prenda de redención humana, disipó repentinamente la furiosa tormenta, confirmándose así cada vez más. la profecía de Jeremías: Sanctum Dómini non evellétur et non destruétur ultra in perpétuum.

En la página 15 del mismo número del Almanaque de Tierra Santa, puede leerse.
“En Palestina los Menores tuvieron que soportar simultáneamente el impacto de tres enemigos diferentes: el fanatismo musulmán, que en nombre del Corán exigía el exterminio de los «infieles»; el odio judío sediento de venganza contra los seguidores de Aquel que había profetizado la ruina nacional de Israel, y los celos del cisma que quería desalojar a todos los representantes de la Iglesia de Roma de los Santos Lugares. Y, presionados durante siglos por estas fuerzas hostiles, los franciscanos permanecen siempre fieles a su entrega con un heroísmo silencioso que en silencio sufre todas las formas de persecución, ofreciendo miles de mártires a la voluptuosidad sanguinaria de sus verdugos por la defensa de los derechos católicos en Tierra Santa."

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