sábado, 14 de noviembre de 2020

GIOVANNI ANTONIO SOLINAS, MÁRTIR JESUITA EN PARAGUAY

Por Giuliano Zoroddu para RADIO SPADA
   
Refiguración del padre Giovanni Antonio Solinas SJ (en Pasquale Tola, Dizionario biografico degli uomini illustri di Sardegna. Turín, 1837-1838)

Los primeros padres de la Compañía de Jesús, cumpliendo el voto que el arzobispo turritano Salvatore Alepus había formulado al mismo San Ignacio, llegaron a Cerdeña en 1559 y se establecieron en Sassari. De aquí se difundieron por todo el reino, beneficiándolo grandemente en tanto les fue concedido. Y no faltaron los sardos que hicieron honor a la Compañía. Entre estos el venerable padre Giovanni Antonio Solinas.
   
Nacido en Oliena, centro de Nuoro, que entonces era parte de la Archidiócesis de Cagliari, el 15 de febrero de 1643, luego de sus estudios en el país natal, fue enviado a Cagliari para el setudio de las ciencias mayores. Estudiando la gramática en el Colegio local de la Compañia de Jesús, a esta quiso unirse como novicio el 13 de junio de 1663.
   
Las altas vetas ascéticas y la notable capacidad en las letras del joven quedaron de tal forma impresas en los recuerdos de quien lo conoce, que aseguran “de no haber nunca notado desde el Noviciado hasta cuando, ya teólogo, partió de su Provincia, que hubiese violado la más mínima de nuestras reglas” [1].
   
Después de haber enseñado la gramática en Oristano, retornó a Cagliari para proseguir los estudios teólogos. Maduraba sin embargo en él el deseo de partir al Nuevo Mundo para convertir a los infieles, lo que le fue concedido finalmente en 1672 por el General Giovanni Paolo de Oliva.
   
El 27 de mayo de 1673, antes de zarpar para el Paraguay, fue ordenado sacerdote en Sevilla. Al año siguiente llegó a la anhelada tierra de misión.
   
Luego de cinco años de posterior preparación en el ministerio apostólico, perfeccionado el espíritu y aprendias las lenguas de los nativos, inició en seguida con gran fervor y amor a curar las almas de los indios: prédicas, confesiones, asistencia material. No faltaron tampoco los milagros: devotísimo como era al santo Patriarca Ignacio, con la aplicación de una efigie suya curó de una enfermedad contagiosa a diecisiete niños en la reducción de Ytapuá. Del mismo modo curó en la reducción de Santa Ana a una parturienta reducida a lo último de vida, aplicándole un anillo que había recibido de Roma y que estuvo en un dedo de la Taumaturga Mano de San Francisco Javier, por el cual el padre Solinas nutría una singular veneración.
   
El celo del misionero no fue desconocido de los españoles que moraban en aquellas tierras. Relacionando al padre Diego Francisco de Altamirano, provincial del Perú, respecto de las misiones de Corrientes, el padre Pedro Jiménez escribía así a propósito de su compañero Giovanni Antonio Solinas: “El Padre Juan Antonio ha trabajado y está trabajando gloriosamente en el confesionario y en el púlpito… Sírvase Vuestra Reverencia de agradecer al Padre Solinas por el gran trabajo, el celo y la aplicación con que se ha ocupado de todo… Yo en verdad lo venero como un gran hijo de la Compañía, y como tal es incansable en el ejercicio de la salvación de las almas” [2].
   
En 1680 participó como capellán en la guerra entre españoles y portugueses por la posesión de la tierra firme próxima a las islas de San Gabriel. Solinas fue destinado a la asistencia de los indios guaraníes, que en un número de tres mil militaban bajo las insignias del Rey Católico. Más allá de las líneas ejercitó, junto a los otros capellanes, su deber sacerdotal, asistiendo aun a costa de su vida, a los heridos sobre el campo, para asegurarles los últimos sacramentos.
   
Llegó finalmente para el Padre el momento para demostrar plenamente el ardor por la conversión de los gentiles. En 1683, de hecho, fue destinado a la misión del Chaco: “El Padre Diego Ruiz y yo estamos contentísimos y deseosísimos de convertir todo este Chaco” [3], escribió a sus superiores el 27 de junio.
   
Los éxitos entre los tobas, los mocobíes y los mataguayes hacían bien esperar respecto de la adhesión de aquellos infieles al Evangelio, mas “en el mejor momento en el cual la empresa de la Santa Fe podía prometer mayores progresos, el infierno se opone con sus maquinaciones e interrumpe inicios tan felices, incitando las intrigas para que maquinasen la muerte de los dos misioneros estacionados en San Rafael [esto es, los padres Solinas y Pedro Ortíz de Zárate]”[4].
    
Los oscuros designios fueron llevados a cumplimiento la mañana del 27 de octubre. Los padres Solinas y Ortíz, que se habían movido para salir al encuentro del padre Ruiz que regresaba de Salta. Celebrada la misa, fueron rodeados por un centenar de tobas y mocobíes. Estos con inhumana violencia los atacaron con dardos y macanas, y los torturaron a muerte. Los cuerpos fueron destrozados y los bárbaros cortaron crueles la cabeza a los cadáveres para llevarlos en triunfo y comiéronse las carnes. Otros dieciocho cristianos, muchos de ellos indios, cayeron igualmente en la emboscada.
   
El cuerpo del padre Solinas fue trasladado a Salta, y honorablemente sepultado en el Colegio local de la Compañía.
   
Al mismo tiempo, en el convento de los capuchinos de Bitti fray Salvador el Silenciario, natural de Oliena y estimado como santo, recibía de Dios la visión del martirio del coterráneo jesuita. Contraviniendo a las reglas de la Orden en cuanto a su práctica constante, rompió el silencio en el refectorio: “Mando las congratulaciones a mi compaisano padre Giovanni Antonio Solinas, de la Compañía de Jesús, que en este momento sufre el más cruel martirio por mano de los salvajes de la América meridional. Ahora fue tomado preso por una horda de antropófagos, le han abierto el abdomen y el pecho, le han sacado el corazón y el hígado para engullirlos mientras estén calientes y sangrientos. En este momento quién le succiona los ojos y el cerebro, y con lama afilada le corta las orejas y las mejillas. Ahora se le corta la cabeza y gruñendo le quitan la piel y se disputan el cráneo para hacer una taza para beber. Finalmente de su cuerpo descuartizado cada uno toma un pedazo de carne, quén tira a sí una pierna, quién un brazo para quitarse el hambre”. Todo confirmado en las cartas conservadas en el Archivo provincial de los capuchinos de Cagliari.
   
Así devino propagada la gloria y la corona del Mártir, aún cultivada hoy en espera que sea reconocida oficialmente por la Santa Iglesia.
   
La vida del padre Solinas fue narrada por Francisco Xarque en la Historia de las Misiones del Paraguay, y por el padre Antonio Maccioni SJ en el libro Las siete estrellas de la mano de Jesús en la cual está basada este breve artículo. La última publicación relativa al mártir sardo es del 1997: “Martiri senza altare” del canónigo Salvatore Bussu.

NOTAS
[1] ANTONIO MACCIONI SJ, Las siete estrellas de la mano de Jesús, Córdoba, 1732. CUEC, Cagliari, 2008, p. 425.
[2] Ibíd, p. 457-458.
[3] Ibíd, p. 469.
[4] Ibíd, p. 475.

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