lunes, 17 de marzo de 2025

SANTA GERTRUDIS DE NIVELLES, ABADESA

«Mi yugo es suave y mi peso leve» (San Mateo XI, 30).
   

Santa Gertrudis, hija de Pipino de Landen, fue princesa de Bélgica y desde muy joven le prometió su virginidad a Cristo por lo que cuando el rey Dagoberto la pidió por esposa para un príncipe de Austrasia, ella lo rechazó ya que solo sería esposa de Cristo. Aconsejada por su madre la beata Ida, ingresó en un convento del cual ella era benefactora. Su madre le corto su cabellera a Gertrudis para que así los hombres entendieran que ella era ya esposa de Cristo, santa Gertrudis llego a ser abadesa del monasterio, pasaba largas horas haciendo oración y penitencia, cuenta una leyenda que quedaba tan absorta mientras oraba que los ratones bajaban y subían por el báculo de abadesa que siempre llevaba Santa Gertrudis en sus manos, tres años antes de morir dejó el cargo de superiora a su sobrina Santa Vulfetruda y se dedicó enteramente lo que le restaba de vida a la oración. Al morir, pidió que se le dejase su velo y su cilicio, no queriendo –decía– desprenderse de las armas con que había combatido a la carne y conservado la pureza. Imita su desprecio del mundo, así como su amor por Jesús y María.

MEDITACIÓN SOBRE LO DULCE QUE ES SERVIR A DIOS
I. El camino de la virtud no es tan difícil como uno se lo cree. Dios no pide de nosotros cosas imposibles. Examina cada uno de los mandamientos en particular, y verás cuán leve es la carga que nos impone. Además, todo lo que prescribe es conforne a razón; todo es para nuestro bien. Los príncipes de la tierra, el mundo, nuestras pasiones, a menudo nos mandan cosas imposibles, contrarias a la razón, dañosas; ¡a pesar de ello obedecemos a estos exigentes señores, y rehusamos obedecer a nuestro amable Salvador! «Lo que Él manda no es duro ni penoso, y su gracia nos ayuda a ejecutarlo» (San Agustín).
   
II. Dios nos concede generosamente sus gracias para ayudarnos a servirle; y si alguna amargura existe en la observancia de sus mandamientos es singularmente suavizada por los consuelos celestiales que acompañan a la práctica de la virtud. Los ejemplos de los santos cuyas vidas leemos, y el de las personas piadosas que nos rodean, nos hacen más fácil la guarda de los mandamientos.
   
III. La recompensa que se nos ha prometido disminuye en mucho la pena anexa al trabajo. Con la esperanza de una recompensa, trabaja el obrero con alegría y ardor, el soldado se expone a la muerte, y el mercader al peligro de naufragar. La gloria que yo espero es segura, es Dios quien me la promete: es fiel a su palabra, no engaña jamás. Esta gloria perdurará lo que la eternidad. Piensa en ello seriamente. Levanta tu mirada al cielo y di, de cuando en cuando: «No depende sino de mí el entrar un día en ese palacio de luz. Lo puedo si lo quiero. ¡Qué livianos son mis trabajos, comparados con el peso de la recompensa!».

La observancia de los mandamientos. Orad por los servidores de María.

ORACIÓN
Escuchadnos, oh Dios Salvador nuestro, y haced que la fiesta de Santa Gertrudis, colmándonos de alegría, enriquezca nuestras almas con los sentimientos de una tierna devoción. Por J. C. N. S. Amén.

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