lunes, 14 de diciembre de 2020

MES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA - DÍA DECIMOCUARTO

Tomado de la obra publicada por el P. Luis Ángel Torcelli OP, traducida y publicada por don Leocadio López en Madrid, año 1861, con aprobación eclesiástica.
 
MES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
   
   
ORACIONES INICIALES
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
℣. Abrid, Señor, mis labios.
℞. Desatad mi lengua para anunciar las grandezas de la Virgen Inmaculada, y cantaré las alabanzas de vuestra misericordia.
   
℣. Venid en mi auxilio, oh Reina inmaculada
℞. Y defendedme de los enemigos de mi alma.
    
Gloria al Padre, gloria al Hijo y al Espíritu Santo, que preservó inmaculada a María por los siglos de los siglos. Amén.
   
HIMNO
    
Coro: Oh Madre dulce y tierna
Oye la triste voz,
La triste voz del mundo,
Que te demanda amor.
   
I
Salve, salve, Inmaculada,
Clara estrella matutina,
Que los cielos ilumina
Y este valle de dolor;
Tú, con fuerza misteriosa
Por salvar la humana gente,
Quebrantaste la serpiente
Que el infierno suscitó.
    
II
Salve, salve, Madre mía,
Tú bendita por Dios eres
Entre todas las mujeres
Y sin culpa original.
Salve, ¡oh Virgen! esperanza
Y remedio apetecido
Del enfermo y desvalido,
Y del huérfano sin pan.
    
III
Tú del nuevo eterno pacto
Eres arca y eres sello;
Luz espléndida, iris bello
De la humana redención.
Tú llevaste en tus entrañas
El que dio a la pobre tierra
Paz y amor, en vez de guerra,
Y a sus crímenes perdón.
    
IV
Eres bella entre las bellas,
Eres santa entre las santas,
Alabándote a tus plantas
Coros de ángeles están.
Resplandece tu pureza
Más que el campo de la nieve,
Y de ti la gracia llueve
Sobre el mísero mortal.
    
V
Virgen cándida, cual lirio,
Eres fuente cristalina
Donde el triste que camina
Va a calmar la ardiente sed.
Gentil palma del desierto,
Que da sombra protectora
Al que su piedad implora
Consagrándole su fe.
   
VI
¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
En la tierra y en el cielo!
¡Gloria al que es nuestro consuelo,
Al Espíritu de Amor!
Y la Virgen sin mancilla
Siempre viva en la memoria,
Y en su honor repita Gloria
Nuestro amante corazón.
    
DÍA DECIMOCUARTO - EL CONGRESO INMACULADO
Et éritis sicut Dii. (Génesis III, 5)
    
Cuando Dios abrió sus eternos labios para pronunciar aquel fiat (hágase) que fue una ley para que el universo saliese de la nada, no llamó a su consejo a nadie fuera de Sí mismo. Creó al hombre inmaculado, le condujo a un jardín de delicias, y le hizo partícipe de la sociedad de las angélicas criaturas. En una palabra, le colmó de gloria y de honor, y le estableció sobre todas las obras de la creación terrestre (Salmo VIII, 6). Mas a pesar de todo eso, no le concedió el decidir de ninguna manera de sus presentes grandezas ni de sus futuros destinos. De ese modo gozaba la humanidad en el paraíso terrenal una felicidad indescriptible, pero a la que no tenía la gloria de haber contribuido con su consejo; recibía los mensajes llevados por los espíritus más puros del Cielo, pero como de seres que le eran muy superiores; gustaba las caricias de Dios como de un padre amoroso, pero como de un padre que dispensa los dones y la gracia sin dividir su poder. Y así fue perfecta la primera gloria verdaderamente propia de la humanidad, gloria de inocente sujeción a un Padre divino. Pero pasó... pasó como el humo del incienso, que después de algunos breves giros se disipa y desaparece: el hombre, constituido rey de la creación, pretendió hacerse igual al Creador, y se encontró en la miseria, las tinieblas y la muerte. Dios tenía un corazón piadoso, y no pudo ver tan deprimida a su criatura; mas no siendo posible que aquella llegase a ser infinita, pensó en revestirse Él mismo de lo finito; por manera, que si el hombre no era como Dios, Dios seria semejante al hombre, y he ahí la segunda gloria de la humanidad, gloria no ya humana sino divina. El antiguo pasado debía refundirse en una nueva obra, y al efecto formó un nuevo Adán, puro e inmaculado, como que al mismo tiempo era Dios, destinado a destruir el edificio de muerte fabricado en el paraíso terrenal; y la humanidad, que en el principio del tiempo fue criada la última, para denotar que Dios no necesitaba ningún consejo suyo, en la plenitud de la edad seria llamada a pronunciar su palabra y a decidir como árbitra de una obra, la más grande del poder infinito de un Dios (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, parte III, cuestión 1, art. 1). Mas ¿cómo podrá presentarse ante el Señor, que no comunica con el pecado, esa humanidad envilecida, abatida y postrada por la culpa? La providencia de un Dios de amor había preservado pura e inmaculada a la Virgen más bella, más dulce y más amable de toda la creación, la inocente María, y María fue llamada en lugar de toda la naturaleza humana al congreso más sublime de los siglos (Ibid., cuestión 30, art. 1). Congreso en que por primera vez se vio a la humanidad suplicante ante un ángel de inmaculado candor: congreso en que uno de los espíritus más excelsos del paraíso anunciaba a la Virgen más pura de la tierra los deseos del inmaculado Esposo divino... Congreso verdaderamente inmaculado, en el que, no las humanas pasiones, sino el espíritu de inmaculado amor, con el más amable de sus misterios, lo dirigía todo para volvernos a colmar otra vez de gloria y de honor: congreso inmaculado, en que la humanidad era realzada, porque debía tener en Dios, no solamente un padre, sino un hijo y un súbdito (San Mateo XX, 28): congreso inmaculado, en fin, en que un nuevo fiat debía ser pronunciado por los labios inmaculados de María, no para sacar un mundo de la nada, sino para hacer bajar a la nada un Dios.
    
CÁNTICO
Por fin, Dios mío, bendijisteis la tierra: vuestra sonrisa hizo nacer a la dulce Hija de Sión.
Pusisteis en poder de su virginal candor la misericordia de los siglos de los siglos, y pusisteis nuestra salud en sus labios.
Y yo escucharé las palabras de esos labios inmaculados, pues que llevará la paz a todos los pueblos.
Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, y gloria en las alturas al Dios de las misericordias.
Abríos, puertas del cielo, y recibid la palabra inmaculada, la palabra pronunciada por la Reina de la gloria.
¿Quién es esa Reina de la gloria? Es la que aparece a manera de aurora, hermosa como la luna y pura como el sol.
Es la paloma elegida por las celestiales delicias: es la azucena de los valles, la rosa del paraíso.
Abríos, puertas de los cielos, y recibid la palabra inmaculada, la palabra de la Reina de la gloria.
¿Quién es esa Reina de la gloria? Es una Virgen inocente desposada con el Creador de la inocencia.
Es la inmaculada María, que profiere el bienaventurado consentimiento: el consentimiento de encarnarse el Verbo de Dios.
Para iluminar a los que se hallan entre las tinieblas y las sombras de la muerte; para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.
    
ORACIÓN
¡Ah! ¿Quién me dará frases convenientes para alabaros y bendeciros, por tantos beneficios como nos ha proporcionado una sola palabra vuestra, oh inmaculada María? La sentencia de la condenación eterna pesaba sobre la cabeza de todos los hijos de Adán, el imperio de las tinieblas y de la muerte se había establecido sobre las generaciones de la tierra, pero con vuestra palabra todo ha cambiado, todo ha recibido un nuevo orden. Los rayos del sol de misericordia han brillado desde lo alto de los cielos, y han trasformado la palidez de la tierra en la sonrisa de la gracia; las puertas de la vida se han abierto ante el Redentor de la culpa, y en lugar del terror de la divina venganza ha aparecido el reino de la clemencia y de la paz. Y memorias y esperanzas nuevas han venido a consolarnos el corazón: memorias de Vos, oh Virgen bendita, escogida para producir nuestra salvación y protegernos delante del trono del Señor, y para hacernos sobrellevar las aflicciones en el piélago de las tribulaciones: esperanzas no engañosas en la misericordia de un Dios niño que nos mostráis en vuestros purísimos brazos, estrechándole contra vuestro pecho, para invitarle a que tenga compasión de nosotros. ¡Ah!, proferid siempre una palabra en favor mío, oh Virgen predilecta de mi amor, proferidla de continuo entre los inmaculados abrazos de ese Hijo amoroso, que forma vuestra eterna bienaventuranza; vuestra palabra fue la que devolvió la salud a la tierra, santificará también mi alma con la gracia de un Dios que debe ser mi herencia por los siglos de los siglos. Tres Ave Marías.
   
CONCLUSIÓN PARA CADA UNO DE LOS DÍAS
 
Después de la Letanía Lauretana, se concluirá así: 
  
LATÍN
Tota pulchra es, María,
Et mácula originális non est in Te.
 
Tu glória Jerúsalem,
Tu lætítia Ísraël,
Tu honorificéntia pópuli nostri,
Tu advocáta peccatórum.
  
O María, Virgo prudentíssima,
Mater clementíssima,
Ora pro nobis,
Intercéde pro nobis ad Dóminum Jesum Christum.
  
℣. In Conceptióne tua, Virgo, immaculáta fuísti;
℞. Ora pro nobis, Patrem, cujus Fílium peperísti.
    
ORATIO
Deus, qui per immaculátam Vírginis conceptiónem dignum Fílio tuo habitáculum præparásti: † quǽsumus; ut, qui ex morte ejúsdem Fílii tui prævísa, eam ab omni labe præservásti, nos quoque mundos ejus intercessióne ad te perveníre concédas. Per eúmdem Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus, per ómnia sǽcula sæculórum. Amen.
 
TRADUCCIÓN 
Sois toda hermosa, María,
Y no hay en vos mancha original.
 
Sois la gloria de Jerusalén,
Sois la alegría de Israel,
Sois la honra de los pueblos,
Sois la abogada de los pecadores.
   
Oh María, Virgen prudentísima,
Madre de toda clemencia,
Rogad por nosotros,
Interceded por nosotros con Jesucristo, nuestro Señor.
   
℣. En vuestra concepción, Virgen Santísima, fuisteis inmaculada.
℞. Rogad por nosotros al Padre, cuyo hijo disteis a luz. 
   
ORACIÓN
Dios mío, que por medio de la inmaculada concepción de la Virgen preparasteis una habitación digna para vuestro Hijo, concedednos por su intercesión que conservemos fielmente inmaculado nuestro corazón y nuestro cuerpo para vos, que le preservasteis de toda mancha. Por el mismo Jesucristo, Señor nuestro. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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