Veinticinco años antes de las falsas apariciones a Sor Faustina Kowalska Babel, en Polonia había un movimiento que había surgido en torno a las supuestas revelaciones a la monja María Francisca (Feliksa Magdalena) Kozłowska Olszewska, en la cual la entidad, entre otras “revelaciones” (compiladas como la “Obra de la Gran Misericordia”), le pedía la fundación de una sociedad religiosa que propagase la adoración al Santísimo Sacramento y la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro para impedir que la ira de Dios cayera sobre el mundo. Esta sociedad religiosa tomó el nombre de “Mariavitas” (del latín Maríæ vitæ imítans, imitadores de la vida de María).
Kozłowska y diecisiete sacerdotes que adhirieron a su movimiento (fundado hacia 1901) viajaron a Roma en 1903 para pedirle a un recién elegido San Pío X la aprobación de éste. Pero en cambio recibieron la censura del Santo Oficio el 1 de Febrero de 1904 por no contar con la aprobación de los Obispos, a los que “Jesús” (siempre según dicho de Feliksa) señalaba como parte de la corrupción en el clero e indignos de ser reconocidos como autoridad (lo que para el fraile Honorato Koźmiński OFM, contemporáneo a los hechos y que alguna vez fue su director espiritual, era el avivamiento del donatismo) solo porque no le aprobaban sus Estatutos y sus “revelaciones”.
Finalmente, el Papa San Pío X hizo publicar la Encíclica “Tribus círciter”, en la cual no sólo condena a los “Mariavitas”, sino que declara como falsas las “revelaciones” de Feliksa Kozłowska (que sería excomulgada por el Santo Oficio ocho meses después junto con sus seguidores).
ENCÍCLICA “Tribus círciter” DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR EL PAPA SAN PÍO X, CON LA CUAL SE REPRUEBA Y SUPRIME LA SOCIEDAD DE LOS “MARIAVITAS” O SACERDOTES MÍSTICOS DE POLONIA
A Nuestros Venerables Hermanos, el Arzobispo de Varsovia y los Obispos de Płock y Lublín de los Polacos.
Venerables Hermanos, Salud y Bendición Apostólica.
Hace unos tres años, esta Sede Apostólica fue debidamente informada de que algunos sacerdotes, especialmente entre el clero menor de sus diócesis, habían fundado, sin permiso de sus Superiores legales, una especie de sociedad pseudo-monástica, conocida como los “Mariavitas” o Sacerdotes Místicos, los miembros de los cuales, poco a poco, se apartaron del camino correcto y de la obediencia que deben a los Obispos «a quienes el Espíritu Santo ha colocado para gobernar la Iglesia de Dios», y se volvieron vanos en sus pensamientos.
A cierta mujer, que ellos proclamaron ser santísima, admirablemente dotada con carismas celestiales, divinamente iluminada sobre muchas cosas, y providencialmente enviada para la salvación de un mundo a punto de perecer, no dudan confiarse a sí mismos sin reserva, y obedecer a todos sus deseos.
Apoyándose en un supuesto mandato de Dios, ellos se han dispuesto a promover indiscriminadamente y por su propia iniciativa entre el pueblo frecuentes ejercicios de piedad (altamente recomendables cuando son llevados rectamente), especialmente la adoración del Santísimo Sacramento y la práctica de la comunión frecuente; pero al mismo tiempo han hecho gravísimas acusaciones contra los sacerdotes y obispos que han aventurado expresar cualquier duda sobre la santidad y la elección divina de esa mujer, o han mostrado hostilidad a la sociedad de los “Mariavitas”. Tal movimiento hizo pensar que había razón para que muchos de los fieles en su delusión estaban para abandonar a sus legítimos pastores.
Luego, sobre el consejo de Nuestros Venerables Hermanos los Cardenales de la Inquisición General, habíamos firmado un decreto, como bien conocéis, con fecha del 4 de Septiembre de 1904, suprimiendo la mencionada sociedad de sacerdotes, y ordenándoles romper absolutamente toda relación con la mujer. Pero los sacerdotes en comento, no obstante haber firmado un documento expresando su sumisión a la autoridad de sus obispos y que quizá lo hicieron, como dicen haber hecho, rompiendo parcialmente relaciones con esa mujer, aún omitieron abandonar su parecer y renunciar sinceramente a la asociación condenada. No solamente condenaron vuestras exhortaciones e inhibiciones, no solo muchos de ellos firmaron una declaración audaz en la cual rechazaron la comunión con sus obispos, no solamente en más lugares que ese han incitado al pueblo engañado a alejarse de sus legítimos pastores, sino, cual enemigos de la Iglesia, afirmaron que ella ha defeccionado de la verdad y la justicia, y por tanto ha sido abandonada por el Espíritu Santo, y que a ellos solos, los sacerdotes “Mariavitas”, les ha sido divinamente dado el instruir a los fieles en la verdadera piedad.
Ni eso es todo. Hace pocas semanas dos de esos sacerdotes vinieron a Roma: Román Próchniewski y Juan Kowalski, reconocido este último, en virtud de una especie de delegación de la mujer referida, como su Superior por todos los miembros de la Sociedad. Ambos presentaron una petición, que decían haber escrito por orden expresa de Nuestro Señor, para que el Pastor Supremo de la Iglesia, o en su nombre la Congregación del Santo Oficio, emitiese un documento en los siguientes términos:
«Que María Francisca (la mujer mencionada anteriormente) ha sido santificada por Dios, que ella es la madre de la misericordia para todos los hombres llamados y elegidos para salvación por Dios en estos días; y que todos los sacerdotes Mariavitas están ordenados por Dios para promover en todo el mundo la devoción al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen María del Perpetuo Socorro, libre de toda restricción de la ley o costumbre eclesiástica o humana, y de todo poder eclesiástico y humano que sea…».
Por estas palabras Nos estuvimos dispuestos a creer que los sacerdotes en cuestión estaban ciegos no tanto por una conciencia soberbia sino por la ignorancia y el engaño, como aquellos falsos profetas de los que Ezequiel dice: «Vanas son las visiones que ellos tienen, y embustes sus adivinaciones, cuando dicen: “El Señor ha dicho”; siendo así que el Señor no los ha enviado, y persisten en asegurar aquello que han anunciado. ¿Acaso dejan de ser vanas vuestras visiones, y mentirosas las adivinaciones que habéis propalado? Vosotros decís: “Así ha hablado el Señor”, cuando yo nada os he hablado» (Ezequiel XIII, 6-7). Nos por tanto los recibimos con piedad, exhortándolos a abandonar los engaños de la falsa revelación, a someterse ellos mismos y sus obras a la saludable autoridad de sus Prelados, y apresurar el retorno de los fieles cristianos al camino seguro de la obediencia y reverencia a sus pastores; y finalmente, a dejar a la vigilancia de la Santa Sede y las demás autoridades competentes la tarea de confirmar las costumbres piadosas que mejor se adapten al más pleno incremento de la vida cristiana en muchas parroquias de vuestras diócesis, y al mismo tiempo amonestar a aquellos sacerdotes que fuesen hallados culpables de hablar abusiva o despectivamente de los ejercicios y prácticas de piedad aprobadas por la Iglesia. Y Nos fuimos consolados al ver a los dos sacerdotes, movidos por Nuestra paternal ternura, arrojarse a nuestros pies y expresar su firme resolución de llevar a cabo Nuestros deseos con filial devoción. Entonces ellos Nos hicieron transmitir una declaración escrita que incrementó Nuestra esperanza que estos hijos engañados abandonarían sinceramente las ilusiones pasadas y volverían al buen camino:
«Nosotros (estas son sus palabras), siempre listos para cumplir la voluntad de Dios, que Su Vicario nos ha dejado tan claro, revocamos nuestra carta, que enviamos el 1 de febrero del presente año al Arzobispo de Varsovia, y en la que declarábamos que nos separábamos de él. Además, sinceramente y con la mayor alegría, profesamos que deseamos estar siempre unidos con nuestros Obispos, y especialmente con el Arzobispo de Varsovia, hasta donde Vuestra Santidad nos ordene. Además, como ahora estamos actuando en nombre de todos los Mariavitas, hacemos de esta profesión de entera obediencia y sujeción en el nombre no solo de todos los Mariavitas, sino de todos los Adoradores del Santísimo Sacramento. Hacemos esta profesión en una forma especial en nombre de los Mariavitas de Płock quienes, por la misma causa que los Mariavitas de Varsovia, escribieron a su Obispo una declaración de separación de él. Por tanto, todos postrados sin excepción a los pies de vuestra Santidad, profesamos una y otra vez nuestro amor y obediencia a la Santa Sede, y en una manera especial a Vuestra Santidad pedimos humílimamente perdón por cualquier dolor que podamos haber causado a vuestro paternal corazón. Finalmente, declaramos que queremos trabajar de una vez con toda nuestra energía para restaurar de inmediato la paz entre el pueblo y sus Obispos. Incluso, podemos asegurar que esta paz será restablecida muy pronto».
Fue, por tanto, muy grato para Nos poder creer que estos hijos nuestros, así perdonados, ni bien regresaran a Polonia pondrían en obra sus promesas, y por causa de esto Nos apresuramos a avisaros, Venerables Hermanos, que los recibáis a ellos y sus compañeros, ahora que ellos han profesado entera obediencia a vuestra autoridad, con la misma misericordia y restaurarlos según derecho, si sus acciones correspondían a sus promesas, a sus facultades para ejercer sus funciones sacerdotales.
Pero el evento ha engañado Nuestras esperanzas, porque hemos sabido por documentos recientes que ellos nuevamente abrieron sus mentes a revelaciones falsas, y que desde su regreso a Polonia, ellos no solamente no os han mostrado, Venerables Hermanos, el respeto y la obediencia prometidos, sino que han escrito a sus compañeros una carta contraria a la verdad y a la obediencia genuina.
Mas su profesión de fidelidad al Vicario de Cristo es vana en aquellos que, de facto, no cesan de violar la autoridad de sus Obispos. Porque (como Nuestro Predecesor León XIII de santa memoria escribió en su carta Est sane moléstum al Arzobispo de Turín el 17 de Diciembre de 1888), «Los Obispos constituyen la parte más augusta de la Iglesia, esto es, la que enseña y gobierna a los hombres por derecho divino; por este motivo, todo el que los resiste, o rechaza pertinazmente sus órdenes, queda separado de la Iglesia. […] Por el contrario, no es función de los particulares investigar los hechos de los Obispos, o reprenderlos, porque esto solamente pertenece a quienes les son superiores en el orden sagrado, sobre todo al Pontífice Máximo, pues a éste Cristo confió no sólo los corderos, sino también todas las ovejas. Todo lo más, en caso de una grave queja, se concede deferir todo el asunto al Romano Pontífice; pero hágase esto con moderada cautela, como aconseja el cuidado del bien común, no gritando ni amenazando, pues de esta manera se producen escándalos y divisiones, o por lo menos se aumentan los ya existentes».
Ociosa y engañosa es también la exhortación del sacerdote Juan Kowalski a sus compañeros en el error en nombre de la paz, mientras persista en su charlatanería e incitaciones a la rebelión contra los legítimos pastores y en descarada violación a los mandatos episcopales.
En ese caso, para que los fieles de Cristo y los denominados sacerdotes Mariavitas que están en buena fe no puedan ser desviados por las delusiones de la mujer anteriormente mencionada y del sacerdote Juan Kowalski, nuevamente confirmamos el decreto por el cual la sociedad de los Mariavitas, fundada ilícita e inválidamente, es enteramente suprimida, y Nos la declaramos suprimida y condenada y proclamamos que permanece en vigor la prohibición que impide a cualquier sacerdote, a excepción de aquel que en su prudencia el Obispo de Płock encargue para ser su confesor, tener bajo cualquier pretexto algo que ver con la mujer.
A vosotros, Venerables Hermanos, os exhortamos encarecidamente a acoger con paternal caridad a los sacerdotes errantes inmediatamente se arrepientan sinceramente, y a no rehusar llamarlos nuevamente, bajo vuestra dirección, a sus deberes sacerdotales, cuando ellos hayan probado debidamente ser dignos. Pero frente a aquellos que, no lo permita Dios, rechacen vuestras exhortaciones y perseveren en su contumacia, Nuestra preocupación será ver que sean tratados con severidad. Velad para reconducir al buen camino a los fieles cristianos que están ahora padeciendo bajo este engaño, para que puedan ser perdonados; y alentad en vuestras diócesis aquellas prácticas de piedad aprobadas, recientemente o hacía mucho tiempo, por documentos emitidos por la Sede Apostólica, y haced esto con la mayor prontitud ahora cuando por la bendición de Dios hay entre vosotros sacerdotes habilitados para ejercer su ministerio y fieles para emular el ejemplo de piedad de sus padres.
Y como testimonio de los dones celestiales y de nuestra benevolencia, con el mayor amor os damos in Dómino la Bendición Apostólica a vosotros, Venerables Hermanos, al clero y al pueblo todo confiado a vuestro cuidado.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 5 de Abril de 1906, año tercero de Nuestro Pontificado. SAN PÍO X.
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