lunes, 28 de diciembre de 2020

MES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA - DÍA VIGESIMOCTAVO

Tomado de la obra publicada por el P. Luis Ángel Torcelli OP, traducida y publicada por don Leocadio López en Madrid, año 1861, con aprobación eclesiástica.
 
MES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
   
         
ORACIONES INICIALES
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
℣. Abrid, Señor, mis labios.
℞. Desatad mi lengua para anunciar las grandezas de la Virgen Inmaculada, y cantaré las alabanzas de vuestra misericordia.
   
℣. Venid en mi auxilio, oh Reina inmaculada
℞. Y defendedme de los enemigos de mi alma.
    
Gloria al Padre, gloria al Hijo y al Espíritu Santo, que preservó inmaculada a María por los siglos de los siglos. Amén.
   
HIMNO
    
Coro: Oh Madre dulce y tierna
Oye la triste voz,
La triste voz del mundo,
Que te demanda amor.
   
I
Salve, salve, Inmaculada,
Clara estrella matutina,
Que los cielos ilumina
Y este valle de dolor;
Tú, con fuerza misteriosa
Por salvar la humana gente,
Quebrantaste la serpiente
Que el infierno suscitó.
    
II
Salve, salve, Madre mía,
Tú bendita por Dios eres
Entre todas las mujeres
Y sin culpa original.
Salve, ¡oh Virgen! esperanza
Y remedio apetecido
Del enfermo y desvalido,
Y del huérfano sin pan.
    
III
Tú del nuevo eterno pacto
Eres arca y eres sello;
Luz espléndida, iris bello
De la humana redención.
Tú llevaste en tus entrañas
El que dio a la pobre tierra
Paz y amor, en vez de guerra,
Y a sus crímenes perdón.
    
IV
Eres bella entre las bellas,
Eres santa entre las santas,
Alabándote a tus plantas
Coros de ángeles están.
Resplandece tu pureza
Más que el campo de la nieve,
Y de ti la gracia llueve
Sobre el mísero mortal.
    
V
Virgen cándida, cual lirio,
Eres fuente cristalina
Donde el triste que camina
Va a calmar la ardiente sed.
Gentil palma del desierto,
Que da sombra protectora
Al que su piedad implora
Consagrándole su fe.
   
VI
¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
En la tierra y en el cielo!
¡Gloria al que es nuestro consuelo,
Al Espíritu de Amor!
Y la Virgen sin mancilla
Siempre viva en la memoria,
Y en su honor repita Gloria
Nuestro amante corazón.
    
DÍA VIGÉSIMOCTAVO - EL SACRIFICIO DE LA INMACULADA
Tullit de fructu illíus et comédit. (Génesis III, 6).
          
El dolor y la desgracia son el acompañamiento del pecado; ¿cómo, pues, María, que fue concebida sin el menor vestigio de culpa, y cuya vida fue tan perfecta, pudo ser acometida por el dolor y la desgracia? Si Eva hubiese conservado el tesoro de la inocencia que Dios la había concedido, la habrían saludado con júbilo las generaciones inocentes y felices, у el dolor no hubiera penetrado en su corazón. Pero la Virgen María es inmaculada en medio de la desolación de los pueblos culpables, en el valle del llanto y de la muerte, ¿cómo podía resistir el contemplar tanta miseria? La gracia y la inocencia no hacen cruel un corazón nacido para amar, antes bien le perfeccionan, le enternecen y le inclinan a la compasión; y María, pura, inocente, inmaculada experimentó el colmo de los dolores. Dios, preservando a María de la culpa virginal, la hizo la más adecuada para ser madre de un Dios, y también para serlo del hombre de los dolores (Isaías LIII, 3). Pero era también conveniente, que así como una virgen criada inmaculada estuvo unida a Adán para sacrificar al género humano en el altar del orgullo, otra virgen siempre inmaculada se uniese a Jesucristo para la salvación de la humanidad, y sacrificase cuanto podía serla más querido en el altar de la humillación y de la cruz. Y así como Jesús, compadecido de nosotros, dio su misma vida, y se hizo el más despreciado y abyecto de los hombres, así también María se unió voluntariamente á aquel sacrificio, haciéndose la más desgraciada de las madres. ¡Qué sacrificio tan inmenso! ¡Una madre que entrega a la cólera de un Dios vengador del pecado a un hijo inocente, sobre el cual pesan las iniquidades de toda la tierra! ¡Una madre que asiste a la muerte de un hijo, que siendo el más hermoso de los hijos de los hombres, por el furor de las crueles turbas y los padecimientos, las heridas y las angustias llega a perder hasta la figura de hombre (Isaías LIII, 2)! ¡Una madre que por amor nuestro quiere compartir las penas del hijo; que por amor del hijo desea sufrir los dolores que la hacen más semejante a él, y deja rienda suelta a las aflicciones, como la deja al amor... el mismo torrente de amargura que inunda al hijo extiende sus aguas sobre ella; y la misma cruz en que se halla clavado, recibe también el corazón de María! Si traspasan su cabeza punzantes espinas, sus puntas destrozan también a María; si le presentan un cáliz de hiel y de vinagre, María bebe toda su amargura; si le atraviesan el costado de una lanzada, María siente en su pecho el golpe y la herida... ¡Ah!, no tengo corazón para contemplar a esta Madre desconsolada, y la pluma se me cae de la mano al considerar los dolores que la hizo sufrir un martirio, cuya intensidad sólo puede comprender una madre: el martirio del corazón... Pero la fuerza que falta a una criatura debilitada por el pecado, María, inmaculada y llena de gracia, la encontró en el fondo de su alma; su pecho pudo muy bien ser desgarrado por los más agudos dolores, pero no se abatió su fortaleza. Pues que su Hijo, abandonado del cielo y de la tierra, no tiene quien le consuele, tampoco quiso ella experimentar el consuelo del llanto, ni de ese abatimiento en que la naturaleza humana descansa algunas veces en la intensidad de los padecimientos; no, reunió todo su vigor para hacer frente a todo, y para compartir con su Hijo hasta el sacrificio de su corazón. ¿Qué sacrificio puede igualarle? Tiembla la tierra, pero no tiembla el pecho de una Virgen inmaculada; rómpese el velo del templo y se oscurece el sol, pero aunque atravesada de mil maneras en lo profundo de sus entrañas, no se oscurece la luz del entendimiento en una Virgen inmaculada; abrense los sepulcros en el luto del universo, pero no se abren sus labios a los lamentos del duelo, y mientras toda la naturaleza se confunde con la muerte de un Dios y el martirio de una inmaculada, ella misma, la inmaculada María, permanece inmóvil a los pies de la cruz, como el sacerdote del sacrificio, como si en aquella sublime actitud, quisiese hablar al mundo redimido, para decirle con su Hijo: «Todo está cumplido» (San Juan XIX, 30).
    
LAMENTACIÓN
¡Oh! ¿Cómo ha envuelto Dios en la nube del dolor a la hermosa Hija de Sion? ¿Cómo ha dejado viuda y abandonada a la ínclita Madre del primogénito de los elegidos?
El Señor la ha colmado de angustia por la multitud de nuestras maldades: ella, inmaculada, ha llevado el peso de nuestras iniquidades.
La han visto las turbas crueles y han despreciado su tristeza: ¿quién podrá expresar los afanes de la Madre dolorosa ?
Grande como el mar es su aflicción; pero no llora, porque se halla seco el manantial de sus lágrimas.
Extiende sus manos compasivas, y no encuentra quien la consuele: es demasiado alta la cruz en que pende su amado Jesús.
Recuerda María los días de la alegría, cuando estrechaba entre sus brazos a su amado, y los ángeles cantaban la gloria y la paz.
Ahora los ángeles de la paz lloran amargamente: la gloria se ha cubierto de confusión y de palidez.
¡Cómo ha cambiado el hermoso color del Hijo! Sus ojos, que inspiraban la vida, están lánguidos, y destilan sangre sus labios que pronunciaban palabras de eterna dulzura...
Su rostro más blanco y puro que la nieve so ha vuelto lívido y de color de muerte.
¡Venid, oh hijas de Sion, a ver a ese Unigénito que una Madre abrazó con el más santo de los amores, y ahora se ve obligada a dejarle en los brazos de una cruz!
¡Venid, oh hijas de Sion, a contemplar a esa Madre desconsolada, y decidme si hay dolor que iguale al suyo!
Se la ha caído de la cabeza la corona de estrellas; se ha oscurecido su resplandor; su corazón se halla traspasado de amargura.
Se halla rodeada de tinieblas la Madre que tenia por vestidura al sol: la Madre de Dios es considerada como la madre de un malhechor...
Dios se ha convertido en un fuerte armado en el día de su furor; traspasa al Hijo y a la Madre; la muerte del Unigénito puso el colmo al martirio de la inmaculada.
¡Llora, alma mía!, corran de tus ojos las lágrimas como dos fuentes: por mí fue martirizado un Dios, por mí fue martirizada la inmaculada María...
Vestíos de luto, oh vírgenes de la tierra: cubríos de ceniza, oh pueblos todos... la Reina de las vírgenes padece al pie de la cruz; la consoladora de las naciones se halla sin consuelo.
Convertíos, oh hijos de María; convertíos al sacrificio de una Virgen inmaculada.
    
ORACIÓN
¿Qué he hecho yo, oh María, para recome pensaros de tanto amor? Vos aceptasteis por mi el cáliz de las amarguras, de las desgracias y de los padecimientos... y yo, ¿qué he hecho por Vos? Con mis repetidas iniquidades he clavado en vuestro pecho la espada de dos filos, traspasando a un mismo tiempo vuestro corazón y el del amable Jesús. ¡Ah!, me hallo confundido... demasiado grandes son mi crueldad y mi ingratitud... ¡Pero vos sois una madre tan dulce y compasiva! Curad mis enfermedades, dad lágrimas a mis ojos, afectos de arrepentimiento a mi alma... cesaré una vez de seros ingrato, y uniéndome a vuestros dolores y a los padecimientos de mi Salvador, recobraré la salud que me ha comprado con su Sangre, y que Vos habéis ayudado a alcanzarme con el martirio de vuestro Corazón inmaculado. Tres Ave Marías.
   
CONCLUSIÓN PARA CADA UNO DE LOS DÍAS
 
Después de la Letanía Lauretana, se concluirá así: 
  
LATÍN
Tota pulchra es, María,
Et mácula originális non est in Te.
 
Tu glória Jerúsalem,
Tu lætítia Ísraël,
Tu honorificéntia pópuli nostri,
Tu advocáta peccatórum.
  
O María, Virgo prudentíssima,
Mater clementíssima,
Ora pro nobis,
Intercéde pro nobis ad Dóminum Jesum Christum.
  
℣. In Conceptióne tua, Virgo, immaculáta fuísti;
℞. Ora pro nobis, Patrem, cujus Fílium peperísti.
    
ORATIO
Deus, qui per immaculátam Vírginis conceptiónem dignum Fílio tuo habitáculum præparásti: † quǽsumus; ut, qui ex morte ejúsdem Fílii tui prævísa, eam ab omni labe præservásti, nos quoque mundos ejus intercessióne ad te perveníre concédas. Per eúmdem Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus, per ómnia sǽcula sæculórum. Amen.
 
TRADUCCIÓN 
Sois toda hermosa, María,
Y no hay en vos mancha original.
 
Sois la gloria de Jerusalén,
Sois la alegría de Israel,
Sois la honra de los pueblos,
Sois la abogada de los pecadores.
   
Oh María, Virgen prudentísima,
Madre de toda clemencia,
Rogad por nosotros,
Interceded por nosotros con Jesucristo, nuestro Señor.
   
℣. En vuestra concepción, Virgen Santísima, fuisteis inmaculada.
℞. Rogad por nosotros al Padre, cuyo hijo disteis a luz. 
   
ORACIÓN
Dios mío, que por medio de la inmaculada concepción de la Virgen preparasteis una habitación digna para vuestro Hijo, concedednos por su intercesión que conservemos fielmente inmaculado nuestro corazón y nuestro cuerpo para vos, que le preservasteis de toda mancha. Por el mismo Jesucristo, Señor nuestro. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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