viernes, 6 de octubre de 2023

MES DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS – DÍA SEXTO

Compuesto por el Rev. P. Aniceto de la Sagrada Familia OCD en el año 1925.
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, con el corazón partido por el dolor que me causan los pecados cometidos contra Ti, vengo a pedirte perdón de ellos. Ten piedad de mí, oh Dios; según la grandeza de tu misericordia y según la muchedumbre de tus piedades, borra mi iniquidad. Mira mi humillación y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Espero de tus bondades que no entrarás en juicio con tu siervo. porque no hay entre los vivientes ninguno limpio, en tu presencia, y que me perdonarás todas mis culpas, y me darás la gracia para perseverar en tu santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Jesús! Maestro sapientísimo en la ciencia del amor, que aleccionaste en la escuela de tu corazón adorable a tu pequeñita esposa Santa Teresita del Niño Jesús, haciéndole correr por la senda del amor confiado hasta llegar a la cumbre de la perfección, yo te ruego te dignes enseñar a mi alma el secreto del Caminito de infancia espiritual como a ella se lo enseñaste; para esto vengo en este día a tu soberana presencia a meditar los ejemplos admirables que nos dejó tu regalada Santita. Escucha benigno las súplicas que ella por nosotros confiadamente te dirige. ¡Oh Jesús, si pudiera yo publicar tu inefable condescendencia con todas las almas pequeñitas! Creo que si, por un imposible, encontraras una más débil que la mía, te complacerías de colmarla de mayores gracias aún, con tal confiara por entero en tu infinita misericordia, Mas ¿por qué, Bien mío, deseo tanto comunicar los secretos de tu amor? ¿No fuiste tú solo quien me los enseñaste? ¿Y no puedes revelarlos a los demás? Ciertamente que sí, y puesto que lo sé, te conjuro que lo hagas: te suplico que fijes tus divinos ojos en todas las almas pequeñitas, y te escojas en este mundo una legión de Víctimas pequeñas dignas de tu amor… Dígnate escoger a la pobrecita de mi alma para el número de esa legión y haz, por tu piedad que, atraída por la fragancia de las virtudes de tu esposa, corra por la senda del bien hasta llegar a la perfección del amor. Amén.
   
DÍA SEXTO – 6 DE OCTUBRE
MEDITACIÓN: PENSAMIENTO SALUDABLE
Statútum at homínibus semel mori (S. Pablo, a los Hebr., 1X-27)
Establecido está que el hombre muera una sola vez.

Entre las cosas que espantan con terrores inexplicables al hombre, es sin duda la muerte. Millares de generaciones de seres inteligentes han intentado descifrar esa enigmática mancha de la muerte que aparece en el cuadro de la vida; han querido explicar el porqué de esta nota desacordada en el himno de gloria que todo el universo canta a la Divinidad, y no lo han conseguido; y lo que es peor, han procurado exasperar a la humanidad doliente y afligida con sus irracionales e incomprensibles afirmaciones.
   
El dolor explícalo la escuela estoica, diciendo que no es más que vana palabra del convencionalismo humano para cubrir la cobardía del hombre. «Goza, ríe cuánto puedas, corona tu cabeza de flores y da a tus sentimientos las satisfacciones posibles, pues la vida no es más que un camino angosto sembrado de algunas flores y al fin la sima profunda de la muerte», dice el filósofo materialista.
   
«Sufre —añade el fatalista—, eres un miserable juguete en manos de los dioses que ellos a su placer se han fabricado para distraerse contigo. Si quieres ser prudente, lo único que debes hacer es procurar acomodarte a este papel y representar del modo más agradable las puerilidades a que te sujeten». ¡Oh!, confieso que en la deplorable situación en que la muerte, colocan al hombre estas explicaciones, a las que tan sólo recurren los mortales la desesperación en sus manos el instrumento homicida, y den fin a una vida miserable para dormir tranquilos en los brazos maternales de la nada.
 
Los santos, esas almas privilegiadas que respiran en un ambiente de fe y amor, ese ambiente que, diría Pascal, viene hasta nosotros en una ribera feliz, de la ribera hermosísima de la religión, han sabido descifrar el espantoso enigma que la mano implacable de la muerte viene escribiendo en el libro de la vida humana con la pluma del dolor. Reciben la muerte como una señal de libertad y un tributo de adoración. Así cantan si no el Aleluya de la adoración, el Amén de la resignación.
   
Este modo de proceder cristiano encierra la sublime sabiduría de convertir en medios de santificación los efectos del pecado. Sabiduría que no dejó de reconocería el mismo Platón cuando decía: «La más excelente filosofía es la meditación de la muerte aceptándola como tributo a los dioses». Y S. Basilio dice que «es prudencia de hombres discretos saber sufrir y soportar la muerte» (Sermo II de vita Christi) Porque, ¿no sería insigne bobería saber que cl dolor y la muerte son infalibles en el estado presente, y, ofreciéndosenos como medio de salud espiritual, nos empeñásemos en sufrirlos sin fruto? A las almas que como la de Santa Teresita, les ha sido lado el comprender el rico tesoro que se encuentra en el dolor, lo ambicionan como pudiera el hombre más avariento desear los tesoros del mundo, y tienen su dicha mayor en sufrir. «El padecer unido al amor es la única cosa deseable en este valle de lágrimas» (Carta IX a los Misioneros). «No vayamos a creer que encontraremos el amor sin el sufrimiento. A nuestra naturaleza le repugna el dolor; esta aversión es natural; pero, ¡cuán grandes tesoros reportamos del sufrimiento!» (Carta V, a Celina). ¡Ah! Creo que sólo se necesita resignación para vivir... Para morir, lo que experimento es alegría....
   
La muerte de semejantes almas es muy suave y dulce, más que les fue la vida espiritual toda su vida: porque mueren con ímpetus y encuentros sabrosos de amor, como el cisne que canta más dulcemente cuando se quiere morir. Que por esto dijo David que la muerte de los justos es preciosa a los ojos del Señor.
   
Medítese un momento y pídase la gracia que se desea recibir.
   
EJEMPLO: LA SANTITA SE APARECE A UNA MADRE MORIDUNDA, Y LE AYUDA A HACER EL SACRIFICIO DE SU VIDA
X (Var) 10-8-1920.
El mes de marzo último encargarnos al Carmen de Lisieux una novena de misas a fin de obtener que mi queridísima mamá tuviera un parto feliz. La gracia nos fue concedida; pero el 5 de Julio, tres meses después del nacimiento de mi hermanito Juan, tuvimos que asistir a la muerte de mi querida mamá. Muerte verdaderamente predestinada.
  
Acabábamos de empezar una novena a Sor Teresita esperando siempre un milagro; pasé la noche junto a mamá que estaba en la agonía. Por la mañana recibió la extremaunción con piedad conmovedora y nos hizo sus recomendaciones. De pronto. por la tarde tas tren, se incorporó sobre la cama, lo que no habla podido hacer en mucho tiempo: su mirada estaba iluminada, y dirigiéndose a un ser misterioso que parecía estar al pie de su cama exclamó: «¡Oh, Sor Teresita del Niño Jesús, venís a curarme para mi Juanito, vos me lo habéis enviado! Sois vos, ¡oh Sor Teresita!, la que vais a curarme». Tres veces repitió su invocación: después su cabeza cayó de nuevo sobre la almohada. Pero la celeste mensajera le había hecho sin duda conocer que Dios la llamaba, porque con una voz llena de paz y resignación, murmuró: «Hágase, Dios mío, tu voluntad...». Estas fueron sus últimas palabras.
Srta. H.

JACULATORIA: ¡Oh buen Jesús!, en el postrer momento no seáis mi Juez, sino mi Salvador.

ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh virgen graciosa!, que recibiste la noticia de la muerte con la alegría de los justos, alcánzame que llegada para mí la hora de mi muerte merezca como tú exclamar con todo el fervor de tu corazón amante: «¡Oh Dios mío, qué bondad más grande tenéis para con esta pequeña víctima de vuestro misericordioso amor! Ni siquiera en este momento en que juntáis el tormento exterior a las rudas pruebas de mi alma, puedo decir: Cercáronme dolores de muerte» (Salmo XVII, 5), sino que exclamo, poseída de reconocimiento: «Aunque caminase yo por medio de las sombras de la muerte, no temeré ningún desastre; porque tú estás conmigo, Señor». Y para más obligarte, te recuerdo tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes:
  
DEPRECACIONES
  • ¡FIorecilla de Jesús, que con tus perfumes virginales atrajiste hacia ti las miradas del Esposo divino, haz que nuestras plegarias merezcan la bendición del cielo! Padrenuestro y Avemaría.
  • ¡Virgen graciosa!, que supiste iniciarte en el corazón del Rey celestial, oyendo de sus labios divinos «Todo lo mío es tuyo», haz que se derrame sobre mi corazón la gracia de tu protección poderosa. Padrenuestro y Avemaría.
  • ¡Oh celestial criatura!, que nos prometiste que tus oraciones serían en cl cielo bien recibidas, ruega por nosotros y arroja la abundancia de gracias sobre nuestras almas, como la lluvia de rosas que prometiste hacer caer sobre la tierra. Padrenuestro, Avemaría y Gloria Patri.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Jesús! Atraído suavemente por el imán poderoso de tu amor a la escuela donde tus manos graciosas señalan a las almas el camino de la virtud infantil, tomo la resolución de poner en práctica tus enseñanzas a imitación de tu pequeñita esposa Santa Teresita. ¡Oh Jesús divino! Tú, misericordiosamente, te dignaste mirarla, y con solo la mirada de tus ojos claros, serenos, vestida la dejaste de tu hermosura. Dígnate, pues, te lo pido con fe, recompensar este devoto ejercicio, con la dulce y misericordiosa mirada dc tus ojos divinos. «Mas qué digo, ¡Jesús mío! Tú sabes muy bien que no es la recompensa la que me induce a servirte, sino únicamente tu amor y la salvación de mi alma». Te lo pido por la intercesión de tu florecilla regalada. ¡Oh querida Teresita! Es preciso que ruegues por mí, para que el rocío de la gracia se derrame sobre el cáliz de la flor de mi corazón, para fortalecerlo y dotarlo de todo cuanto le falta. ¡Adiós, florecilla de Jesús! Pide que cuantas oraciones se hagan por mí, sirvan para aumentar el fuego que debe consumirme. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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