sábado, 19 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA DECIMONOVENO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA DECIMONOVENO – LOS ÁNGELES CUSTODIOS NOS ILUMINAN Y EXCITAN A LAS BUENAS OBRAS

MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que poseyendo los Ángeles custodios una ciencia y un poder tan grandes, que exceden a los débiles alcances de nuestra flaca razón, no quieren emplear estos excelentes dones en otra cosa que en nuestro propio bien: a este fin procuran ilustrar nuestras inteligencias en el camino de la virtud fortaleciendo nuestra fe con sus celestiales luces, aclarándonos sus misterios, y persuadiendo nuestras voluntades hasta conseguir que por sí mismas libremente elijan el bien y huyan del mal. Para alcanzar estos nobles fines no hacen más que mover nuestra imaginación, produciendo en ella las más hermosas y encantadoras imágenes de la virtud, o representándonos los vicios bajo las formas más repugnantes y monstruosas; en el sueño excitan vivamente nuestra fantasía con visiones tan halagüeñas acerca de los misterios de Jesús, de María Santísima o de los Santos, que al despertar quedan hondamente grabadas en el alma; y nos sentimos con alientos poderosos para cumplir nuestros deberes y con sumo fervor para los actos de piedad. En nuestras dudas y perplejidades sobre el partido que hemos de tomar en los negocios humanos para no obrar contra la ley de Dios; ellos son los que nos iluminan y dirigen cuando no bastan los consejos de personas ilustradas o ilustran la razón de aquellos a quienes consultamos nuestros asuntos. A los que son perezosos en la práctica de la virtud o se ponen en peligro de caer del estado de gracia en pecado, los Ángeles los estimulan eficazmente, haciéndoles conocer con claridad la ingratitud a los beneficios divinos y el riesgo en despreciar las cosas pequeñas. Otras veces ponen a la vista los buenos ejemplos de algún compañero, excitando interiormente a imitarlos. A veces ilumina al confesor sobre el estado de conciencia de su penitente, o hace ver claramente y comprender lo que se lee en los buenos libros. Producen otras ocasiones cierto gusto y alegría sensible, que dura algún tiempo después del cumplimiento de un deber o de la práctica de un acto de piedad. En todas partes y en todos tiempo el Ángel custodio se manifiesta nuestro maestro, nuestro doctor, nuestro guía; y si nuestra fe fuese más viva, siempre nos volveríamos hacia él con sumo respeto para pedirle sus santas inspiraciones, sus luces celestiales y su eficacia poderosa; mas desgraciadamente de nadie nos olvidamos con tanta frecuencia como de este ilustre compañero y sabio director; prometamos pues, ser de aquí en adelante más atentos con nuestro Ángel custodio.
    
PUNTO 2º. Considera que la misión del Ángel de la guarda no es otra, en cierto modo, que la misión de Nuestro Señor Jesucristo respecto de todos los hombres, pues nuestro Salvador no ha venido al mundo sino a enseñarnos el camino del Cielo, a exhortarnos a entrar en él por medio de la fe y de las buenas obras; y no otra cosa que esto, es lo que hacen nuestros Ángeles custodios. Así lo enseñan los santos Padres, cuya autoridad en este punto como en otros muchos, jamás debemos despreciar, porque es de algún modo la autoridad de la Iglesia y por tanto la de Dios mismo. Oigamos sobre este particular a San Lorenzo Justiniano: «Los Ángeles, dice, no cesan de trabajar por nuestra salvación de todas las maneras posibles. Nos enseñan a obedecer a Dios, a someternos a nuestros superiores, a amar la paz, a querer la humildad y odiar todo lo que ellos saben ser opuesto a la virtud». San Atanasio llama a los Ángeles custodios «los preceptores de los mortales». «Siempre nos están presentes, dice San Agustín, nos ilustran con saludables inspiraciones». Así todo Ángel custodio puede decir a su protegido lo que el Arcángel Gabriel decía a Daniel: «He aquí que he bajado del Cielo para inspirarte». Examinemos cuántas veces hemos despreciado las santas inspiraciones de nuestros celestiales compañeros, y prometamos la enmienda para lo sucesivo, que es tan grande el amor que nos tiene este Ángel que por más que hayamos cerrado nuestros oídos a sus dulces reclamos, él nos perdonará y seguirá aún con mayor celo comunicándonos sus luces para que le sigamos doquiera que él nos lleve, que será siempre a la verdad y al bien.
    
JACULATORIA
Ángel custodio, dignaos inspirarme siempre en todos mis actos para que no piense, hable ni obre sino lo que a vos agrada y a la Majestad divina.
   
PRÁCTICA
Cuando sintáis interiormente algún buen pensamiento o deseo de dar una limosna, un buen consejo o practicar algún acto de piedad o de alguna virtud; no lo rechacéis, porque es una santa inspiración del Ángel de vuestra guarda. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Oh, Ángel custodio mío, a quien la Providencia divina ha constituido, mi consejero, maestro y director, os tributo los más sinceros homenajes de reconocimiento por las innumerables inspiraciones con que os habéis dignado ilustrar mi entendimiento, y por los tiernos y suaves impulsos con que habéis inclinado mi corazón hacia el bien y la virtud. Os ruego me perdonéis que haya yo correspondido tan mal a estos amorosos cuidados, y humildemente os pido me alcancéis de Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, las divinas luces par a poder caminar con seguridad por entre las espesas tinieblas de este mundo hasta ser inundado en el torrente de esplendores inmortales y eternos. Amén.
 
EJEMPLO
Un día que celebraban grandes regocijos en Roma y asistía a ellos el emperador Diocleciano, un comediante por nombre Ginés, creyó que no divertiría mejor a la corte impía que remedando por burla las ceremonias del santo Bautismo. Apareció echado en el teatro, como si estuviera enfermo, y pidiendo le bautizasen para morir tranquilamente. Presentáronse otros dos comediantes disfrazados, el uno de sacerdote, y el otro de exorcista, quienes acercándose a la cama, dijeron a Ginés: «Hijo, ¿por qué nos haces venir?». Al instante se siente trocado el corazón de Ginés y responde seriamente: «quiero recibir la gracia de Jesucristo, y por la santa regeneración obtener el perdón de mis pecados». «¡Bravo!», exclaman todos: «¡qué bien desempeña su papel!». Hiciéronle las ceremonias del bautismo; y cuando le hubieron puesto el vestido blanco, continuaron algunos soldados la farsa, lo conducen preso al emperador para ser preguntado como los mártires. Ginés aprovechándose de la facilidad natural que tenía para hablar, con un aire y tono inspirado, arengó al público desde el lugar elevado en que se hallaba: «Escuchad, emperador y cortesanos, senadores, plebeyos, todas las órdenes de la orgullosa Roma, escuchadme. Antes cuando oía pronunciar el nombre de Jesucristo, temblaba de horror y ultrajaba cuanto en mí cabía a los que profesaban esta religión; hasta tenía aversión a muchos parientes y allegados míos a causa del nombre cristiano, y detestaba el cristianismo hasta el punto de instruirme en sus misterios, como habéis podido verlo, a fin de hacer burla de ellos públicamente; pero así que el agua del bautismo ha tocado mi carne, mi corazón se ha mudado, y a las preguntas que se me han hecho he contestado sinceramente lo que creía. He visto una mano que se extendía desde lo alto de los cielos, y Ángeles brillantes de luz que estaban sobre mí. Han leído en un libro terrible todos cuantos pecados cometí desde mi infancia; los han borrado luego y en seguida me han mostrado el libro mismo más blanco que la nieve. Oíd, pues, ¡oh grande emperador y vosotros espectadores de toda condición!, a quienes mis juegos sacrílegos han excitado a reíros de estos divinos misterios: yo soy más culpable que vosotros; pero creed ahora conmigo que Jesucristo es el Señor Dios de cielos y tierra, sólo digno de nuestra adoración y tratad también de obtener misericordia de Él». El emperador Diocleciano igualmente irritado que sorprendido, hizo primero dar de golpes a Ginés, después le remitió al prefecto Plauciano, a fin de obligarle a sacrificar a los ídolos. El prefecto empleó inútilmente tormentos espantosos, Ginés clamaba constantemente: «No hay Señor comparable al que acaba de aparecerme; le amo y le quiero con toda mi alma; aunque tuviera que perder mil vidas, nada me separará de Él: jamás los tormentos me quitarán a Jesucristo de la boca ni del corazón; siento el más vivo pesar de todos mis extravíos pasados y de haber comenzado tan tarde a servirle». Viendo que su elocuencia hacia tanta impresión, se dieron prisa a cortarle la cabeza (Vidas de los Santos).
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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