miércoles, 23 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA VIGESIMOTERCERO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA VIGÉSIMOTERCERO – TEMOR A NUESTROS ÁNGELES CUSTODIOS
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que, si el amor y beneficios continuos que los Ángeles custodios nos dispensan, no son suficientes a enmendar nuestra vida y a tributarles los homenajes de respeto y veneración que les son debidos, al menos muevan nuestra insensibilidad su indignación y justa cólera por las que castigarán nuestra ingratitud. Consideremos que estos mismos habitantes del Cielo, que, como hemos visto, llevan allá nuestras plegarias y buenas obras para traernos en cambio abundantes bendiciones y gracias; también saben llevar nuestros pecados y crímenes. Ellos serán los que un día en contra nosotros testimonios irrefragables acerca de nuestra mala conducta. «Entonces se abrirán los libros», dice la Escritura, presentaránse los Ángeles custodios, y se leerá en su espíritu y memoria, como en registros vivientes, un diario exacto de nuestras acciones y vida criminal. San Agustín es quien lo dice, «Que nuestros crímenes están escritos, como en un libro en el conocimiento de los espíritus celestes, los cuales están destinados a castigar los crímenes». ¡Cuántas maldades horribles se pondrán de manifiesto a un solo golpe de vista, y cuán grande será la vergüenza de nuestra vida delante no sólo de la hermosura de Dios, sino en presencia de la belleza incorruptible de estos espíritus puros, que nos echarán en cara sus asiduos y amorosos cuidados!; ¡con que fuerza harán patente la enormidad de nuestras faltas; pues no sólo el Cielo y la tierra se habrán irritado contra nosotros; sino que aún nosotros mismos no podremos sufrirnos! ¡Ah! Sí, temblemos, temblemos porque el Ángel que está a nuestro lado, este guardián fidelísimo, tomará parte contra nosotros; pues, el alma que se le ha encomendado se hallará entonces perdida y desesperada, sentirá el más completo abandono y la soledad más espantosa, viendo a sus mejores amigos levantarse contra ella. Estos caritativos compañeros pueden llegar a ser, por culpa nuestra, nuestros perseguidores porque nuestros pecados habrán convertido en contra nuestra todo aquello que se nos había dado para nuestra salud eterna. El Salvador se tornará en Juez inflexible, su sangre derramada por nuestro perdón clamará venganza contra nuestros crímenes. Los Sacramentos, estas dulces fuentes de gracia, se volverán contra nosotros fuentes de maldición. El cuerpo de Jesucristo, manjar de inmortalidad, llevará a nuestras entrañas la eterna condenación; pues es tal la malicia del pecado, que cambia en veneno mortal y en peste horripilante los remedios más saludables: no nos asombremos, pues, de que los Ángeles custodios puedan convertirse en nuestros perseguidores y enemigos implacables.
    
PUNTO 2º. Considera, que no solamente son temibles nuestros Ángeles custodios en el día del Juicio, sino que también mientras vivamos en el mundo deben inspirarnos temor: porque si son instrumentos de la misericordia de Dios, son también instrumentos de su justicia y están dotados de un poder extraordinario, del cual hacen uso cuando y como el Señor les ordena. Así leemos en la Santa Escritura que, en una sola noche, un Ángel mató a los primogénitos de los egipcios: y en otra noche otro Ángel mató igualmente hasta ciento ochenta y cinco mil soldados en su campamento. Mas esto nada tiene de asombroso, porque un solo Ángel, merced al poder que tiene por su naturaleza, bastaría para dar muerte en pocos momentos a todos los hombres. Pero nuestro temor debe crecer al considerar que Dios les ha dado poder para castigar nuestros pecados; y aunque no sepamos que usan con frecuencia de este poder, basta que sepamos que lo poseen para que esto sea ya un motivo temerles, pues aunque no lo usaran más que raras veces, los golpes que en extremo sensibles y dolorosos; porque podrían, por ejemplo, privarnos de nuestros bienes, de algún miembro de nuestro cuerpo, o finalmente de nuestra salud. Consideremos, pues, que el Ángel custodio, testigo perpetuo de nuestras acciones y celoso por el cumplimiento de la justicia divina, está pronto a castigarnos a la menor señal de Dios. Como se le preguntara a un venerable solitario, cuál era su práctica diaria favorita, respondió: «Me considero como si mi Ángel estuviera delante de mí y me vigilo a mí mismo, acordándome de lo que está escrito: Vela siempre a mi Señor en mi presencia porque está a mi lado para que no me turbe, le temo porque él observa todo lo que hago, y cada día sube hacia Dios para darle cuenta de mis oraciones y de mis palabras».
    
JACULATORIA
Ángel de mi guarda, ministro de la Misericordia como de la Justicia divinas, haced que os ame y os tema siempre.
    
PRÁCTICA
En las oraciones de la noche, practicad actos de temor a vuestro Ángel custodio, en particular cuando hayáis tenido la desgracia de caer en algún pecado grave. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Ángeles de nuestra guarda, espíritus poderosos, en cuyas manos vibra la espada vengadora de la Justicia divina, no descarguéis sus golpes sobre nosotros, infelices pecadores, que la hemos provocado con nuestros delitos. Miradnos aquí postrados, llenos de temor por haberos afligido tanto con el endurecimiento de nuestros corazones; pero ahora queremos alegraros con las lágrimas de nuestra penitencia; a fin de que borréis del libro de nuestra vida todos los pecados que hemos cometido, y nos presentéis un día ante el trono de Dios cubiertos con la cándida vestidura de la gracia para alabarle eternamente. Amén.
 
EJEMPLO
Juan Correa, jovencito jesuita de extraordinaria virtud, visible y familiarmente tenía la dicha de tratar con el Ángel de su guarda; con él consultaba sus dudas, de él recibía lecciones: eran como dos amigos íntimos. El Ángel solía despertar a Juan todas las mañanas, más un día se mostró éste un poco remiso y no obedeció con la prontitud de siempre. La falta no era muy grave, sobre todo estando el pobre joven fatigado de un largo y penoso camino hecho a pie por las sierras y bosques vírgenes de América; sin embargo, su amante ayo pensó de otra manera. ¿Qué castigo le daría? El que podía serle más sensible: se le ocultó por unos cuantos días, y luego que a fuerza de súplicas y lágrimas volvió amostrársele, le reprendió severamente su negligencia (P. Rafael Pérez SJ).
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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