lunes, 21 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA VIGESIMOPRIMERO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA VIGÉSIMOPRIMERO – AMOR Y GRATITUD QUE DEBEMOS A LOS ÁNGELES CUSTODIOS
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera alma mía, que los deberes que nos ligan a nuestros Santos Ángeles custodios son más imperiosos y más íntimos que los que tenemos para con los demás Ángeles y santos del Cielo, porque, aunque tengan estos sobrados títulos para merecer nuestro amor y respeto, no tienen sobre nosotros autoridad divina ni nos cuidan con más solicitud perseverante desde la cuna hasta el sepulcro, pues así como cuando un padre entrega a su hijo a un ayo para que lo eduque, traslada a él los deberes de la paternidad cunado es conveniente para el fin que propone, de la misma manera Dios, al entregarnos a los Ángeles custodios para que nos guíen y enderecen en esta vida mortal, les ha comunicado su autoridad soberana cuanto es necesario para la consecución de nuestro último fin, o sea, nuestra eterna felicidad. Debemos, por consiguiente, considerarlos revestidos de autoridad divina sobre nosotros; tienen el derecho que Dios les ha dado, y a nosotros nos corresponde el deber de considerarlos como sus representantes. Y como desempeñan fielmente su noble misión, derramando a manos llenas sobre nosotros la abundancia de sus favores, de aquí nacen los deberes de amor y gratitud que para con ellos tenemos. En primer lugar, el amor, porque el motivo más poderoso para amar es el amor mismo, por esto se ha dicho que el amor engendra amor: «Si vis amári, ama: Si quieres ser amado, ama tú también». Los Ángeles custodios nos aman de un modo tiernísimo que no podemos comprender; porque somos como ellos criaturas inteligentes y libres, y la semejanza de naturaleza siempre engendra amor; nos aman porque han visto a Dios amarnos hasta el punto de darnos a su Hijo, y han visto a la vez a este Hijo dar su vida por rescatarnos y hacerse amar por nosotros durante toda la eternidad; más como el amor sólo se corresponde con amor, debemos también nosotros amar a nuestros Ángeles custodios. Todavía más, aun suponiendo que ellos no nos amasen, nos bastaría saber que Dios los ama por ser criaturas las más perfectas que ha sacado de la nada. ¿Y no sería justo que nosotros amásemos lo que Dios ama? Lo que es digno del amor divino ¿No sería con mayor motivo digno del nuestro? Por otra parte, si el conjunto de las cualidades que constituyen el mérito de una persona produce en nosotros amor, cuan grande debe ser el amor que profesemos a nuestros Ángeles de guarda: puesto que cuanto mayores y más excelentes son las cualidades que adornan a una persona, tanto más amable la hacen. ¿Y quién duda, como se ha demostrado ya en los días anteriores, que la nobleza, sabiduría, gracia, santidad, poder, hermosura, y demás bellas dotes que forman un armonioso conjunto se encuentran reunidas en nuestros Ángeles custodios? Son, por tanto, indiscutibles y por lo mismo puestos fuera de duda los hermosos títulos que hacen acreedores a nuestro amor a los Ángeles custodios.
    
PUNTO 2º. Considera, en segundo lugar, que siendo la gratitud el reconocimiento de los beneficios dispensados; a nadie después del amable Jesús y de su santísima Madre, debemos mayor gratitud que a nuestro Santo Ángel custodio; porque después de nuestro Salvador y de María, de nadie hemos recibido mayores bienes y más esmerada solicitud que de nuestro celeste protector y perpetuo compañero. Para persuadirnos bien de este deber, nos bastaría recordar los oficios que desempeñan con nosotros: ellos nos purifican, nos iluminan y perfeccionan, nos libran de los peligros de alma y cuerpo, ofrecen a Dios nuestras buenas obras, bajan del Cielo a la tierra, llenos de bendiciones y gracias que derraman en nuestras almas, excusan nuestras faltas delante de Dios, nos asisten, en una palabra, de día y de noche prodigándonos toda clase de atenciones y cuidados. En vista de tantos y tan continuos beneficios que nos dispensan, ¿podremos negarles nuestros sentimientos de gratitud? ¡Ah! Seríamos entonces más ingratos que las mismas fieras, pues los historiadores refieren ejemplos sorprendentes de esta hermosa virtud dados por algunos animales. Resolvámonos, pues, a ser de hoy en adelante más agradecidos a nuestros Ángeles custodios, y a corresponder con amor más crecido a todos sus tiernos y amorosos desvelos; así se redoblará más y más su vigilancia hasta ponernos en posesión del reino celestial.
    
JACULATORIA
Santos Ángeles custodios, que sois nuestra luz, nuestros protectores, nuestros consejeros y nuestros guías, recibid los homenajes de nuestro reconocimiento y rogad por nosotros.
   
PRÁCTICA
Siempre que salgáis bien de algún lance apurado, o tenga un éxito feliz la empresa que acometáis, acordaos de que el Ángel de vuestra guarda ha tomado parte muy especial y dadle las más finas gracias. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Amorosísimo Ángel de mi guarda, representante de Dios en la tierra para dirigir todos mis pasos hacia el bien y apartarme con tierna solicitud de los caminos del mal; ¿con qué amor podré corresponderos tantos y tan afectuosos cuidados, como de continuo me estáis prodigando desde que vine a este mundo? ¿Y cómo podré daros los más vivos testimonios de gratitud que merecéis, cuando apenas alcanzo a entender o vislumbrar la grandeza de vuestros beneficios? ¡Ah! Vos, Ángel mío, bien conocéis mi impotencia y ceguera para no exigir de mí los homenajes de reconocimiento que os corresponden, por tanto, sólo os ruego me alcancéis de Dios la gracia de dejarme regir y gobernar de vos según el beneplácito divino. Amén.
 
EJEMPLO
Santa Francisca Romana, que floreció a mediados del siglo XV, gozaba constantemente de la presencia visible del Ángel de su guarda. Veíale a su lado en forma de un lindísimo niño, de cuyo rostro nacían tan vivos resplandores, que para ella nunca había noche. Sus ojos elevados al Cielo, sus labios sonreían dulcemente, sus cabellos de oro flotaban graciosamente con la brisa, sus manos cruzadas sobre el pecho, sus vestiduras aparecían unas veces cándidas como la nieve, otras como el azul del cielo y otras del color de la púrpura. Dichosísima vivía la santa al lado de tan sin par compañero; pero si alguna vez cometía alguna ligera falta, se ausentaba de ella hasta que la expiaba. Otras veces que por atender al cumplimiento de alguna obligación tenía que suspender el rezo del santo Rosario o del Oficio parvo de la Santísima Virgen, al volver hallaba que el Ángel tenía escrito con letras de oro lo que había dejado de concluir: tanto agrada a los Ángeles la exactitud en atender a los propios deberes (P. Rafael Pérez SJ).
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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