jueves, 17 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA DECIMOSÉPTIMO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA DECIMOSÉPTIMO – LOS ÁNGELES CUSTODIOS
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que si Dios ha atendido al gobierno de la naturaleza corpórea encargando a los Ángeles de su dirección, con más amorosa solicitud ha debido atender al gobierno de los hombres, criados a su imagen y semejanza, enriquecidos con los dones del entendimiento y de la voluntad y destinados a una bienaventuranza sobrenatural y eterna; pues la Providencia divina, que es como el compendio y reunión de las tres distinguidas perfecciones que nosotros adoramos en Dios: el poder infinito, la sabiduría incomprensible y la bondad inestimable; las hace patentes de un modo admirable al emplear a los Ángeles en nuestra dirección y cuidado. Muestra su poder y grandeza a semejanza de un rey en cuyo palacio no sólo los que forman su escolta, sino aun los que se ocupan en los más humildes servicios, son grandes e ilustres príncipes. Así en el reino de Dios, no solamente los que constituyen su corte en el Cielo, sino los que sirven a los fieles en la Iglesia, pertenecen al gremio de los nobles y excelentes espíritus Angélicos. Manifiesta su sabiduría, de la cual es propio conservar, dirigir y perfeccionar las cosas particulares por las universales, las corpóreas por las espirituales, las inferiores por las superiores, las menos perfectas por las más perfectas, como se indicó en el día de ayer; así vemos que nuestras acciones y razonamientos son dirigidos por los principios generales, que el cuerpo y las pasiones están bajo el gobierno del alma, que los elementos y las criaturas sublunares siguen las influencias de los astros; mas los Ángeles son criaturas más nobles, inmateriales y perfectas que los hombres, pues son como los primogénitos en este mundo, que es la gran casa de Dios: por consiguiente, deben dirigir a sus pequeños hermanos. Muestra su bondad dignándose comunicar a sus criaturas un rayo de su soberanía, y llamarlos a la participación de su corona, asociándolas a la dirección de las demás criaturas, y sirviéndose de su concurso y ministerio para ejecutar lo que Él solo por sí mismo podría hacer, pues solamente un exceso de bondad le puede obligar a esto.
    
PUNTO 2º. Considera que la fe misma nos enseña que cada hombre, sin excepción, sea impío, infiel o réprobo, tiene un Ángel de guarda, y la Iglesia infalible apoyada en los testimonios de la Santa Escritura, no sólo propone a los fieles esta creencia, sino que también ha establecido una fiesta el día 2 de Octubre para honrar a los Santos Ángeles custodios. No podía ser de otro modo: un alma vale más que un mundo a los ojos de Dios, y por esto su providencia destina a cada una un espíritu vigilante y protector, amigo invisible que jamás se aparta de su lado, y la acompaña siempre desde la cuna hasta el sepulcro, es decir, desde que nace el hombre hasta que muere, con una solicitud tan exquisita que, según el Sagrado Texto, no se duerme jamás en su puesto, nos protege en todos nuestros caminos, nos lleva en sus manos para que no tropiecen nuestros pies, y aparta la saeta arrojada contra nosotros en el día y la malicia que nos rodea en las tinieblas. Los pasajes en que la Santa Escritura nos habla de los Ángeles custodios son muchos, pero para nuestra consideración basta referir algunos. El Patriarca Jacob, habiéndose hecho llevar a la hora de su muerte los dos hijos de su hijo José, los bendijo diciéndoles: «Que el Ángel del Señor que me ha socorrido en todos mis males, bendiga a estos niños». El Evangelio refiere que hablando Nuestro Señor de los niños, declara que sus Ángeles contemplan sin cesar el rostro del Altísimo. Los Doctores de la Iglesia unánimemente nos enseñan también esta verdad. Oigamos a Orígenes: «Todos tenemos, dice, aún el más humilde y el último de nosotros un buen Ángel, un Ángel del Señor que nos guía, nos aconseja y nos gobierna». Escuchemos también a San Jerónimo: «¡Cuan grande es la dignidad de nuestras almas! exclama, puesto que cada una desde el instante de su nacimiento tiene un Ángel que es delegado por Dios para tenerla bajo su custodia». San Bernardo nos recomienda que nos familiaricemos con los Ángeles, pero con suma reverencia; pues ellos están siempre delante de nosotros para nuestra custodia y consuelo: «Qui semper nolis adsunt ad custódiam et consolatiónem». La creencia de los paganos mismos confirma la nuestra. Los filósofos platónicos pensaban que todo hombre tiene su Ángel ó genio tutelar. El de Sócrates es célebre: «Es por él, decía este sabio, que estoy guardado, es él quien me lleva al bien y me desvía del mal». Séneca se expresa en estos términos: «Hay cerca de nosotros, dice, un espíritu sagrado que observa nuestras buenas y malas acciones, que nos guarda y nos sugiere excelentes consejos». Agradezcamos, pues, a Dios el habernos dado Ángeles custodios y que este aran beneficio de su misericordia nos excite a trabajar con una grande confianza en nuestra salvación.
    
JACULATORIA
Ángel de Dios, bajo cuya custodia se dignó ponerme el Señor con piedad inefable, alúmbrame, guíame, y gobiérname. Amén.
   
PRÁCTICA
Rezad todos los días por la mañana al levantaros y por la noche al acostaros la oración jaculatoria que antecede, haciendo intención de ganar las innumerables indulgencias concedidas a dicha oración. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Ángeles humildes y llenos de caridad, que a pesar de la excelencia de vuestro noble ser, no os desdeñáis de bajar del Cielo a esta tierra ingrata para encargaros de la custodia y dirección de la humanidad entera, que inflamados en el fuego ardiente del amor divino, no quieres otra cosa que nuestra santidad y salvación, y por eso nos dispensáis continuamente vuestros buenos oficios y poderosa protección; os suplicamos, fidelísimos custodios nuestros, que nos libréis de los lazos de satanás, nuestro cruel enemigo; nos defendáis de los rudos combates con que nos asalta; iluminéis nuestros espíritus y abraséis nuestras voluntades, para que, siguiendo el camino que conduce a la verdad y aleja del error; seamos en esta carne flaca y deleznable, hombres del Cielo y Ángeles de la tierra en esta vida, hasta el día en que logremos ir a alabar y bendecir a Dios en compañía de toda la familia angélica por los siglos de los siglos. Amén.
 
EJEMPLO
Cuando Santa Eulalia, joven virgen de doce años, fue conducida al martirio, se vio acompañada por su Ángel custodio y otros Ángeles hasta el lugar del suplicio; le inspiraron tal valor en medio de sus sufrimientos, que cuando se desgarraba su cuerpo delicado y virginal con uñas de hierro, exclamó en un impulso de alegría «¡Oh Dios mío!, ¡cómo es dulce leer los caracteres de vuestro triunfo, trazados con mi sangre por estas uñas de hierro sobre mi cuerpo!» (Vida de la Santa).
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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