La familia valenciana de los Pascual dio a la iglesia seis mártires durante la dominación de los moros; según se dice, San Pedro fue el último de ellos. Pedro se educó en su casa, bajo la dirección de un maestro privado: era éste un sacerdote originario de Narbona y doctor en teología por la universidad de París, a quien los padres de Pedro habían rescatado de manos de los moros, Pedro se trasladó con él a París, donde hizo sus estudios junto a Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, y obtuvo el título de doctor en Teología. A su regreso a Valencia, recibió las órdenes sagradas a los veinticuatro años de edad. Fue profesor de teología en Barcelona, hasta que Jaime I de Aragón le nombró tutor de su hijo Sancho, quien poco después fue nombrado arzobispo de Toledo. Como dicho príncipe era todavía muy joven para recibir las órdenes, Pedro fue nombrado administrador de la diócesis. Más tarde, fue nombrado obispo titular de Granada, que estaba entonces en manos de los moros, pero no recibió la consagración episcopal sino hasta 1296, cuando fue elegido obispo de Jaén por el papa Bonifacio VIII. Dicha ciudad estaba todavía bajo el poder de los moros. A pesar del peligro, Pedro rescató a muchos cautivos, instruyó y bautizó a los cristianos, predicó a los infieles, y reconcilió con la Iglesia a varios apóstatas y renegados. Por ésta razón, los moros dirigidos por el emir Mohamed II se apoderaron de él durante una visita que hizo a Granada, y le encerraron en un calabozo a donde nadie podía ir a verle. A pesar de ello, San Pedro se las ingenió para escribir un tratado contra el Islam y su profeta. Cuando las autoridades se enteraron de que dicho tratado corría de mano en mano, condenaron a muerte al santo. Este atravesó por un período de pavor la víspera del día de la ejecución; pero el Señor se le apareció y le reconfortó diciendo: «Pedro, no te asustes porque la naturaleza haga su oficio. Yo mismo estuve triste hasta la muerte la noche antes de mi Pasión, y por tu amor padecí aquella amarga agonía». A la mañana siguiente, el 6 de Diciembre fue asesinado a puñaladas mientras hacía oración después de la Misa; los perseguidores le cortaron después la cabeza. Tenía entonces setenta y tres años. Tardó poco el cielo en vengar aquella muerte con todo género de calamidades que llovieron sobre la infeliz ciudad de Granada, pero especialmente sobre la familia del príncipe moro, el cual pereció miserablemente, confesando que el Obispo de Jaén le castigaba aun en esta vida.
El lugar de su enterramiento en Granada fue el más tarde llamado Cerro de los Mártires, en el que, después de la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos, se construyó una iglesia en honor de los Santos Mártires.
Probablemente, en el último tercio del siglo XVI o en los primeros años del siglo XVII, los restos del obispo Pedro Pascual, mártir, fueron trasladados un 23 de Octubre a la Catedral de Baeza, en cuyo retablo del altar mayor se veneran, colocados dentro de humilde urna forrada de damasco rojo. Habían disputado las ciudades de Baeza y Jaén quién custodiaría el cuerpo, por lo que dejaron que un carro de bueyes lo llevasen, llegando a Baeza. El culto que los fieles cristianos tributaban al obispo de Jaén, Pedro Pascual, desde la hora misma de su glorioso martirio en su diócesis de Jaén, en la Granada de su sacrificio, y en su Orden de la Merced, fue solemnemente ratificado y declarado inmemorial por el papa Clemente X, en su bula Ecclésiæ Cathólicæ regímini, dada en Roma, en Santa María la Mayor, el 14 de agosto de 1670.
ORACIÓN (De la Orden de la Merced)
Oh Dios, consuelo de los humildes, y fortaleza de los fieles, en virtud de cuyo abrasado amor el bienaventurado mártir y pontífice San Pedro Pascual, haciéndose él mismo esclavo, redimió a otros cautivos infantes y mujeres frágiles de la cautividad de los impíos: suplicámoste que por su intercesión nos libres de toda culpa de la humana fragilidad, para estar más prontos a todas las obras de caridad, y logrando la dicha de estar en tu gracia por habernos perdonado, nos conserves en ella con la eficacia de tus auxilios. Por J. C. N. S. Amén.
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