Ayer jueves 26 de Diciembre, Francisco Bergoglio abrió junto a su prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación el cardenal José Tolentino Calaça de Mendonça y su obispón auxiliar de Roma y vicario para los migrantes Benoni Ambăruş una “Puerta Santa” en la prisión romana de Rebibbia, uno de los mayores complejos penitenciarios de Italia.
Como era de esperar, era la primera vez que se abría una puerta de este tipo en una prisión. Las otras cuatro Puertas Santas se encuentran en basílicas papales de Roma (San Pedro en el Vaticano, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros).
«Quería que la segunda Puerta Santa estuviera aquí, en una cárcel. He querido que cada uno de nosotros, que estamos aquí dentro y fuera, tengamos la oportunidad de abrir de par en par las puertas de nuestro corazón y comprender que la esperanza no defrauda», dijo antes de la apertura de la puerta de la capilla “Padre Nuestro”, dentro de la cárcel.
A diferencia de como lo hizo en la Basílica de San Pedro, donde tras la apertura de la puerta entró en silla de ruedas, esta vez Bergoglio (que con esta visita quiso evocar la ídem de Juan XXIII bis Roncalli a la cárcel Regína Cœli el 26 de Diciembre de 1958) se dirigió por su propio pie a la mesa de la capilla de la prisión (aunque después tuvo que volver a la silla de ruedas).
Tras visitar la prisión, Bergoglio detuvo su coche para hablar con los periodistas:
«Los presos son buena gente. Cuando vengo aquí, la primera pregunta que me hago es: “¿por qué ellos y no yo?”, porque cualquiera de nosotros puede resbalar. La primera Puerta Santa que abrí fue la de San Pedro, la segunda en esta basílica. Hoy la prisión se ha convertido en basílica y por eso he venido aquí. Esta es la segunda Basílica. Es un gesto muy importante para mí. Tenemos que pensar que muchos de ellos no son los peces gordos».
En respuesta, el eurodiputado de la Liga por Italia noroccidental y general de división en retiro Roberto Vannacci Orlando declaró a Affari Italiani que habría esperado que Bergoglio dijera palabras amables similares para las víctimas de los criminales:
«La misma esperanza que elSanto Padreinvoca para los presos se desearía también y sobre todo para las víctimas del crimen. Rara vez, sin embargo, hay una palabra para las víctimas de la delincuencia. Es decir, para aquellas personas a quienes esos presos, visitados hoy por elPapa, han robado, herido, violado, abusado y matado.Mi solidaridad se dirige sobre todo a ellos, no a los presos que cumplen la pena justa por sus fechorías. Y si es cierto que habrá que construir otras prisiones para mejorar las condiciones de hacinamiento, también espero que estos lugares de expiación de la pena –porque deben serlo– además de la recuperación social del delincuente, también sean funcionales al reembolso del daño causado a la víctima y se conviertan, por tanto, en lugares donde todo recluso, trabajando duro y devolviendo sus emolumentos por su trabajo, indemnice a las víctimas por los daños sufridos por sus acciones criminales».
Según el izquierdista y pro-bergogliano Faro de Roma, las palabras de Vannacci «dan ganas de vomitar». Pero, en su defensa se puede alegar que esas son las mismas palabras que los obispones conciliares usan contra los presbíteros abusadores que deberían estar en una celda en Rebibbia (o cualquier otra prisión) y no en puestos y tratos de favor como hacen habitualmente. Ítem, Vannacci está llamando a que, de construirse más establecimientos carcelarios, sean para el fin que las justifica: que los criminales paguen su pena y, al tiempo que se resocializan, resarzan los daños causados.
Finalmente, vale recordar un porcentaje importante de los crímenes en Roma (y otros lugares del mundo) son cometidos por esos mismos inmigrantes ilegales a los que Bergoglio quiere que les abran «de par en par» las puertas mientras que ÉL MISMO se mantiene tras la Muralla Leonina que separa al Vaticano del resto de la Alma Urbe.
Bergoglio se hace a las antípodas del Papa Sixto V Peretti (reinó entre 1585 y 1590). Cuando el cardenal fray Félix Peretti fue elegido papa tras la muerte de Gregorio XIII Buoncompagni, Roma había «devenido un continuo feroz espectáculo de rapiñas, homicidios, violaciones y tantas fechorías» (una descripción atemporal para muchas de nuestras ciudades), por bandidos respaldados por la nobleza de la Romaña que se oponían a sus reformas. Sixto V tomó medidas enérgicas para restablecer el orden público con leyes estrictas contra los juegos de azar, las blasfemias, el hurto, el bandolerismo, la inmoralidad y los rumores, la inobservancia del domingo, el aborto, la adivinación y astrología, entre otros delitos, que castigó incluso con la pena capital. Solo en su primer año, hizo ajusticiar a 3.000 bandidos, y las ejecuciones fueron tantas que un cronista de la época escribió: «se exhibían más cabezas empicadas en el Castillo de San Ángel que melones en el mercado». Al finalizar su mandato, casi no habían forajidos en todos los Estados Pontificios.
ResponderEliminarUn dato adicional (para que tiemblen los prelados modernistas) es que ser clérigo tampoco exoneraba de la justicia si cometía algún delito: pr ejemplo, Sixto V decretó que si un sacerdote o religiosa violaba su voto de castidad, debía ser castigado con la muerte.
Es que Bergoglio también es un criminal
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