martes, 31 de diciembre de 2024

LO QUE UN CATÓLICO EN UN MATRIMONIO INVÁLIDO DEBE HACER Y SABER

De Novus Ordo Watch traemos estos dos artículos (aquí y acá) del P. Donald F. Miller C.Ss.R. publicados en la revista The Liguorian de la provincia redentorista de Estados Unidos el 17 de Marzo de 1957, como muestra de que, contrario a las pretensiones de Francisco Bergoglio y Cía. frente a las “uniones irregulares” (el eufemismo adoptado en esa sentina de herejías y blasfemias que es “Amóris lætítia” para la fornicación, el adulterio y la sodomía), la Iglesia Católica ha tenido una postura clara frente a los pecados públicos, pero al mismo tiempo en su caridad provee los medios para que los pecadores puedan convertirse y volver a la gracia de Dios y la recepción de los Sacramentos.
   
Al mismo tiempo, estos artículos constituyen una guía de acción para quienes están en pecado público y no están seguros de qué hacer, pero que sin embargo están listos para hacer la voluntad de Dios; o quienes tienen parientes o amigos en tal situación. Desde luego, no está de más consultar al director espiritual para una respuesta adecuada a cada caso.
  
Buena lectura.
  
JORGE RONDÓN SANTOS
31 de Diciembre de 2024 (Año Santo del Sagrado Corazón de Jesús).
Día séptimo infraoctava de la Natividad. Fiesta de San Silvestre I, Papa y Confesor; de Santa Melania la Joven, viuda. Nacimiento del Papa Calixto III (Alejandro de Borja); y del duque Enrique de Guisa. Tránsito de Fray Luis de Granada OP; y de Santa Catalina Labouret. Reconquista de Tortosa por Ramón Berenguer IV y Palma de Mallorca por Jaime I de Aragón; admisión de Juan de Sessa (“Juan Latino”) como catedrático en la Universidad de Granada; firma del Tratado de Joinville entre el rey Felipe II de España y el duque Enrique de Guisa.
   
CÓMO ACTUAR ANTE CATÓLICOS CASADOS INVÁLIDAMENTE
Algunos principios guía para los que enfrentan el muy común problema de un matrimonio inválido en el círculo familiar o amical.

Por el P. Donald F. Miller C.Ss.R. [Revista The Liguorian, vol. 45, número 3 (marzo de 1957), págs. 17-23].
   
Uno de los problemas morales más comunes y difíciles que deben enfrentar los católicos actualmente es el concerniente a la actitud correcta que se debe tomar hacia los católicos que han renunciado públicamente a la gracia de Dios contrayendo un matrimonio inválido. A veces los padres tienen que enfrentarse al problema cuando un hijo o hija toman este paso desafortunado. Otros parientes, amigos, vecinos, colegas y cofeligreses, frecuentemente se encuentran con esta situación. Todos quieren una respuesta a preguntas como estas: «¿Cómo deberíamos actuar frente a un pariente o amigo que ha elegido vivir públicamente en estado de pecado? ¿Debemos evitarlos? ¿Podemos mantener algún contacto con ellos? ¿Podríamos o deberíamos ayudarlos en alguna forma?».

El problema es tan común en este mundo nuestro plagado de divorcios, que necesita ser analizado tan detalladamente como sea posible. Cuando se haga esto, se verá que se pueden establecer algunas reglas muy definidas y gravemente vinculantes en conciencia, mientras que se deben dejar afirmados otros principios que dejan mucho al juicio honesto del católico individual en conjunto de circunstancias particulares.
   
Este estudio importante abordará, en primer orden, las dificultades en torno a este delicado problema; en segundo, ciertos principios que pueden fijarse; y tercero, algunas recomendaciones prácticas.
   
Conviene advertirse que estamos hablando, no de los divorciados que se vuelven a casar en general, sino de los católicos informados que atentan un matrimonio después de un divorcio, o con una persona divorciada pero válidamente casada. Los principios que se presentarán aplican en cierta medida a los católicos que se casaron fuera de la Iglesia, pero que podían ser casados rectamente ante un sacerdote. En este caso, sin embargo, es mucho más fácil al pecador regresar a la gracia de Dios haciendo rectificar el matrimonio en la Iglesia, y los amigos y parientes católicos ordinariamente se concentrarán en conseguir tal fin. Los casos difíciles son aquellos en los cuales un católico insiste en vivir como si estuviera casado con una persona con la cual no puede haber un matrimonio válido a los ojos de Dios y de Su Iglesia. ¿Cuál es la actitud que se debe tomar hacia estos católicos?

I. LAS DIFICULTADES

Todas las dificultades conexas al decidir un modo correcto de conducta correcto hacia tales personas surgen por el hecho de que se deben ponderar cuidadosamente dos tipos diferentes de obligaciones.

A. Por un lado, está la obligación de no dar escándalo por cualquier manifestación o apariencia de aprobación al matrimonio inválido.
  
Se define al escándalo como todas las palabras, acciones o incluso omisiones incorrectas que puedan incitar o asistir o facilitar o contribuir a los pecados ajenos. Advertir dos cosas en esta definición: 1) que es una palabra, acción u omisión equivocada o mala que contribuya al pecado de otro, que carga el estigma del escándalo; las acciones buenas o virtuosas, que alguien podría torcer para sus propios propósitos del mal no son pecados de escándalo; 2) que prácticamente todo tipo de ayuda o apoyo que se le da a otro en sus pecados involucraría escándalo si este resultara de las malas acciones, palabras u omisiones.

En el caso de aquellos que cometen el gran pecado público de contraer un matrimonio inválido, y quienes continúan viviendo en los pecados habituales de un matrimonio inválido, es enteramente pecaminoso dar, antes, durante o después del denominado matrimonio, cualquier signo de aprobación en los pecados. Eso sería algo así como decir: «Pienso que estás haciendo lo correcto, a pesar de la declaración clara de Cristo que el que abandona a su esposa y se casa con otra comete adulterio. Acepto tu matrimonio, aun cuando sé que Dios no puede aceptarlo, y Cristo no puede aceptarlo, y la Iglesia no puede aceptarlo». Es fácil ver cómo esas palabras o acciones de un pariente o amigo, interpretadas como significando lo mismo, contribuirán y facilitarán la continuación de los pecados de alguien inválidamente casado.
   
Hay otra razón para el hecho que toda aprobación de un mal matrimonio de un católico constituye escándalo. Hace más fácil para una persona no casada todavía el caer en la tentación, si esta surge, o contraer un matrimonio pecaminoso e inválido semejante. Nadie puede dudar que la frecuencia con la cual esta tragedia moral se apodera de los católicos hoy en día es debido en gran medida al hecho que muchos católicos dan en cierta forma su bendición y aprobación a tales matrimonios inválidos. Se puede imaginar en forma realista a un católico que se ha enamorado de una persona divorciada diciéndose a sí propio: «Fulano de tal es católico, y se casó después de un divorcio, o se casó con una persona divorciada. A él le está yendo bien. Todos sus amigos y parientes han aceptado este matrimonio como si fuera tan bueno como cualquier otro. No estará tan mal si hago lo mismo».
   
El peligro de tal escándalo llevó a los apóstoles, en las palabras inspiradas del Nuevo Testamento, e incluso Nuestro Señor, a hacer algunas declaraciones tajantes respecto al trato a quienes públicamente renunciaron a Cristo y Su doctrina. Así, San Pablo, en 2.ª Tesalonicenses 3, 6: «Os comunicamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de cualquiera de entre vuestros hermanos que proceda desordenadamente, y no conforme a la tradición o enseñanza que ha recibido de nosotros». Nuevamente en el capítulo 3, 13 de la misma carta: «Y si alguno no obedeciere lo que ordenamos en nuestra carta, tildadle al tal, y no converséis con él, para que se avergüence y enmiende; mas no le miréis como a enemigo, sino corregidle como hermano con amor y dulzura». Y San Juan, en su segunda epístola, lleno como está con las repeticiones de su tema familiar sobre la necesidad de la caridad fraterna, aún tiene esto para decir: «Todo aquel que no persevera en la doctrina de Cristo, sino que se aparta de ella, no tiene a Dios. […] Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda, comunica en cierto modo con sus acciones perversas».

Nuestro Señor tiene palabras igualmente severas, que deben entenderse siempre a la luz de Su gran odio al escándalo. Al ofensor que, después de la corrección repetida, no escuchare a la Iglesia, dice: «tenlo por gentil y publicano» (Math. 18, 17).

Por tanto, es necesario no dar escándalo por cualquier tipo de aprobación de los pecados de un católico inválidamente casado, debe hacerse fuerte. Por supuesto que el mayor escándalo, y el primer escándalo es dado por el católico que contrae el matrimonio inválido, y por ende da un mal ejemplo que otros pueden seguir. Debe ser el deseo y deber de los demás católicos no incrementar ese escándalo tomando lado con el pecador por cualquier muestra de aprobación por sus pecados.

B. Por otro lado, esta urgente y clara obligación debe ponderarse ante el deber de la caridad hacia los pecadores. Es una parte esencial de la doctrina católica que Dios no quiere que se pierda ni el más grande de los pecadores; que es el deber de todo católico desear, orar y, en la medida de sus posibilidades, trabajar por la conversión de los pecadores, especialmente de aquellos a los que de alguna forma está obligado.
   
La dificultad es ejercer esta caridad en tal forma que se elimine cualquier escándalo verdadero. Cuando se recuerda que el escándalo se da solo cuando se expresa o manifiesta algún tipo de aprobación por el pecado de contraer un matrimonio inválido, se pueden fijar ciertos principios guía. Pero siempre hay dos extremos que evitar.
   
El primero de ellos es hacer erróneamente del peligro de escándalo una razón para cortar toda forma de caridad para con los pecadores y así prácticamente cerrarle la puerta a su retorno a la gracia de Dios. A veces esto es motivado más por el egoísmo y el resentimiento que por algún deseo espiritual real de evitar el escándalo. Así, una familia católica, sintiendo naturalmente que ha sido profundamente desgraciada por la defección de uno de sus miembros que ha contraído un matrimonio inválido, puede meramente estar expresando su resentimiento personal retirando todo signo de caridad hacia esa persona. Así pueden amargar tanto al caído, y la pareja ilícita que puede ser más o menos ignorante del mal del matrimonio, que incluso si ambos se hacen libres para casarse válidamente, o capaces de cualquier otra forma para escapar de su estado pecaminoso, no lo harían.
   
El otro extremo es hacer de la caridad una capa para una aceptación tan completa y cordial a la pareja inválidamente casada que se llega a aprobar el mal en sí mismo, alentándolos a estar contentos en sus pecados, y alienta a los otros a cometer los mismos pecados mortales. Toda caridad hacia los pecadores de todo tipo debe estar inspirada y marcada por el deseo de ayudarlos a escapar de sus pecados. Ya no es caridad, sino en cambio la forma más terrible de crueldad, alentar a una persona a que esté satisfecha con sus pecados.
   
Es obvio, pues, de esta interacción de varias consideraciones y obligaciones hacia los inválidamente casados, que no siempre es fácil decidir la solución de los casos individuales. Para ayudar a tales soluciones, se presentan los siguientes principios.
   
II. PRINCIPIOS

1. Antes que un católico entre en un matrimonio inválido hacia el cual parece dispuesto a contraer, se debe hacer todo esfuerzo razonable por sus parientes y amigos para disuadirlo (o disuadirla) de dar ese paso.

La obligación mencionada aquí comienza tan pronto como un católico con quien tenga alguna influencia se vea saliendo con saliendo con una persona que no puede casarse ante Dios. Justo aquí es donde muchos católicos se hacen reos de pecado mortal. No solamente no les advierten a un pariente cercano o a un amigo contra el creciente peligro de un matrimonio inválido, sino que incluso promueven y alientan citas regulares entre una pareja que no puede casarse válidamente. Es el mismo tipo de escándalo grave como aprobar o alentar el matrimonio inválido en el cual pueden tan fácilmente resultar. Pocos católicos divorciados no han sido a veces víctimas de un diabólico consejo de amigos que deberían encontrar «un amigo (del sexo opuesto) y salir y pasar un buen rato». Los católicos no deberían ni siquiera invitar a sus casas o fiestas a otros católicos que saben que estarán acompañados por una pareja estable con la cual no podrían casarse válidamente.
   
Además de evitar tal escándalo, los buenos católicos –padres, hermanos y hermanas, y buenos amigos– de alguien que ha empezado una relación con una persona que no puede casarse válidamente, harán valer todo argumento e influencia que poseen para salvar a aquel ser querido del gran peligro en el cual se ha puesto a sí mismo.
   
2. Es pecado mortal de escándalo para todo católico expresar o mostrar aprobación de un matrimonio atentado pero inválido de un católico.

Ciertamente esto es verdad de las palabras directas de aprobación. Que un católico le diga a otro que está para casarse con una persona divorciada, o después de un divorcio: «Aun si la Iglesia se niega a aceptar tu matrimonio, yo lo acepto», o «es una pena que la Iglesia no se actualice y reconozca matrimonios como el tuyo», o «no te culpo por este matrimonio; estás enamorado y eso es todo lo que importa», es aprobación directa, escándalo directo, claramente un pecado mortal.
      
Pero uno puede mostrar aprobación de un matrimonio inválido sin ponerlo en palabras directas. Aquí caen gravemente con frecuencia muchos católicos infectados con el secularismo o la cosmovisión no cristiana. La verdad es que tomar parte en las preparaciones y la ceremonia y la celebración del matrimonio inválido de un católico es una muestra de aprobación y por tanto escándalo grave. Esto vale tanto a los padres y demás miembros de la familia inmediata del que atenta el matrimonio, como a los amigos.
   
Así, sería gravemente erróneo para los católicos asistir a despedidas, fiestas de compromiso y cenas pre-nupciales para católicos a punto de atentar un matrimonio inválido.
  
Sería gravemente erróneo enviar regalos de boda [se incluyen también los regalos de dinero o “lluvia de sobres”, N. del T.] o tarjetas de felicitación a tales personas.
   
Sería gravemente erróneo asistir a la ceremonia de bodas, sea como miembro de la fiesta de bodas o como mero invitado, o ir al desayuno o banquete servido después de la boda.

Sería gravemente erróneo ayudar al católico inválidamente casado encontrar, alquilar, comprar o amueblar habitaciones para usar después de la boda.
   
Sería gravemente erróneo ofrecer hospitalidad, asistencia o facilidades para la luna de miel del católico inválidamente casado.
   
Todas estas acciones pueden ser fácilmente reconocidas como el equivalente a decirle al católico que, según las palabras de Cristo, entra públicamente en una vida de pecado: «No veo nada malo en lo que estás haciendo. Que seas muy feliz en tus pecados».

3. Después que un católico haya contraído y establecídose en un matrimonio inválido, los católicos leales no pueden darle aprobación directa o indirecta de la situación, sino que deberían guiarse por verdadera y sincera caridad en la actitud que deben tomar hacia la persona.
   
El primer y más necesario objeto de toda caridad fraterna es ayudar al prójimo a ir al Cielo. El escándalo es el mayor pecado contra la caridad precisamente porque significa alejar a esa persona del Cielo. Cuando el escándalo de mostrar aprobación de los pecados públicos de otro ha sido debidamente evitado, aún queda el deber de hacer todo lo que esté en sus posibilidades para arrancar a la persona de sus pecados y regresarla al camino hacia el Cielo.
   
Así las cosas, no se debe pensar que en todos los casos de parientes o amigos inválidamente casados, los católicos deberían ostracizarlos y evitarlos por completo. San Pablo, en una de las advertencias citadas anteriormente, manda a los cristianos no mirar a los pecadores como enemigos, sino más bien corregirlos como hermanos. Debe haber un deseo por la conversión y salvación de los descarriados; y se deben usar medios prudentes para expresar y cumplir este deseo.
   
Con todo, las circunstancias difieren tan ampliamente en esta materia que es difícil postular reglas universales. El católico individualmente considerado debe ponderar su obligación de no dar escándalo con su obligación de caridad hacia el pecador y, con el auxilio de la divina gracia, tomar la mejor decisión que pueda. Al mismo tiempo, se pueden dar algunas soluciones de muestra.
  
a. A veces, la misma caridad sugerirá que una forma más efectiva de «corregir al pecador» (como dice San Pablo) es cortar todas las relaciones sociales con este. Esto es verdad especialmente en los casos en que los lazos familiares han sido fuertes; donde el que contrajo un matrimonio inválido hubiera obviamente esperado encontrar después de ese matrimonio inválido a la familia y los amigos tan amables y afectuosos como antes; donde se juzga prudentemente por la familia y los amigos que la ruptura de las relaciones sociales hará que el proscrito se dé cuenta de su mal estado y del deseo de escapar de este.
   
b. A veces la caridad a otros que no sean la persona inválidamente casada requiere una ruptura casi completa con esa persona. En una familia de muchos hijos, en el que el mayor se casó fuera de la Iglesia (o incluso en el caso de un primo o tío o tía en esa misma situación), la madre y el padre pueden prudentemente decidir que la forma más segura (y posiblemente la única adecuada) de inculcar a los hijos en crecimiento y adolescentes del mal que es un mal matrimonio es cortar relaciones con el que escogió tal “matrimonio”. En estos casos, también, usualmente hay un buen efecto en el último, en que la tristeza de su estado espiritual será más claramente reconocida.

c. A veces, y aquí podemos decir más frecuentemente, el programa correcto que adoptar es el de mantener un contacto limitado con el que se ha separado de los sacramentos de la Iglesia, con al menos la esperanza que en su debido tiempo la persona estará dispuesta a aceptar un consejo espiritual sólido.
   
Decimos contacto limitado, porque siempre queda la obligación de evitar cualquier aprobación manifiesta del mal matrimonio. Entonces la familia o amigos de una pareja casada inválidamente no puede invitar a estos últimos a ocupar una habitación de huéspedes en su casa tal como se pudiera hacer con una pareja verdaderamente casada. No deberían pasar vacaciones con ellos, porque así estarían apoyando públicamente su pretensión de estar válidamente casados a los ojos de Dios.
  
Pero aparte de tales cosas, se puede mantener cierta cantidad de contacto social mientras haya un destello de esperanza de ser capaz de ayudar espiritualmente a la persona al final. En tales contactos, el amigo o pariente aprovechará las oportunidades para urgir al católico casado inválidamente a orar diariamente, asistir a Misa (por lo menos los domingos), y a leer libros espirituales que puedan eventualmente proveerle los motivos para romper con el pecado. Debe recordarse que regañar, es decir, aprovechar cada oportunidad para reprender, condenar y reprochar a la persona, nunca logrará mucho, excepto tal vez endurecerla en el rechazo de la gracia..
  
III. RECOMENDACIONES PRÁCTICAS

Los católicos deberían ser conscientes que este problema es uno por el cual van a ser malentendidos y malinterpretados por muchos acatólicos. Que serán acusados, aun cuando hagan lo que su conciencia les dicte, de adoptar una actitud de “santurronería”, de ser intolerantes, fanáticos e hipócritas, y de soberbiamente sentarse a juzgar a los pecadores.
  
Ninguna de estas acusaciones será justificada, y nadie debería preocuparse, si se tiene en mente claramente los objetivos espirituales propios. Ellos quieren impedir el pecado, y eso es porque no deben dar el escándalo de mostrar alguna aprobación de lo que Cristo (no ellos) llamó un matrimonio pecaminoso e inválido. Ellos quieren salvar a los pecadores, y por ello hacen lo que creen mejor para atraer a la conversión de cualquiera que haya renunciado públicamente a la doctrina de Cristo sobre el matrimonio.

Se ofrecen tres recomendaciones a los católicos que se enfrentan al problema de tratar con católicos casados inválidamente:
  1. Sé humilde. Recuerda tus propios pecados, que Cristo ha perdonado. Ten presente que tú, también, puedes haberte escindido públicamente de la Iglesia de Cristo de no ser por Su gracia. Reprime el resentimiento personal y la ira fundada en un sentimiento que has sido deshonrado por la acción de un ser querido. Piensa frecuentemente en esto: Si hubieras sido un si hubieras sido un ser querido o un amigo más leal y mejor, podrías haber evitado la tragedia que ocurrió.
  2. Explica tu postura sencilla y claramente al pariente o amigo inválidamente casado, y a los que tengan derecho y necesidad de saberlo. Cuando hayas fijado tu curso de acción según los principios presentados en este artículo, hazlo conocer, y con él tu único deseo de ayudar al descarriado a volver a la grey de Cristo.
  3. Ante la duda, inclínate a la amabilidad. No des lugar en tu corazón a la amargura personal , el más mínimo desprecio a cualquier pecador, o el menor pretexto de hacer un juicio final. No des el escándalo de aprobación de un mal matrimonio, pero en todas las cosas deja que la amabilidad revele tu deseo de la salvación del que se ha alejado de Cristo y Sus sacramentos por el amor de una humana criatura. Nunca dejes de orar por esa alma, nunca dejes de esperar por su salvación; nunca dejes de buscar una oportunidad para ayudarla a volver al redil de Cristo.
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SOLO PARA ESPOSAS Y ESPOSOS: LAS OBLIGACIONES MORALES DE LOS INVÁLIDAMENTE CASADOS
   
Por el P. Donald F. Miller C.Ss.R. [Revista The Liguorian, vol. 45, número 3 (marzo de 1957), págs. 40-41].
   
PROBLEMA: Muy frecuentemente en THE LIGUORIAN Vd. ha hablado sobre el triste estado de los católicos que viven en un matrimonio inválido. Vd. ha mencionado cómo ellos están privados del privilegio de recibir los sacramentos, y no se les puede conceder un entierro cristiano a menos que haya algún signo de arrepentimiento y una renuncia a su mal matrimonio antes de morir. Lo que quisiera saber es esto: ¿Qué tienen que hacer tales personas para ser readmitidas en los sacramentos de la Iglesia? Estoy pensando en aquellos que han estado viviendo en su matrimonio inválido por muchos años, tienen varios hijos hacia los cuales tienen una obligación, y difícilmente se puede esperar que de un momento a otro se abandonen. ¿Qué pueden hacer para retornar a la gracia de Dios?
  
SOLUCIÓN: Por difícil que sea este problema, la solución debe comenzar con la proposición que la gracia de Dios es suficiente para toda emergencia en la vida humana, y que nunca hay una situación en la cual un alma no pueda encontrar su camino para salir del pecado y volver a la amistad de Dios. Negarlo sería negar el deseo de Dios por la salvación y eterna felicidad de todo ser humano creado por Él.
   
Por supuesto, lo primero que se debe sugerir a los católicos inválidamente casados (cuyo matrimonio no puede ser validado) es que se separen. El gran mal que cometieron fue el de poner el amor humano por encima del amor divino, al contraer un supuesto matrimonio contrario al mandato expreso de Dios. Tan pronto como se den cuenta cómo se han separado completamente de todos los bienes espirituales e incluso de la esperanza del Cielo que Dios ofrece a Sus hijos leales, ellos deberían reversar la acción por la cual públicamente entraron en un estado de pecado. Eso significa renunciar tanto a la apariencia de estar casados y al privilegio de vivir juntos como si estuvieran verdaderamente casados.
   
Cuando el matrimonio inválido tiene varios años, y hay hijos de por medio, no siempre es necesario que la pareja se separe completamente. En algunas circunstancias se les puede permitir vivir bajo el mismo techo, y continuar trabajando juntos por la crianza apropiada de sus hijos. Aun así, en este caso, hay varias obligaciones muy importantes.
  
La primera obligación es abandonar de una vez por todas el uso del privilegio matrimonial y la indulgencia en cualquier tipo de conducta que fácilmente pueda llevarlos a tal uso. Esto es algo que toda pareja inválidamente casada, que ha llegado a darse cuenta de su mal estado, puede y debe hacer por su propia cuenta, aun antes de poder ser readmitidos a los sacramentos. Todo uso del derecho matrimonial para alguien inválidamente casado es otro pecado mortal. El primer paso que deben tomar es abandonar el pecado mortal. A esto se le debe agregar un gran aumento de los hábitos de oración, tanto para la gracia de evitar cualquier nuevo pecado, como para la de volver a los sacramentos.
      
Después de haber tomado esta decisión y de haber probado por sí mismos durante algún tiempo su capacidad de llevarlo a cabo, deberían hablar a su párroco sobre la cuestión de si el suyo es un caso en que se puede permitir un arreglo de hermano y hermana. La necesidad que tienen los hijos en crecimiento del cuidado de ambos padres es una de las razones más convincente en la que se puede fundar tal arreglo. Pero sin importar cuán convincente sea la razón, esto no se puede permitir nunca a menos que la pareja puede presentar evidencia fehaciente que están dispuestos y capaces, con la gracia de Dios, de abandonar para siempre el uso de los privilegios que solo se pueden conceder a los válidamente casados.
   
Si se ha decidido por las autoridades eclesiásticas que pueden continuar viviendo en la misma casa, pero como hermano y hermana, entonces se deben tomar pasos definidos para eliminar todo escándalo (sería un escándalo mayor a los fieles si se le permitiera a una pareja recibir los sacramentos mientras aún parezcan estar viviendo more uxório en un matrimonio inválido). Por tanto, deben o hacer público el hecho que ya no están viviendo como marido y mujer; o, si esto no es práctico, recibir los sacramentos en alguna iglesia donde no sean conocidos por nadie. Es sólo en estas circunstancias que el arreglo de hermano y hermana se convierte en el camino de regreso a los sacramentos para los católicos casados ​​inválidamente.

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