sábado, 20 de noviembre de 2021

NOVENA EN HONOR A SANTA CECILIA

Adaptación de la Novena dispuesta por el padre barnabita Gabriel María Gálvez de Valenzuela, y publicada en Roma por Antonio de Rossi en 1724. Imprimátur de fray Gregorio Selleri OP, Maestro del Sagrado Palacio Apostólico. Los Gozos son de origen valenciano, sin autor conocido

NOVENA A SANTA CECILIA, VIRGEN Y MÁRTIR
   

Por la señal ✠ de la Santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Ante vuestra divina presencia reconozco que he pecado muchas veces, y, porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de haberos ofendido. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo no volver a caer más, confesarme y cumplir la penitencia que el confesor me imponga. Amén.
   
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Misericordioso Dios y Señor bondadosísimo, que mirando con ojos de piedad nuestras miserias y olvidando nuestras ingratitudes, os dignasteis escoger entre nosotros como vaso purísimo de elección, en que se contuvieran los más ricos tesoros de vuestra gracia, a la Bienaventurada Cecilia; para que fuera, en unión de vuestro Hijo Santísimo, hostia de propiciación por los pecados del pueblo y canal beneficioso por donde vinieran las aguas de salud a regar el huerto agostado de nuestra alma; concédenos, Señor, que durante los piadosos ejercicios de esta Novena grabemos profundamente en nuestra mente y corazón las acciones santas de nuestra esclarecida y bendita Santa Cecilia, para que, imitando en esta vida mortal sus heroicas virtudes, logremos ser partícipes de su gloria en la eterna bienaventuranza. Amén.
     
DÍA PRIMERO – 13 DE NOVIEMBRE
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia nace de padres idólatras. Renace a la gracia de Dios, que conservó hasta la muerte.
Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia en mí no fue vacía (San Pablo, Epístola a los Corintios 15).
   
Puesta en la presencia de Dios, y adorada profundamente a la augustísima Trinidad, pedid humildemente perdón de todos los pecados cometidos en pensamiento, palabra y obra, y llamada en auxilio a Nuestra Inmaculada Señora, la gran Virgen María, vuestro Ángel Custodio y Santa Cecilia, considerad con pausa.
   
PRIMER PUNTO. Considerad cómo esta Santa nació al mundo, cual nace la Rosa de las espinas, de padres envueltos en las tinieblas de la idolatría: nobles por naturaleza, mas innobles por la desgracia y esclavitud en que vivían del común enemigo. Gran fortuna sin embargo la de Cecilia, que nació después a la gracia, a la bella luz de la Fe, que recibió en las aguas bautismales. Reflexionad un poco sobre vuestra alma. Si está en gracia, buscad manteneros así; si estáis privado de ellas (lo que no creo nunca), llorad vuestra miseria y buscad en seguida cuanto podáis, por medio de la Sacramental Penitencia.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad cómo Santa Cecilia fue siempre celosísima conservatriz de aquella gracia, que por especial benignidad del Señor, había recibido en el Santo Bautismo. ¿Habéis conservado la gracia bautismal? o... ¡Oh Dios, cuánto temo! Conservad al menos la gracia recuperada en el Sacramento de la Penitencia, sed (os pido por vuestro bien) más celosos, sed un poco más estimadoras de la gracia de Dios. No la perdáis más, mientras que de conservarla depende vuestra eterna salvación.
  
TERCER PUNTO. Considerad cómo la gran Santa no solo conservó la gracia recibida, sino que siempre la multiplicó, obrando como verdadera y legítima seguidora de Jesucristo, y para nunca olvidarse, llevaba en su pecho el libro de los sacrosantos Evangelios. ¿Cómo avanzáis en la gracia de Dios? ¿Cómo cooperáis con ella? ¿Qué cuenta hacéis de la Ley y Consejos Evangélicos, o de vuestros deberes de estado? ¿Os contentáis tal vez de una vida tibia y ociosa? Reflexionad de la gracia, que el talento sepultado y no traficado fue la condenación de aquel siervo flojo y desconsiderado, y la gracia tenida en ocio, tal vez sea para vosotros ocasión de perderos.
   
SOLILOQUIO. Amorosísimo Dios, yo soy aquella miserable creatura, que en vez de emplear, casi desde que he comenzado a conoceros, mis movimientos internos y externos en agradeceros, y de la Gracia regenerante que me fue conferida en el sacrosanto Bautismo, y de aquella justificante tantas y tantas veces concedida por vuestra mera misericordia; he estado empleado en vuestra ofensa. ¡Oh detestable malicia mía! ¡Oh deplorable ignorancia mía! No hizo así vuestra fidelísima sierva Santa Cecilia, que comenzó a amaros, serviros y corresponder a la gracia en edad que los otros quizá todavía no os conocen. ¡Ah!, por las entrañas de vuestra misericordia, y por los méritos de mi santa Abogada, dadme gracia de llorar mi error, que demasiado tarde conozco, y de cumplir cuanto os prometo, esto es, de hacer mejor estima de vuestra gracia en adelante, no perderla sino conservarla y multiplicarla, actuando para vuestra mayor gloria. Así sea en nombre de Jesús y de María.
    
En este primer día de la Novena, exhortaréis a los devotos de Santa Cecilia a acercarse a los Santísimos Sacramentos de la Confesión y Comunión con una particular devoción, si su Padre Espiritual lo considera bien, así como escuchar todos los días la Santa Misa, y ejercitarse en algún acto de virtud, o de caridad, o de humildad, tanto interna como externa, buscando observar un silencio más particular del acostumbrado, refrenando la lengua, y según la ocasión mortificarse en los cinco sentidos corporales. Así practicaron muchos Santos y Santas en las Novenas precedentes a las solemnidades del Señor, de Santa María siempre Virgen y de aquellos Santos y Santas tomados por intercesores y abogados ante Dios para alguna gracia espiritual o temporal, acordándose siempre que la gracia principal que debéis pedir es la salvación eterna del alma.
   
Después de haber ofrecido vuestro corazón y todo vuestro ser a Dios, con el pensamiento de glorificarlo en la Santa que pretendéis obsequiar e imitar, podéis saludar a esta gloriosa Virgen y Mártir, bendiciéndola en todos sus castos y santos miembros, imitando al Celestial Esposo de los Sagrados Cánticos, que alaba a su dilecta Esposa, esto es, el alma fiel, parte por parte, y después concluye ser toda bella y sin mancha (Cántico 4). Sé que estas palabras son atribuidas por los sagrados Expositores se atribuyen solo a la Madre de Dios, pero se pueden adaptar a todas aquellas personas que conservando la gracia Bautismal vivieron puras y preservadas de toda mancha de pecado, coronadas con doble corona de virginidad y martirio, como fue la gloriosa Santa Cecilia; bendiciéndola pues parte por parte de su cuerpo virginal, para cada bendición diréis un Padre nuestro, un Ave María y un Gloria Patri, y pediréis a la Santa que obtenga para vosotros de Dios una gracia en este modo:
  • Bendita sea vuestra cabeza, llena de sabiduría y ciencia verdadera de los Santos, enseñada a vuestro esposo Valeriano y al cuñado Tiburcio. Rogad a Dios que se vacíe la mía de toda vanidad y soberbia. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Benditos sean vuestros cabellos, símbolo de vuestros castísimos pensamientos, que fueron los primeros en conciliar el afecto de Valeriano destinado como vuestro esposo. Rogad a Dios para que sean santificados todos mis pensamientos. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Benditos sean vuestros ojos, con los cuales fuisteis la primera en ver el Ángel de Dios puesto a vuestra custodia, no visto por vuestro esposo Valeriano, que aún era idólatra. Rogad a Dios, para que los míos sean custodiados de toda mirada ilícita. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Benditas sean vuestras mejillas, que a la vista de los dos hermanos se cubrieron pronto de rubor virginal. Rogad por mí a Dios, a fin de que sean embellecidas las mías con el bermellón de una verdadera penitencia. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Bendita sea vuestra boca, que tan castos y amorosos besos imprimió en el Crucifijo y el libro de los Evangelios. Rogad a Dios que se cierre la mía a todo discurso que pueda ofender a Jesús, vuestro Esposo y mío, y a mi prójimo. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Bendita sea vuestra lengua, que no hizo otra cosa que cantar alabanzas a Dios y enseñar a otros a conocerlo, amarlo y servirlo. Rogad a Dios que quiera purificar la mía, a fin que me guarde de todos aquellos pecados en los cuales por ella pueda incurrir. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Bendito sea vuestro corazón, con el cual tanto amasteis al Señor Dios, y fuisteis causa que los hermanos Tiburcio y Valeriano se encendiesen del mismo amor, recibiendo el Santo Bautismo y murieron Mártires por el mismo amor de Dios y de la Religión Cristiana. Rogad a Dios para que, perfectamente dedicado a su servicio, perfectamente os ame y se vacíe mi corazón de todo afecto terreno y de todo amor propio, y unido con el vuestro, pueda llegar a amarlo eternamente en el Cielo. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Benditos sean vuestros pies y vuestras manos, los primeros, que tantas veces caminaron para oír las exhortaciones del santo pontífice Urbano, escondido en el Sepulcro de los Mártires por la persecución, las segundas, siempre abiertas en distribuir vuestras riquezas a los pobres, en trabajar con ellas en el tiempo que os dejaban las oraciones. Rogad por mí al Señor Dios para que pueda dirigir todos mis pasos al ejercicio de las virtudes cristianas y religiosas para las cuales Dios me ha creado y llamado, y pueda emplearme en aquellas ocupaciones propias de mi estado, para huir de toda ociosidad, origen de muchos males. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  • Bendita seáis finalmente toda vos, no menos bella que Santa, en el espíritu y en el cuerpo, que os entregasteis en sacrificio a Dios en el baño ardiente y al filo de la espada del tirano de Roma, hecha gracioso espectáculo a Dios, que os daba gracia y fortaleza para afrontar los tormentos, a los Ángeles que se gozaban por la victoria de una semejante a ellos, a los hombres que se admiraban de tanto coraje en una joven delicada y noble. Os suplico que seáis medianera por mí ante el Trono de Dios, para que por vuestros méritos sea también yo santificado en pensamientos, palabras y obras, para ser digno de ser amado por vuestro Esposo Jesús y por nuestra Madre María, y con vos poder gozar la gloria del Cielo. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
 
Una vez dichos estos nueve Padre nuestros y Avemarías en honor de Santa Cecilia, ofrecedlas a Dios, que tanto se complació en ella, y este método de oración observaréis cada día en toda la Novena, y después diréis el himno siguiente.
   
HIMNO Vírginis Proles Opiféxque Matris,
¡Oh Hijo de la Virgen y Creador de tu Madre!
A ti, a quien ella concibió y dio a luz permaneciendo virgen:
Cantamos los triunfos que una Virgen reportó
Con su gloriosa muerte.
   
Esta Bienaventurada obtuvo una doble palma:
Esforzóse en domar en su cuerpo
La fragilidad de su sexo y venció con su muerte
Al tirano sanguinario.
    
No la amedrentó la muerte
Ni los tormentos que la acompañan;
Derramando su sangre,
Mereció subir al cielo.
   
Dígnate, oh Dios de bondad, perdonarnos,
Por los méritos de esta Santa, las penas
Merecidas por nuestros pecados, para que te cantemos
Santos himnos con corazón puro.
   
Alabanza sea dada a ti, oh Padre,
Y a tu Hijo Unigénito juntamente
Con el Espíritu Consolador,
Por los siglos de los siglos. Amén.
   
GOZOS
   
Pues himnos de puro amor
El Cielo os oyó cantar:
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
   
Entre delicias romanas
Noble Cecilia creció,
Y por bajas despreció
Todas las cosas mundanas;
Con las virtudes cristianas
Se ofreció entera al Señor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
Del cilicio protegida
Ella su cuerpo domaba,
Con la oración conservaba
La inocencia de su vida,
Y a Dios cantaba rendida
Himnos de gloria y loor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
Como virgen recatada
Guardando el secreto al seno,
Al ser a un hombre terreno
Por esposa entregada,
Para no ser maculada,
Tuvo un Ángel por tutor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
Valerosa superó
De Almaquio al atractivo,
Y con un celo muy vivo
A Tiburcio convirtió;
A él y a Valeriano guió
Del martirio al alto honor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
Como abeja artificiosa,
Al Señor ibais sirviendo,
Vuestra corona tejiendo
De inmortalidad gloriosa,
Y de Jesús casta esposa
Lograbais condigno honor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
En seco baño metida
Para morir sofocada
Os puso turba malvada,
Pero de Dios protegida,
La llama más encendida
Perdió su fuerza y ardor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
Tres veces virgen sagrada
El cuello os hirió el verdugo;
Mas como al Señor le plugo
Tres días vos extasiada
Vivisteis, y a la morada
Subisteis de eterno honor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
Allá celeste cantora
Entre dulces armonías
Gozáis, y miradas pías
Al mundo dais bienhechora,
Y del devoto que llora
Calmáis acerbo dolor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
    
Casta esposa del Señor,
Que tanto os dignó premiar,
Rogad podamos gozar
De la gloria el resplandor.
       
Antífona: Esta es la virgen sabia, y una del número de las prudentes.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Concédenos te suplicamos, Dios omnipotente, que la solemne fiesta de tu bienaventurada Virgen y Mártir Santa Cecilia, que anticipamos, incremente nuestra devoción y salvación. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA SEGUNDO – 14 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, casi desde niña, se dedicó del todo a Dios.
La virgen piensa lo que es del Señor, para ser santa de cuerpo y espíritu (San Pablo, Epístola a los Corintios 7).
   
PRIMER PUNTO. Considerad cómo esta gran Santa, correspondiendo a la gracia recibida en el santo Bautismo, casi desde los primeros años, se dedicó toda ella, sin reserva alguna a Dios altísimo, que tanto se complacía en esta joven inclinada a todas las buenas virtudes que admirablemente aprendía por la lectura de los libros espirituales, que los sacerdotes cristianos le llevaban a escondidas de sus padres. Examinaos un poco, si sois todo de Dios, siendo dedicados a Dios desde los primeros años, o si tenéis el corazón dividido, una parte en Dios y otra en el mundo, parte en la observancia de las reglas (o de los deberes de vuestro estado) y parte en las contravenciones de esta con alguna voluntaria omisión. Acordaos que con Dios no valen reservas ni divisiones. Quien no se entrega del todo a Él, nada le da.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad cómo Santa Cecilia, una vez resueltamente dedicada a Dios, generosa en lo que había emprendido, nunca retractó esta oferta de sí misma. ¿Nunca os arrepentís de vuestra dedicación a Dios, de haber abandonado el mundo, sus vanidades y falsos placeres, de atender a su divino servicio, de haber hecho profesión de llevar el suave yugo de Cristo? O, ¿cuánto bramaréis en esto? Examinaos con diligencia. Si nunca fuisteis así (lo que creer no debo), detestad vuestra inestabilidad, y hoy, renovad vuestros votos, vuestros propósitos y vuestra entrega a Dios.
  
TERCER PUNTO. Considerad cómo no solo Santa Cecilia no retractó la oblación de sí a Dios, sino que siempre buscó ser fiel observante, hasta derramar su sangre, como generosa heroína del Cristianismo. Cuántos propósitos hacéis durante la jornada, en muchas ocasiones que se os presenta, que son enviadas del Cielo, voces dulcísimas del Divino Esposo de las almas, y después lo pasáis a otra ocasiones que os surgen o el genio desordenado, o la sugestión del común enemigo, o el soberbio amor de vuestras comodidades, o el capricho de contradecir a quien os gobierna, o espiritual o temporalmente, los rompéis, no hacéis caso alguno o incluso los olvidáis. ¡Oh debilidad deplorable! Prometer a los hombres, a vuestros iguales, e incluso a los inferiores, y no cumplir, es hacer una afrenta, es una injuria. ¿Qué será ante Dios? Acordaos que de Dios nadie se burla.
   
SOLILOQUIO. Dulcísimo Señor mío, Esposo de mi alma, he aquí a vuestra presencia la más inconstante del mundo, cual hoja al viento, cual Luna en el cielo, sujeto a tantas inestabilidades y mutaciones, como culpable soy, y tal confieso de haber sido en mis propósitos. ¡Cuántas veces he roto la palabra dada a Vos, a vuestros Ministros y superiores! Conozco mi grande volubilidad, y considerando la firmeza de mi Santa Abogada Santa Abogada en todo lo que llevaba a vuestro Divino Servicio al que estabais dedicada, y el provecho espiritual, en vos grandemente amada, siempre más me confundo. Dejadme pero rogar, y por vuestra infinita bondad, y por los grandes méritos de vuestra Santa, que pueda conseguir firmeza de espíritu, de corazón y de voluntad, para siempre amaros y serviros en la condición que cortésmente os plugo ponerme. Así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, y el himno. 
  
Antífona: Oh Santa Cecilia, que convertiste a tus dos hermanos, venciste al juez Almaquio, mostraste rostro angélico al Obispo Urbano, y como abeja oficiosa serviste al Señor.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Escúchanos, oh Dios Salvador nuestro, para que así como celebramos gozosos la memoria de tu bienaventurada Virgen y Mártir Santa Cecilia, nos aproveche avanzar piadosos en su devoción. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA TERCERO – 15 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, desde joven, glorifica a Dios.
Habéis sido comprados a gran precio; glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo (San Pablo, Epístola a los Corintios 6).
   
PRIMER PUNTO. Considerad cómo esta gran Santa en la flor de los años, en medio de las comodidades de su casa, de las caricias de sus padres, glorificó a Dios con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. Vuestro corazón, ¿en qué se emplea, cuáles son vuestros afectos, cuáles vuestros deseos: son la sola gloria de Dios y de su santo servicio, o son de vanidad, de afección a la sangre, a la ropa, al mundo, al que renunciasteis con todas sus pompas en el Santo Bautismo? Aprended de Santa Cecilia el modo de glorificar a Dios, y cuando no podáis glorificarlo con las obras, que son el verdadero testimonio del buen interno, al menos glorificadle con el corazón.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad cómo esta Santa glorificó a Dios súbito, y para vuestra inteligencia de esta palabra súbito, quiere decir, que apenas llegó al uso de la razón y del conocimiento de su Divinísimo Esposo Jesús, pronto se puso en obras y palabras a glorificarlo. Vos, que quizá tenéis tantos años sirviendo a Cristo, y gozáis del vivo conocimiento de la gracia señalada que Dios os ha hecho de llamaros de la Babilonia del mundo al Paraíso de la Fe, ¿cuánto fuisteis perezosos en resolveros a dar a Dios aquella gloria que requiere de la justicia, la razón y la gratitud. Quien da presto da el doble; obrad en adelante con prontitud en todas las cosas que conocéis son de honor y de servicio al Altísimo, y dad a Dios la debida Gloria, y a vosotros el mérito.
  
TERCER PUNTO. Considerad cómo Santa Cecilia glorificó a Dios, pero sabed que lo glorificó siempre: esta palabra siempre, quisiera que penetrase bien en la mente y en el corazón, para que se verifique que sois imitadores de tan gloriosa Santa. La virtud no consiste en comenzar, sino en el continuar, y en los seguidores de Cristo (dice San Jerónimo) no se mira el principio sino la perseverancia y el fin. Cuántos comenzaron bien, dándose o a la penitencia, o a la perfección, o a otro ejercicio devoto de gloria a Dios y de utilidad al alma, y en medio del camino, miraron atrás como la mujer de Lot convertida en sal por su propia curiosidad, se perdieron y acabaron mal. Recordad que Cristo dice que quien pone la mano en el arado y luego mira atrás, no es apto para el Reino de los Cielos. No os contentéis con algún acto bueno que hayáis hecho o de Humildad, o de Caridad, de Obediencia, de Religión o de otra virtud moral; continuad haciéndolo, no desistáis del bien comenzado. ¿Y qué tendréis? Aseguraos, Dios es fiel en sus promesas, así como es Santo en sus obras (dice el Apóstol San Pablo), y a su tiempo dará el palio, la merced y la corona.
   
SOLILOQUIO. Liberalísimo Dios, que creándome a vuestra imagen y semejanza, me formasteis de alma y cuerpo, para que con una y otro me emplease a cada hora y cada momento en glorificaros, en rendimiento de gracias por haberme creado y enriquecido con tantos beneficios de naturaleza y de gracia, de redención y conservación, de vocación de llamarme a la Religión Católica y del gran beneficio de la gloria que me habéis preparado; e ingrato que soy, ¿dónde he empleado mi corazón y mi mente? ¿Dónde fueron mis deseos? ¿Dónde hasta ahora he puesto mis afectos? ¡Ah, mis potencias del alma, por mí traicionadas!, diré llorando con el penitente San Agustín, y si retornara a mí misma, glorificado mi Dios en algún acto virtuoso cuando pronto me he cambiado, contentándome con lo poco, con que merezca ser glorificado, y siempre, y en un todo. Con mi confusión no veo haber así practicado por vuestra gloriosa Virgen y Mártir Santa Cecilia, de cuyo patrocinio ahora imploro a Vos, Señor mío, a fin de que pueda glorificaros siempre con alma y cuerpo. Así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos. 
   
Antífona: Te bendigo, Padre de mi Señor Jesucristo, que por tu Hijo extinguiste el fuego que estaba a mi lado.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Concédenos te suplicamos, oh Señor Dios nuestro, venerar con incesante devoción de tu Virgen y Mártir Santa Cecilia, para que la que no podemos celebrar con mente digna, por lo menos obsequiemos con humilde servicio. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
    
DÍA CUARTO – 16 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia siempre canta alabanzas a Dios.
Su alabanza está siempre en mi boca (Salmo 33).
   
PRIMER PUNTO. Considerad cómo esta gran Santa empleaba día y noche su lengua en alabar a su dulcísimo Esposo Jesús, del cual se veía tan favorecida, y al cual se conocía tan obligada. ¿En qué vosotros empleáis vuestra lengua? ¿Cuáles son vuestros discursos? ¿Cuáles son vuestras palabras? No quisiera que la empleaseis en censurar los hechos ajenos ni en motejar a vuestros iguales; mirad pues que vuestros discursos no sean murmuraciones, y vuestras palabras no fuesen sanas, propias de la Fe que profesáis ni de la caridad debida al prójimo. Acordaos que si no empleáis la lengua en alabar a Dios, os hallaréis culpables de mil culpas, teniendo una lengua incorrecta (según el parecer de los Santos Padres) que siembra iniquidad.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad cómo las voces de esta Santa correspondían a los sentimientos de su gran corazón. No quisiera que seáis del número de aquellas personas reprobadas en la Sagrada Escritura, que alaban a Dios con la lengua y no con el corazón, alejado del mismo Dios. Con Dios no nos valen ficciones, Él no se fija en lo externo, como hace el mundo y sus secuaces, sino está acompañado de lo interno. Esta es la costumbre de Dios y de quien lo ama, unir lo uno con lo otro. Haced que el corazón corresponda con la lengua, y alabaréis a Dios como se debe.
  
TERCER PUNTO. Considerad cómo su corazón nunca fue diferente de sus voces. Vosotros, ¿cómo sois amantes de la sinceridad y de la verdad, cosa tan alabada en un alma fiel, tan propia de quien profesa la Religión Cristiana, fundada sobre la Primera, Infalible y Suma Verdad, que es Dios? ¿Deseáis saber so el corazón y la lengua marchan juntas? Menos mal que sea así. Pero si una cosa decís tratando con Dios y vuestro prójimo, y hacéis otra toda diferente o contraria, ¿qué hacéis? ¿Qué sería? Os dejo el examen a vosotros. ¡Ay de quien así obra! Se engaña a los hombres, pero sabed que a Dios no se le engaña.
   
SOLILOQUIO. Dios mío, que me habéis dado entre los miembros del cuerpo la lengua, para que solo se emplee en santificar vuestro nombre, publicar vuestras maravillas, a pediros el Pan espiritual y temporal, para vivir en Vos solo de alma y cuerpo, para siempre ensalzaros y alabaros, como hacen los Ángeles en el Cielo y vuestros fieles siervos en la tierra, y yo ingratísima criatura con el mismo don de la lengua que me habéis concedido, invirtiendo el orden y toda razón, prevaleciendo en ella la ofensa vuestra y del prójimo, en daño de mi alma. Conozco mi error, lo detesto, y os pido cambiármela por una lengua celestial por los méritos de mi gran Santa, cuya lengua se empleó siempre en alabaros, y hasta la efusión de su sangre, ante los tiranos y tormentos, en confesaros por verdadero Dios, Señor y Creador de todo, y Redentor de mi alma con tanta gloria vuestra, con tanta rabia del Infierno, y con otro tanto ejemplo del Cristianismo, protestándome en tener día y noche en todo momento, y en cantar eternamente vuestras alabanzas; a tal efecto imploro vuestra Divina asistencia. Así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos. 
   
Antífona: Mientras sonaban los instrumentos, Cecilia en su corazón sólo a Dios salmodiaba, diciendo: «haz, Señor, mi corazón y mi cuerpo inmaculados, para que no quede confundida».
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos en la solemnidad de tu virgen y mártir Santa Cecilia, por cuyo patrocinio esperamos nuestra liberación. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA QUINTO – 17 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante de los padecimientos.
Mas cuando quiso aquel Señor, que me destinó y separó desde el vientre de mi madre, y me llamó con su gracia, revelarme a su Hijo, para que yo le predicase a las naciones, lo hice al punto sin tomar consejo de la carne ni de la sangre (San Pablo, Epístola a los Gálatas I, 15).
   
PRIMER PUNTO. Considerad cómo esta gran Santa, reflexionando que los verdaderos seguidores de Jesucristo son aquellos que niegan su propia voluntad, refrenan sus pasiones desordenadas, mortifican la carne para que no se imponga sobre el espíritu, finalmente, caminan por senderos de sangre y cargan con Cristo la Cruz, ella, para mostrarse verdadera discípula de tal Maestro se entregó a todo tipo de mortificaciones y penitencias, aunque inocente, delicada, en la flor de sus años, y en medio de toda comodidad y placer. Vosotros, que hacéis profesión de seguir las huellas del Divino Maestro, y la doctrina del Evangelio, ¿cómo sois amante de los padecimientos? ¿Observáis voluntariamente las normas penitenciales que estableció la Iglesia, las incomodidades de las estaciones, las carencias de algunas cosas, a veces, aun superfluas y no necesarias, de solo vuestro gusto y capricho? ¿Qué tipo de mortificaciones hacéis para que vuestras pasiones no prevalezcan ante la razón, y la carne no domine el espíritu? Si no tenéis tanto coraje de elegir por vosotros la cruz de los padecimientos, soportad al menos de buena gana los que son anexos a la miseria de nuestra vida terrena, y a las obligaciones de vuestro estado de vida.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad que los padecimientos de Santa Cecilia fueron continuados, lo que hace admirable en esta Santa el amor de la Cruz es el aparejar los rigores de un ermitaño con las fatigas de un apóstol. ¡Cuánto ayunó, cuánto oró, cuánto habló, tantos cilicios y disciplinas empleó esta virtuosa doncella para convertir a su esposo Valeriano, al cuñado Tiburcio, a su familia y a la de ellos, siervos idólatras! Y pensad que faltaron hombres y mujeres igualmente del mundo, que no la persuadieron en contrario de ser una loca y martirizarse a sí misma, pero tuvieron en Cecilia el efecto que las palabras que ante Jesucristo los judíos le invitaban a bajar de la cruz; de vosotros y nosotros, tan fácilmente y por cualquier aparente razón nos dispensamos de las asperezas emprendidas (siempre con licencia del director espiritual) por elección santa, y de las que manda la Iglesia. ¡Oh almas desaconsejadas? Tenemos en horror la penitencia, y debemos amarla, si no por otra razón, por amor a nosotros mismos, y amarla continua, para que de continuo se combata la carne, de continuo debe ser valorado el espíritu, y si de continuo se peca, se debe de continuo padecer, y descontar las culpas con la penitencia.
  
TERCER PUNTO. Considerad que en los padecimientos, Santa Cecilia tuvo dos cualidades notables: fortaleza y constancia. Fortaleza, no dando nunca signos de disgusto; ¡oh, cuántos llevan la Cruz que que Dios les manda, o que la condición de estado les forma, y las llevan como Simón Cirineo: de mala gana, quejándose, retorciéndose y, Dios no lo quiera, renegando de Dios, de los superiores, de la religión y del prójimo!, todos serían de satanás, común enemigo; y tantas personas débiles en el soportar, y cuán delicadas, toda pequeña cruz les turba, contrista, causa murmuración y llantos, aunque fortalecidas por otra parte, constantes gracias de Dios, Sacramentos y otros ejemplos. Aquí yo digo claramente, esto es perder el mérito del sufrimiento, con el desahogar de las quejas. Todavía tuvo constancia Santa Cecilia en el padecer, deseando siempre nuevos... Oh, aquí consiste la perfección de quien ama padecer por amor de Dios: los padecimientos pasados no le dan pena, los presentes, queridos o no, es necesario sufrirlos. Por tanto, el heroísmo en los padecimientos consiste en el desear siempre nuevos padecimientos. A esto debéis aspirar si deseáis imitar a Santa Cecilia
   
SOLILOQUIO. ¡Qué gallardos motivos, amorosísimo Dios mío, tengo para imitar a vuestra sierva y mi abogada, y cuán lejos estoy de imitarla! Conozco que la grandeza del mérito y la gracia corresponde a la gloria que me ganarían estos leves, voluntarios y momentáneos rigores; conozco cómo fácilmente puedo prevenir con ellos igualmente la Divina Justicia y convertirlos en misericordia y perdón, conozco la necesidad de recopiar en mí la imagen de Jesús Crucificado si quiero ser admitido entre los predestinados en el Cielo; ¿con todo esto soy tan flaco y vil cuando se trata de contradecir mis inclinaciones, que si por alguna vez sacrifico a Vos, Dios mío, alguna cosa, mi sacrificio es como el de Saúl, esto es, de cosas de poca monta, dejando intactas las más queridas, que son mi propia voluntad, mi genio y mis gustos? A Vos recurro, pues, Dios mío, que veáis mi flaqueza y delicadeza, llena de amor propio: Concededme el espíritu de Santa Cecilia, que ella me comunique el doble espíritu que demandaba San Eliseo Profeta a su maestro San Elías, esto es, espíritu de mortificación interior y exterior, que ella tuvo, para que venciéndome perfectamente a mí mismo, llegue a gozar de las consolaciones prometidas en el Cielo a cuantos, como ella, amaron padecer. Así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos. 
   
Antífona: Con el cilicio Cecilia domaba sus miembros, y clamaba a Dios entre gemidos, llamando a las coronas a Tiburcio y Valeriano.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
¡Oh Dios!, que nos alegras con la solemnidad anual de tu virgen y mártir Santa Cecilia; haz que, además de honrarla con nuestros cultos, sigamos los ejemplos de su santa vida. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA SEXTO – 18 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante de la oración.
Oro con el espíritu, y también con el entendimiento; no poniendo nosotros la mira en las cosas visibles, sino en las invisibles. Porque las que se ven, son transitorias; mas las que no se ven, son eternas. (San Pablo, Epístola 1 a los Corintios Corintios 14, 11; 2 Corintios 4, 18).
   
PRIMER PUNTO. Considerad cómo la vida del alma es la oración, y así como el cuerpo vive por el alimento material que recibe de día en día, así el alma vive por el espiritual, que no es otro que la oración. Santa Cecilia entendió bien esta doctrina enseñada por Cristo y predicada por todos los Santos Padres, que de día y de noche, como canta la Iglesia en su Oficio, no sabía sino orar, teniendo siempre fijo su corazón en Dios, tanto que, también durmiendo, podía gloriarse con la Esposa de los Cánticos y decir: Yo duermo, y mi corazón vela (2, 15). ¿Vosotros cómo os aplicáis al ejercicio de la oración? ¿Cómo gustáis de este alimento celestial que nutre el espíritu, lo perfecciona y lo valoriza? Si queréis decir la verdad, ¡oh, cuántas veces sois compañía de los judíos, que regalados por Dios en el desierto de un alimento del Paraíso como lo era el maná, decían les causaba nausea tan leve alimento! ¡Cuán pronto os da tedio la oración, cuánto os distraéis en el ejercicio actual de esta, vagando en un mismo tiempo, con la mente fuera del espíritu, pensando en las vanidades del mundo y en cosas de nada, no acordándoos de estar en la presencia de aquel Señor con el que habláis en la Oración! No haríais así si habláseis con un hombre superior a vosotros. Pensadlo seriamente y enmendaos.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad cómo escribiendo el Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses, dice instando a la oración: Hijos míos, orad sin cesar (6, 15), y en otro lugar dice: Quiero que los hombres hagan oración siempre y en todo lugar. ¿Y por qué San Pablo demandaba esto a los fieles? Responde San Juan Crisóstomo, devoto expositor de sus Epístolas: precisamente la oración, con el uso continuo se hace siempre más fructífera a sus amantes, y el alma orante consigue el aumento de todas las virtudes. Ahora entenderéis por qué nuestra Santa llegó aquella gran santidad de vida, a aquella perfección de caridad hacia Dios y hacia su prójimo, a la posesión de aquella sabiduría y ciencia de Dios, comunicada a su esposo y a su cuñado y a los otros cristianos, a gozar de la vista y la compañía de los Ángeles; finalmente, a una invencible fortaleza con la cual superó el mundo, el sentido, el infierno y el tirano. En Santa Cecilia, todo era fruto de sus oraciones. ¿Qué fruto recogéis por vuestras oraciones? ¿Crecéis en las virtudes cristianas, o siempre seguís iguales? Dios Santo, que el pasar el tiempo en seca especulación es un fatigarse para empobrecerse.
  
TERCER PUNTO. Considerad finalmente cómo la oración de Santa Cecilia fue una oración ferviente, que obtuvo toda gracia por Dios, ¡y qué mayor gracia podía obtener la Santa que el conservar la virginidad prometida, en medio de tantas sugestiones y peligros de perderla, como ver convertidos a la fe de Jesucristo a su esposo Valeriano y a Tiburcio su hermano, y verles por amor de él mucho más que coronados de rosas y lirios por mano angélica, como les había prometido, coronados de glorioso martirio! Esto se atribuye a su ferventísimo modo de orar, por el cual consiguió cuanto supo orar y desear. Vosotros todo el día os lamentáis que no obtenéis las gracias que pedís al Señor: reflexionad un poco en la tibieza con que oráis, la poca atención y reverencia, y veréis que Dios tiene razón en negaros las gracias si le pedís en ese modo.
   
SOLILOQUIO. Amorosísimo Señor mío, Vos sois el primero que me enseñáis a orar, recomendando a vuestra Iglesia, a vuestros Discípulos y a todos los Fieles este santo ejercicio de la Oración como el más grato a Vos, el más poderoso para nosotros y el más formidable ante vuestros enemigos y nuestros; y yo, ¿cómo he hecho en el pasado? ¡Cuán malamente me he ejercitado en ella! Sé que mediante la oración Moisés, Samuel y tantos otros amigos de vuestra antigua Ley impetraron de vuestra Divina clemencia el perdón para los pecados de vuestro pueblo, Josué hizo detener el Sol, Gedeón con pocos soldados venció a ejércitos, y Judit con ella triunfó sobre Holofernes. Sé que en la nueva Ley, por las oraciones de los fieles San Pedro salió libre de la prisión de Herodes, San Pablo se hizo vaso de elección, y miles de personas y de Santos, por ella santificados, ordenaron a los elementos, a la muerte y a los demonios, y fueron oídos, y sin ir lejos sé finalmente de mi gran Santa y Abogada Cecilia, que todo lo consiguió de Vos orando, deviniendo ejemplo de las Vírgenes, gloria de los Mártires y Santa maravillosa. ¡Ah, Dios mío! Dadme, por sus méritos, amor a la oración y fervor por la oración. Así os suplico, y así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos. 
   
Antífona: Esta virgen gloriosa llevaba siempre en su pecho el Evangelio de Jesucristo, y de día y de noche no dejaba la oración y el divino coloquio.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Señor Dios, dispensador de todos los bienes, que en tu sierva Bibiana juntaste la palma de martirio con la flor de su virginidad, te pedimos por su intercesión unas contigo, por medio de la caridad, nuestro entendimiento, para que libres de todo peligro, consigamos premios eternos. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA SÉPTIMO – 19 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante del retiro.
Nuestra conversación está en el cielo. (San Pablo, Epístola a los Efesios 2, 6).
   
PRIMER PUNTO. Considerad cómo esta Virgen admirable nació en el mundo para ser precisamente una maravilla de las obras de Dios, en la cual elaboró su gracia un modelo de todas las muy santas y religiosas virtudes que con el tiempo debían servir de escuela para sus pares, por elección y por imitación. Por eso observad a Santa Cecilia en el ejercicio de muchas virtudes religiosas en medio de estrépitos y espectáculos del siglo, en medio de la nobleza, riquezas y comodidades de su casa y de su sangre, amante del retiro, asimilándola, como en un claustro en el cual debía pasar con Dios solo, con la lectura de libros devotos, principalmente del Evangelio, en el tiempo y los años de su juventud. Vosotros, ¿cómo amáis el retiro, cómo huís las curiosidades, para atender un poco más a la devoción y dar mayores fuerzas al espíritu? Sabed que un alma vagabunda y distraída no es capaz de conversar con Dios. Si no huís del demasiado conversar con el mundo, aunque no sois de él, Dios evitará conversar con vosotros.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad cómo al retiro del cuerpo de toda vanidad y curiosidad del mundo, de las conversas y discursos inútiles de las otras damas de su tiempo, agregó Santa Cecilia el del corazón, retiro verdaderamente santo y agradable a Dios, a la gloriosa Virgen María, y a los Espíritus Bienaventurados. Poco aprovecha estar retirados en la casa, en la habitación o en la iglesia, si después con la mente, con los pensamientos y con la fantasía salís de allí y os divertís así volando y paseando aquí y allá por los caminos del siglo, por las conversaciones, por las usanzas, las vigilias y aquellas cosas de las cuales debe estar totalmente retirada en su corazón y en su cuerpo aquella persona que quiere servir verdadera y perfectamente al Señor y seguir el ejemplo de los Santos. Acordaos que nuestro Dios es el Dios de los corazones, como dice el Real Profeta David, y estos quiere que se Le ofrezcan con sumo recogimiento.
  
TERCER PUNTO. Considerad cómo no se hastió nunca Santa Cecilia de este santo retiro. Conociendo que Dios cuanto más se comunica a un alma, tanto más alarga la mano a sus gracias, le participa todos sus secretos, le da las verdaderas consolaciones y le hace parte de los gozos anticipados del Paraíso; por esto, bien dijo San Bernardo, que en el nombre y en los efectos se unen Celda y Cielo, probando un alma solitaria y retirada en su celda anticipadamente los inocentes y suaves placeres del Cielo. Esto sin embargo sucede en aquellas personas a las cuales no decrece el elegido retiro, como sucedió en nuestra Santa, tan amante de él. Vosotros, al contrario (si queréis hacer una sincera confesión), no podéis estar retirados una hora, sin que no os asalten los tedios y las angustias. ¡Cuánto suspirar, cuánto bostezar que hacéis! Singo evidente, diría todo Padre espiritual, que no hamáis ni sabéis ocuparos con Dios. Aprended de Santa Cecilia el conversar con Dios, y cuán dulce se os hará el retiro.
   
SOLILOQUIO. Señor mío Jesucristo, ¿en dónde habláis más dulcemente al corazón de vuestros siervos, si no en la soledad y en el retiro, como decís por vuestro profeta Oseas: Conduciré a mis fieles a la soledad, y le hablaré en sus corazones? Así hacéis con tantos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, a los cuales vuestras palabras fueron alivio en las mayores angustias y tribulaciones de alma y cuerpo, como escudo y fortaleza en los asaltos de los enemigos visibles e invisibles, a estos fortaleza en las persecuciones, a aquellos ilustración de la mente, disipación de tinieblas, compunción de corazón, avance de virtudes y perfección de espíritu. ¡Oh regalos, oh luces, o gracias que vienen de Dios solo en el retiro y cara soledad! Envidio en estos bellos dones que goza mi Santa Abodada, la cual suplico ruegue por mí ante Dios, para que conozca el bien que es el vivir retirado, conversar con quien solo puede consolarme en la aflicción, fortalecer mi debilidad, saciar mi hambre, enriquecer mi pobreza, fecundar mi esterilidad, enfervorizar mi tibieza, y finalmente, santificarme a mí, pecador. Así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos. 
   
Antífona: Durante dos y tres dias ayunaba, encomendándose al Señor, al cual temía.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Concédenos te suplicamos, oh Dios omnipotente, que cuantos celebramos el nacimiento celestial de tu bienaventurada Virgen y Mártir Santa Cecilia, podamos regocijarnos en su fiesta anual y aprovechar el ejemplo de tan grande fe. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
DÍA OCTAVO – 20 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante de la pureza.
Como lirio entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes. (Cánticos 2, 2).
   
PRIMER PUNTO. Considerad que Santa Cecilia fue amantísima de la Pureza, virtud excelentísima y singular, por su aroma celestial, y no admite corrupción. El arco iris, donde se posa, comunica olor celeste a las flores, y la pureza, donde reside, introduce fragancia del Paraíso. Pero decía aquel dulce Padre espiritual San Francisco de Sales, nada es bello sino por la pureza, y la pureza de los hombres es la castidad, es el lirio de las virtudes. Esto entendió nuestra Santa antes que San Francisco de Sales, que sin embargo, siendo aún niña hizo voto a Dios de virginidad, de esta fue tan celosa, que buscó conservarla por medio de la oración continua y de las penitencias, renunciando a todos los falaces placeres de los centidos, y se puede decir que para conservar intacta su virginidad, unida con la verdadera fe de cristiana, entregó su virginal cuerpo a los verdugos, a los tormentos y a la muerte, Virgen y Mártir gloriosísima. Vosotros, ¿en qué estima tenéis esta virtud? ¿Cómo la conserváis? San Pablo, escribiendo a los Corintios y hablando de esta virtud, les dice: Sed como yo soy (1. Cor. 7.) Imaginaos también que dirá a todos sus devotos la pura Virgen Cecilia.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad que tal virtud de la Pureza (bajo cuyo nombre, dice San Agustín, hablando generalmente, milita la virginidad, la castidad, el pudor y la continencia) agrada tanto a Dios, que hace el alma digna de su mirada, como dice Nuestro Señor Jesucristo en San Matteo (5, 8): Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios. Por esto San Juan Crisóstomo la llama virtud traída por Cristo desde el Cielo a la tierra, porque allá arriba no habitan sino personas castas y puras, que por eso dice San Juan en su Apocalipsis (cap. 14, 3) que había visto en el Monte Sión un Cordero, cortejado por otros ciento cuarenta y cuatro mil, que San Gregorio Papa explica que son las personas puras y castas las que siguen al Inmaculado Cordero de Dios. Enamoraos pues aún vosotros de tan bella y excelente virtud, y buscad custodiarla más cuanto podáis, para imitar a la Santa y agradar más a Dios.
  
TERCER PUNTO. Considerad que son dos los medios para conservar la pureza, practicados por vuestra gran Santa. El primer medio es el recurso a la gran Virgen de todas las Vïrgenes, propuesta por Dios al hombre no solo como ejemplar para imitar en sus virtudes, sino también por potentísima medianera para recibir del Cielo toda gracia y virtud, como atestigua San Bernardo: Sic est volúntas Dei, qui ómnia nos habére vóluit per Maríam: esto es: esta es la voluntad de Dios, el cual ha querido que tengamos todas las cosas por María. Debéis pues pedir a Dios la pureza de alma y cuerpo, por la intercesión de su Purísima y Santísima Madre, especialmente en las tentaciones y mayores peligros, invocarla por su Inmaculada Concepción, atestiguando el Bienaventurado Juan de Ávila que muchos que fueron tentados por el espíritu inmundo, y a la invocación de María Inmaculada fueron defendidos y liberados. El segundo medio, practicado por Santa Cecilia, es la oración unida a la mortificación del cuerpo y custodia de los sentimientos. Pensad en estos medios, y en su seria práctica, y lograréis fácilmente, con la ayuda de Dios, el Patrocinio de María y de Santa Cecilia, el poseer esta celestial virtud.
   
SOLILOQUIO. Oh Jesús mi purísimo Esposo, que os apacentáis entre los lirios, como atestigua vuestra Esposa en los Cánticos (Cántico 2, 16), también Vos mismo sois el bellísimo lirio de los valles, ¡cuánto os regocijasteis en el alma y en el cuerpo de vuestra purísima sierva Santa Cecilia! Uno y otro consagrados a una suma pureza, por la cual mereció ver el Ángel con la corona de lirios y rosas en la mano, y se dedicó tanto por ella, que con vuestra gracia, y por medio del santo Bautismo, se enamorasen su esposo y cuñado de la pureza, y gozasen en vuestra compañía de la angélica presencia, con iguales coronas a la vuestra, para adornar su cabeza. Ah, por los méritos de esta purísima Virgen, haced, oh Señor, que mi corazón y mi cuerpo sea inmaculado, para no confundirme en mis manchas. Cread, oh Dios mío, en mí un corazón puro, exclamaré con vuestro Real Profeta David, libradme del fango vilísimo de estemundo, para que no quede envliecido. Señor,seguiré siempre en el número de las vírgenes a mi Cordero inmaculado, y viviré siempre en compañia de la pureza, si no me es permitido morir por ella. Así lo prometo, y así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos. 
   
Antífona: Tengo un secreto, Valeriano, que quiero decirte: Tengo un Ángel de Dios, que me ama, y con diligente celo custodia mi cuerpo.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Suplicámoste, Señor, nos concedas el perdón de nuestros pecados por la intercesión de la Bienaventurada Santa Cecilia, Virgen y Mártir, que siempre fue agradable a tus divinos ojos por el mérito de su castidad, y por lo que ostentó en su martirio la virtud de su poder. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
DÍA NOVENO – 21 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, perfectísima amante de Dios, por el cual da la vida y sufre generosamente el martirio.
¿Quién nos separará de la caridad de Cristo? ¿La tribulación o la angustia? ¿O el hambre? ¿O la desnudez? ¿O el peligro? ¿O la persecución? ¿O la espada? (San Pablo Apóstol, Epístola a los Romanos, 8, 35).
   
PRIMER PUNTO. Considerad que la Caridad es una de las tres Virtudes teologales que Dios infunde en el alma, y es un hábito infuso en la voluntad, con la cual amamos a Dios, y amándolo, nuestro corazón se le hace fácil obrar prontamente, por su amor, en torno a los actos de todas virtudes (Santo Tomás, Suma Teológica, parte 2-2ª, cuestión 23, art. 1), que por esto dice San Agustín en su Enquiridión, hace al alma virtuosa y buena, y la hace amiga de Dios. Esta caridad se encontró en Santa Cecilia en grado tan sublime, que como San Pablo podía decir vivir solo en él: Aunque vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí; y estaba talmente ligada en el amor de Jesucristo, que casi se trataba del imposible el separarla de él, por ser la caridad símbolo de perfección (Gálatas 1, 10). Vosotros, ¿cómo amáis a vuestro Dios? ¿Os parangonáis a Cecilia? Ah, ¡cuán lejanos estáis de la verdadera posesión de la virtud de la caridad, por cuán poco os separáis de Dios! Pensadlo, que yo no lo quiero decir.
    
SEGUNDO PUNTO. Considerad que precisamente la caridad hacia Dios fue aquella que la llevó a despreciar todas las cosas del mundo, belleza, nobleza, riquezas y placeres de toda clase, estimando como inmundicia y fango vilísimo todas las cosas de este mundo que los otros aman, estiman y buscan con tanta avidez, solo enamorada de Dios y de las cosas celestiales; no solo de Dios, sino de su prójimo, por eso observad cuánto hizo, cuánto oró para que su esposo y cuñado se enamorasen de Jesucristo, gozándose de verlos padecer por él para salvar así sus almas, y esta es verdadera caridad del prójimo, buscar la salvación de las almas por sobre cualquier otra cosa; como enseñan todos los Santos Padres. Así os pido seáis vosotros, oh devotos de Santa Cecilia, que en primer lugar la imitéis, no estimando tanto estas cosas del mundo, con todas sus vanidades, sino despreciándolas enamorándoos solo de aquellas cosas que pueden ser medio para obtener el perfecto amor de Dios y del prójimo; y para vosotros, el amor del prójimo debe extenderse a lo que enseña el mismo San Pablo: soportaros unos a otros con caridad fraterna. La caridad es paciente, no es envidiosa, no es gravosa, no es ambiciosa ni maliciosa, no murmura, no busca los hechos ajenos, no busca lo que solo la disgusta. Oh virtud divina, entended bien esta consideración, y la caridad de Dios y del prójimo estará en vosotros.
  
TERCER PUNTO. Considerad por último, e imaginaos ver a todo el Infierno armado contra Santa Cecilia con su rabia, atizando al prefecto Almaquio, y a los verdugos, el mundo con sus fraudes y halagos, con su noble parentela y toda Roma, en su mayor parte idólatra, ciegamente compasiva de la generosidad de una joven de gran riqueza, y adviniente, en manos de los tormentos y de la muerte por amor del Crucificado, y la furia del tirano Almaquio, que ora con amenazas, ora con lisonjas, busca persuadir a Cecilia a la adoración de sus falsos dioses; y por otra parte, imaginaos de ver a una Virgen tan generosa reírse de estos tres enemigos, y al primer tormento, al baño de fuego en su propia casa condenada. Observadla, en vez de ser ofendida y extinta por las llamas, alabar a Dios, como Daniel en el foso de los leones, y a los tres jóvenes de Babilonia en el horno, y después condenada a ser muerta decapitada, decir con el Apóstol: ¿Quién nos separará de la caridad de Cristo? ¿La tribulación o la angustia? ¿O el hambre? ¿O la desnudez? ¿O el peligro? ¿O la persecución? ¿O la espada? (San Pablo Apóstol, Epístola a los Romanos, 8, 35). Protesto, y estoy cierto, que ni la muerte ni los principados, ni las demás potestades, ni lo presente ni lo futuro, ni la fortaleza, ni lo alto ni lo profundo, ni hombre u otra creatura alguna del mundo me podrá separar de la caridad de Dios en Cristo Jesús: palabras del mismo San Pablo en boca de Santa Cecilia, en el acto de poner el cuello ante la espada del verdugo, que tres veces golpeada para hacerla un gracioso espectáculo de amor al mundo, a los Ángeles y a los hombres, por tres días quedó semiviva, muriendo finalmente por las heridas más del amor que de la espada, como la Esposa en los sagrados Cánticos, Víctima, Hostia y Holocausto de Caridad. Reflexionad por gracia en esta gran virtud que nos transforma en Dios, y con Dios nos hace insuperables de todo, y así pedidla de todo corazón a quien solo os la puede conceder.
   
SOLILOQUIO. Oh Dios, oh amor, oh amorosísimo Jesús mío, que en todos vuestros dones y en todos vuestros beneficios de naturaleza, o de gracia o de gloria preparada a vuestros fieles amantes me hacéis probar la grandeza de vuestro amor, del cual debería sentirme mover el corazón a amaros con todas las fuerzas, y porque me lo mandáis y me provocáis, y porque lo merecéis, me lo mandáis con dulzura de ley, me provocáis con abundancia de gracias, lo merecéis por excelencia infinita de mérito y vuestras divinas perfecciones, confieso ser vuestro amor supremamente fino y sin medida, pero al mismo tiempo detesto mi desamor, mi ingratitud, que son hielo a tanto fuego, y me conservo fría ante las llamas; cualquier cosa del mundo es suficiente para separarme de vuestra Caridad, más estimo el amor de carne y sangre y de mí mismo que el vuestro. Por los méritos de la gran Serafina de Roma, la gloriosa Virgen y Mártir Santa Cecilia, dadme alguna centella de aquel amoroso incendio, por el cual arda mi corazón hacia Vos y hacia mi prójimo, y corresponda en parte al menos a vuestro amor. Haced, pues, que os ame a despecho de todos mis enemigos, con el amor de los más encendidos Serafines, o con el amor de vuestra Santa Cecilia, y porque es menos condigno e igual al vuestro, Os amo y Os amaré siempre con el mismo amor. Así sea en nombre de Jesús y de María.
   
Rezar los nueve Padre nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos. 
   
Antífona: He despreciado los reinos del mundo y todos los adornos del siglo por amor de mi Señor Jesucristo, a quien vi, a quien amo, en quien creo, al que amo.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Oh Dios, que entre otros milagros de tu poder, has hecho obtener la victoria del martirio al sexo más débil, haz por tu bondad que, celebrando la nueva vida que ha recibido en el cielo la bienaventurada Santa Cecilia, tu virgen mártir, saquemos provecho de sus ejemplos para marchar por el camino que conduce a Ti. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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