jueves, 27 de enero de 2022

DE LA ADICIÓN DEL FILIÓQUE AL CREDO

Traducción del artículo publicado en TENETE TRADITIONES.
     
   
«El I Concilio de Constantinopla (380), convocado principalmente contra los macedonios (neumatómacos), que negaban la divinidad del Espíritu Santo, consideró suficiente para defender esta verdad el definir el origen del Espíritu Santo de la sustancia del Padre, porque él es por supuesto Dios si tiene la misma sustancia que el Padre. Por eso, en el Símbolo de Constantinopla se dice: “Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre”, y no se menciona su origen del Hijo.

Posteriormente, sin embargo, se añadió al Símbolo Niceno-Constantinopolitano, primero en España, a partir del III Concilio de Toledo en el año 589, la palabra “Filióque”. Se sigue que el Sínodo ordenó que, en el Credo de la Misa, las palabras “ex Patre Filióque” fueran cantadas en voz alta. A principios del siglo IX encontramos esta costumbre también en Francia, desde donde se extendió a Inglaterra y el norte de Italia. Cuando, en el año 808, unos monjes franceses, en el Monte de los Olivos de Jerusalén, siguiendo la costumbre de su tierra natal, añadieron también el Filióque al cantar el Credo, fueron acusados ​​de herejía por los monjes griegos. Los frailes de Franconia antes mencionados dirigieron el asunto al Papa León III, pidiéndole que les enseñe “certíssimo mandáto” qué creer sobre el origen del Espíritu Santo, el Papa les envió un Símbolo que comienza con las palabras: “Leo epíscopus, servus servórum Dei, ómnibus orientálibus ecclésiis”. En este símbolo leemos: “Spíritum Sanctum a Patre et Fílio æquáliter procedéntem” (Kleutgen, De ipso Deo n. 997). Por otro lado, en el Concilio de Roma de 810, se reprochó la adición del Filióque como una novedad innecesaria. Esto fue hecho por el Papa por razones disciplinarias, quizás para no irritar a Oriente, porque dogmáticamente el asunto ha madurado mucho para su definición.
     
Ya en el año 410, en el Concilio de Seleucia, 40 obispos profesaron su fe “in Spíritum vivum et Sanctum, Paráclitum vivum et sanctum, qui procédit ex Patre et Fílio” [ܘܰܒ݂ܚܰܕ݂ ܪܽܘܚܳܐ ܚܲܝܵܐ ܩܰܕܺ݁ܝܫܳܐ: ܦܳܪܰܩܠܶܝܛܳܐ ܚܲܝܵܐ ܩܰܕܺ݁ܝܫܳܐ: ܗܰܘ ܕ݁ܡܶܢ ܐܰܒ݂ܳܐ ܘܒ݂ܺܪܳܐ ܢܳܦ݂ܶܩ] (Cfr, Lamy, Concílium Seléuciæ… habítum a 410, Sovania 1868).

El Concilio de Toledo en 447, convocado a instancias de León I, afirma: “Spíritus S. a Patre Filióque procédens”. El símbolo de Atanasio, desde el siglo VI proclama: “Spíritus Sancto a Patre et Fílio… procédens”. También el Papa Hormisdas (523), en una carta al emperador Justino, usa la frase: “de Patre et Fílio”. Por lo tanto, no es de extrañar que a pesar de la reprimenda del Papa León III, la costumbre de añadir el “Filióque” al Símbolo no cesó, pero se extendió cada vez más, y en muchos sínodos provinciales (en Aquisgrán 789, en Friuli 791, en Worms 868), fue legalmente aprobada, y finalmente en 1014 también Roma aceptó el Filioque en su liturgia. El Concilio de Florencia definió la legalidad de la introducción del Filioque al Símbolo de la Fe: “Definimos, dice el Concilio, que la adición de las palabras Filióque fue lícita y razonablemente puesta en el Símbolo, en gracia de declarar la verdad y por necesidad entonces urgente” (Denz. 691).
    
Los griegos, desde la época de Focio hasta nuestros días, han estado luchando enérgicamente contra el Filioque en oposición supuestamente al Concilio de Éfeso, que decidió “álteram fidem nemini lícere proférre, aut conscríbere, aut componére, præter definítam a Sánctibus Pátribus, qui in Nicǽa cum Sancto Spíritu congregáti fúerunt”.

Respondemos que la interpretación del Concilio de Éfeso, aparentemente falsa y consistentemente aplicada por los griegos, llevaría al absurdo que a la Iglesia no se le permitió, después del Concilio de Nicea, en cualquier concilio posterior, hacer nada nuevo que el Concilio de Nicea no hubiera decidido. Y sin embargo, el Concilio I Constantinopolitano contra los macedonios, después de las palabras “Et in Spíritum Sanctum”, agregó al símbolo Niceno: “Dóminum et vivificántem, qui ex Patre procédit… qui locútus est per Prophétas”. Así el Concilio de Éfeso habría condenado al Concilio de Constantinopla, cosa que nadie sospecha.
    
El sentido, pues, del decreto del Concilio de Éfeso sólo puede ser este: Nada debe agregarse en contra de las decisiones del Concilio de Nicea; y cuando se trata de agregar algo que no contradiga estas disposiciones, no se permite agregar a los privados, sino al magisterio eclesiástico, al papa o a otro concilio posterior. La adición del Filioque no se opone al Concilio de Nicea, sino que sólo lo desarrolla y aclara; la adición es dogmáticamente, como hemos visto, bien fundada, no fue incluida en el Símbolo por particulares, sino por la suprema autoridad eclesiástica, por lo que la acusación de los griegos de que se opusieron a la resolución del Concilio de Éfeso es fundamentalmente defectuosa».

PADRE MACIEJ (MATÍAS) SIENIATYCKI, Zarys dogmatyki katolickiej (Esquema de la dogmática católica), Tomo I “Un solo Dios”, págs. 265-267.

5 comentarios:

  1. Si los griegos en el concilio de Florencia que pudieron aceptar el filioque (uniatas) por qué no pudieron aceptar el celibato del clero que era algo mucho menos doctrinalmente demandante? Y por qué el papa Pío XII les había hecho una excepción en su código canónico para las iglesias de oriente permitiendo ordenar hombres casados? 🤔

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    1. Los griegos tienen el celibato para los monjes (de entre los cuales se eligen los obispos y patriarcas de ellos), y cuando un sacerdote enviuda, pasa inmediatamente a ser célibe. Lo otro, quizá sea una dispensa, pero no sabemos. Lo que sí es que Pío XII no defendió la Fe en la misma medida y contundencia que lo hiciera San Pío X, y la apostasía actual aceleró su marcha desde 1945, cuando en remplazo del fallecido padre Augustin Merk SJ, escogió a Augustin Bea/Behayim como su confesor.

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    2. Al final, no cumplen específicamente lo que el apóstol Pablo estableció como requisito para el obispado y el diaconado: que fueran casados y supieran gobernar sus casas y familias, para así demostrar que pueden gobernar o ministrar la iglesia de Dios.

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  2. Canónicamente hablando, sólo tiene fuerza de ley, por decirlo de algún modo, lo decretado en los concilios ecuménicos, no en los nacionales como los sucedidos en Seleucia, o Toledo. El ¿Papa? Benedicto XVI hizo publicar una declaración doctrinal con el Credo sin el Filioque, aunque bíblicamente puede deducirse que Dios Espíritu Santo es procedente del Padre, por palabras literales de Nuestro Señor Jesucristo, y es enviado por él en su nombre.

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    1. Una vez un concilio local es aprobado por el superior jerárquico, es ley en su jurisdicción (y en el caso del Concilio de Seleucia, la Iglesia Persa era autónoma). Pero en tal orden de ideas, si prevalecen los concilios generales, entonces se ha de observar lo dispuesto en el Concilio de Florencia el 6 de Enero de 1439, a saber:
      «definimos que por todos los cristianos sea creída y recibida esta verdad de fe y así todos profesen que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, y del Padre juntamente y el Hijo tiene su esencia y su ser subsistente, y de uno y otro procede eternamente como de un solo principio, y por única espiración; a par que declaramos que lo que los santos Doctores y Padres dicen que el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo, tiende a esta inteligencia, para significar por ello que también el Hijo es, según los griegos, causa y, según los latinos; principio de la subsistencia del Espíritu Santo, como también el Padre. Y puesto que todo lo que es del Padre, el Padre mismo se lo dio a su Hijo unigénito al engendrarle, fuera de ser Padre, el mismo preceder el Hijo al Espíritu Santo, lo tiene el mismo Hijo eternamente también del mismo Padre, de quien es también eternamente engendrado. Definimos además que la adición de las palabras Filióque [= y del Hijo], fue lícita y razonablemente puesta en el Símbolo, en gracia de declarar la verdad y por necesidad entonces urgente».
      A lo cual se estuvieron los griegos presentes en el Concilio, y no el repudio posterior que de este hizo el metropólita griego Marcos Eugénico de Éfeso por razones políticas (como siempre, la política mundana metiendo baza) y que les costó la caída de Constantinopla a manos del sultán turco Mehmet II el 29 de Mayo de 1453 (que ese año era domingo de Pentecostés), quien luego nombró patrarca de Constantinopla a Genadio II Cortesio (discípulo de Eugénico) para asegurarse la lealtad de los griegos y que nunca volviesen a buscar alianza con los odiados “francos” y “latinos” (apelativos con los que ellos despectivamente llaman a los católicos). Y si hablamos de las alianzas de los sultanes turcos con los protestantes en los siglos XVI y XVII (de hecho, el protestantismo y el islam suní tienen elementos comunes como son la crítica textual, la iconoclasia, el fundamentalismo –aunque en el protestante es más hacia el control del individuo, y en el islam lo es respecto de la sociedad– y su rápida expansión; y el salafismo es tenido como un “protestantismo islámico”), nos extenderíamos fuera de propósito.

      Y bíblicamente, el Espíritu Santo también procede del Hijo, porque en Juan 16, 13-15 está escrito: «Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer», y en Apocalipsis 22, 1 se habla que el río dr agua viva que recorre la tierra una vez restaurada (figura del Espíritu Santo) procede (en griego έκπορευόμενον) del río que sale del trono de Dios y del Cordero. Lo cual es lógico, porque si el Espíritu Santo procede de Dios Padre, y el Hijo es Dios igual que el Padre, entonces necesariamente se debe admitir que también procede del Hijo (a menos, claro está, que uno sea arriano o russellita, los cuales niegan la divinidad de Jesucristo).

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