Traducción del artículo publicado en TENETE TRADITIONES.
«El I Concilio de Constantinopla (380), convocado principalmente contra los macedonios (neumatómacos), que negaban la divinidad del Espíritu Santo, consideró suficiente para defender esta verdad el definir el origen del Espíritu Santo de la sustancia del Padre, porque él es por supuesto Dios si tiene la misma sustancia que el Padre. Por eso, en el Símbolo de Constantinopla se dice: “Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre”, y no se menciona su origen del Hijo.
Posteriormente, sin embargo, se añadió al Símbolo Niceno-Constantinopolitano, primero en España, a partir del III Concilio de Toledo en el año 589, la palabra “Filióque”. Se sigue que el Sínodo ordenó que, en el Credo de la Misa, las palabras “ex Patre Filióque” fueran cantadas en voz alta. A principios del siglo IX encontramos esta costumbre también en Francia, desde donde se extendió a Inglaterra y el norte de Italia. Cuando, en el año 808, unos monjes franceses, en el Monte de los Olivos de Jerusalén, siguiendo la costumbre de su tierra natal, añadieron también el Filióque al cantar el Credo, fueron acusados de herejía por los monjes griegos. Los frailes de Franconia antes mencionados dirigieron el asunto al Papa León III, pidiéndole que les enseñe “certíssimo mandáto” qué creer sobre el origen del Espíritu Santo, el Papa les envió un Símbolo que comienza con las palabras: “Leo epíscopus, servus servórum Dei, ómnibus orientálibus ecclésiis”. En este símbolo leemos: “Spíritum Sanctum a Patre et Fílio æquáliter procedéntem” (Kleutgen, De ipso Deo n. 997). Por otro lado, en el Concilio de Roma de 810, se reprochó la adición del Filióque como una novedad innecesaria. Esto fue hecho por el Papa por razones disciplinarias, quizás para no irritar a Oriente, porque dogmáticamente el asunto ha madurado mucho para su definición.
Ya en el año 410, en el Concilio de Seleucia, 40 obispos profesaron su fe “in Spíritum vivum et Sanctum, Paráclitum vivum et sanctum, qui procédit ex Patre et Fílio” (Cfr, Lamy, Concílium Seleuciæ… habítum a 410, Sovania 1868).
El Concilio de Toledo en 447, convocado a instancias de León I, afirma: “Spiritus S. a Patre Filioque precedens”. El símbolo de Atanasio, desde el siglo VI proclama: “Spíritus Sancto a Patre et Fílio… procédens”. También el Papa Hormisdas ( 523), en una carta al emperador Justino, usa la frase: “de Patre et Fílio”. Por lo tanto, no es de extrañar que a pesar de la reprimenda del Papa León III, la costumbre de añadir el “Filióque” al Símbolo no cesó, pero se extendió cada vez más, y en muchos sínodos provinciales (en Aquisgrán 789, en Friuli 791, en Worms 868), fue legalmente aprobada, y finalmente en 1014 también Roma aceptó el Filioque en su liturgia. El Concilio de Florencia definió la legalidad de la introducción del Filioque al Símbolo de la Fe: “Definimos, dice el Concilio, que la adición de las palabras Filióque fue lícita y razonablemente puesta en el Símbolo, en gracia de declarar la verdad y por necesidad entonces urgente” (Denz. 691).
Los griegos, desde la época de Focio hasta nuestros días, han estado luchando enérgicamente contra el Filioque en oposición supuestamente al Concilio de Éfeso, que decidió “álteram fidem nemini lícere proférre, aut conscríbere, aut componére, præter definítam a Sánctibus Pátribus, qui in Nicǽa cum Sancto Spíritu congregáti fúerunt”.
Respondemos que la interpretación del Concilio de Éfeso, aparentemente falsa y consistentemente aplicada por los griegos, llevaría al absurdo que a la Iglesia no se le permitió, después del Concilio de Nicea, en cualquier concilio posterior, hacer nada nuevo que el Concilio de Nicea no hubiera decidido. Y sin embargo, el Concilio I Constantinopolitano contra los macedonios, después de las palabras “Et in Spíritum Sanctum”, agregó al símbolo Niceno: “Dóminum et vivificántem, qui ex Patre procédit… qui locútus est per Prophétas”. Así el Concilio de Éfeso habría condenado al Concilio de Constantinopla, cosa que nadie sospecha.
El sentido, pues, del decreto del Concilio de Éfeso sólo puede ser este: Nada debe agregarse en contra de las decisiones del Concilio de Nicea; y cuando se trata de agregar algo que no contradiga estas disposiciones, no se permite agregar a los privados, sino al magisterio eclesiástico, al papa o a otro concilio posterior. La adición del Filioque no se opone al Concilio de Nicea, sino que sólo lo desarrolla y aclara; la adición es dogmáticamente, como hemos visto, bien fundada, no fue incluida en el Símbolo por particulares, sino por la suprema autoridad eclesiástica, por lo que la acusación de los griegos de que se opusieron a la resolución del Concilio de Éfeso es fundamentalmente defectuosa».
PADRE MACIEJ (MATÍAS) SIENIATYCKI, Zarys dogmatyki katolickiej (Esquema de la dogmática católica), Tomo I “Un solo Dios”, págs. 265-267.
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