viernes, 14 de enero de 2022

EL LIBERALISMO MANIPULADOR

Por Félix M.ª Martín Antoniano, del Círculo Tradicionalista General Calderón de Granada, para PERIÓDICO LA ESPERANZA.
  
  

Tras la restauración de Fernando VII en 1823 y la consiguiente emigración de los constitucionales, éstos no dejaron un minuto de conspirar desde el exilio para la recuperación del poder, como desgraciadamente lo conseguirían en 1833. Para ello, contaban con la colaboración interna del
«partido de los moderados» que pugnaba contra el sano y popular sector realista por hacerse con las riendas en todas las instituciones de la Monarquía.
 
   
A este partido es al que se refería el agente informador José Manuel del Regato en su Exposición elevada a Fernando VII en Enero de 1827, calificándolos de «afrancesados». Sus objetivos eran apoderarse del ánimo de Grijalba, Secretario de Cámara del Rey. Y, a través de él: acceder a la dirección de todos los Ministerios; colocar en destinos de influencia a sus afines, principalmente en la Policía; hacer a los realistas y a D. Carlos sospechosos al Rey, inventando la existencia de un supuesto «partido carlista»; inducir al Rey a tomar medidas contra los realistas, para así intentar hacerles odiosa la figura del Rey; sabotear la organización de la Hacienda, el Ejército y la Justicia, aumentando el desorden y el descontento, a fin de presentar el sistema constitucional como única solución. 
   
Lo cierto es que se podría decir que la Policía, creada en Junio de 1823 por la Regencia patrocinada por la Santa Alianza según las pautas de Fouché, sirvió de refúgium peccatórum para muchos elementos del antiguo Trieno Liberal. Estos fueron reciclados en la nueva situación, ya desde el principio en que fue encargado de la Superintendencia José Manuel Arjona (Noviembre 1823 – Agosto 1824). Y también, tras el paréntesis del interino realista Mariano Rufino González (Agosto 1824 – Mayo 1825), durante la Superintendencia de su sucesor: el nefasto Juan José Recacho, de una manera descarada (Mayo 1825 – Agosto 1827). 
   
Desde entonces comienzan a aparecer los agentes infiltrados, los espías, los agentes provocadores, los confidentes, y tantos otros nombres con los que estamos familiarizados. Lo solemos relacionar con los sucesivos nombres de Dirección General de Seguridad, CESID o CNI, y que coloquialmente se denomina cloacas del Estado. 
   
Una de las formas que tenía la Policía de tratar de indisponer a los realistas con el Rey era la continua invención de supuestas sociedades secretas en sus informes y exposiciones. Estas sociedades inventadas servirían a los realistas para conspirar contra el Rey en favor de D. Carlos. En este contexto, a principios de 1827 se difunde en la Península un Manifiesto que aparece firmado el 1 de Noviembre de 1826 por una supuesta Federación de Realistas Puros. En el manifiesto se vierten frases injuriosas hacia Fernando VII y pretende aparecer como un documento genuino salido de esas pretendidas sociedades secretas realistas. En este asunto, conocemos la verdad paradójicamente gracias a los propios informes de la Policía, verídicos en este caso concreto. 
   
Lo explica bien Federico Suárez en su Estudio Preliminar a Los agraviados de Cataluña (1972), en donde rectifica su anterior tesis de 1948. En este estudio reconoce la razón de los autores del Tomo II de la magna obra Historia del Tradicionalismo Español, quienes fueron los primeros en denunciar el carácter de falsa bandera de este documento: «Cuando Alonso Tejada publicó su Ocaso de la Inquisición [1969] y dio a conocer los partes de Policía que, recogiendo noticias de Londres, anunciaba la elaboración del Manifiesto, dio un vuelco a todas las construcciones que descansaban en este documento. […] El Manifiesto fue concebido, redactado, publicado y distribuido por los emigrados constitucionales. Ya lo dijo así una nota publicada en la Gaceta de Madrid el 1 de Marzo de 1827, y bien claramente. Los prejuicios nos han cerrado los ojos a los historiadores […]. Hasta [la publicación del libro de] Alonso Tejada, nos hemos equivocado todos, excepto [Melchor] Ferrer, [Domingo] Tejera y [José F.] Acedo». 
  
Existen serios indicios para creer que la instigación y preparación del levantamiento de los bienintencionados y manipulados malcontents de Cataluña en 1827, tuviera también su origen en los mismos elementos liberales. Y que se incitó con los mismos espurios fines que les movieron a la preparación y difusión del susodicho Manifiesto.
  
  
  
En un artículo anterior sobre el pseudorrealista Manifiesto de 1826, apuntábamos también a los liberales como muy posible origen instigador del levantamiento de los malcontents, hipótesis que se ha visto reforzada cuando el historiador Federico Suárez, abriendo brecha en el férreo muro de la historiografía liberal dominante, realizó su extraordinaria recopilación de documentos en los cuatro volúmenes de su magna obra Los agraviados de Cataluña (1972).
 
  
Los primeros indicios que sustentan este origen revolucionario los encontramos en la sospechosa labor –casi diríamos saboteadora– realizada por el fiscal de la Real Audiencia del Principado, encargado de instruir la causa: Juan de la Dehesa (quien desplegaría una buena carrera política tras la Revolución). Además de su increíble celeridad en la investigación (desde finales de Octubre de 1827, hasta su final Exposición conclusiva dada a mediados de Abril del año siguiente), subraya Suárez su «aparente poco interés por llegar al fondo de la cuestión» y su inclinación a «amontonar culpas y sospechas sobre el clero y los catalanes». 
   
Ese personaje debió suscitar reparos en el propio Fernando VII, quien nombró aparte una Junta de su confianza para indagar mejor los sucesos a fin de restablecer la justicia y atender a las reivindicaciones del pueblo. Lo cierto es que era clamorosa la noticia de frecuentes reuniones masónicas en la ciudad de Barcelona al amparo de la guarnición francesa todavía asentada allí, y es a sus interlocutores de la frontera hacia donde apuntan las acusaciones de muchos realistas contemporáneos. Así lo vemos, p. ej., en el testimonio de la célebre Josefina Comeford ante el propio Dehesa; o también en las cartas del Mariscal de Campo J. Sánchez Cisneros, quien afirma que los originadores de la sublevación pretendían «ver cómo podían convertir los mismos medios que los hermanos habían puesto en manos de los alucinados, contra ellos», y que «la principal mira es comprometer los cuerpos de Voluntarios Realistas para poder lograr el desarmarlos», finalidad que coincidía con la propuesta de Dehesa, en un Informe de 21 de Octubre, de que «se desarme al pueblo», es decir a los Voluntarios; o en las consultas dadas por el Obispo de Vich, en donde denuncia las ingentes remesas de oro y municiones que circularon durante el levantamiento, «sabiéndose casi, casi, de público, de dónde dimana uno y otro», y señalando también a la Policía como colaboradora en la conspiración. 
   
La historiografía posterior recoge también varios ejemplos que sustentan este origen revolucionario del alzamiento. El primero lo encontramos en una obra anónima (aunque de indudable autoría del Dr. Vicente Pou) de 1843, Noticia de la última guerra civil de Cataluña, en donde se cita como testimonio decisivo una frase de José Busoms, Jep dels Estanys (uno de los principales, por no decir el más importante, de los cabecillas sublevados) en su Manifiesto de 30 de Julio del 27: «Si el oro de los negros [= liberales] o del extranjero fomenta esta sublevación con siniestros fines, hagamos que no alcancen sus deseos ni vean correr la sangre entre amigos, compañeros y compatricios, ni la extinción tampoco de los cuerpos de Voluntarios Realistas, que es lo que anhelan». El Dr. Pou concluye que el objetivo de los liberales al fomentar este movimiento, era indisponer al Rey con los realistas en general, y con su hermano D. Carlos en particular. Lorenzo Cala Valcárcel, en su Refutación a la carta publicada etc., de 1841, señala el origen del levantamiento como un «plan decidido en las logias, como los anteriores, y éste con el principal objeto de indisponer a la Real Familia». Y en un artículo de 1869, firmado por un tal «J. Marqués de Iturgoyen», también se atribuye el origen a los negros, falsificándose al efecto órdenes del Inspector de Voluntarios Realistas. Aunque estamos de acuerdo con los coautores del Tomo II de la Historia del Tradicionalismo en no considerar a este último «autoridad por sus recuerdos históricos» debido a otros claros errores formulados en su artículo; sin embargo, nos permitimos matizarles cuando opinan que «los malcontents no fueron juguete de los liberales, sino que obraron inspirados por la mejor buena fe», ya que una cosa no quita la otra. 
   
Es perfectamente compatible suponer una germinación liberal del proceso, con fines también prorrevolucionarios, valiéndose al tiempo para su ejecución de ingenuos elementos realistas bienintencionados que querían sólo liberar al Rey, al que creían secuestrado. Así lo confirma su inmediata deposición de las armas ante la propia presencia del Rey en Cataluña, seguida de su Real Alocución (28/09/27). Por supuesto, ningún español de bien pondría reparos al lema que encabezaba el órgano de los agraviados, El Catalán Realista: «Viva la Religión, viva el Rey absoluto, viva la Inquisición, muera la Policía, muera el Masonismo y toda secta oculta».

3 comentarios:

  1. Las consecuencias del fin del reinado de Fernando VII, fue entre otros hechos la primera guerra carlista.
    Durante la primera guerra carlista, que enfrentó a los partidarios de la reina Isabel II (y de la regente María Cristina) con los defensores de Carlos María Isidro como aspirante al trono español, Mendizábal debía encontrar recursos financieros para hacer frente a los gastos de la contienda. El ministro decide aplicar y desarrollar un plan que había sido diseñado con anterioridad por el conde de Toreno: expropiar y vender los bienes eclesiásticos, tanto de órdenes regulares como seculares.
    Así, la desamortización de Mendizábal consistió en la expropiación de las tierras eclesiásticas (denominadas “manos muertas”, por su improductividad) y su subasta de forma pública. Estas tierras habían llegado a la Iglesia a través de donaciones, herencias y abintestatos (sucesiones de personas muertas sin herederos.
    La desamortización de Mendizábal fue un relativo éxito, aunque no se aceleró hasta 1839 y tuvo su máximo auge en el periodo 1842-1844, cuando el general Espartero puso en marcha su propia desamortización. A lo largo del siglo XIX se produjeron diversas desamortizaciones, que proporcionaron elevados ingresos para el Estado.

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    1. Perdón por la explicitud en el lenguaje, pero todos esos ingresos por la Desamortización de nada le valió a la ninfómana Isabel (a quien no llamamos “reina”, por razones de conocimiento general) y a su camarilla de amantes (con los cuales buscó conseguir lo que no podía con el disfuncional y afeminado de su cónyuge –de uno de ellos, Enrique Puigmoltó, fue que tuvo a Alfonso, tatarabuelo del actual Felipe), porque como decía San Juan Bosco, «La familia que roba a Dios no llega a la cuarta generación»: España tuvo una serie de guerras civiles y en 1868, Isabel partió al exilio en Francia (donde presenció la caída de Amadeo de Saboya y la 1.ª República). Su nieto, Alfonso, tuvo que exiliarse a Roma tras el referendo de 1931 que instauró la 2.ª República (como profetizó Fray Jacinto Coma en 1859), y su bisnieto Juan nunca llegó a la Jefatura de Estado.

      Por cierto (y Dios quiera que nuestras palabras no sean proféticas), a causa del perjurio de Juan Carlos y su mala conducta (amén de las supersticiones de Sofía), y la apostasía práctica de su hijo Felipe, tampoco vemos que Leonor (la hija morganática de este y la divorciada Leticia) dure mucho tiempo en La Zarzuela (si es que antes no se instaura la 3.ª República –pero a diferencia de la 2.ª, YA NO HABRÁ QUIEN LIDERE LA CRUZADA NI EL ALZAMIENTO).

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  2. Habiendo comentado los amantes de Isabel II, como se sabe su primer amante fue uno de los que le dieron el golpe de Estado de 1868. Me refiero a Francisco Serrano y Domínguez.
    El primer amante oficial fue el general Serrano (1846/48) a quien Isabel II le calificaba “el general bonito”, y producía un auténtico escándalo porque la reina lo perseguía por todos los cuarteles de Madrid. Llegó a tal nivel el escándalo, que el ejército decidió trasladarlo fuera de Madrid nombrándole capitán general de Granada (1848). Se apartó entonces de la política, dimitió del cargo que tenía, se casó y se dedicó a viajar.
    Participó de manera decisiva en la Revolución de 1868 ( con el general Juan Prim y Prats y el almirante Juan Bautista Topete y Carballo, entre otros que destronó a Isabel II, venciendo a las tropas gubernamentales en la batalla de Alcolea.

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