Reflexión escrita por un lector argentino. Título por el editor.
En la iglesia modernista aprendí muchas cosas llenas de “valores”:
- A pagar derecho de piso si soy nuevo.
- A no hablar para sobrevivir un día sin el maltrato eclesial.
- A comulgar en la mano para no morirme en una pandemia.
- A no confesar problemas familiares, dolores ocultos y traumas psicológicos para no ser expulsado de los grupos.
- A no pedir ayuda por miedo a ser etiquetado de débil.
- A aceptar que me manden a una iglesia evangelista para no ser más estorbo.
- A creer que todas las religiones son lo mismo y conducen a Dios.
- A no confesarme porque todo el tiempo veo los confesionarios vacíos.
- A tutear a un sacerdote como si fuera mi vecino.
- A juzgar al tradicionalista por retrógrado mientras abrazo al evangélico como “hermano separado”.
- A obedecer al Papa con obsecuencia y jusrificarle todo por estar sentado en la silla de Pedro.
- A visitar en secreto y por curiosidad a curas tradicionalistas por miedo a la condena de mi comunidad parroquial.
- A quedarme callado ante las relaciones homosexuales o extramaritales de muchos catequistas y formadores.
- A mirar como normal que los curas dejan los hábitos para casarse y muchos seminaristas dejan todo por una novia.
- A mirar para otro lado ante la doble vida de muchos ministros de la Eucaristía.
- A permitir que me pidan certificados para poder asistir a la Misa.
- A rezarle a “San” Angelelli, al Gaucho Gil o la Pochamama.
- A soportar de todo para no quedar mal con nadie.
- A creer es válida una misa virtual.
- A repetir como un loro que la Iglesia debe aggiornarse al mundo, que se tiene que modernizar.
- A escuchar de los curas que Dios está en el corazón y que la misa es sólo un formalismo.
- A que puedo ser catequista sin formación sólo por tener amistad con determinado cura.
- A estar colgado de la estola del cura piola.
- A ir a Misa sólo porque me cae bien la homilía del cura tiktokero.
- A ir a Misa porque lo siento.
- A aplaudir en la Renovación Carismática.
- A tolerar que una coordinadora de catequesis ande con un pañuelo verde y en marchas por el aborto.
- A creer que decir las verdades es condenar.
- A ver como normal que se lleven la hostia durante la comunión en la mano.
- A decir que la religión correcta es ser buena persona o que no hace falta la religión para ir al cielo.
- A pensar que tener amor propio es egoísmo.
- A contener mi llanto por lo mismo.
- A ocultar lo que pensaba sobre los abusos litúrgicos para no terminar en la lista negra del Arzobispado.
- A mirar desde afuera cómo se juntaban en los cumpleaños mientras yo era excluido.
- A caminar por la noche aceptando la denigración de mi persona como la voluntad de Dios.
- A pensar que un drama familiar, la adicción de un ser querido, un abuso en la infancia o un problema de salud mental nos define como personas.
- A mirar la Eucaristía como una simple cena conmemorativa.
- A ser tolerante con los protestantes que insultan a la Virgen María porque hay que respetar a las religiones.
- A aceptar que un homosexual esté a cargo de la catequesis familiar porque no hay que excluir.
- A acostumbrarme a las élites diocesanas que no dejan entrar a nadie si no cumplo ciertos requisitos.
- A mirar pasivamente cómo las iglesias quedan vacías, los seminarios vacíos y muchos catequistas se ponen el pañuelo verde en la muñeca.
- A resistir la humillación y vivir por aguante.
- A decir que no hay que exagerar sobre María.
- A creer que Lutero quería lo mejor para la iglesia y por eso hizo inició una “Reforma”.
- A tratar a los pobres como si fueran pobrecitos.
- A leer la Biblia Latinoamérica o la Reina Valeria como auténtica Palabra de Dios.
- A desear morir porque no me sentía amado por nadie.
- A que hay que obedecer a ciegas la autoridad del Obispo pero está bien que la Iglesia sea democrática y más participativa.
- A conformarme con un simple saludo o las migajas de una gaseosa porque me tienen lástima.
- A pensar que la conmiseración es amor.
- A saltar con los demás jóvenes durante una misa carismática y gritar como un loco.
- A deambular por la calle mendigando un poco de amor en las parroquias.
- A creer que jamás podría ser santo porque era soñar demasiado alto.
- A creer que hay pecados que no lo son tanto y todo es relativizado.
- A vivir con miedo al rechazo, con enojo hacia la familia y con inseguridad ante la vida.
- A pensar que la censura, la marginación y el elitismo era preocupación por mí y querer cuidarme de algo.
- A nunca estar quieto en la misa.
- A perdonar todo mientras a mí nadie me perdonaba un mísero error.
- A creer que entenderles todo era dejar de ocuparme de mi propia vida.
- A darle un tema recurrente a mis pesadillas, aún hoy… soñar que vuelvo allí.
Era
niño y no me dejó ningún amigo ni me hice más bueno, pero haber estado
allí me dejó en un fango espiritual muy grande que me costó mucho
salir. Me enfermó tanto de cuerpo como del alma, y ahora me di cuenta el
precio que pagué por ello.
Ahora me toca a mí
hablarlo para que nadie pase por lo que pasé. La experiencia siempre
ayuda. Y gracias a Dios pude salir adelante de la mano de la Tradición.
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