domingo, 26 de febrero de 2023

ENCÍCLICA “Diu satis vidémur” DE PÍO VII

A consecuencia de la Revolución Francesa (en aquel momento bajo la etapa del Directorio), los Estados de la Iglesia fueron invadidos por las tropas del Ejército de Italia dirigido por Napoleón Bonaparte y su lugarteniente Luis Alejandro Berther. Pío VI, si bien había firmado la tregua de Bolonia y el Tratado de Tolentino para salvar su país, fue tomado prisionero el 20 de Febrero de 1798 por las tropas francesas que habían ingresado a la Alma Urbe en expedición punitiva (el 28 de Diciembre del año anterior, el general Mathurin-Léonard Duphot fue muerto en medio de un motín causado por los revolucionarios italianos y franceses en ocasión de un festival en el palacio de José Bonaparte –que será conocido en España como “Pepe Botella”–), y llevado a Valencia del Ródano (Francia), donde murió el 29 de Agosto de 1799.
  
El papa Braschi, previendo lo que podía suceder en tan convulso tiempo, dejó instrucciones al Decano del Colegio Cardenalicio Gian Francesco Albani para que el cónclave se hiciese en la ciudad donde estuviese reunido el mayor número de cardenales posible. Y esa ciudad fue Venecia (que entonces estaba bajo la protección del emperador Francisco II de Habsburgo, último emperador del Sacro Imperio y primer emperador de Austria), donde habían llegado 34 de los 45 cardenales que había en ese momento. El cónclave comenzó el 30 de Noviembre en el monasterio benedictino de San Jorge, pero para Febrero de 1800, estaba en un punto muerto: Carlos Bellisomi (arzobispo ad persónam de Cesena y cardenal presbítero de Santa María en el Trastévere) y Jacinto Segismundo Gerdil CRSP (obispo titular de Dibona y cardenal presbítero de Santa Cecilia en el Trastévere) habían sido vetados por el cardenal Francisco Herzan von Harras en nombre del emperador. El cardenal Juan Silvano Maury, considerado neutral, propuso a Bernabé Chiaramonti OSB, obispo de Ímola, siendo este elegido el 14 de Marzo, asumiendo el nombre de Pío VII. La coronación tuvo lugar una semana después en la iglesia del monasterio, y para ello, como no se tenía acceso a las insignias papales, hubo que fabricar una tiara de papel maché y adornada con joyas donadas por las damas de la ciudad.
  
En la encíclica “Diu satis vidémur” [cuya traducción tomamos de la Colección de las Alocuciones Consistoriales, Encíclicas y demás letras Apostólicas citadas en el Syllabus en latín y en castellano (P. Ramón Tort, traductor; canónigo Dr. Andrés Posa y Morera), Barcelona, Librería de Juan Roca y Hnos., 1865], Pío VII sigue a la condena al liberalismo y la crítica a la Revolución que había destronado y exiliado a su antecesor, y exhorta a los obispos a volver a los valores del Evangelio y continuar la vigilancia para que los enemigos de la Iglesia (algunos camuflajeados entre el clero) no sigan pervirtiendo a los fieles, particularmente en las escuelas y seminarios.
 
CARTA ENCÍCLICA DE N. S. P. EL PAPA PÍO VII CON MOTIVO DE SU ELECCIÓN, A TODOS NUESTROS VENERABLES HERMANOS LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS Y OBISPOS, QUE SE HALLAN EN GRACIA Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA.
 

PIO VII PAPA.
  
Venerables Hermanos : Salud y bendicion apostólica.
  
Bastante Nos parece haber tardado en dirigiros la palabra. Dos meses se han pasado, durante los cuales no han fallado cuidados ni trabajo, desde que Dios cargó nuestra debilidad con este gravísimo peso del gobierno de toda su Iglesia. Justo es, en fin, que cedamos no tanto á una costumbre, que data de los tiempos mas antiguos, como á un sentimiento de verdadera afeccion , sentimiento producido hace mucho tiempo por los lazos de la gerarquía, y hoy dia aumentado sin medida hasta llegar á su lleno; y por lo mismo nada Nos es mas dulce ni mas agradable, que abriros nuestro corazon, á lo menos por medio de esta Encíclica. Ademas de queNos sentimos vivamente movidos á ello por esta obligacion, que Nos es propia, y aun la principal de lodas nuestras obligaciones, consignada y declarada en estas palabras : « Confirma á tus hermanos. » Porque en esta época de profundas miserias y de horribles tempestades, no menos que en cualquier otra época anterior, « Salanas ba deseado cribarnos á lodos como trigo. Aunque, ¿quien podrá ser tan ciego por la ignorancia o por las pasiones anti-religiosas para no conocer y para no ver en cierto modo basta con los ojos corporales, el hecho tan nolable, de que en esta situacion cuasi desesperada, Jesucristo, segun su promesa, de nuevo ha rogado por Pedro, para que no le faltára su fé? La posteridad admirará ciertamente, la sabiduría, la firmeza y la magnanimidad de Pio VI.° Sucesor de su auloridad, ¡ojalá pudiésemos serlo de su valor, que ni la violencia de las tempestades , ni la multitud de calamidades han podido abatir ni conmover! Digno Sucesor de aquel ilustre Martin , que ya en otro tiempo dió tanto brillo á Nuestra Sede, primeramente manifestó serle igual en la fé por la afirmacion y la defensa de la verdad, luego igual en fortaleza sufriendo toda clase de trabajos y de adversidades.
   
 Arrancado de su ciudad y de su Silla con la mayor crueldad , despojado del poder, del honor y de loda forluna, llevado á lejanas tierras a pesar de su edad y de las enfermedades, que le impedian hasta el andar, y amenazado á cada instante con un destierro lodavía mas cruel, no teniendo para alimentarse á sí mismo, y á las pocas personas, que le acompañaban mas que los socorros, que le procuraba la piedad y la caridad: cuando cada dia se tendian nuevos lazos á su debilidad y aislamiento él permaneció siempre en su entereza: ninguna ascchanza pudo engañarle , ningun temor desconcertarlo, ninguna esperanza desvanecerlo, ninguna afliccion ni ningun peligro quebrantarlo. Sus enemigos no pudieron arrancarle una sola palabra, ni un solo escrito , que no fuese una prueba para todos, de que, hasta la hora presente y, siempre, Pedro vive en sus sucesores y ejerce la autoridad: verdad, que ya un autor respetable pronunció en el Concilio de Efeso, como indudable á lodos los hombres, y de noloriedad pública eu todas las épocas.

Pero es cosa digna de admiracion y de reconocimiento, que el momento, en que Dios Favoreció con la muerte á Pio VI.° (mas bien debe decirse así, que no que se le quitára la vida) fué precisamente el mismo, en que cesaron los obstáculos, que se oponian á la reunion del Conclave que debia darle un Sucesor. Acordaos, Vencrables Hermanos , cuanta era nuestra solicitud y nuestra ansiedad cuando los Cardenales de la Santa Iglesia Romana arrancados tambien ellos de sus sillas, los unos se hallaban encarcelados y basta amenazados de muerte, los otros en gran número obligados á atravesar el mar en medio del invierno, reducidos á la indigencia y á la privacion de todas sus cosas, la mayor parte separados de los demas por grandes distancias, impedidos por un cnemigo dueño de todas las vias de comunicacion para poderse escribir y para poderse trasladar á donde les llamaba su corazon y su deber. Imposible parecia, que pudiesen reunirse para socorrer la viudedad de la Iglesia seguo la costumbre establecida por los mayores, en el caso, mayores, en el caso, de que sobreviniera la muerte de Pio VI.°, muerte, que los periódicos anunciaban como muy próxima. En un estado de angustia tal, en una situacion lan deplorable, aquel, que solo hubiese contado con la sabiduría y el apoyo de los hombres, 2 se hubiera atrevido á esperar lo que fué efecto de un plan de la bondad divina? Este plan consistia en que Pio VI.° no cesaria de vivir hasta despues de haber arreglado por sí mismo la forma del Conclare, que debia seguir su muerte; y cuando pacificada casi del todo la Italia, estando todo preparado , los Cardenales se halláran reunidos en gran número en Venecia, prestos á dar su voto, bajo la salvaguardia y lutela de Nuestro muy amado Hijo en Jesucristo Francisco, Rey Apostólico de Hungría, Rey Ilustre de Bohemia, y Emperador electo de los Romanos.
  
¿Se necesita mas para conocer, que son vanos los esfuerzos de los hombres, cuando estos se dirigen a destruir la Casa de Dios, es decir, la Iglesia edificada sobre Pedro, piedra no solamente de nombre, sino en realidad; Iglesia contra la cual no prevalecerán jamas las puerlas del inferno, por lo mismo que ella está fundada sobre la piedra?

La Religion Cristiana no ha tenido jamas un solo enemigo, que al mismo tiempo no haya hecho una guerra impía á la Cátedra de Pedro, porque mientras esta permanezca firme, aquella no puede caur, ni bambotear. En efecto, como lo declara solemner.ente S. Ireneo , a por la alegítima ordenacion, y sucesion de los Pontífices Romanos, es como en la • Iglesia se transmite de los Apóstoles basla nosolros la tradicion y la prea dicacion de la verdad, y esta misma sucesion es la que demuestra plena« menté, que la fé, que vivifica hoy dia la Iglesia, es real y verdaderamen& a a te la misma fé de los Apóstoles. » La misma láctica han seguido los sofistas de nuestros dias, que se coaligaron para substituir yo no se que peste, ó que monstruo de falsa filosolia, á esla Filosofía verdadera (pucs este es el nombre, que con mucha justicia dan á la doctrina cristiana los Padres, y principalmente los Padres griegos). á esta augusta Filosofía que el Hijo de Dios, la misma Eterna Sabidurfa bajó del cielo y la distribuyó entre los hombres. Pero está escrito, (no puede hacerse aplicacion mas justa de estas palabras do S. Pablo), está escrito : « Yo desIruiré la sabiduría de los sabios, y reprobaré la prudencia de los prodentes. ¿En dónde está el sabiu ? en donde el escriba ? ; en dónde el escudriñador de este siglo? į No bizo Dios loco el saber de este mundo? (*)

Todas estas cosas, Venerables Hermanos, os las recordamos con lanto mas gusto, por cuanto ellas tienen una fuerza grande para reanimar, erigir, é inflamar el corazon, para no evilar ningun trabajo ni combate alguno por esta Iglesia de Jesucristo, que no solamente contra nuestros deseos, sino tambien contra todas nuestras previsiones, y hasta á pesar de nuestro temor nos ha encargado para regir , guardar , adornar y estender Aquel, que sin duda alguna sabrá a hacernos ministros idóneos del Nuea vo Testamento: para que nuestra alteza sea de la virtud de Dios, y no « de nosotros.» (*) Puesto que cada uno de vosotros. Venerables Hermanos, tiene su parte en nuestros cuidados y en nuestra solicitud, por eslo a excilo en estos momentos vuestras almas sinceras con mis an onesta ciones, « á fin de que unidos de espíritu y de corazon con Nos, lleveis á esla obra vuestra parte de zelo, de diligencia y de trabajo. No perdais janias de vista la peticion de Jesucristo: «Padre Santo, guardales por « tu nombre, paraque sean una cosa, como tambien nosotros... no ruego « tan solamente por ellos, (por los Apóstules), sino tauibien por los que han de creer en mí por la palabra de ellos: paraque sean todos upa a misma cosa, así como tú, Padre, en mí, y yo en 11, que tambien seau a ellos una cosa en nosotros.(*)» A Nos incumbe principalmente, como dice S. Cipriano, el mantener con firmeza y vindicar esta unidad, de suerte, que movido el mundo de adn iracion en vista de esto a crea , (Jesucristo sigue en su súplica) que Tú me enviaste.

Apoyados, pues, en los ausilios del mismo Jesucristo, siempre presto á socorrernos, siempre permanente á nuestro lado, quien de otra parte, nos asegura con eslas palabras : Que vuestro corazon po se lurbe ni « tiemble ; vosotros creeis en Dios, creed tambien en mí; » apoyados, digo, en estos ausilios, animémonos todos de un mismo zelo y de un mismo ardor por la salud de todos. Despues de tantos años de opresion, de afliccion, de miseria, y de ruina, las ciudades, las villas, las aldeas, las repúblicas, las provincias, los reinos y las naciones, reclaman algun alivio á sus penas, el verdadero remedio á sus males: Y este remedio jen donde se puede buscar, de donde se puede esperar sino de la doctrina de Jesucristo ? No cabe duda, que a los que aun se es-> fuerzan en contrariarla, podemos mas confiadamente, que nunca, zaherirlos cou las palabras de S. Agustin : diciéndoles : « Dadnos sol« dados y ciudadanos , maridos y esposas, padres é hijos, señores y criados, reyes y jueces, contribuyentes y recaudadores, tales como los exige la doctrina cristiana, y en la imposibilidad en que se hallan de a hacerlo, tengan á lo menos la buena fé de reconocer, que si la Religion Cristiana fuese seguida, baria esta la dicha y la felicidad de los pueblos.

Es pues un deber de nuestro cargo, Venerables Hermanos, el socorrer en sus necesidades á los individuos y á las naciones; de apartar de las cabezas de todos los males presenles, y los del porvenir, que el solo pensarlos hace derramar lágrimas. «Pues Él nismo (Jesucristo) dió « los pastores y doctores para la consumacion de los Santos en la « obra del ministerio para edificar el cuerpo de Cristo, basta que todos lleguemos en la unidad de la fé, y del conocimiento del Hijo de Dios, « á varon perfecto, segun la medida de la edad cumplida de Cristo." (*) Si uno solo de entre nosotros faltaba á esta empresa por imbecilidad, por respetos, ó por negligencia, i qué vergüenza para él! ¡qué peso gravaria su conciencia! A vosotros, pues, Venerables Hermanos, primero que á ningun otro os suplicamos. os conjuramos, os exhortamos, os amonestamos, y finalmente os mandamos , que nada omitais en punto á vigilancia, diligencia , cuidado y faliga para guardar el depósito de la doctrina de Jesucristo , depósilo contra del cual vosotros sabeis, que conjuracion se ha formado, y por quien se ha formado. No admitais á persona alguna en la clerecia, no confieis á nadie la dispensacion de los misterios de Dios, no dejeis confesar ó predicar, ni deis a persona alguna la cura de almas, ni otro cargo alguno, sin un exámen y pruebas serias, y hasta haberos bien asegurado, si piene de Dios el espírilu, que manifesla. Quisiera Dios, que una triste espe riencia no os hubiese hecho conocer, cuan abundante fué nuestra época en « falsos apóstoles, obreros de iniquidad transfigurándose en após« toles de Cristo. Si no se tiene mucho cuidado con ellos, seguramente que así como la Serpiente sedujo á Eva con sus artificios, así tam• bien el espíritu de los fieles se corromperá y degenerará de la senciallez cristiana.

Vuestro zelo ciertamente debe abrazar lodo el rebaño «sobre el cual a el Espíritu Santo os ba constituido Obispos. » Hay, no obstante, voa porcion de este rebaño, que reclama de una manera especial loda la atencion y cuidado, lodo el interés y actividad, que puede inspiraros vuestra lernura paternal. Esta porcion escogida es la niñez, y la juventud que Jesucristo nos recomendó, así con sus ejemplos como con sus amonestaciones. Para corromper y envenenar eslas tiernas almas nada han omitido estos espíritus perversos, que han jurado la ruina de lodo bien privado y público, la destruccion de lodos los derechos divinos y bunianos, fundando en ello la principal esperanza de llevar a cabo sus terribles maquinaciones. En efecto, ellos no ignoran, que esta edad es una cera blanda apla para recibir una forma cualquiera; forma, que una vez homada se conserva, á medida que se va adelantando en edad, y que se mantiene con tenacidad, resistiéndose á lomar olra. De aquí proviene el proverbio de los Libros Sanlos lan repetido por todos : « El hombre jóven sigue su primera senda, senda , que ni aun cuando haya a envejecido abandonará. » Guardaos pues bien, Venerables Hermanos, de permitir, que los hijos del siglo sean mas prudentes en su generacion, que los hijos de la luz. «Quienes son los superiores, que reciben la in fancia y la juventud bajo su responsabilidad en los seminarios y en los colegios? qué lecciones se dan en ellos? ¿qué profesores se eligen? qué clases se hallan establecidas en los mismos ? Todos estos puntos deben ser objeto de vuestras observaciones, de vuestras investigaciones y de vuestra sagacidad; vigilad mucho todo esto. Separad, echad lejos estos a lobos rapaces, que perderian este rebaños de inocentes corderos. Vigilad mucho, y si se introduce alguno, quitadlo al instante sin piedad alguna » en virtud del poder, que el Señor os ha dado para su edificacion. »

Mas este mismo poder , squé es lo que no bará para la estincion de otra peste, la mas perniciosa de todas, cual es la de los malos libros? ¡Ah! para esto si que se necesita toda la energía, energia que reclama el mismo bien de la Iglesia y de la sociedad, de los principes y de todos los mortales, bien, que nosotros debemos anteponer a nuestra propia vida. Vosotros podeis ver este grave asunto tratado con todo el cuidado y con toda la estension, que se inerece en las Letras Apostólicas de Nuestro Predecesor de feliz memoria Clemente XIII.° dirigidas en forma de breve, á lodo el episcopado el 25 noviembre de 1766. Los libros, que Nos queremos ver arrancados de las manos de todos, apartados de la vista de todos, y destruídos por las llamas, no son solamente aquellos, que atacan abiertamente la doctrina de Jesucristo, sino mas bien aquellos, cuyo ataque se halla encubierto por medio de la astucia. Para reconocerlos po se necesita, dice S. Cipriano, de largas discusiones, ni de razonamientos sútiles. En interes de la verdad, el Señor ha hecho su examen muy fácil

con estas palabras: « A pacienta mis ovejas, » Tal es pues el paslo que las ovejas de Jesucristo deben tener por saludable, el que deben buscar, y con el que deben alimentarse: Es el pasto, que señala la voz y la autoridad de Pedro. Aquellos, de los que la misma voz aleja y aparta, deben ser tenidos como venenos mortales, y se debe huir de ellos cop el mas grande horror, sin dejarse engañar por apariencias aun las mas seductoras. Sin esta docilidad no se puede ser contado entre las ovejas de Jesucristo. En semejante materia Nos, Venerables Hermabos, no podemos tolerar, disimular, ni aflojar. Porque sino se detiene, y no se reprime una tan desenfrenada libertad de pensar , de bablar, de escribir , y de leer, podríamos , inerced á los esfuerzos combinados de los reyes y de los capitanes llenos de la ciencia política ó militar, merced á los batallones y á los espedientes, merced á todas estas cosas, podríamos parecer por un momento aliviados de los males, que nos aquejap : pero si no se arranca su raiz y destruye su semilla (me horroriza el decirlo, pero es preciso decirlo), el mal irá creciendo, se irá afirmando, abrazará toda la tierra ; y entonces para destruirlo ó para conjurarlo, no bastarán los ejércitos, ni las guarniciones, ni la vigilancia de la policía, ni las murallas de las ciudades, ni las barreras de los imperios.

Ab Venerables Hermanos, quien de Nosotros permanecerá frio é insensible á lo que nos dice Dios por el profeta Ezequiel : «Hijo del hom« bre, por centinela te he puesto á la casa de Israel : oyendo pues la a palabra de mi boca se la denunciarás á ellos de mi parte. Si diciendo Yo al impio: Impío, morirás sin escape: Iú no habláres al impío, « paraque se aparte de su camino: ese impío morirá en su iniquidad: « pero su sangre la demandaré de tu mano. (*) En cuanto á mí, yo lo confieso , estas palabras me estimulan y me aguijontan dia y noche , ellas no me permitirán jarnás ser límido ni cobarde en el ejercicio de mi cargo; y Yo os prometo y os garantizo, que vosotros me tendréis siempre no solo por ayuda y por apoyo, sino tambien por gefe y por guia.

Hay Todavía, Venerables Hermanos, a otro depósito consiado á nuestra guarda » y que reclama para su defensa mucha fuerza de ánimo y de perseverancia. Este es el depósito de las santas leyes de la Iglesia, eyes por las cuales Ella misma, como sola depositaria del poder, ha establecido su propia disciplina : leyes, que infaliblemente hacen florecer la piedad y la virtud, las cuales hacen á la Esposa de Jesucristo a lerrible como un ejército formado en batalla, » cuya mayor parte hasla, para servirnos de la espresion de nuestro predecesor S. Zosimo, a son a como fundamentos destinados á sostener las construcciones de la sé. » Nada seria mas ventajoso ni mas glorioso á los reyes y á los gefes de los Estados, que si, como lo escribia al emperador Zenon otro de nuestros predecesores, el sabio y valeroso S. Felix, «ellos dejaban á la Iglesia católica vivir de sus propias leyes, y no permitieran, quo nadie « pusiera obstáculos á su libertad.... Porque es cierto, que ellos obrarían conforme á sus propios intereses, si se adhiriesen á las cosas de a Dios segun las reglas establecidas por él mismo, y sometiesen y no a prefieriesen su real voluntad á los sacerdotes de Jesucristo. »

En cuanto al depósito de los bienes eclesiásticos, que segun las espresiones y las declaraciones de los Padres, de los Concilios y de las Divinas Escrituras, son verdaderamente objetos consagrados á Dios; los « recursos, el tesoro sagrado, la subsistencia de los santos, la propiea dad de Dios:» &que os prescribirémos, Venerables Hermanos, en estos momentos en que la Iglesia se ve miserablemente despojada y falta de todo ? Una sola cosa : trabajad para hacer entender a todos, y para persuadirles lo que un Concilio de Aquisgrán incluyó en otro tiempo en esta sentencia, que en pocas palabras dice mucho, y lo dice bien claramente: «Aquel que quitare o intentare quitar lo que otros fieles para remedio de sus almas hubiesen ofrecido a Dios de sus posesiones hereditarias para el honor y ornamento de su Iglesia, y para las necesidades de sus ministros, convertirá los dones de los demás en peligro de su propia alma» Si, ciertamente, con no menos confianza que Nuestro predecesor S. Agapito podemos afirmarlo con toda seguridad, «no es ni el apego a los bienes de este mundo, ni mira alguna de interés terrenal; sino solamente la consideracion del juicio divino, lo que Nos mueve a revindicar aquellos, de que estamos encargados de ser los dispensadores fieles y prudentes». A lo menos no dejarán lugar alguno á nuestras súplicas, á nuestras exhortaciones, á nuestras advertencias, ni á nuestras acciones; estos reyes y príocipes cristianos, que saben perfectainente, que ellos son llamados por Isaías alimentadores» (*) de la Iglesia, y se glorian de serlo. Su fé, su piedad, su equidad y su sabiduría, su religion son para Nos una garantía segura de se apresurarán á volver a Dios lo que es de Dios, y que no permitirán que resuenen en sus oidos estas quejas divinas: «Me habeis arrebatado a mi oro, mi plata, y todo lo que yo tenia de mas precioso, y de mas hermoso. » Ellos imitarán á estos grandes Emperadores Constantino y Carlomagno, cuyo lustre principal les proviene de su notable liberalidad en favor de la Iglesia, y de su justicia hacia la misma, uno de los cuales llegó hasta declarar, que él había conocido muchos reinos que habían perecido con sus reyes por haberla despojado, por cuyo motivo dirigiéndose á sus hijos y á sus sucesores les habla así : «En cuanto podemos y valemos, por Dios, y por los méritos de todos sus santos, les prohibimos, que hagan tal cosa, ni que consientan que otros la hagan, además les conjuramos a que se muestren según sus fuerzas los defensores de la Iglesia, y de los siervos de Dios.»

Al terminar esta Encíclica, no creemos deberos ocultar, Venerables Hermanos, que una profunda tristeza, un dolor continuo llena mi corazón por mis hijos los pueblos de Francia y otros, que todavía siguen dejándose arrastrar de su furor y de su delirio. ¿Qué cosa mas conforme a mis deseos podria sucederme, que sacrificar mi vida por ellos, si su salud podia comprarse con mi muerte? Nos no negamos, antes confesamos altamente, que la amargura de nuestro luto se ha calmado y ba disminuido considerablemente por la fuerza invencible, que han desplegado muchos de entre vosotros, y que tan admirablemente ban imitado personas de lodo estado, de toda edad, y de toda condicion. Cada dia se representa en Nuestro entendimiento este valor, que les ba hecho sufrir toda clase de injusticias , de peligros y de sacrificios que les ha hecho volar a la misma muerte como á un triunfo, antes que mancillar y ligar su conciencia con un juramento ilícito y criminal, antes que oponerse á los decretos y á los sentimientos de la Santa Sede. Sí, nuestra edad ha visto renovarse en igual grado la virtud y la crueldad de los primeros siglos. Por lo demas, no hay nacion alguna en el mundo, que no abraze mi corazon paternal con sus pensamientos, sus afecciones y su solicitud; no hay una, que separada de Nos y de la verdad, no cause una afliccion y un tormenlo inesplicables á este corazon, y á la que no desee vivamente socorrer. Unid, pues, vuestras súplicas a las Nuestras, á fin de que despues de esta larga lempestad « la Iglesia goze de aquella paz, que le es necesaria» para edia ficarse, marchando en el temor del Señor, y en la consolacion del Es« píritu Santo, y que no haya mas obstáculos á la union de todas las a naciones en un solo redil bajo un solo Pastor'.» Mientras esperamos esta dicha, á vosotros , que estais tan bien animados y tan dispuestos para obrar, y al rebaño, que vosotros presidís, con la mas viva afeccion os damos nuestra Bendicion apostólica.

Dado en Venecia, en el monasterio de S. Jorge el Mayor el dia quince de Mayo del año mil ochocientos, primero de Nuestro Pontificado.


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