viernes, 10 de febrero de 2023

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN DE BENEDICTO XVI ES EL VIEJO MODERNISMO

Traducción del opúsculo publicado en portugués por Diego Rafael Moreira para CONTROVÉRSIA CATÓLICA.
   
 
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN DE BENEDICTO XVI
Por el hermano Diogo Rafael Moreira
  
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
I. TESIS FUNDAMENTAL: LA VERDADERA HERMENÉUTICA DE LA CONTINUIDAD
II. SOFISMA FUNDAMENTAL: EL PSEUDOTOMISMO MODERNISTA
III. MODERNISMO: LA FUENTE DEL VATICANO II Y DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN RATZINGERIANA
IV. DE LUTERO A RATZINGER
V. MODERNISMO EN EL NUEVO CATECISMO Y MÁS ALLÁ
VI. NUEVA EVANGELIZACIÓN: MODERNISMO EN DOSIS DOBLE
CONCLUSIÓN
  
INTRODUCCIÓN

La nueva evangelización de Benedicto XVI es el viejo modernismo condenado por San Pío X en la encíclica Pascendi. La nueva evangelización de Benedicto XVI es anatematizada por el Concilio Vaticano I. La nueva evangelización de Benedicto XVI es más propiamente una antigua, sigilosa y venenosa desevangelización, siempre presente en las sectas heréticas y esotéricas, pero que en los últimos tiempos estaba siendo introducida en los medios católicos mediante el concepto modernista de la fe como experiencia de Dios.
  
Estas y otras cosas serán demostradas en este artículo, donde partiremos de una conferencia (https://www.youtube.com/watch?v=SZBg-I6UOzc) dada por el teólogo ratzingeriano Francisco Catão, doctor en teología por la Universidad de Estrasburgo, profesor del Centro Universitario Salesiano de San Pablo, consejero del Núcleo Fe y Cultura de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo y –lo que más nos interesa aquí– un entusiasta del Vaticano II, dispuesto a contarnos con detalles bastante inusitados el comienzo y el desarrollo del cáncer modernista, mostrando la verdadera continuidad que hay entre el modernismo, el Vaticano II y el pensamiento de Benedicto XVI.
   
I. TESIS FUNDAMENTAL: LA VERDADERA HERMENÉUTICA DE LA CONTINUIDAD

Un resumen de la tesis de Catão sobre la nueva evangelización, que es también la tesis de Benedicto XVI, aparece en el siguiente momento de la conferencia:
«De ahí es que viene la idea de la nueva evangelización, ¿por qué nueva evangelización? Nuestra tesis, yo ya digo nuestra porque también es del cardenal [Mauro] Piacenza y es sobre todo de Benedicto XVI, nuestra tesis y de algunos teólogos, no muy numerosos aquí en Brasil, por el contrario, nuestra tesis es de que nueva significa una evangelización basada en el acto de creer.

Una evangelización que no es una enseñanza sobre las verdades de la fe, una evangelización basada en el anuncio, en el kerigma, que despierta para la fe. Independientemente del contenido, la fe nace de nuestra adhesión a la Palabra, de nuestra adhesión a Jesús y es a partir de esa experiencia, a partir de esa adhesión a Jesús que nosotros construimos la visión cristiana que tenemos. Visión cristiana que va a variar en sus expresiones de acuerdo con la cultura, de acuerdo con el tiempo, pero que tiene como unidad la certeza de que Dios nos ama, de que Jesús vino a comunicar la vida de Dios en el Espíritu y de que nosotros somos conducidos por el Espíritu de Dios. Esa es la que es la certeza fundamental. Nosotros somos conducidos por el Espíritu de Dios. No somos nosotros quienes evangelizamos, es el Espíritu que anuncia Jesús, no somos nosotros quienes hacemos la Iglesia, es el Espíritu que hace la Iglesia, la Iglesia es sustentada por el Espíritu, no por nuestra ciencia, por nuestra industria, por nuestra habilidad, por nuestra política, por los medios de comunicación, todo eso es instrumento del Espíritu, es el Espíritu que actúa santificando los hombres. Los hombres y las mujeres naturalmente. Esta tesis es una tesis bastante revolucionaria. ¿Pero quién la defendió? Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica La Iglesia en el Oriente, que fue publicada el día 14 de Septiembre, el día de la Exaltación de Santa Cruz, Benedicto XVI firmó esta exhortación en el Líbano…”
  
Ahora, yo quedé asombrado oyendo a Benedicto XVI. Después fui a leer para conferenciar. El primer capítulo de esa Exhortación precisa ser leído, sobre todo en los primeros números, del número de 3 al 7, porque él defiende la tesis de que todo viene del Espíritu y que la grande dificultad que nosotros tenemos de comprender la Iglesia es que nosotros no consideramos que el Espíritu está en la raíz de la Iglesia; que la comunión eclesial es don del Espíritu. Nosotros tenemos una magnífica ocasión de considerar esto en el Oriente Medio, porque tiene muchas iglesias cristianas, unas unidas, otras no a Roma, ¡pero el Espíritu está en todas ellas! La gente pregunta: ¿y la orientación de Dóminus Jesus? Él pasó por encima. Benedicto XVI hizo una nueva eclesiología, una eclesiología del Espíritu en la Exortación Ecclésiam in Oriénte. La gente necesita llevar esto a consideración. Es un dato importante para nosotros. Esto valoriza la cuestión del kerigma, esto valoriza toda la posición carismática, la visión carismática de la Iglesia, etc., etc., etc., entonces todo esto es muy importante para las nuevas comunidades.
  
Ve que el Papa –creo que él está percibiendo que no va a durar mucho–, que él se va a encontrar pronto con el Señor, y él está resolviendo decir las últimas cosas. Y él las dice con un valor y una claridad impresionante» (16:59-19:50 y 20:08-22:10).
Como se ve, el teólogo Francisco Catão habla sobre la evangelización según la perspectiva de Benedicto XVI. Aquello que ella tiene de “nueva” nos permite conocer mejor el lado vanguardista de este hombre que los medios y los neoconservadores erróneamente considera(ba)n como el guardián de la fe católica.
    
La tesis de Benedicto XVI es realmente revolucionaria y el Padre Catão está aquí no solamente para revelarlo, sino también para encuadrarla en el contexto de la revolución doctrinal realizada por el Concilio Vaticano II. Antes de proseguir, gustaría subrayar que el conferencista en cuestión estuvo presente en las sesiones del Concilio Vaticano II y es uno de los pocos teólogos brasileños que sigue la línea de pensamiento del neoteólogo Joseph Ratznger, también conocido como Benedicto XVI.
    
Esta conferencia de Francisco Catão insiste sobre todo en la continuidad entre el Vaticano II, el Catecismo de 1992 y la Nueva Evangelización de Benedicto XVI. De hecho, esta es la verdadera “hermenéutica de la continuidad”: Benedicto XVI continúa y desarrolla la revolución doctrinal iniciada en el Concilio Vaticano II. Oigamos las palabras del propio conferencista:
  • «Hay una continuidad importante entre el concilio, el catecismo y la nueva evangelización» (3:18-3:35).
  • «Esta continuidad está clara en el pensamiento de Benedicto XVI en la carta apostólica Porta Fídei» (4:03-4:23).

II. SOFISMA FUNDAMENTAL: EL PSEUDOTOMISMO MODERNISTA

Más adelante, el autor propone defender esta tesis de la continuidad, la única continuidad real, valiéndose supuestamente de la doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre la fe. Él explica el concepto tomista de la fe de la siguiente manera:
«Para Tomás de Aquino [nunca Santo Tomás], la teología tiene como fuente la fe, no sin embargo los contenidos de la fe, los contenidos de la fe son elaborados por la teología, la teología tiene como fuente el acto de creer. El hecho de que en nuestra vida humana, en nuestra vida intelectual, en nuestra vida de conocimiento, nosotros buscamos iluminar aquello que Dios nos habla en lo íntimo del corazón. La fuente de la teología es la experiencia interior, la experiencia de Dios, la experiencia religiosa. La fuente de la teología es la experiencia» (4:56-5:57).
Bien, si Santo Tomás hubiese realmente dicho esto, a saber, que la fuente de la teología es la experiencia interior, nosotros ya sabríamos que el Santo Doctor habría sido fulminado por un anatema del Concilio Vaticano I, donde se dice:
«Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos externos, y que por lo tanto los hombres deben ser movidos a la fe sólo por la experiencia interior de cada uno o por inspiración privada: sea anatema» (Constitución Dogmática “Dei Fílius” sobre la Fe Católica, canon 3).
Pero dejemos al Padre Catão continuar con su exposición de su supuesta doctrina tomista sobre la fe:
«Todo comienza en nuestro corazón. Nosotros somos llamados a la pureza de corazón, que es el camino para ver a Dios. Y nuestra vida va a terminar cuando interiormente entraremos en la intimidad de Dios. Entonces la fe es espiritual, la fe es radical, la fe es fundamental, todo depende de la fe. La fe no está en aquello que yo creo, está en el hecho de yo creer. Aquello que yo creo es expresión de la fe. Y nosotros sabemos que esta expresión cambia con la cultura, cambia con la historia, pero lo importante, lo fundamental no es la manera como yo expreso mi vida profunda con Dios, lo fundamental es tener esta vida profunda, es participar de la vida de Dios. Y nosotros participamos de la vida de Dios en lo íntimo de nuestro corazón» (7:47-8:54).
Por atractiva que pueda parecer esta doctrina de corazones floreados, es menester decir que tal definición de la fe no coincide en manera alguna con la doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre la fe y el acto de creer. En los buenos tiempos, este hombre tendría que responder por herejía en un tribunal eclesiástico y por estelionato (estafa) en un tribunal civil.
    
Muy, pero muy por el contrario, su teoría está más de acuerdo con la filosofía moderna y su concepto de inmanencia vital. En verdad, en cuanto la experiencia religiosa así entendida está bien afinada con la filosofía moderna y su vertiente teológica, el modernismo, ella se encuentra en patente contradicción con la filosofía tomista y la fe católica.

Comencemos por la filosofía tomista. Santo Tomás de Aquino entiende el acto de fe como el asentimiento de la inteligencia a todo lo que Dios reveló para nuestra salvación, se trata por tanto de creer en las verdades que Dios revela al hombre (cf. II-II q. 1, a. 1; II-II q. 2, a. 5); en casos extraordinarios, como en el caso de los apóstoles y profetas, él admite sí que la fe es comunicada inmediatamente, sin el intermedio de predicadores de la fe, pero aun así explica claramente que en tal caso la fe no es comunicada de una forma interior, en lo íntimo del corazón, sino de una forma exterior, mediante palabras y señales, tal como hizo Nuestro Señor Jesucristo cuando enseñó su doctrina a los discípulos y la confirmó con muchos milagros (cf. II-II q. 6, a. 1). Entre tanto, ¿qué persona razonable negará que, de ordinario, Cristo se sirvió y se sirve de la Iglesia para comunicar las verdades de fe? ¿Quién negará que Cristo estableció el apostolado justamente para que su doctrina alcance los confines de la tierra? Si todo se resumiese a la experiencia interior de cada uno, el apostolado perdería su razón de ser y todo hombre, sin el expreso nombramiento divino, podría arrogarse el título de profeta y apóstol.
  
Es un ultraje llamar tomismo a esa imbecilidad. No hay otro nombre para esta pretensión sino el de protestantismo liberal y pseudomisticismo. Es evidente que esta doctrina de la experiencia religiosa no pasa de una aplicación del concepto protestante de la justificación y el sacerdocio de los creyentes (entendida del modo más liberal posible), que aquí aparece muy mal disfrazada bajo la máscara de tomismo. Nada podría estar más lejos de la verdad.
  
Además, Santo Tomás de Aquino también explica que las verdades de fe consisten en artículos bien definidos e inmutables (cf. II-II q. 1, aa. 6-9), dice que el Romano Pontífice, cabeza de la Iglesia, es el intérprete infalible en materias de fe y el único capaz de proponer a la Iglesia un nuevo símbolo de fe (cf. II-II, q. 1, a. 9) e incluso declara que aquel que niega un solo artículo de fe pierde totalmente la virtud de la fe, siendo este el caso del hereje (cf. II-II, q. 5, a. 3). Todo esto demuestra cuánto el concepto tomista de la fe difiere de esa fe no dogmática, de esa fe entendida como una experiencia interior de Dios que habla en lo íntimo del corazón de cada uno.
  
III. MODERNISMO: LA FUENTE DEL VATICANO II Y DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN RATZINGERIANA

La doctrina venenosa de la experiencia religiosa, vendida aquí en la forma de nueva evangelización, hace parte de un sistema llamado modernismo. El sistema modernista fue expuesto y denunciado en detalle por el Papa San Pío X en la carta encíclica Pascéndi Domínici Gregis. Observa cómo la doctrina del “modernista creyente”, tan bien descrita por San Pío X, se identifica perfectamente con aquella doctrina de Francisco Catão y de su maestro, Joseph Ratzinger:
«Si, pasando al creyente, se desea saber en qué se distingue, en el mismo modernista, el creyente del filósofo, es necesario advertir una cosa, y es que el filósofo admite, sí, la realidad de lo divino como objeto de la fe; pero esta realidad no la encuentra sino en el alma misma del creyente, en cuanto es objeto de su sentimiento y de su afirmación: por lo tanto, no sale del mundo de los fenómenos. Si aquella realidad existe en sí fuera del sentimiento y de la afirmación dichos, es cosa que el filósofo pasa por alto y desprecia. Para el modernista creyente, por lo contrario, es firme y cierto que la realidad de lo divino existe en sí misma con entera independencia del creyente. Y si se pregunta en qué se apoya, finalmente, esta certeza del creyente, responden los modernistas: en la experiencia singular de cada hombre. Con cuya afirmación, mientras se separan de los racionalistas, caen en la opinión de los protestantes y seudomísticos.
  
Véase, pues, su explicación. En el sentimíento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehúsa colocarse en las condiciones morales requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido. ¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el concilio Vaticano. Cómo franquean la puerta del ateísmo, una vez admitidas juntamente con los otros errores mencionados, lo diremos más adelante. Desde luego, es bueno advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos lo afirman. Luego ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de la experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte» (Pascéndi Domínici Gregis, nn. 36-37).
  
«El que reflorezca [la comunicación de la experiencia religiosa] es para los modernistas un argumento de verdad, ya que toman indistintamente la verdad y la vida. De lo cual colegiremos de nuevo que todas las religiones existentes son verdaderas, pues de otro modo no vivirían» (Id., n. 40).
Ahí está en un compendio todo el concepto propuesto por el Vaticano II, inclusive la base de su ecumenismo. Si alguno con estómago fuerte se aventurase a escuchar de principio a fin la disertación del Padre Catão, sepa que encontrará una larga y fiel paráfrasis de todo lo que fue condenado por San Pío X.
  
De hecho, esta doctrina no coincide con el tomismo y si alguno dudare de lo que digo, basta escuchar la disertación hasta el final, donde Francisco Catão afirmará justamente que el Vaticano II descubrió un nuevo concepto de fe. Ahora, si tal concepto fuese el mismo concepto de Santo Tomás, ¿cuál sería la novedad?
  
He ahí entonces cómo entonces el autor se engaña a sí mismo cuando confiesa abiertamente que el concepto de fe del Vaticano II propuso algo bien diferente de lo que se enseñaba antes. He aquí lo que él afirma categóricamente contra sí mismo:
  • «Esta verdad, este descubrimiento constituyó la gran novedad del Vaticano [II], el Vaticano [II] nació de la percepción de que la palabra de Dios no es una palabra que transmita verdades, es una palabra que nos transmite la vida. La Revelación no es una transmisión de verdades, como se pensaba antes [¿en los tiempos de Santo Tomás?], y esto históricamente tiene sus razones, la Revelación es la comunicación en la vida de Dios. Es aquello que estña en el primer capítulo de la Constitución Dei Verbum del número 2 al número 11» (8:58-9:48).
  • «En 1966 hice una disertación sobre el Concilio. Estaba yo volviendo de Roma, a comienzo de 1966, en Marzo de 1966, el Concilio había terminado en Diciembre de 1965, entonces Pablo [VI] me pidió que fuese a hacer una conferencia en el Seminario de Ipiranga sobre el Concilio. Hice una conferencia: “Concilio, un Concilio de cambio”. Hice seis proposiciones mostrando en qué el Concilio cambió. La primera proposición: pasamos de la revelación de las verdades a la comunicación de la vida. Es la primera de las seis proposiciones que hice en 1966» (12:42-13:33).
Este es el primer cambio de facto, mas no la única propuesta de él, porque el Concilio Vaticano II no se contentó en cambiar el concepto tradicional de fe, sino que también modificó el concepto de Iglesia y su relación con las sectas y el mundo, los cuales derivan de ese mismo concepto modernista de fe. Por eso, el conferencista continúa:
«Yo divido el Concilio en cuatro puntos, cuatro temas: la Palabra de Dios, la Iglesia, el Ecumenismo y la Relación con el mundo. Y las seis proposiciones de cambio en esos cuatro puntos. Es un poco inspirado en la Ecclésiam Suam de Pablo VI, una encíclica que no siempre se conoce. Aquí en Brasil se hizo mucha resistencia a ella el día 6 de Agosto de 1964» (14:17-14:50).
En verdad, ese cambio general operado en el Vaticano II es bastante lógico si entendemos bien la mentalidad del modernista creyente. Como todo depende de Dios que habla en lo íntimo del corazón (inmanentismo), ¿por que nosotros limitaríamos las propiedades de verdad y santidad a nuestra religión, negando la veracidad de la experiencia de los adeptos de otras religiones (nueva eclesiología)? Es por eso que ahora se puede e incluso debe dialogar y aprender con todas las religiones (ecumenismo), porque todas ellas manifiestan una cierta experiencia de Dios y de ahí deriva el derecho que todas tienen de dar testimonio de sus experiencias de Dios en la sociedad civil (libertad religiosa).
 
Es el Espíritu Santo, dicen los modernistas, que actúa por medio de ellas. En resumen, esta nueva noción de fe como experiencia religiosa los fuerza a aplicar a la humanidad como un todo, desde los idólatras a los herejes de toda clase, aquello que antes los católicos aplicaban únicamente a la Iglesia Católica. De ahí se ve muy claramente que los modernistas abandonaron totalmente la noción tomista, reafirmada por León XIII en la encíclica Satis Cógnitum, según la cual basta la negación de un solo artículo de fe para que se pierda la fe entera.
  
IV. DE LUTERO A RATZINGER

En otro momento de la disertación, el Padre Catão explica cómo este concepto de experiencia es de origen protestante, confirmando aquello que ya había indicado el Papa San Pío X. Él también destaca que tal idea solo comenzó a ganar espacio en la teología católica en las vísperas del Vaticano II. He aquí su declaración:
«La experiencia era sospechosa en la Iglesia Católica desde el siglo XVI, cuando Lutero insistió en la experiencia contra el Magisterio de Roma, contra las prácticas de Roma. Entonces la Iglesia de Roma resolvió no hablar de la experiencia, condenó durante siglos a todos los teólogos que dieran importancia a la experiencia. La experiencia no es fuente de conocimiento, la fuente de conocimiento de la verdad es la autoridad de la Iglesia. La experiencia no es una fuente de conocimiento. No puedes hacer una teología a partir de la experiencia, tienes que hacer una teología a partir del dogma. Esta era la postura de la Iglesia Católica hasta 1954, cuando un teólogo, rector del seminario de Dijón, en la Borgoña, Jean Mouroux, escribió un libro sobre la experiencia cristiana: “L’Experience Chretienne”, una nueva forma de hacer teología, tratando la experiencia como fuente de la teología. El libro de Mouroux está muy bien escrito, él era un gran teólogo, de la generación Congar, más o menos contemporáneo a Congar, muy ligado a Maritain, Jacques Maritian. Mouroux hizo un libro muy inteligente. No podías criticarlo. Desde Mouroux, la experiencia entró como un elemento importante para hacer teología» (29:38-31:30).
Ya oímos hablar de individuos inteligentes que gustaban mucho de este tema de la experiencia. ¿Quiénes son ellos? Los mismos modernistas condenados por San Pío X. En la introducción de su famosa carta encíclica, el Papa describió la astucia de los modernistas de la siguiente forma:
«Su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos. Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje de consecuencias que les haga retroceder o, más bien, que no sostengan con obstinación y audacia. Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda autoridad y no soportan corrección alguna; y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo» (Pascéndi Domínici Gregis, n. 4).
No podría haber mejor descripción del carácter y del modo de actuar de los peritos del Concilio Vaticano II que esta. Infelizmente, ellos fueron al Concilio, engañaron a los incautos y al final hicieron de la herejía modernista la base de lo que vendría a ser conocido como la Igleia Conciliar posconciliar. Estos mismos peritos después se tornaron las lumbreras del modernismo institucionalizado, los cardenales y papas de la secta modernista. Entre ellos podemos mencionar, por ejemplo, los neoteólogos y futuros cardenales Henri de Lubac, Yves Congar, Hans Urs von Balthasar, Jean Daniélou, Joseph Ratzinger y Karol Wojtyła.
  
Hoy ellos y sus discípulos guían a la multitud para el abismo del protestantismo y del ateísmo, que son el destino final del modernismo, conforme había observado San Pío X ya en la primera década del siglo XX.
  • «Yo defendí esa tesis de la prioridad del acto de creer. Esa es la luz que guía a Benedicto XVI en su interpretación del Concilio. El primer sínodo que él convocó fue “La Palabra de Dios, en la vida y en la misión de la Iglesia”, fue el sínodo de 2008, hubo la exhortación apostólica Verbum Dómini. Ahora él convocó el sínodo sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Y tienes la convocación del Año de la Fe, del motu próprio Porta Fídei. Si buscamos cuál es el hilo que une todos estos documentos, diremos evidentemente que es la prioridad en el acto de creer» (15:05-16:13).
  • «Él insiste mucho en el acto de creer, pero no emplea ese término, sino que emplea otro término: la experiencia, la experiencia de Dios, la experiencia del Espíritu, la percepción interior, la vivencia del don de la gracia en sus reflejos en el interior en cada uno de nosotros. Él desarrolla un concepto de experiencia muy interesante y me sorprendió el número de veces que habla de la experiencia. ¡70 veces habla sobre la experiencia! ¡No es una vez o dos, son setenta veces! Quien conoce la historia de la teología sabe lo que esto significa» (28:48-29:37).
Ciertamente sabemos lo que esto significa. Esto significa que estamos delante de un protestante y de un pseudomístico. Esto significa que tenemos (tuvimos) un hereje modernista en Roma, o mejor, tenemos una Iglesia entera ocupada por los modernistas que se promueven a sí mismos y boicotean a cualquiera que intente insistir en el concepto verdaderamente tomista y tradicional de la fe.
  
La continuidad entre el Vaticano II y el pensamiento de Benedicto XVI ya está más que probada. El concepto modernista de experiencia religiosa es el hilo conductor de ambos. Del mismo modo, pienso está bien clara la única diferencia entre ellos: aquello que era tímidamente enseñado por Mouroux y por la Dei Verbum, hoy es enseñado abiertamente y repetido ad náuseam por Ratzinger.
  
V. MODERNISMO EN EL NUEVO CATECISMO Y MÁS ALLÁ
  
Ahora examinemos cómo el teólogo Francisco Catão muestra el vínculo entre ellos y el Nuevo Catecismo, promulgado por Juan Pablo II en 1992.
  
Después de reclamar la ausencia de un tratado específico sobre la fe en los cursos de teología, él recuerda que el Catecismo comienza hablando justamente sobre la fe en este sentido de experiencia religiosa. En la sección “Creo – Creemos”, el Catecismo utiliza una perspectiva antropocéntrica, hablando de Dios que se manifiesta en lo íntimo del corazón de todos los hombres. Él distingue entonces el contenido de la fe del acto de creer (n. 26), insiste sobre el deseo de Dios (n. 27), dice en el segundo capítulo que Dios se revela mediante una relación personal, reforzando el carácter de la fe como un acto humano libre. Por fin, llegamos al tercer capítulo del Nuevo Catecismo, el momento cierto de pasar la palabra para el teólogo Francisco Catão:
«Ahí viene el tercer capítulo: ¿qué es la fe? Nosotros no podemos definir la fe, la fe sobrepasa toda definición. Es una realidad de relación personal que no podemos definir estrictamente con un género y una diferencia específica. Es algo existencial. ¿Cómo es que vamos a abordar la fe? A través de los parámetros de la fe. Cuáles son los parámetros de la fe? Abrahán y María. Si quisiéramos saber lo que es tener fe, [debemos] mirar a Abrahán y mirar a María: ‘Bienaventurada tú, que has creído’. Este es el secreto del catecismo. Él va a decir lo que es la fe a partir de la experiencia personal de Abrahán y de Maria. Es por ahí, no tenemos otro camino para saber qué es la fe. No es una idea, la fe es una realidad, es una experiencia, es una relación personal, entonces tenemos que partir de los parámetros Abrahán y María» (49:07-50:40).
Muy interesante este punto, parece que estoy oyendo la voz de un modernista teólogo. ¿Y no es eso cierto? Veamos lo que Pascéndi dice sobre el modernista teólogo:
  • «Es cierto para el filósofo que las representaciones del objeto de la fe son sólo simbólicas; para el creyente lo es igualmente que el objeto de la fe es Dios en sí: el teólogo, por tanto, infiere: las representaciones de la realidad divina son simbólicas. He aquí el simbolismo teológico. Errores, en verdad grandísimos; y cuán perniciosos sean ambos, se descubrirá al verse sus consecuencias. Pues, comenzando desde luego por el simbolismo, como los símbolos son tales respecto del objeto, a la vez que instrumentos respecto del creyente, ha de precaverse éste ante todo, dicen, de adherirse más de lo conveniente a la fórmula, en cuanto fórmula, usando de ella únicamente para unirse a la verdad absoluta, que la fórmula descubre y encubre juntamente, empeñándose luego en expresarlas, pero sin conseguirlo jamás. A esto añaden, además, que semejantes fórmulas debe emplearlas el creyente en cuanto le ayuden, pues se le han dado para su comodidad y no como impedimento; eso sí, respetando el honor que, según la consideración social, se debe a las fórmulas que ya el magisterio público juzgó idóneas para expresar la conciencia común y en tanto que el mismo magisterio no hubiese declarado otra cosa distinta» (Pascéndi, n. 44).
  • «Algo hemos indicado ya sobre la naturaleza y origen de los libros sagrados. Conforme al pensar de los modernistas, podría no definirlos rectamente como una colección de experiencias [como las de Abrahán y de María, por ejemplo], no de las que estén al alcance de cualquiera, sino de las extraordinarias e insignes, que suceden en toda religión. Eso cabalmente enseñan los modernistas sobre nuestros libros, así del Antiguo como del Nuevo Testamento» (Pascéndi, n. 49).
Más allá de la audacia de introducir el concepto de experiencia modernista en el Nuevo Catecismo (para que se tenga esta herejía como “doctrina segura”), Ratzinger va más allá: juntamente con los modernistas del pasado, desprecia la eficacia de las pruebas externas de la Revelación (profecías, milagros, etc.) y establece en su lugar la experiencia interna y personal. Es evidente que esto implica que él no considera más los preámbulos tradicionales como lo suficiente, siendo necesaria tal de la experiencia… el nombre de eso es modernismo.
«El contenido viene después, lo que viene antes es el acto de creer. Es lo que recuerda Porta Fidei. Porta Fidei va tan lejos teológicamente que dice que el deseo de Dios es un preámbulo de la fe. Esa expresión preámbulo de la fe es una expresión técnica en teología, quería decir las verdades que preparan a la fe, la experienca de dios, la santidad de la Iglesia. Esto es un preámbulo de la fe. Porta Fidei dice no, pero espera, esto no es todo: antes de esto el preámbulo de la fe es el deseo de Dios. Benedicto XVI dice que puede ser considerado un preámbulo de la fe. Este texto técnicamente es muy importante, porque justamente transfiere para el acto de creer las consecuencias teológicas que la teología dogmática extraía del contenido de la fe. Para un raciocinio teológico esto es una dulzura» (51:40-53:02)
Es precisamente así que el modernista creyente entiende la experiencia religiosa. Recordemos lo que dice San Pío X en Pascéndi:
«Véase, pues, su explicación. En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehúsa colocarse en las condiciones morales requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido. ¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el concilio Vaticano» (Pascéndi, n. 36).
De hecho, según la lógica de Ratzinger y de los modernistas en general, todos son creyentes, inclusive aquellos que no siguen a Jesucrisito:
«Después en el número 151 [del Catecismo], que yo resumo, cito apenas una frase: Para el cristiano (entonces ved bien): primero define la fé sin especificar que es del cristiano, todo hombre de buena voluntad que adhiere a Dios en lo íntimo de su corazón, adhiere al sentido de la vida en lo íntimo de su corazón, tiene fe, es una cosa extraordinaria. No es el cristiano quien tiene fe, todos los hombres salvados por Jesucristo son llamados a acoger a Dios en lo íntimo de su corazón, y esta acogida es la fe, la fe que justifica, la fe que santifica, entonces no soy un cristiano anónimo, soy un hombre no cristiano, es por allá que me santifico.

Entonces esto es muy importante. Este número 150 aquí es fundamental. En el caso del cristiano, ¿qué es lo que especifica al cristiano? No es la fe. Para el cristiano, creer en Dios es creer inseparablemente en aquel que Dios envió, en su Hijo muy amado, en quien él puso sus complacencias. Mi fe es cristiana porque no solo creo en Dios, sino que creo en Jesús. No es posible creer en Jesús sin tener parte en su Espíritu, es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Nadie conoce lo que hay en Dios sino el Espíritu de Dios. Solo Dios conoce enteramente a Dios» (53:03-55:06).
Em suma, todos tienen su experiencia religiosa, el cristiano tiene su experiencia a partir de Cristo, el mahometano a partir de Mahoma, el budista a partir de Buda y así sucesivamente. Esta experiencia religiosa nace del contacto de la consciencia con la realidad divina, ella no es la mera aceptación de dogmas, sino la utilización, confirmación y construcción de dogmas a partir de esa experiencia. La misma Biblia puede ser entendida como una colección de experiencias vividas por personas muy especiales, personas que nosotros mismos utilizamos como un parámetro para nuestras experiencias personales con Dios.
  
VI. NUEVA EVANGELIZACIÓN: MODERNISMO EN DOSIS DOBLE

Es este pensamiento modernista, muy querido por el protestantismo y su pariente próximo el carismatismo, que la nueva evangelización vino a consolidar en los ambientes a la sombra del Vaticano II:
  • «¿Qué es la experiencia? Es el acto de creer. Yo experimento la realidad de Dios en mi vida y por eso creo. La fe es respuesta al don de Dios experimentado en lo íntimo del corazón. Basta que cada uno de nosotros mire a su propia experiencia. Y la Renovación, por ejemplo. que da bastante importancia a la experiencia, tiene una fuerza que no puedes negar, son hombres y mujeres que pasan a vivir a partir de la experiencia. Nuestra vida es construida a partir de nuestra experiencia, también nuestra teología y la teología es la vida de la fe. Entonces, si la vida es construida a partir de la experiencia, también el conocimiento de Dioss es hecho a partir de la experiencia. Esto que es el punto fundamental. La nueva evangelización es la valorización de la experiencia en la construcción de la vida de fe» (36:28-37:36).
  • «Este creer es un acto de la inteligencia, mas no es un acto del pensamiento solo. Es un acto de la inteligencia que dirige la vida y la fe solo se consolida en la medida en que vivimos de fe. La Iglesia no es una academia, el cristianismo no es una filosofía, el cristianismo es una opción de vida de relación personal con Dios» (56:58-57:24).
Nosotros que oímos a San Pío X sabemos a dónde va a dar esta experiencia religiosa: ella va a terminar en el ateísmo. Al corto plazo, ella va a generar una crisis de fe sin precedentes que, aparte, ya tenemos a la vista por causa del Vaticano II. Pero los modernistas no tienen ni tendrán jamás la humildad de reconocerlo: en su odio al dogma, continuarán pensando que el mejor remedio es justamente ser cada vez más protestante, imitar cada vez más a las sectas heréticas:
«Si analizas estos cuatro párrafos del escenario religioso, percibes lo siguiente: es un escenario de inercia. La Iglesia está inerte en el dogma y en la manera de decir la fe. Si acentúas la importancia del acto de creeer, tienes que sacudir esa inercia. Nuestra catequesis, nuestras homilías no funcionan más porque son inertes, están vinculadas a una expresión del pasado, a una expresión atrasada, necesitas sacudir el polvo, avivar. ¿Cómo es que vas a avivar la predicación, la catequesis? La vas a avivar acentuando la base que es el acto de fe. Acertando directamente lo que es el acto de fe, valorizando el anuncio del Evangelio, vas a cambiar profundamente la manera de pensar de los propios cristianos» (43:49-45:03).
Nadie duda que se va a cambiar profundamente la manera de pensar de los cristianos. Ellos ya no van a pensar como Santo Tomás de Aquino y San Pío X, sino que van a pensar como Martín Lutero y Benedicto XVI.
«Hoy el mundo está en busca de espiritualidad, en busca de sentido, en busca de lo sagrado. Las sectas crecen porque ofrecen un sagrado accesible, al paso que la Iglesia Católica queda marcada por ritos que no tienen más significación. El aspecto positivo y el aspecto negativo del escenario religioso» (45:08-45:37).
En verdad, esta afirmación es bastante cínica.
  
Las sectas crecen porque, por un lado, el Concilio Vaticano II abolió sistemáticamente todos los obstáculos al proselitismo protestante, todos saben que la libertad religiosa puso todas las sectas en pie de igualdad en el ámbito civil, inclusive en países como España y Colombia, donde la religión católica era oficialmente protegida por el Estado y las sectas estaban –¡Deo grátias!– impedidas de esparcir sus falsas doctrinas; en el ámbito religioso, fueron puestas en pie de igualdad mediante el ecumenismo que levanta las excomuniones del pasado para tratar a todas estas sectas como hermanas y dignas del nombre cristiano. Por otro lado, ellas crecen por la sistemática destrucción de la catequesis tradicional, que lo diga el Catecismo Holandés, donde lo que erróneamente recibe este nombre no pasa de un discurso antropocéntrico que todo permite y nada obliga. Ya hacen más de cincuenta años que los católicos no reciben la fe dogmática, la fe divina y católica que antes recibían en las aulas de catecismo.
  
Esta es una verdad tan cierta que el propio cardenal Piacenza, en el sermón referido antes por el Padre Catão, se ve obligado a admitirla:
«A casi cincuenta años del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II, debemos reconocer que la misma vida moral, ya sea intra o extra eclesial, ha sido tremendamente debilitada por una insuficiente catequesis, por una formación incapaz, quizá, de dar las razones de las exigencias del Evangelio y de mostrar, en la concreta experiencia existencial, que ellas son extraordinariamente humanizadoras. ¡Y no ha sido por culpa del ConCILIO!» (Cardenal Mauro Piacenza, Congreso Internacional sobre la catequesis promovido por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, “Iniciación cristiana y Nueva Evangelización” (http://www.cism.milano.it/wp-content/uploads/2012/05/120508-CardPiacenza-Catechesi.pdf), 8 de mayo de 2012, pág. 2)
Como bien se ve, los modernistas están dispuestos a reconocer aquí y allá su fracaso, pero únicamente para tener más un motivo para repetirlo en dosis aumentada. Es así que el fracaso de una catequesis centrada en la experiencia, existencialista y antropocêntrica, debe ser remediado con una catequesis todavía más centrada en la experiencia, más existencialista y más antropocéntrica. Es así que el fracaso de la experiencia religiosa debe ser remediado con más experiencia religiosa. ¿Es o no es verdad que esta estrategia modernista desafía las reglas de la lógica y hace mucho ya que sobrepasó los límites del buen sentido?
  
CONCLUSIÓN

Mientras los modernistas permanecen asesinando almas en sus templos, mientras ellos continúan llevando al pueblo al protestantismo y al ateísmo, nosotros seguimos el consejo de Su Santidad el Papa San Pío X, evitando y repudiando el veneno modernista.
  
Si tú tienes la intención de preservar la fe católica, de mantenerla en aquel sentido dogmático e inmutable conforme al Concilio de Trento, el Concilio Vaticano I y el Papa San Pío X, entonces ya sabes que debes necesariamente repudiar el Vaticano II, el Nuevo Catecismo y la Nueva Evangelización de Benedicto XVI. Se tratan de dos conceptos de fe diametralmente opuestos, diferentes en su origen y también diferentes en sus consecuencias.
  
Aléjate, por tanto, de la trampa modernista, que anualmente arrastra a millares de personas a las sectas y que aconseja a millares de personas a vivir una experiencia religiosa a la Martín Lutero; únete a los católicos fieles a la doctrina de siempre, a los católicos que repudian las herejías del Vaticano II y se oponen firmemente a aquellos que las promueven contra las Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia Católica Apostólica Romana.
  
Recuerda todavía que lo decimos para tu propio bien. Como decía San Pío X, los modernistas son una compañía muy peligrosa: «el método apologético de los modernistas, que sumariamente dejamos descrito, se ajusta por completo a sus doctrinas; método ciertamente lleno de errores, como las doctrinas mismas; apto no para edificar, sino para destruir; no para hacer católicos, sino para arrastrar a los mismos católicos a la herejía y aun a la destrucción total de cualquier religión» (Pascéndi, n. 78).
«Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino, como ya hemos indicado, absolutamente toda religión. Por ello les aplauden tanto los racionalistas; y entre éstos, los más sinceros y los más libres reconocen que han logrado, entre los modernistas, sus mejores y más eficaces auxiliares» (Pascendi, n. 80).

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