Actualmente vemos que la India es un país donde la inculturación es endémica: iglesias que parecen templos hindúes, presbíteros celebrando con mantos de azafrán y usando una liturgia hecha con ritos paganos metidos “a la maldita sea”, seminarios y casas religiosas donde se enseña yoga, fieles que celebran los festivales de los ídolos (¡antes de fiestas cristianas!) o tienen imágenes de los ídolos junto a los de los santos de su iglesia… todo permitido por (o peor, con la participación de) los mismos que se dicen pastores y prelados de allá, tanto latinos como orientales. Pero no en todos tiempos fue así.
En 1950, un año después de alcanzada la independencia del Imperio Británico, los obispos de la India se reunieron en un Concilio Plenario nacional entre el 6 y el 18 de Enero de 1950 en la ciudad de Bangalore. Pío XII envió al cardenal Norman Thomas Gilroy, arzobispo de Sídney, como Legado papal para este encuentro.
Entre las decisiones tomadas por el I Concilio Plenario de la India (que fueron aprobadas por Pío XII al año siguiente, destaca el artículo 11.º, contra el indiferentismo y el sincretismo religioso, que dice lo siguiente:
«Rechazamos por tanto la opinión tan ampliamente propagada en nuestras regiones que sostiene que todas las religiones son iguales entre sí, y que, siempre que se sigan con sinceridad, todas son caminos diferentes hacia un único y el mismo fin, a saber, Dios y la salvación eterna. Igualmente rechazamos el sincretismo según el cual la religión ideal o la religión del futuro es concebida como una suerte de síntesis que se realizará por la humanidad de las distintas religiones que existen.Reconocemos, en efecto, que hay verdad y bondad fuera de la religión católica, porque Dios no ha dejado a las naciones sin un testimonio de Sí mismo, y el alma humana se siente naturalmente atraída hacia el único Dios verdadero. Pero con el paso de los siglos se han mezclado en casi todas partes graves errores con estas verdades, y por eso las diversas religiones se contradicen hasta en puntos esenciales. Pero la insuficiencia de todas las religiones no cristianas se deriva principalmente de esto, de que, siendo Cristo constituido el único Mediador entre Dios y los hombres, no hay salvación con otro nombre».
Finalizado el Concilio, tras una homilía del entonces obispo auxiliar de Bombay (posteriormente arzobispo y cardenal) Valerian Gracias, los obispos congregados hicieron la Consagración de la India al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María:
«Oh Señor Jesucristo, que habéis revelado los atractivos de vuestro Sagrado Corazón y lo habéis dado a conocer como el asiento de vuestro amor por los hombres y el centro de todo lo que es hermoso y perfecto, dignaos aceptar esta Consagración de la nación, que la Jerarquía de India junto con el Clero, los Religiosos y los Fieles comprometidos a su cuidado, unidos con sus conciudadanos en los lazos de una gran familia, ofrecen a vuestro adorable Corazón.
También al Inmaculado Corazón de María, vuestro tabernáculo elegido y santuario de vuestras virtudes, nos consagramos y le suplicamos, como nuestra Abogada y Mediadora, que presente ante vuestro trono esta solemne ofrenda de nuestra patria, antigua en la profesión de vuestro Nombre. y celoso en la propagación de vuestra Iglesia.
Conscientes de vuestras promesas a las almas escogidas y animados por el conocimiento de su cumplimiento entre individuos y familias, comunidades y naciones, creemos firmemente que a través de este acto colectivo de culto y amor, la Iglesia y la Nación serán los privilegiados beneficiarios de vuestra sabiduría y conocimiento, vuestra bondad y amor, vuestra vida y santidad.
Vos sabéis, oh Dios de amor, que nuestro único anhelo es glorificar vuestro Sagrado Corazón y reparar los ultrajes cometidos contra vuestra Divina Majestad. Complaceos, pues, en derramar vuestro Santo Espíritu sobre este Concilio Plenario para que a través de nuestras oraciones y trabajos, por imperfectos que sean, vuestro Nombre en esta tierra sea más conocido, vuestra Ley más fielmente observada, vuestros sacerdotes y pueblo más santificados, vuestro reino más ampliamente extendido, vuestro Corazón más generosamente amado, y la pecaminosidad e ingratitud del hombre más profundamente expiadas.
Comprendiendo que nuestro amor y adoración a vuestro Sagrado Corazón es la medida de nuestra santificación y celo, concedednos que a través del Corazón Inmaculado de vuestra Madre y nuestra, poseamos un amor tan generoso que nos transforme y nos dé vida nueva; un amor tan ardiente que puede encender las almas de aquellos confiados a nuestro cuidado; un amor tan insaciable que todo trabajo y sufrimiento pueda ser combustible para alimentar su llama hasta nuestro último aliento.
Que los que estamos unidos a Vos y al Corazón Inmaculado de vuestra Madre, amantísimo y admirable, encontremos el cumplimiento de todos nuestros deseos en la unión eterna con Vos y con ella en el Cielo. Amén».
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