miércoles, 22 de febrero de 2023

LA SITUACIÓN POLÍTICA EN LA FRANCIA DEL SIGLO XIX, EN UNA CARTA A LEÓN XIII

El teólogo estadounidense Éamonn Clark publicó en su sitio web Christian Renaissance Movement una carta que fue enviada al papa León XIII sobre un candidato a la púrpura cardenalicia.
   
La carta (escrita en italiano), está en el Archivo Secreto Vaticano, Índice 1302, libro 11, sf. 68, n.º 1-4, y dice lo siguiente:
Información necesaria y secreta para el Sumo Pontífice León XIII
  
En Francia, todos saben que el partido bonapartista hace continuas solicitudes a la Santa Sede para que Monseñor [Benôit-Marie] Langénieux, Arzobispo de Reims, pueda ser elevado a la dignidad de cardenal.
   
Si, hipotéticamente, esta promoción toma lugar, solo sería efecto del favor, y produciría solo malos resultados.
 
Y lo que todos notan es que Mons. Langénieux fue un cercano amigo de Monseñor [Georges] Darboy, Arzobispo de París, que fue siempre un enemigo de la Santa Sede. Estos dos eclesiásticos y Mons. [Gaspard] Deguerry, cura de la Magdalena, frecuentemente iban a Napoleón III para urgirle a deponer el Poder temporal del Papa.
  
Mons. Langénieux predicaba la Cuaresma en la capilla del palacio de las Tullerías donde lisonjeaba mucho al Emperador, y para agradecerle al predicador lo invitaba a almorzar con él en la Corte, y restauró la decoración de la Legión de Honor con un hermoso cáliz. Al mismo tiempo, el Arzobispo Darboy nombró a Mons. Langénieux para la cura de almas en una de las parroquias más grandes y más ricas en París, la de San Agustín.
 
Durante el gobierno de la Comuna, mientras los buenos sacerdotes como verdaderos soldados de Jesucristo permanecían con fidelidad y valor al servicio de sus iglesias, el cura Langénieux abandonó su parroquia, y fue a esconderse en casa de una familia bonapartista, para pesar y detrimento de sus parroquianos.
  
Después del restablecimiento del orden social en Francia, los bonapartistas estaban buscando una iglesia para celebrar el 15 de Agosto –San Napoleón– según su expresión, como siempre habían hecho bajo el Imperio, pero de lo cual recibieron un claro e irrevocable rechazo por varios curatos respetables de la capital.
 
Mons. Langénieux, quien sabía bien del rechazo, fue personalmente a ver dos ricas damas, que son las más influyentes en el partido bonapartista, y les dijo que estaba muy dispuesto a poner su parroquia enteramente a su disposición. Esta oferta fue aceptada instantáneamente y con gran placer; todos los bonapartistas, llevando un ramo de violetas en sus pechos, fueron a la iglesia de San Agustín, y el cura Langénieux cantó la Misa solemne con música para celebrar a Bonaparte. Al final de la Misa, los hombres y mujeres bonapartistas fueron –rápidamente– a la sacristía para saludar al cura Langénieux, quien había sido tan amable y complaciente para con ellos.
  
La casa de Dios fue así profanada el día de la mayor fiesta de María Santísima. Esta profanación causó un inmenso escándalo en la ciudad de París, y los malos publicistas tomaron ventaja de ella para escribir contra todo el clero y la Santa Sede.
  
Este inconveniente grave fue renovado en los siguientes dos años.
  
En aras de la brevedad, la descripción de otros errores cometidos por Mons. Langénieux. Ellos son conocidos por todo el clero parisino, que los referirán si la necesidad los demanda. Solo se agregará que Langénieux frecuentemente va a París para ver a las familias imperialistas con las que está en continua e íntima correspondencia. Las dos damas bonapartistas decían: “Nuestro querido amigo el cura Langénieux pronto será nombrado Obispo, luego Arzobispo, después Cardenal; somos lo suficientemente poderosos para obtener este favor del arzobispo de París Mons. [Joseph] Guibert, y de la Santa Sede; lo necesitamos para potenciar nuestro partido político, y para hacer que todos crean que el Papa está de nuestro lado”.
  
De hecho, Mons. Langénieux fue inmediatamente nombrado primero Vicario General de París, en perjuicio de los otros obispos que habían sido Vicarios Generales mucho tiempo antes de él. Poco después, fue proclamado Obispo de Tarbes, y luego promovido al Arzobispado de Reims.
    
Mientras, en Francia, un cura nunca ha sido visto haciendo tres saltos en la carrera jerárquica en menos de dos años, que los miembros del clero dicen que Mons. Langénieux es un trampolín bonapartista y que si, adicionalmente, llega al fin de su excesiva ambición, será llamado por todos el Cardenal de las poderosas damas bonapartistas.
  
A fin que un Prelado sea promovido a la sublime dignidad cardenalicia, es absolutamente necesario que haya prestado grandes servicios a la Santa Sede, a la Iglesia, y a la persona del Papa; y no debe pertenecer a ningún partido político. Ahora, ¿qué bien ha hecho Mons. Langénieux a la Santa Sede, a la Iglesia, y al Papa? ¡¡¡NADA!!!, y es un hecho notorio que constantemente está esforzándose por la quimérica restauración del Imperio, que le ha hecho tanto daño al infalible Vicario de Jesucristo, y que le haría aún más si volviera al trono de Francia.
  
Non potest arbor mala bonos fructos fácere [Un árbol malo no puede producir frutos buenos].
  
En Francia hay varios Obispos y Arzobispos, que han encanecido en el ejercicio del santo ministerio por la salvación de las almas, y que con admirable celo han escrito muchas cartas pastorales, muchos folletos, y también obras grandes y luminosas para defender la santa causa de la Santa Sede. Sería pues, un acto de justicia si el Sumo Pontífice se dignase dar a estos excelentes Prelados el capelo cardenalicio antes que a Mons. Langénieux, que todavía es joven, y debe por tanto merecerlo por una conducta enteramente diferente de la que ha llevado hasta hoy.
  
Los malos resultados de la hipotética promoción de Monseñor Langénieux serían los siguientes.
  
Los bonapartistas son tan pequeños en número que nunca lograrán el éxito en su loca empresa. Los franceses, generalmente hablando, aborrecen a la dinastía Bonaparte porque siempre ha sido su azote. El denominado hijo de Napoleón III se encuentra exiliado de Francia, y es un hombre sin ingenio, sin intelecto, sin coraje; si, por ventura y por un plebiscito imposible, fuera llamado al trono, sería destronado seis meses después por una terrible revolución, la cual masacraría a todo el clero y quemaría las iglesias, porque la mayoría de los votos serían atribuidos por los revolucionarios a la influencia clerical semejante a los de 1849, 1850, y 1852.
  
Nadie duda que los republicanos gobernarán Francia por un largo tiempo; y para disgustar al Papa ellos suprimirán el presupuesto del culto católico si el Papa le da el capelo cardenalicio a Monseñor Langénieux, el bonapartista activo e intrépido.
    
Pío IX, de santa memoria, no quiso recibir a la ex-emperatriz Eugenia en audiencia privada, sino cuando suplicado repetidamente y engañado por los bonapartistas domiciliados en Roma, y por el cardenal [Henri de] Bonnechoses, Arzobispo de Ruan, él la recibió inmediatamente después; en resultas de un espíritu de injusta venganza, el gobierno republicano de Francia comenzó a perseguir las corporaciones religiosas aquí, y ahora continúa con la intención de dañar a la Iglesia y afligir al Papa.
  
Cuando el gobierno republicano esté agotado por la aplicación de sus malas leyes, los príncipes de la familia real de Orléans, que se han convertido en legítimos herederos al trono después de la muerte del Conde de Chambord, tomará definitivamente las riendas del poder para gobernar su país. Entonces, probablemente no les importará la restauración del Poder temporal del Papa, si Mons. Langénieux fuera nombrado cardenal, porque considerarán tal nombramiento como un gran servicio prestado por la Santa Sede al buen partido partisano. Toda Europa sabe que los hermanos Principi han sido muy malamente tratados por Napoleón III. Desafortunadamente, los hombres no olvidan las ofensas y no perdonan.
  
La historia eclesiástica cuenta a Mons. Langénieux, Arzobispo de Reims, que los más grandes perseguidores de la religión católica siempre han sido, y lo serán, los miembros de alto rango del clero católico con espíritus ambiciosos.
  
La experiencia enseña que el mejor modo de prevenirlo es predecirlo. Esto es tan cierto que la Santa Sede en su infinita sabiduría en todas épocas se ha abstenido de hacer promociones que podían ser consideradas favorables a cualquier partido político.
  
Hace tres años, la insignia de [Patrick] Mac-Mahon, un espíritu de las damas bonapartistas, pidió al Sumo Pontífice el capelo cardenalicio para Monseñor Langénieux, Arzobispo de Reims, e inmediatamente recibió una respuesta negativa de Pío IX, que está hoy en el Reino de los Bienaventurados.
     
Quien ha tomado la libertad de escribir este folio con buena intención, suplica humildemente al Santo Padre León XIII que adicional a lo que se digne, como cuestión de caridad, se asegure que no sea leído por cualquier otra persona.
  
París, 10 de Diciembre de 1878
El contexto de la carta es el siguiente: León XIII iba en su primer año de pontificado, y en Francia, hacían ya ocho años que el II Imperio había sido remplazado por la III República, que había empezado a tomar medidas de carácter anticatólico. Aun así, los partidarios de la restauración monárquica eran todavía fuertes y tenían cierta influencia, y los bonapartistas pedían en particular que el arzobispo de Reims Benôit-Marie Langénieux fuese elevado a la púrpura cardenalicia.
 
El autor de la carta, orléanista convencido (ya que esperaba que con la muerte de Enrique de Artois pasase la corona francesa a Luis Felipe de Orléans –llegado ese momento el legitimismo, en cambio, prefirió mirar a España para defender su causa–), le pide a León XIII que no le otorgue a Langénieux el honor cardenalicio por su lealtad a la causa bonapartista, aduciendo que ello le traería represalias a la Iglesia en Francia y que solo era un favor político. Pero acontece que si Langénieux se había granjeado el favor del antiguo gobernante, fue también por las obras de apostolado social que había realizado tanto en la parroquia de San Agustín como la de San Ambrosio (donde estuvo previamente). Aparte, como obispo de Tarbes consiguió que el santuario de Lourdes fuese elevado a Basílica, y siendo arzobispo de Reims obtuvo del Parlamento francés dos millones de francos para la restauración de la catedral, aseguró la abadía de Igny para los trapenses y el priorato de Binson para el Oratorio, construyó varias iglesias como la de Santa Clotilde (donde celebró el XIV centenario del bautismo de Clodoveo), promovió el culto del Papa Urbano II y tuvo parte en el proceso de beatificación de Juana de Arco. Por esos méritos, León XIII finalmente lo creó cardenal en el consistorio de 1886 (junto a los arzobispos Charles-Phillipe Place de Rennes y Víctor-Felix Bernadou de Sens, que a diferencia suya gozaban del favor del gobierno republicano), y en esa dignidad presidió como legado papal los Congresos Eucarísticos de Jerusalén, Reims y Lourdes; y participó en el cónclave de 1903 en el que fue elegido San Pío X.
   
De esta misiva podemos ver, por una parte, cómo ha sido importante que en toda promoción eclesiástica, se envíe información a fin que los nombramientos sean siempre para candidatos dignos, y por otra, cómo las pasiones e ideologías de turno pueden llegar a nublar el juicio en este particular.

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