sábado, 11 de febrero de 2023

LOS MILAGROS EN LA TUMBA DEL BEATO PEDRO DE LUXEMBURGO

Sabido es que durante el Cisma de Occidente, las lealtades en la Iglesia estaban divididas entre los reclamantes romanos y los aviñoneses al Papado, no solo entre las naciones, sino entre el clero: diócesis y abadías hubo que tenían un jerarca nombrado de Roma y otro de Aviñón, las órdenes se dividieron apoyando a un candidato frente al otro (entre los dominicos, por citar un ejemplo, Santa Catalina de Siena apoyaba a Urbano VI de Roma, y San Vicente Ferrer a Clemente VII de Aviñón), y cada papa tenía su propio colegio cardenalicio.
   

El beato Pedro de Luxemburgo, creado cardenal por Clemente VII de Aviñón (que tuvo mejores disposiciones que su contrincante romano Urbano VI o su propio sucesor Benedicto XIII de Luna en solucionar el cisma –él fue autor de la Misa votiva por el fin del cisma–), murió en fama de santidad (reconocida oficialmente el 9 de Abril de 1527 por el Papa Clemente VII), y muchos peregrinos acudían a su tumba a pedir su intercesión, obteniendo grandes milagros (uno de ellos fue la resurrección de un niño, como se representa en este fresco de la catedral de Ivrea). Vale aclarar que estos hechos daban testimonio de la santidad del cardenal y la adhesión a la Fe Católica, no de la legitimidad de las pretensiones de ninguno de los reclamantes al Papado en ese período (siendo las adhesiones a ellos un hecho contingente):
«[…] Clemente VII, el competidor de Urbano, se hallaba entonces en Aviñón en condiciones sumamente favorables. Si bien es verdad, que dependiente de la corte de Francia, tenía no poco que sufrir por la prepotencia de los cortesanos y debía comprarse su gracia a costa de la Iglesia de Francia, sobre la cual se redoblaron los gravámenes. Pero cada día más ganaba en crédito, estaba seguro en el extranjero, y en el 1387 vio retornar también a Nápoles a su obediencia. Su colegio cardenalicio contaba no solo  on los antiguos cardenales de los tiempos de Gregorio XI, sino otros miembros nuevos tan ilustres, entre los cuales se destacaba el piadoso y joven príncipe Pedro de Luxemburgo, el cual murió después en olor de santidad y admiradísimo por sus contemporáneos, a solo diez y ocho años, el 2 de Julio de 1387. Los milagros, que se decía eran realizados sobre su tumba, se alegaban casi como argumento de la legitimidad de Clemente [1]. Más en favor de Clemente hablaban el credito de las universidades de París y de Bolonia, y sus esfuerzos por mantener la pureza de la fe y su trato afable, en todo opuesto a las rudezas de Urbano, y por último la propuesta, que hizo solo cuando su causa comenzó a cambiar para mejor, de hacer decidir la gran controversia por un concilio ecuménico y, cuando sus razones triunfasen, tener a Urbano VI como su primer cardenal, en caso contrario, ponerse a su disposición [2]».
   
Card. JOSÉ HERGENRÖTHER HORSCHHistoria universal de la Iglesia, vol. 7: “El proceso a los templarios, el cisma de Occidente, y las herejías de Wiclef y Hus”.
  
NOTAS
[1] Étienne Fourier de Bacourt, Vie du bienheureux Pierre de Luxembourg, París, 1881. Discurso de Pedro de Ailly sobre sus milagros, en John Bale, lc, IV, 631f.
[2] Bale, loc. cit., IV, 618.

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