jueves, 2 de enero de 2025

EL ENFOQUE CATÓLICO AL ESTUDIO DE LOS CLÁSICOS PAGANOS

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
   

Del discurso “Del Museo Vaticano obra y propiedad de los Pontífices” leído por monseñor Francesco Nardi el 26 de enero de 1871. El autor, prelado de la Curia Romana bajo Pío IX, fue una de las plumas más activas en la defensa de los derechos espirituales y temporales de la Sede Apostólica y del Romano Pontífice. En esta intervención nos ilustra sobre cómo se pueden los católicos acercarse al estudio del genio pagano en sus distintas expresiones artísticas:
«Hubo hombres, que llamaré ultracelotas, los cuales gritan ser intolerable profanación que junto al Pontífice se encuentren los Júpiteres, las Junos, los Apolos y los Bacos. Estas reliquias de un culto abominable deberían ser exterminadas del mundo, y no emplearse para adornar la morada de quien en todos sus actos debe predicar la santidad del Cristianismo. Son aquellos mismos buenos hombres, ya casi desaparecidos del mundo, que predicaban hace algunos años que debía hacerse quitar de las manos de los jóvenes los clásicos griegos y latinos, para sustituirlos con Beda y con Rabano Mauro. Estos optimistas no ven más que una parte de la verdad, y por ende falseaban el concepto, como hace siempre quien no mira el todo. Las artes y las letras antiguas griegas y latinas, tienen una parte de hecho reprobable, que debe ser sustraída siempre y totalmente de la mirada y del pensamiento cristiano. Pero ellas tienen otra parte mucho mayor, que es dignísima de estudio, y ahora de hecho necesaria, a quien quiera ser culto. Si es error el creer que todo fuese puro y santo entre los griegos y latinos, otro y más grave error es creer que todo fuese impiedad y delito. Grandes pensamientos, eternamente justos y verdaderos, salieron de las mentes y del cincel del Ática y del Lacio, los cuales si no alcanzaron la perfecta pureza del Cristianismo, sin embargo, le hacían sombra y tal vez la prepararon. Por no hablar de algunos lugares donde Sófocles, Eurípides, Píndaro, Jenofonte, Cicerón, Horacio y Séneca tiñen de rubor a nosotros los cristianos, con sentencias que deben ser más familiares a nosotros que a aquellos pobres ayunos de la luz evangélica, incluso allí donde las letras y las artes antiguas sucumbieron al contagio de la universal superstición, ¿no suministran ellas una preciosa enseñanza, mostrando cómo también los más prodigiosos ingenios de la antigüedad pagana, nunca supieron alcanzar la altura de las letras y artes cristianas? Quien en el rostro del Laocoonte admira expresar en caracteres sublimes la desesperación de la lucha contra el hecho inexorable, no tiene sino que descender pocas gradas para contemplar en la Piedad de Miguel Ángel la vehemencia del mayor dolor, sin embargo suavemente templada por la resignación cristiana. Quien está embriagado de la belleza del Apolo, no tiene sino que cruzar algunas escalas para ver en las formas de Jesús transfigurado cómo la afectuosa y pura belleza cristiana avanza sobre aquella únicamente plástica de los antiguos. Y quien admira la piedad y el arte romano en honrar los sepulcros, no tiene más que dirigirse al otro lado del Museo lapidario, y confrontarlos con los monumentos y los escritos cristianos para sentir toda la inmensidad del beneficio obtenido por Cristo a la humanidad. A la diestra aquel triste y tenebroso Diis mánibus, los cuales ninguno sabía qué cosa fuesen… Allí no hay consuelo, ninguna esperanza; solo una estéril lágrima, delas cenizas y nada más. A la izquierda en cambio la piedad y el dolor confortados por la esperanza –¡mas qué digo esperanza!–, de la plena certeza de una vida cambiada para mejor, y de una comunión de afectos apenas interrumpida, los Papas no desdeñaron, sino que acogieron y custodiaron estas preciosas reliquias de la era antigua. La Iglesia nunca destruyó nunca nada, Señores, fuera de los errores y las supersticiones, sino que purificó y santificó las artes, las letras, la civilización antigua, e incluso algunos ritos del culto pagano. Y si de la ambarvalia hizo sus rogativas, del agua lustral su agua bendita, y de los templos paganos templos cristianos, bien sería insensatez extinguir las antiguas letras y las artes antiguas, las cuales, donde eran buenas, beneficiaban a las cristianas; y donde no lo eran, mostraban el infinito beneficio del Evangelio. Stabunt et aëra innóxia, Quæ nunc habéntur ídola, hace decir Prudencio a San Lorenzo desde el lecho de su cruel martirio, y si la Iglesia debía abatir y abatió los objetos de un culto insensato, torpe y cruel, debía dejar y dejó las obras, que sin daño de la fe, honraban el ingenio y la mano del hombre. Incluso ella sola les salvó y solo de ella los tuvimos; y sin ella los bárbaros que comenzaron en el siglo IV y aún no acabaron, nos habrían dejado probablemente de la Grecia y de Roma tanto como sabemos de los hicsos de Egipto o de los aztecas de Méjico. Aquellos buenos celosos más severos que los Santos Padres, que para nada rehuyeron de estudiar en Atenas y en Roma, aun bajo hombres paganos; más severos que la Iglesia, que en sus escuelas y en sus claustros no solo admitió, sino que transcribió y conservó estos preciosos restos de la edad pagana, quisieran reconducirnos a una nueva barbarie, quitando al cincel, al pincel y la pluma aquellos modelos de todas las artes y de todas las letras sin las cuales es imposible hablar profunda y eficazmente a los hombres. Porque el instrumento fue a veces mal usado, quisieran ellos romperlo, sin acordarse que las artes gráficas y representativas tienen sus firmes leyes, penosas de hallar, pero imposibles de rechazar después de encontradas, y sin pensar que quitándonos la ventaja de las formas y los escritos clásicos, las dejarán a nuestros adversarios. Sólo que la voz de la civilización y de la Iglesia se unieron para condenar esta escuela de hombres exagerados, sin duda movidos por la idea del bien, pero engañados por los prejuicios, e incluso un poco por la obstinación. Estos hombres han fallecido y casi nadie se hace eco lánguidamente de sus ideas descoloridas. Por tanto, dejémosles dormir en paz en las tumbas a las que descendieron o descenderán pronto».

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