Sermón predicado por el Ilmo. Sr. Obispo D. Fernando Altamira, Superior de la Sociedad de Santa María, en la fiesta de la Circuncisión de Nuestro Señor Jesucristo y Octava de la Natividad (miércoles 1 de Enero de 2025).
Para seguir el orden:
- LA HUMILDAD (Prédica 1): Domingo 27 de Diciembre de 2024.
LA HUMILDAD (PRÉDICA II)
TODO EN MARÍA y POR MARÍA. Y por las BENDITAS ALMAS del PURGATORIO
Queridos hijos:
Hoy es Primero de Enero, Año Nuevo: Es LA OCTAVA DE NAVIDAD, y por eso es Misa de Guarda o de Precepto. En la Liturgia de la Santa Iglesia Católica, la octava de una fiesta es festejar nuevamente dicha fiesta, entonces hoy, 1° de enero, de este nuevo año 2025, estamos festejando nuevamente la Navidad, el Santo Día del Nacimiento de Dios sobre la tierra. Y habíamos anunciado que seguiríamos predicando sobre la Humildad.
Haciendo un paréntesis, y como reza el dicho: “Año Nuevo, vida nueva”, digamos dos palabras de ello. “Año Nuevo, vida nueva”, debemos buscar en este nuevo año “una vida nueva”, sí, pero vida nueva para Dios Nuestro Señor Jesucristo y para su Catolicismo, no para la bobada del mundo, no para la vida mundana. Por eso, hagan sus propósitos, deben hacer sus “propósitos”, para este nuevo año que empieza, “para que empiece para Dios”, porque pasan los años, “se nos pasa la vida”, y no hacemos los cambios que estamos necesitando ante Dios; escriban unos tres propósitos para cambiar (se los preguntaremos en las Confesiones), cosas que debo cambiar, cosas que debo mejorar, pecados que debo dejar de hacer, acciones buenas que no hice y debo hacer.
EL COMIENZO DE UN AÑO es el momento para tomar resoluciones y propósitos de vida, sobre “cosas que TODAVÍA LE ESTOY DEBIENDO A DIOS, sobre cosas que no hago y debería hacer para Él”.
[1] Ahora vamos al tema: Hace ocho días, en Navidad, les predicamos sobre la Humildad, esa virtud tan importante, que en nadie –por supuesto– brilló como en Dios Nuestro Señor, y que está tan ausente en nosotros, y por eso somos pecadores, porque el pecador es soberbio, porque pecado es hacer mi voluntad y no la de Dios, y eso es soberbia, el pecado es soberbia: mi voluntad y no la de Dios.
En cuanto a la Humildad, ese día de Navidad, insistimos en la Humildad que tiene Dios, y cómo nos falta a nosotros. Pero lo interesante es que, ese mismo día, insistimos en algo que NO ES TAN CONOCIDO entre nosotros los católicos, o que directamente es “desconocido” por nosotros: Los castigos PROGRESIVOS que Dios va infligiendo a los que no son humildes, los castigos progresivos que Dios va infligiendo a los que son soberbios, y esos castigos van de menor a mayor, y pueden terminar en la Condenación Eterna.
En esa progresión o aumento de gravedad de los castigos que Dios aplica a los que son soberbios, de menor a mayor, tenemos que:
- Primero Él comienza castigándolos haciendo que nos vengan enfermedades, muchos trabajos, hasta insectos que nos molestan o con gusanos y parásitos que padecemos; después humillaciones, tribulaciones, sequedades, contrariedades (“no nos salen nuestros planes), deshonras; también insultos y daños o malos tratamientos de nuestros prójimos, sus murmuraciones en nuestra contra (atención: cuando ocurren esas cosas, Dios no quiere el pecado que hace el prójimo –y sí que es pecado de ellos y también recibirán castigo–; pero si bien Dios no quiere el pecado que ellos comenten, sí quiere muchas veces la tribulación o cruz que nos llega con ello, porque la merecemos por soberbia, y es para nuestra corrección).
- En segundo lugar, si seguimos siendo soberbios, Él, dejados a nosotros mismos, permite que caigamos en muchos pecados veniales, para que veamos que no somos capaces de mantenernos por nosotros mismos ni siquiera en cosas pequeñas sin pecar,y permite que sintamos tentaciones, y a veces fuertes tentaciones, tentaciones que no se nos van, que no desaparecen, que persisten, y que nos hacen pender de un hilo con el pecado mortal.
- Y en tercer lugar, si todavía seguimos siendo soberbios, abandonados de Dios, Él permite que caigamos en pecados mortales, para que sepamos lo que somos, y no en cualquier tipo de pecado mortal, sino muchas veces en pecados vergonzosos de lujuria, y pecados manifiestos y externos, para que los demás lo sepan, y sea más patente lo que somos. El Padre Alonso Rodríguez ponía como ejemplo el adulterio y homicidio que cometió el Rey David (aunque él después fue santo).
- Pero, peor aun, y qué horror, el Padre Rodríguez advierte que por soberbia, si ello sigue, se termina cayendo incluso en los pecados de la homosexualidad, y pone como ejemplo lo que dice San Pablo en su Carta a los Romanos (su capítulo primero) donde se habla de dicho pecado antinatural. Y con estos pecados viene el riesgo de la Condenación Eterna.
Por eso: TENEMOS QUE SER HUMILDES.
[2] Para seguir avanzando en las enseñanzas sobre la Humildad [1], consideremos ahora el fundamento de ella. El fundamento de la Humildad es la Verdad y la Justicia.
- La Verdad: Ella nos muestra y hace que realmente sepamos lo que somos: Todo lo bueno que hay en nosotros es de Dios, todo lo bueno es dado por Él, sean los dones de la gracia o sobrenaturales (“todo es gracia”), sean los dones naturales (la vida, la salud, el poder trabajar, moverse, poder comer, que nuestro cuerpo esté sano).Pero, esto hay que saberlo, todo lo malo que hay en nosotros, pecados, imperfecciones, defectos, eso sí es propiedad exclusiva nuestra, eso es propiedad del ser humano. Lo bueno es de Dios (si tenemos algo bueno es don dado por Dios), y lo malo es lo exclusivo de nosotros.
- La Justicia: Ella hace que nos tratemos a nosotros mismos según eso que conocemos y que realmente somos: el ser humano es pecado. Por eso toda la honra, todo el honor, sólo deben ser para Dios, y el que quiere honra y honor para sí mismo, le está quitando, y hasta robando, la honra a Dios, la cual sólo a Él pertenece, y por querer la honra para uno y no para Dios (por no remitirla a Dios) muchas veces se reciben castigos.Hemos tenido el pecado original, hemos agregado muchísimos pecados actuales que cada uno hace, y nos quedarán hasta la muerte mil malas inclinaciones y malos impulsos, de allí que para ser humildes hemos de aceptar los castigos que nos vienen por todas estas cosas: Sean enfermedades, trabajos, contrariedades (no nos salen las cosas), persecuciones, menosprecios, tribulaciones, humillaciones, reprensiones, que murmuren contra nosotros; hemos de saber que llevamos dentro el germen de todos los pecados, la posibilidad de cometer cualquier pecado, sin límite alguno, cualquier aberración: entonces tenemos que ser humildes; también como castigo de nuestra soberbia o pecado hemos de recibir sequedades, desalientos, sentir desolaciones, soledad, abandono, sentir que Dios nos rechaza.Y escuchen esto que es muy importante: Cuando todo esto nos esté ocurriendo, dice el Padre Jean Olier (+1657), y tantos otros, debemos ponernos de parte de Dios, sí: debemos ponernos de parte de Dios, y no de parte nuestra, sino en contra de nosotros, sabiendo que todo lo merecemos, sabiendo que todo lo merecemos, y mucho más en realidad de lo que nos ocurre, porque la majestad de Dios que ofendemos con cualquier pecado (incluso venial), una majestad infinita, hace que merezcamos todo, todo lo que nos ocurre aquí en la tierra es justo y merecido;y en esos momentos que sufrimos algo debemos decirnos: “está bien lo que estoy padeciendo, lo que me está pasando, lo merezco, y siempre lo mereceré, Dios tiene razón en hacer o permitir esas cosas por mis pecados ya cometidos y por mi soberbia”; y tengamos mucho cuidado de rebelarnos contra Dios, porque el más mínimo pecado venial merece todo castigo, y si nos rebelamos puede ser gravísimo y hasta una blasfemia, y contra Dios nadie puede, y nos va a ir mal, y para Condenación Eterna.
[3] Veamos ahora la excelencia de la Humildad:
- La Humildad nos somete a Dios, nos somete a la Voluntad de Dios y todo lo que nos ocurra, aceptándolo, siempre aceptando.
- La Humildad nos abre los tesoros de la gracia de Dios, pues hace que Dios nunca vaya a abandonarnos y con eso aseguramos el poder salvarnos, “Deus supérbis resístit, humílibus áutem dat grátiam: Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes” (I Pedro 5,5).
- El humilde vuelve a Dios toda la gloria, como debe, y jamás roba o se apropia para sí la gloria, que es sólo de Dios, “glóriam meam álteri non dabo: no daré mi gloria a otro” (II Cor 10,5).
- La Humildad es el fundamento para todas las otras virtudes, porque no puede haber virtud si no hay antes humildad;
- La soberbia es un obstáculo para nuestra Fe y la daña; la humildad hace la Fe más firme “abscondísti hæc a sapiéntibus et revelásti ea párvulis: escondiste estas cosas a los sabios y las revelaste a los pequeños”, y la Fe recíprocamente hace crecer la Humildad porque nos muestra realmente lo que las cosas son y lo que nosotros somos;
- La soberbia daña la Esperanza, porque hace confiar en sí mismo, en la bobada de “nuestras fuerzas” y en “lo que podemos”; el humilde hace crecer la Esperanza porque no la pone en sí sino en Dios y desconfía de sí mismo, y la Esperanza recíprocamente hace crecer la Humildad con una mayor conciencia frente a nuestra miseria, y conciencia de que los bienes sobrenaturales son tan por encima de nosotros, que sólo apoyándonos en Dios y en lo que Él nos da podemos alcanzarlos y salvarnos;
- La Caridad o Amor hacia Dios tiene como enemigo el amor a sí mismo, la soberbia, el orgullo; y la humildad, el propio desasimiento y la abnegación de uno mismo, hace crecer el amor a Dios y decrecer el amor propio;
- Y para ejercer la Caridad al prójimo nada como la humildad, la cual nos evita el desprecio hacia el prójimo (gravísimo) y el sentirnos mejores que él, y nos mueve a ser compasivos con sus miserias;
- Tener fortaleza hasta dar la vida por Dios si es necesario: sólo la tendrán los humildes, porque el ser humano es miserable, débil y traidor, el que cree poder ser fuerte solo (por sus fuerzas) casi que sin duda traicionará a Dios (miren San Pedro); mas si tenemos conciencia de nuestra nada y de que seguro que solos lo traicionamos a Dios, Él, por ser humildes, nos sostendrá y nos dará fortaleza, y sólo así con su gracia seremos capaces de dar la vida por Cristo (en ese trance de ser matados, asesinados, por ser católicos, debemos –tal vez– hacer una especie bloqueo mental entre uno y Dios, y olvidarse del resto,y decir interiormente: Dios mío, no me dejes traicionarte, Dios no me dejes traicionarte, Dios no me dejes traicionarte: y así por humildes creo que Él nos dará la gracia de morir por nuestra Religión);
- La pureza y la castidad: el que no es humilde no podrá mantener la pureza y la castidad; y ya lo saben, el soberbio termina cayendo en los pecados contra la pureza, para guardar la castidad hay que ser humilde.
[4] A modo de conclusión: “Año Nuevo, vida nueva”:
- ¡Las cosas que espera el Niño Dios de nosotros, las cosas que espera Dios Nuestro Señor Jesucristo!; ¡los cambios que debemos hacer en nuestras vidas!, ¡los cambios que tenemos que hacer en nuestras vidas y entre ellos sin duda la Humildad!; y cambiemos de una vez, cambiemos de una vez en nuestro mal obrar, en nuestros defectos, en nuestros pecados!,
- Hagan sus propósitos; y tengamos en cuenta cuánto espera Dios de nosotros, de nuestras vidas; empieza un nuevo año, ello tiene que llenarnos de esperanzas y de deseos de mejorar… para Dios, ¡para intentar ser buenos católicos y buenos hijos de Dios!
Las palabras finales serán una poesía de la amada, amadísima y catoliquísima que fue la Madre Patria, España, de su Siglo de Oro, cuando ella nos hizo: el glorioso Siglo XVI de España; y es una poesía de un alma consagrada, Fray Pedro de los Reyes, la cual ya hemos usado otras veces, y que muestra lo que el Niño Dios espera de nosotros: Santidad, y algo que podemos usar como sinónimo: Humildad.
Dicha poesía se llama “Yo para qué nací”, tiene 10 estrofas; usamos sólo las dos primeras que dicen así [2]:
Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.Que tengo que morir es infalible.Dejar de ver a Dios y condenarmetriste cosa será, pero posible.Posible, ¿y río, y duermo, y quiero holgarme?Posible, ¿y tengo amor a lo visible?¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto?¡Loco debo de estar, pues no soy santo!
Locos debemos de ser, hijos, pues no somos santos, siendo tanto lo que está en juego, siendo tanto lo que espera Dios de nosotros.
El Niño Dios nos dé la Humildad, para poder llegar a la Santidad.
AVE MARÍA PURÍSIMA.
NOTAS
[1] Utilizamos resúmenes del libro “Compendio de Teología Ascética y Mística”, del Padre Adolfo Tanquerey, edición en español, Año 1930, impreso por la Sociedad de Juan Evangelista, Desclee & Cía, Tournai (Bélgica): Apartado “II De la Humildad”, en el número 1127 y siguientes.
[2] Se encuentra en las páginas 221/222/223 de nuestro “Devocionario Católico”, en su nuestra última edición.
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