viernes, 16 de julio de 2021

EL INFAME 16 DE JULIO DE 1809

Por Aarón Mariscal, del Círculo Tradicionalista San Juan Bautista del Alto Perú. Tomado de LA ESPERANZA.
    
Pedro Domingo Murillo

Muchos católicos altoperuanos, quizá de buena fe, celebran fechas consideradas como heroicas para su patria, pero que a la luz de la verdad no resultan lo que parecen. Al igual que en el resto de Hispanoamérica, la propaganda revolucionaria ha invadido profundamente la mentalidad colectiva, al punto de engañar a tantas personas con facilidad.
    
El 16 de julio es el aniversario de Nuestra Señora de La Paz, sede de gobierno del Alto Perú. Tal fecha se recuerda con algarabía el alzamiento dirigido por el masón Pedro Domingo Murillo, reivindicado como «protomártir de la independencia». La pertenencia a la masonería de este personaje no es mera especulación, pues bien se sabe que militó en la logia Caballeros de América, fundada en 1805.
   
Fue un 16 de julio de 1809 cuando Murillo dirigió un alzamiento abiertamente sedicioso, a diferencia de otras insurrecciones que usaban la máscara de fidelidad al Rey Fernando VII. El escritor decimonónico Gabriel René Moreno asegura que en La Paz «los revolucionarios arrojaron al suelo la careta y sacaron al descubierto la cara».
   
El historiador católico altoperuano Jorge Siles Salinas, citando a Moreno, da fe de esto en su libro La independencia de Bolivia. Mientras que la insurrección del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca fue doctrinaria, cautelosa y tímida, la del 16 de julio en La Paz fue franca y temeraria. Mientras que en Chuquisaca se vio un menor uso de la fuerza, en La Paz se vio enfrentamientos militares, discrepancias internas y ejecución a los alzados.
    
La respuesta ante este alzamiento sedicioso, respuesta de justo combate ante disruptores del orden, suele ser distorsionada por la historiografía convencional boliviana. Se la ve como una reacción de selectos fanáticos religiosos, desesperados por preservar sus privilegios e imponer sus prejuicios dogmáticos ante la ola imparable de una supuesta libertad. Aquí cabe preguntarse: ¿de qué nos liberamos los altoperuanos?, ¿de la monarquía católica?, ¿no es incoherente para un católico pensar así?
    
Bolivia tiene una tarea pendiente con su historia: reencontrarse con su pasado virreinal y analizar su ‘independencia’ a la luz de la recta razón auxiliada por la sana teología. Algunos atisbos de esto podemos encontrarlos notando el coraje de Monseñor Remigio de la Santa y Ortega, obispo de La Paz en aquel entonces.
    
El obispo excomulgó a los alzados y exhortó al pueblo a rechazar la sedición. Aquel 16 de julio, ciudadanos paceños perseguían a los revolucionarios al grito de «¡Demonios!, ¡malditos!, ¡endemoniados!».
    
Monseñor La Santa maldijo a los rebeldes hasta la séptima generación de sus descendientes, con el fin de aplacar la revolución y exhortar a mantenerse fieles a la monarquía católica. Su Pastoral amonestación constituye un valioso documento para explicar la contrarrevolución altoperuana, tan poco estudiada y a la vez tan vilmente caricaturizada y menospreciada.
   
Por otro lado, la Sentencia de excomunión, promulgada por el mismo obispo el 27 de septiembre de 1809, recuerda que los Concilios Toledanos mandan decretar la excomunión y anatema contra quienes se levanten contra los monarcas católicos. Además, «excitan el celo y vigilancia de los prelados de la Iglesia para que desenvainando la espada de San Pedro en estos casos, combatan, persigan y destrocen a los alzados, hasta conseguir la subordinación, obediencia y vasallaje a Nuestros Augustos Reyes».

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