Se cuenta que cuando el cardenal Francisco de los Ángeles (en el siglo Enrique) de Quiñones OFM Obs. publicó su famoso “Breviárium Sanctæ Crucis” (el cual estaba pensado para el uso de «caminantes y hombres muy ocupados» como San Francisco Javier –que sin embargo de tener la concesión, según la Vida que escribiese el padre Horacio Torsellino SJ, lib. VI, cap. V, siguió usando el breviario romano tradicional –) en 1535, este fue adoptado por el cabildo de la Catedral de Zaragoza sin mayores contratiempos. Pero aconteció un escándalo el Miércoles Santo, cuando el pueblo concurrió al Oficio de Tinieblas, al hallar que los salmos eran diferentes a los que habían oído en el antiguo uso cesaraugustano* y que habían suprimido la hora de las Maitines, apedreó a los canónigos acusándolos de haber abrazado el luteranismo, y se fueron a las iglesias conventuales a seguir las ceremonias tradicionales. Al Cabildo catedralicio no le quedó sino volver al uso tradicional.
Aunque el Breviario de Quiñones (que fue un antecesor de la reforma del Breviario) había sido aprobado por Pablo III, el 1 de Agosto de 1551 el canónigo Juan de Arce, teólogo de Carlos I en el Concilio de Trento, presentó ante el cardenal Marcelo Crescencio, presidente del Concilio, el memorial “De novo Breviário Románo tolléndo consultátio” solicitando que el Breviario de Quiñones fuese proscrito porque, al alejarse de la Ley de Oración y Creencia eliminando elementos tradicionales, favorecía la herejía protestante (él fue el que recogió esta historia). Finalmente, el Papa Pablo IV revocó la aprobación del Breviario de Quiñones en Agosto de 1558, y San Pío V lo proscribió del todo con “Quod a Nobis postúlat” el 9 de Julio de 1568, cuando se adoptó el Breviario Romano según los criterios del Concilio de Trento.
Este episodio muestra que, como dijo San Cipriano de Cartago, la Iglesia en su conjunto (Obispos, Clero y Fieles) es la custodia de la Tradición, que debe transmitirse en fidelidad a lo recibido y no ser asesinos de la misma en nombre de una “modernización”, como hizo el Vaticano II, que merece el nombre de “Traditiónis Occisóres”.
* Cæsaraugústa es el nombre en latín de Zaragoza. Antes del Concilio de Trento, Zaragoza tenía un uso litúrgico propio, del cual el arzobispo Alonso de Aragón (hijo del Rey Fernando el Católico y de Aldonza Ruiz de Ivorra) había ordenado cuatro ediciones del Breviario en 1479, 1497, 1505 y 1512; y una del Misal en 1498.
“Traditiónis Occisóres”, excelente conclusión, y ese es el nombre que le queda mejor.
ResponderEliminarNo podemos sino estar de acuerdo, hermano. Bendiciones.
Eliminar