Beatos Mártires Franciscanos de Damasco
Beatos Francisco, Abdel Moti y Rafael Masabki, Mártires Maronitas de Damasco
Del 9 al 10 de julio de 1860, llegaron a su apogeo las matanzas de cristianos que los drusos (secta islámica derivada de los chiíes) y los turcos llevaban a cabo en toda Siria y el Monte de Líbano. Damasco sobre todo fue testigo de una horrorosa carnicería, en la que por el hierro y por el fuego perdieron la vida muchos cientos de cristianos, víctimas del furor anticristiano de turbas fanatizadas.
Alrededor de 2.400 casas fueron saqueadas e incendiadas y 6.000 cristianos indefensos fueron asesinados, entre ellos treinta sacerdotes y tres obispos de diferentes ritos cristianos. Solo el emir Abd-el-Kader (padre de la nación argelina, que residía exiliado en Damasco) que estimaba a los cristianos, logró salvar a algunos miles de cristianos, entre ellos jesuitas, lazaristas y monjas, llevándoselos al centro de la ciudad (por lo cual Napoleón III le otorgó la Gran Cruz de la Legión de Honor y le aumentó la pensión a 150.000 francos; los Estados Pontificios le otorgaron la Orden de Pío IX, Italia la Gran Cruz de la Orden de los Santos Mauricio y Lázaro, Rusia la Gran Cruz del Águila Blanca, Grecia la Gran Cruz de la Orden del Redentor, y el Imperio Otomano la orden de Medjidie, primera clase). Sólo los franciscanos no se adhirieron a esta tropa pensando que estarían a salvo en su convento. Sin embargo, los drusos consiguieron entrar y los franciscanos, ocho monjes y tres terciarios, al no querer renunciar a su fe católica, fueron abatidos a sablazos.
Había a la sazón ocho religiosos franciscanos en el convento de Damasco, uno era natural del Tirol austríaco y los otros siete españoles, a saber: el padre Manuel Ruiz López, superior de la casa, nacido en San Martín de Ollas (Santander) el año 1804 de Manuel y Agustina, que tomó el hábito franciscano en la Provincia de la Inmaculada Concepción; el padre Carmelo (Pascual) Bolta Bañuls, párroco de los católicos de Damasco, natural de Real de Gandía (Valencia), nacido en 1803, hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, activo y profundamente instruido; el padre Engelberto (Miguel) Kolland Sporer, nacido de Cayetano y María en Ramsau el año 1827, de la Provincia de San Leopoldo (Austria), alegre, conocedor de seis idiomas, y teniente cura del padre Carmelo; el padre Nicanor Ascanio, de Villarejo, provincia de Madrid, nacido en 1814, religioso exclaustrado que se ordenó como sacerdote del clero secular, a quien siendo vicario de las Concepcionistas de Aranjuez, la venerable sor María de los Dolores y Patrocinio predijo su martirio y hasta mandó esculpir su imagen, y que se incorporó al Colegio de Priego cuando éste se fundó; el padre Nicolás María de Jesús Alberca y Torres, de Aguilar de la Frontera (Córdoba), nacido en 1830, varón inocentísimo y ejemplar religioso; el padre Pedro Nolasco Soler, natural de Lorca (Murcia), nacido en 1827; el lego fray Francisco (Bartolomé) Pinazo Peñalver, nacido en Alpuente (Valencia) el año 1812 e hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, y fray Juan Santiago Fernández y Fernández, nacido de Benito y María en Carballeda (Orense) el año 1808; estos dos últimos, exclaustrados, que se incorporaron a la Custodia de Tierra Santa. Todos los ocho se hallaban en el convento de Damasco aquel día nefasto en que, a pesar de las buenas palabras del gobernador, arreciaban las matanzas.
Como los religiosos Paúles y las Hermanas de la Caridad, fueron los franciscanos invitados a refugiarse en el palacio de Abd-el-Kader, mas los frailes, que ningún mal habían hecho a nadie y veían a muchos cristianos temerosos refugiados en el convento franciscano, no quisieron abandonarlo. Cuando oyeron arreciar los golpes en las puertas que amenazaban con echarlas a tierra, se reunieron en la iglesia haciendo fervorosísima oración para que Jesús no los abandonara en tan grave trance, y luego buscaron refugio. El padre Manuel, superior de la comunidad, para evitar toda profanación, sumió el Santísimo Sacramento que había de ser su Viático, ¡y ya era tiempo!, porque los turcos invadían el sagrado recinto. «¡Hazte musulmán o mueres!», le dijo un soldado; y él respondió con fortaleza: «Mil veces antes la muerte». Colocó su cabeza sobre el altar y se consumó el primer sacrificio. A cada religioso que sorprendían en la celda, en las terrazas, en los claustros, repicaban las campanas, y así uno tras otro fueron martirizados a golpes o a tiros, de cien diversos modos, cebándose su rabia y furor en la mansedumbre de los ocho franciscanos, admirables en sus respuestas, dignas de los primeros cristianos.
Sus cadáveres mutilados fueron arrojados en lugares inmundos, siendo algún tiempo después sacados de allí y colocados honoríficamente. Estos ocho invictos confesores de Cristo, junto con tres católicos maronitas, hermanos de sangre: Francisco, Abdel Moti y Rafael Masabki, fueron beatificados solemnemente por Su Santidad Pío XI el 10 de octubre de 1926, después de un proceso iniciado en 1872, pero que tuvo que reiniciar después de la Guerra, creándose un nuevo tribunal en Damasco en 1922. La causa de los tres hermanos maronitas fue incoada por el patriarca maronita Mar Elías Pedro Hoyek el 4 de Mayo de 1926.
En retaliación, la Francia (que envió tropas en Agosto para proteger a los maronitas), Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia impusieron un estatuto particular al Líbano, que se desprenderá poco a poco de la administración siria.
ORACIÓN A LOS MÁRTIRES MARONITAS
¡Oh Mártires de Cristo! Francisco, Abdel Moti y Rafael Masabki, coronados con los laureles del martirio. Nos inclinamos profundamente para venerar la gracia indecible que Jesús os otorgó. Con el corazón lleno de fe por las gloriosas coronas que Dios os ofreció, os pedimos que intercedáis ante el príncipe de los mártires en favor de la iglesia maronita y en el de todos los pueblos que luchan y sufren por la verdadera fe, para que todos nos sintamos hermanos e hijos de un solo Padre creador que nos espera en los cielos. Que vuestra sangre que corrió sobre el suelo de la querida ciudad de Damasco haga brotar las deseadas semillas de paz, amor. Amén
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