En ocasión del “Año de la Familia Amóris Lætítia”, Francisco encargó que las meditaciones del Vía Crucis en el Coliseo Romano (costumbre que fue reintroducida por Pablo VI Montini en 1964 después que el superintendente de excavaciones arqueológicas de Roma, el senador Pietro Rosa, hiciera retirar las estaciones del Vía Crucis del anfiteatro del Coliseo en Febrero de 1874, y que Juan Pablo II Wojtyła hizo famosa mundialmente al transmitirla por televisión) fueran escritas por distintas familias y que la cruz fuera llevada por distintos grupos representativos. Para la 13.ª estación de este Vía Crucis, fueron escogidas Irina y Albina, dos amigas que están en el opusino hospital universitario Campus Biomédico de Roma.
Hasta ahí, no hay mucho problema (exceptuando que las estaciones se hicieron según el wojtyliano “Vía Crucis bíblico” y no con las catorce estaciones que la Iglesia Católica siempre ha rezado –aunque igualmente, si se hubiesen hecho según estas, TAMBIÉN las habríamos reprobado–), si no fuera porque, en primera instancia, la meditación fue escrita por una familia ucraniana y otra rusa, y se basa en los horrores de la guerra; en segunda, Irina (enfermera del Centro de Cuidados Paliativos “Juntos por la cura”) es ucraniana y Albina (estudiante de tercer año de Enfermería) es rusa; y en tercera, el belicista arzobispón mayor con ínfulas patriarcales Sviatoslav Shevchuk Krokis, jefe de la Iglesia Grecocatólica Ucraniana, protestó contra todo lo anterior diciendo:
«Para los grecocatólicos de Ucrania, los textos y los gestos de la 13.ª estación de este Vía Crucis son incoherentes e incluso ofensivos, especialmente en el contexto de un esperado segundo ataque aún más sangriento de las tropas rusas contra nuestras ciudades y aldeas».
También el embajador ucraniano ante la Santa Sede Andréi Yurash y el obispón latino de Kiev-Zitomir, Vitali Krivitskiy/Krzywicki SDB, expresaron sus reparos al respecto.
El texto de marras, dice así:
«La muerte está en torno y la vida parece perder valor. Todo cambia en pocos segundos. La existencia, los días, la despreocupación de la nieve en invierno, ir a buscar a los niños a la escuela, el trabajo, los abrazos, las amistades, todo. Todo pierde improvisamente valor. Señor, ¿dónde estás? ¿Dónde te escondiste? Queremos la vida de antes. ¿Por qué todo esto? ¿Qué culpa cometimos? ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué has abandonado a nuestros pueblos? ¿Por qué has dividido de este modo a nuestras familias? ¿Por qué ya no tenemos ganas de soñar ni de vivir? ¿Por qué nuestras tierras se han vuelto tenebrosas como el Gólgota? Se nos acabaron las lágrimas. La rabia ha cedido a la resignación. Sabemos que Tú nos amas, Señor, pero no percibimos este amor, lo que nos hace enloquecer. Nos despertamos en la mañana y por algunos segundos somos felices, pero luego nos acordamos inmediatamente de que será difícil reconciliarnos. Señor, ¿dónde estás? Háblanos desde el silencio de la muerte y de la división, y enséñanos a reconciliarnos, a ser hermanos y hermanas, a reconstruir lo que las bombas habrían querido aniquilar».
Por primera vez y en este caso, coincidimos con la apreciación de Sviatoslav, en el sentido que esta meditación es un grito (loco, dicho sea de paso) a Cristo muerto en la cruz, forzando una atribución divina a la culpa de los males en general, y la guerra en particular y sus consecuencias, cuando Dios, si bien permite los males y en su Providencia hace que de estos incluso salga el bien, Él no los envía ni da licencia para que se cometan impunemente.
Visvaldas Kulbokas, Nuncio apostólico en Ucrania, comentó a la RAI la elección destacando que tal signo no era una anticipación de reconciliación sino un momento de oración bajo la cruz:
«Entiendo a los ucranianos que me dicen que en este momento es difícil acoger cualquier otro signo que no sea el de la compasión. La cruz de Jesús tiene la vocación de reconciliar primero que todo, a todos nosotros con Dios, y esto es necesario en todo momento, también ahora. Si en cambio, alguno quiere interpretar aquel pasaje [el de la elección de Irina y Albina para portar la cruz] como un signo de reconciliación entre rusos y ucranianos, sería demasiado pronto. Esto será posible cuando no haya más en acto la guerra, no ahora, con la agresión en curso y las heridas abiertas. En este sentido, elsigno puede valer para el futuro, cuando se necesitará reconstruir el perdón en la posguerra, que esperamos llegue pronto».
Antonio Spadaro SJ intentó en el diario Il Manifesto una defensa oficiosa del texto y el episodio, diciendo:
«Dos mujeres, Albina e Irina, llevarán la cruz el Viernes Santo. No dirán una sola palabra. Ni siquiera una petición de perdón ni nada por el estilo. Ninguna cosa. Están bajo la Cruz al llevarla. Escandalosamente juntas. Será una señal profética mientras la oscuridad sea espesa. El estar juntas, hijas de Dios y hermanas en una guerra que de amigas las ha hecho enemigas, es una invocación a Dios para que nos dé la gracia de la reconciliación. Su presencia junta es una oración para pedir una gracia que, según elPapa, solamente Dios puede dar. La profecía se calza en los corazones y en las sombras de la historia, haciéndola explotar del interior como la resurrección».
Finalmente, el Vía Crucis tuvo lugar ayer, y el lector de turno presentó una versión más “diplomática” de último minuto: «Ante la muerte, el silencio es más elocuente que las palabras. Detengámonos, pues, en un silencio orante y recemos cada uno en su corazón por la paz en el mundo».
Cabe anotar que Francisco Bergoglio parecía enfermo durante gran parte de esta actuación. Estaba sentado como un bulto. Algunas veces, poniéndose la mano en la cara, hacía una mueca como si fuera a vomitar, y otras veces tosió. Cuando se levantó de la silla desde la cual miraba, apenas podía caminar.
En síntesis, otro acto bergogliano que solo puede tener sitio en el apartado de las blasfemias y relegarse al olvido.
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