viernes, 2 de julio de 2021

BEATO PEDRO DE LUXEMBURGO, CARDENAL DURANTE EL CISMA DE OCCIDENTE


Pedro, hijo del conde Guido de Luxemburgo y de la condesa Matilde de Châtillon, nació en el castillo de Ligny-en-Barrois, en Lorena, el 20 de julio de 1369. Quedando huérfano muy pequeño (Guido murió a los dos años de nacer Pedro, y Matilde a los cuatro), a los ocho años fue enviado a estudiar a París, bajo el cuidado de su tía Juana, condesa de Orgieres. Fue un alumno precoz y brillante de Pedro de Ailly, con gusto por el canto y la danza, pero también piadoso y místico. Se confesaba todos los días, era caritativo con los pobres, y pacificador en una universidad turbulenta como lo era la Universidad de París en ese momento. En 1380, durante varios meses fue dejado en Calais, como rehén de los ingleses, a cambio de la liberación de su hermano mayor Valerano. Tenía solamente quince años cuando, por intervención de su hermano fue nombrado obispo de Metz el 10 de febrero de 1384. Acepta por obediencia, pero con desagrado. Situaciones conflictivas pronto le obligan a abandonar su diócesis (el Rey de Romanos –emperador electo– Venceslao I de Luxemburgo hace que el Papa Urbano VI de Roma nombre al canónigo Thielleman de Bousse el 28 de marzo como obispo de Metz, pero no logra ser reconocido, pues Pedro entró a la ciudad descalzo y montado en un burro el día de Pentecostés, y con sus consejeros emprendió una gran labor pastoral), y a regresar a su ciudad natal. Hecho cardenal-diácono de San Jorge en Velabro por el papa Clemente VII de Aviñón, es ordenado el 15 de abril de 1384 (Domingo de Pascua) en la catedral de Nuestra Señora de París en donde era canónigo. Según los deseos del papa, el 23 de septiembre fue a Aviñón para residir en la corte pontificia. Desde hacía ya seis años, el gran cisma de Ocidente dividía a la Iglesia, y el joven cardenal, que sufría muchísimo ese desgarramiento, hizo todo lo que estaba en su poder para ponerle fin. Con este fin, pasaba noches enteras en oración, se imponía ayunos y grandes mortificaciones, diciendo: «La Iglesia de Dios no puede esperar nada de los hombres, ni de la ciencia ni de las fuerzas armadas, es por la piedad, la penitencia y las buenas obras que debe recuperarse y así será. Vivamos de forma de atraer la misericordia divina».
   
Marcado por el sufrimiento y por una débil salud, profesaba tan gran devoción por la Pasión y la Cruz de Cristo, que, en ocasión de una visita a Châteauneuf-du-Pape, le valió la gracia de una visión estática de Jesús crucificado y Pedro se postró inmediatamente en el suelo, sin mirar antes que estaba en medio de un lodazal, comprobándose al levantarse que, por milagro, sus ropas estaban limpísimas. En 1386, su salud provoca muy serias inquietudes y debe residir en Villeneuve, del otro lado del Ródano. Relevado desde entonces de toda obligación, pasa largo tiempo orando en la Cartuja, cerca de donde se aloja. Pero sus fuerzas declinan rápidamente, pues el mal se agravaba; sin embargo él se mantenía calmo, paciente, poco exigente y siempre sonriente. y allí recibió algunas visitas, entre ellas la de su hermano Andrés, obispo nada ejemplar de Cambrai. Pedro le exhortó tan vivamente a mudar de vida y a ser ejemplo para sus fieles, que desde ese día su hermano fue otro. Luego se despidió de sus criados y amigos, y no habiendo cumplido aún los 18 años, murió el 2 de julio de 1387, murmurando: «Es en Jesucristo mi Salvador y en la Virgen María donde yo pongo todas mis esperanzas». 
   
Clemente VII presidió sus funerales y lloró por tan gran perdida, diciendo: «Esta santa alma aplacará la cólera del cielo y nos alcanzará la paz a la Iglesia». A su pedido, fue enterrado en Aviñón en el cementerio de los pobres de la iglesia de San Miguel. En seguida sobre su tumba se multiplicaron los milagros y su reputación de santidad no deja de crecer (a 5 de octubre de 1387, se contaban «1964 milagros, entre ellos 13 resurrecciones»), ocasionando la apertura del proceso de canonización a instancias de su antiguo mentor Pedro de Ailly. Sin embargo, por diversas vicisitudes históricas (la muerte de Clemente VII, y el Concilio de Basilea), no fue beatificado hasta el 9 de abril de 1527 por el papa Clemente VII (aunque desde 1432 es tenido como patrono de Aviñón). Sus reliquias, conservadas hasta la la Revolución en la iglesia del Convento de los Celestinos edificado por su hermano Juan para guardarlas, se veneran desde 1854 en la iglesia de San Desiderio de Aviñón, en Châteauneuf-du-Pape y en Ligny-en-Barrois. Su capelo de cardenal, su dalmática y su estola de diácono todavía se pueden ver en la iglesia de San Pedro de Aviñón. 
   
San Francisco de Sales, que le profesaba una gran devoción desde su infancia, fue a rezar junto a su tumba en noviembre de 1622, justo un mes antes de su muerte.
  
Las diócesis de Metz, París, Verdún y Luxemburgo celebran su memoria el 2 de julio, mientras que los cartujos y la archidiócesis de Aviñón lo celebran el día 5.
  
ORACIÓN (Del Misal propio de Aviñón)
Omnipotente y misericordioso Dios, que a tu glorioso Confesor Pedro, como astro inextinguible, no dejaste de honrar suscitando incesantemente muchas señales de gracia, concédenos propicio que todos cuantos imploran el auxilio de tal confesor, por la intervención de sus méritos y oraciones, consigan efecto salvífico a sus peticiones. Por J. C. N. S. Amén.

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