MES DE SAN MIGUEL
SÉPTIMO DÍA
San Miguel, promulgador de la Ley escrita.
En el momento de la creación, el hombre recibió la gravación de de la ley de Dios, la ley natural que llaman los teólogos, en su corazón. Pero el hombre pronto olvidó y desechó los consejos del Señor. Por así decirlo, los borró de su corazón, y se dejó caer en la idolatría. Es entonces que Dios resuelve dar a sus criaturas un testimonio visible, una plasmación escrita de sus divinos deseos. Pero, ¿quién entregará a los hijos de Israel esta ley positiva, estos mandamientos divinos conocidos bajo el nombre de Decálogo? Dios confió esta sublime misión a San Miguel. Miguel, en efecto, dictará esta ley divina a Moisés en nombre del Altísimo, y la impondrá como regla de vida para que esté diempre presente en la memoria de los hijos de Israel, para que la guarden y observen puntualmente. Y, habiéndosele permitido expresarse así, para darle un mayor peso a esta ley, él mismo vendrá en un despliegue de gloria y poderío verdaderamente inusitado. Escuchemos el relato que nos brindan los santos doctores de la promulgación del Decálogo en la cima del Sinaí: "Los pavorosos truenos hacen resonar ecos en las montañas, los relámpagos atraviesan las nubes en todas direcciones, una nube espesa cubre el monte Sinaí, la trompeta toca con gran estruendo, y el pueblo que acampa a los pies de la montaña tiembla con todas sus extremidades y se siente preso de un miedo indescriptible. El Sinaí está cubierto de humo porque el Señor, representado por SU ÁNGEL, ha descendido en medio de fuegos. El humo se eleva hacia las alturas como escapando de un gran horno, y todo el monte emite una imagen terrorífica por las llamaradas que lo envuelven y los sismos que lo sacuden. El son de la trompeta aumenta su tono poco a poco, se vuelve más fuerte y más agudo y llama a Moisés hacia el punto más rlevado de la montaña, y el Ángel de la Ley Divina le entrega los diez preceptos de Dios, escritos sobre dos tablas de piedra." Tal es la forma, resumida, en que los más acreditados doctores resumen este acontecimiento memorable. Es también la opinión universal de los comentadores. Y estas afirmaciones son perfectamente conformes con los textos de las Sagradas Escrituras. Bástenos con citar el Nuevo Testamento. San Esteban Protomártir, en el admirable discurso que dirige a los judíos, emplea estas palabras: "Mientras el pueblo estaba agrupado en el desierto, Moisés se reunía con el Ángel, que le hablaba en nombre de Dios sobre el Sinaí, y recibía de él la palabra de la vida para transmitírnosla a nosotros, o, según otra traducción, la Ley de la vida para hacérnosla observar. Entendedlo -dice San Bernardo-, es el Ángel de Dios, es Miguel, el que revela a la tierra la Ley del Señor. San Pablo, en su Epístola a los Gálatas, y en la que dirige a los Hebreos, enseña igualmente que la Ley fue entregada a Moisés y al pueblo hebreo por el ministerio de los Ángeles: Per Angelos. Interpretando esos dos textos, Corneille Lapierre, de acuerdo con los santos doctores, nos explica por qué San Pablo emplea el plural: es San Miguel que viene en nombre de Dios a proclamar el Decálogo sobre el Sinaí, siendo un Ángel de primer orden, y estando rodeado, a causa del honor que es debido a su supremacía, de un gran número de Ángeles de orden inferior que le forman cortejo y operan cada uno según su función esos prodigios que hacen temblar a los israelitas, es decir, los truenos, las humaredas semejantes a nubes, las llamas saliendo de la montaña como una pira y esos temblores de tierra que hacen estremecerse los cimientos mismos del universo. Por la exposición de estas maravillas, ¿no reconocéis la presencia de San Miguel? -nos dice un elocuente prelado del siglo XVIII- Estos temblores sísmicos de tan particular naturaleza, estos trastornos sobrenaturales, ¿no son lo que la Santa Iglesia nos enseña como signos del descendimiento de San Miguel Arcángel sobre la tierra? Estos preceptos impuestos al pueblo judío tras la entrevista de Moisés con San Miguel, este esplendoroso despliegue que rodea la promulgación de la Ley, esta aureola que corona la cabeza de Moisés mientras desciende de la montaña, ¿no son una pretensión de mostrarnos la grandeza y las glorias de San Miguel?
Este papel sublime que San Miguel desempeña en el monte Sinaí le ha valido, dicen las crónicas, un culto especial de parte de los turcos. Por esta razón, Mahoma, en el Corán, llama a nuestro glorioso Arcángel el Secretario de la Divinidad: Michael, secretarius Deitatis. "Saludemos -decía el Cardenal de la Trémoille-, saludemos con profundo respeto y sincero reconocimiento a San Miguel, el promulgador y propagador de los preceptos divinos, y rindámosle los homenajes debidos a este cargo de confianza del Señor, pidiéndole los socorros que él prodiga a aquellos predilectos suyos para mantenerlos en el puntual cumplimiento de los mandamientos divinos."
MEDITACIÓN- Estos mandamientos que San Miguel promulgó sobre el Sinaí fueron renovados por Nuestro Señor Jesucristo, y el Divino Maestro declaró que nuestra salvación eterna depende de la observación de estos mandamientos que Él mismo se tomó la molestia de explicar, para que nuestra falta de inteligencia y nuestra falibilidad nunca más puedan ser una excusa. Y, sin embargo; ¿cuántas veces no llegamos, por un vano capricho, por una satisfacción momentánea, a sacar nuestros pies de la senda de la Ley Sagrada, a transgredir cualquiera de estos mandamientos, a actuar, en definitiva, como si el Decálogo no existiera? ¿Olvidamos estas palabras del Apóstol Santiago, que "quienquiera que quebranta un solo mandamiento, con ese solo acto ha violado la Ley entera."? Sin duda nuestras pasiones, nuestros vicios, dominan sobre todos nosotros. Nos presentan tal o cual precepto como situado más allá de nuestras capacidades de cumplirlo, ¡y, cuántas veces, por desgracia, nos cegamos hasta el punto de dejar escapar entre nuestros labios esta blasfemia: "este precepto no está adaptado a los tiempos actuales"! Seamos honestos con nosotros mismos y pronto reconoceremos que lo que nos desvía de los mandamientos de Dios es únicamente la falta de esfuerzo por prevenir alguna de nuestras inclinaciones desordenadas. Carguémonos de valor, luchemos denodadamente para cumplir la ley de Dios, tengamos siempre presente en nuestro pensamiento que el reinado de Dios sobre los hombres es atacado violentamente y que solo aquel que haya combatido valerosamente será coronado de gloria.
ORACIÓN- Oh, glorioso Arcángel, que, por un privilegio especial, has sido elegido para entregar al mundo los Divinos Mandamientos, grávalos en nuestros corazones, obtennos la fuerza para cumplirlos, haznos comprender bien que el yugo que nos impone el Señor es suave y la carga ligera, y, si alguna vez tenemos la mala fortuna de fallar, inspíranos un vivo dolor e implora por nosotros la misericordia de Dios, para que podamos recibir la recompensa prometida a los fieles observadores de la Ley divina. Amén.
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