La heroica enfermera y consoladora de los pobres, Santa Catalina de Génova, fue natural de la ciudad que lleva su nombre, y de la nobilísima casa de los Fieschi que dio a la Iglesia dos Papas: Inocencio IV y Adriano V. Deseaba en gran manera imitar el ejemplo de una hermana suya llamada Limbonia, que servía al Señor en un monasterio de monjas agustinianas; mas estorbábanselo sus padres Jaime Fieschi y Francisca di Negro, los cuales a todo trance quisieron casarla con un mancebo muy noble y rico de Génova. Llamábase este caballero Julián Adorno, y aunque antes de tomar a Catalina por esposa parecía de loables costumbres, se desenfrenó después, de manera que los diez años que vivió en compañía de la santa, fueron para ella diez años de cruel martirio. Sacábanle fuera de sí la ambición de honras mundanas, la afición al juego, y a los deleites sensuales: y aunque la santa con muchas lágrimas pedía al Señor la conversión de su marido, no abrió éste los ojos, hasta que en el juego y en las vicios hubo perdido la salud, y toda su hacienda y la de su esposa. Entonces por las oraciones de la santa se convirtió a Dios y entró en la Tercera orden de San Francisco y al poco tiempo pasó de esta vida con señales de verdadera contrición y arrepentimiento. Desde aquel día determinó la santa viuda comenzar a servir a Dios y a los pobres de Jesucristo en el hospital mayor de Génova, donde por muchos años fue como el ángel consolador de los enfermos. Era tan grande la caridad que ardía en su pecho que se extendía a todos los enfermos de la ciudad: de día y de noche los visitaba en sus casas, los animaba y regalaba cuanto podía, quitándose de su propio sustento, y mendigando lo que había menester para remediar sus necesidades. La ciudad de Génova bendice todavía con singular reconocimiento el nombre de la santa por los portentos de caridad que obró en los años de 1497 y 1501 cuando la pestilencia desolaba la población. Todos huían por escapar del terrible azote; mas no huyó la santa. Como enfermera de los heridos por la peste, acudía en su socorro, y a unos daba la salud del cuerpo y a otros disponía a bien morir y a alcanzar la eterna salvación del alma. No se pueden decir ni imaginar las proezas de caridad que llevó a cabo esta gran santa. Mas no fueron menos asombrosas sus austeridades y ayunos: porque pasó veintitrés cuaresmas y otros tantos advientos con sólo el Pan eucarístico, y bebiendo un poco de agua mezclada con sal y vinagre. Escribió un hermoso diálogo sobre el Purgatorio, que bastara a desengañar a los herejes protestantes, que niegan esta doctrina. Finalmente a la edad de setenta y siete años, conociendo que era llegada su dichosa muerte, recibió el santo viático, diciendo: «Ven, oh querido Esposo de mi alma», y llena de méritos y virtudes voló a la gloria del cielo.
REFLEXIÓN
No es maravilla que todos los buenos genoveses alaben y glorifiquen a esta santa heroína de la caridad, y la invoquen con gran fe en las públicas calamidades. En ella se manifiesta el verdadero amor del prójimo, propio de la caridad cristiana, que en semejantes ocasiones suele llegar hasta el heroísmo, y el falso amor del prójimo, que huye de todo peligro de muerte, faltando a veces aun a las obligaciones y oficios más necesarios de la caridad y careciendo hasta de palabras de consuelo y esperanza para reanimar los corazones de los enfermos y moribundos.
Flos Sanctorum de la Familia Cristiana (Las Vidas de los Santos y Principales Festividades del Año, ilustradas con otros tantos grabados y acompañadas de piadosas reflexiones y de las oraciones litúrgicas de la Iglesia) por P. Francisco De Paula Morell, S. J., Ed. Difusión, S. A., Buenos Aires.
ORACIÓN
Dígnate, oh Señor, Autor de nuestra salud, escuchar nuestras humildes súplicas; para que así como nos alegramos en la festividad de la bienaventurada Catalina, así imitemos su piedad y afectuosa devoción. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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