«Este augurio, o voto que fuese, invita a una breve y elemental reflexión, que del resto no es extraña al proceso de Jesús. El augurio fue expresado concordemente tanto por los guías espirituales del judaísmo como por una larga representación del pueblo de Jerusalén: era por tanto verdaderamente una representativa vox pópuli, un voto estrictamente oficial que resumía los deseos tanto de la cabeza como de los miembros, tanto del Sanedrín como del pueblo. El augurio o voto fue dirigido ciertamente no al procurador romano sino a un juez mucho más alto, o sea, a aquel Juez tantas veces invocado en las Sagradas Escrituras de Israel, solo el cual podía hacer que aquella sangre discutida recayese también sobre las cabezas de los hijos lejanos. Solo aquel Juez supereminente podía mutar la vox pópuli en una vox Dei, acogiendo aquel voto y mostrándolo verdadero en la historia. Ahora, si todo esto ha realmente sucedido, el historiador hodierno encontrará por cuenta suya dirigiéndose precisamente a la historia, y no solamente a la antigua, sino también a la actual». (PADRE GIUSEPPE RICCIOTTI, Vida de Cristo, § 589).
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