lunes, 2 de marzo de 2020

MES DE MARZO EN HONOR A SAN JOSÉ - DÍA SEGUNDO

  
PREPARACIÓN PARA CONSAGRARSE COMO ESCLAVO DE CONFIANZA AL CASTO CORAZÓN DE SAN JOSÉ
 
La verdadera devoción a San José consiste esencialmente en la confianza ilimitada en la intercesión de este Santo Varón, en la imitación de sus virtudes y en el amor filial que se le profese. Ser su devoto quiere decir tratar de amar al Padre Celestial como él lo hizo; y poner la vida, los bienes y todos los actos del día bajo su paternal patrocinio.
 
Los que quieran ser fieles devotos del Padre Protector de la Iglesia, y verdaderos servidores de su culto, deben consagrarse a él como sus esclavos. Pero como se ama lo que se conoce, es fundamental para esta alianza admirarse con su vida a través de la Vida y Mes del glorioso patriarca San José que escribiera el Padre Antonio Casimiro Magnat, incluido a continuación.
 
La esclavitud del santo exige recitar una fórmula que indica la dedicación de la vida entera al servicio de su piedad. Significa alabar al benditísimo Patriarca desde que aparece la primera luz del día hasta que se va al lecho, para lo cual, también el último día de este mes, entregaremos una pequeño Devocionario Josefino con las oraciones del cristiano al amparo de San José.
 
Quienes deseen manifestarse como verdaderos devotos del Castísimo Esposo de Nuestra Santa Madre, deben luchar por ser almas de oración que frecuenten los sacramentos, amantes del silencio, la pureza, modestia y humildad, tener una encendida caridad y una vida que se realice en la laboriosidad y el ocultamiento. Y para alcanzar tan altas aspiraciones, es que a él recurriremos diciendo cada día en el Acordaos: “que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo”.
  
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh, Dios Omnipotente!, arrepentido por las muchas culpas que he cometido contra vuestra divina majestad, vengo a solicitar de vuestra misericordia infinita generoso perdón. Por la valiosa intercesión del Santísimo Patriarca Señor San José os suplico humildemente que me concedáis nuevas gracias para serviros y amaros, a fin de que después de haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.
   
DÍA SEGUNDO — 2 DE MARZO
 
CATECISMO DE SAN JOSÉ
3. ¿Quiénes fueron los padres de José?
Dos Evangelistas nos presentan su genealogía; según San Mateo su padre se llamaba Jacob; San Lucas dice ser Helí; pero la opinión más común y más antigua es la que nos refiere Julio Africano, escritor del fin del siglo II de la era cristiana: dice, pues, que según algunos parientes del mismo Salvador, Helí y Jacob eran hermanos uterinos; el primero había muerto sin hijos y Jacob se enlazó con la viuda para dar la sucesión según la prescripción de la ley, y de este casamiento nació San José. Respecto de su madre nada nos dice el Evangelio de su nombre; sin embargo, algunos autores pretenden que pertenecía a una familia denominada Cleofás, debiendo también ser de la raza de David, porque los hebreos estaban obligados por la ley a casarse en su propia familia, y eran indispensables razones gravísimas para obtener el ser dispensado.
   
EXCELENCIA DEL SANTO NOMBRE DE JOSÉ.
Es una cosa admitida en todo el mundo que los hombres deben ser imágenes de las cosas, y expresión fiel de sus cualidades. Sin embargo, la experiencia nos prueba que los hombres pueden engañarse, y se engañan en efecto con mucha frecuencia en la imposición de los nombres, y esto a causa de la debilidad de sus luces y del poco conocimiento que tienen de los objetos. Pero Dios, que es el Padre de los siglos pasados y de los futuros, y que conoce distintamente todos los tiempos y todos los seres, puesto que los abraza todos en su eternidad, si da nombres, los da conforme a la naturaleza y al estado de los que los reciben.
   
Ahora bien, según el común sentir de varios Padres de la Iglesia, Dios mismo es el autor bendito del santo nombre de José, que fue inspirado por el Cielo a sus padres, porque su significación se ha cumplido en él de una manera admirable. En efecto, este nombre que en lengua hebrea significa acrecentamiento, aumento, presagiaba, dice San Bernardo, el progreso que José debía hacer en santidad, como el antiguo Patriarca del mismo nombre, fue distinguido anteriormente entre sus hermanos.
  
Adán recibió del Señor el poder de nombrar la esposa que se le habia dado por compañera; así el Espíritu Santo se ha reservado este cuidado para el que debía ocupar su puesto, y representarle al lado de la augusta Madre de Dios.

Si el nombre del Patriarca Isaac fue revelado por un Ángel a su padre Abrahán, si el nombre de San Juan el precursor fue anunciado por un mensajero celestial a Zacarías y a Santa Isabel, podemos creer que José, escogido por Dios para ser el padre de Jesús y el casto esposo de María, ha gozado del mismo privilegio. ¡Cuánto ha amado el Señor a este santo Patriarca, puesto que no queriendo que tuviera nada de la tierra, le dió Él mismo el nombre que debia llevar entre los Ángeles y entre los hombres!
  
Pero lo que debe causar principalmente nuestra admiración es que el Hijo de Dios quiso honrar este augusto nombre antes de su nacimiento, durante su vida y después de su muerte. Y en efecto, antes de su nacimiento quiso que uno de los Patriarcas que figuraban su divina Persona, llevase el nombre de José. Durante su vida mortal, es el nombre bendito que pronunció primero junto con el de su divina Madre; el nombre de José es el que ha repetido con más frecuencia, y siempre con todo el respeto y el amor del hijo más cariñoso y más sumiso. Por último, después de la muerte del divino Salvador, no quiso confiar el cuidado de bajarle de la Cruz, recibirle en sus brazos y colocarle en el sepulcro, más que a aquel hombre justo de Arimatea, que tambien se llamaba José.
   
Y la augusta María, ¡con qué veneración no debía pronunciar el nombre de José! Fiel en imitar los ejemplos de Jesús, ¡con qué ternura aquella Virgen amable no repetiría el nombre de José, de José su guardian, su esposo; de José, en fin, que le estaba unido por los lazos más estrechos y más puros! Así, si queréis, almas piadosas, agradar a María, honrad el santo nombre de José, pronunciadle siempre con respeto y repetidle frecuentemente con amor, porque según nos dice un piadoso autor, «nada hay que agrade más a esta buena Madre».
  
Hemos dicho más arriba que el nombre de José significa acrecentamiento; ahora bien, ved cómo, después de María, nadie ha justificado mejor su nombre que José. Y en efecto; según los Doctores, José, así como el precursor del Mesías y el profeta Jeremías, fue santificado en el seno de su madre. La gracia infundida en su alma en su primera santificación, fue proporcionada al ministerio que debía llenar, ministerio más elevado que el de los Profetas y los Apóstoles. Al purificarle del pecado original, Dios veía en él el padre adoptivo del Verbo encarnado y el esposo de la Virgen. Las tres divinas Personas derramaron en él en aquel momento una gracia santificante conforme a las relaciones que debía tener con cada una de ellas, con el Verbo encarnado y su divina Madre. Por un segundo privilegio que se desprendía del primero, Dios adelantó en José el uso perfecto de la razón, y desde entonces la gracia infusa empezó a obrar en él. Además, la gracia, según el principio de los teólogos, dobla en cantidad cuando obra según toda su actividad interior; ahora bien, lo que detiene su actividad es el foco de la concupiscencia, son los pecados veniales; pero como Dios por su omnipotencia había encadenado y extinguido este foco en José, puede decirse que su alma, salvo algunos raros pecados de la humana fragilidad, tuvo la pureza de un ángel, y qué siendo perfecta la fidelidad de José a la gracia, la gracia obró en él con toda su actividad interior.
  
No, ¡oh glorioso San José! no, nadie, después de María, ha justificado su nombre mejor que vos. Vuestro nombre significa acrecentamiento: y ¿qué ha sido vuestra vida entera, sino un aumento, un acrecentamiento de la gracia? ¡Cuán bella fue vuestra infancia, oh Santo Patriarca, oh nuestro amadísimo padre, y cuán rica en méritos! Desde la más tierna edad conocisteis la contemplación y debísteis salir de ella abrasado como un Serafin. A cada acto de amor que hacíais, comparecíais ante la divina Majestad con un adorno de gracia de una riqueza doble de la que poseíais el instante anterior. ¡Cuán bella debió ser vuestra adolescencia, oh bienaventurado José, y cuán preciosa debió ser cada una de sus horas ante el Señor! ¡Pero qué diremos de vuestra juventud incomparablemente más bella aún! La gracia que estaba en vos obrando con todas sus fuerzas, producía actos que encantaban el Corazón de Dios. Cada uno de sus actos, doblando en vuestra alma la comunicación interior del Espíritu Santo, doblaba la capacidad y las llamas de vuestro corazón; así os eleváis como un cedro de santidad, y de ascensión en ascensión llegásteis, por fin, a esa altura donde Dios os santificó lo suficiente, para que no fueseis demasiado indigno de ser esposo de la Virgen sin mancilla, y padre adoptivo del Verbo encarnado. Más adelante, cuando llegásteis a la mitad de vuestra vida y de vuestra santidad, Dios formó estos lazos que os elevaron por toda la eternidad por encima de los hombres y los Ángeles: os dio por esposa a la Virgen, haciéndoos también padre del Verbo hecho carne. Pero cómo se deslizaron, ¡oh gran santo!, los treinta años que pasásteis en tan divina sociedad. ¡Oh!, no lo dudamos, los acrecentamientos de la gracia fueron tales en vos, que el mayor ingenio sucumbe ante esta contemplación. Vivíais con El que era la caridad infinita, con vuestro Dios, y con la que era madre de vuestro Dios y dispensadora de todas las gracias del Paraíso. Os encontrábais en contacto inmediato con el que abrasa los Serafines en sacro fuego de celestial amor, le teníais en vuestros brazos, le estrechábais contra vuestro corazón. Vivíais con la Virgen inmaculada, con la que es la perla, el abismo y el apogeo de los milagros de Dios, que amó más a ella sola que a todos los Ángeles y Santos reunidos, y esta divina Madre, al ver vuestro amor por el Verbo encarnado, y el Verbo encarnado, al ver todo lo que hacíais por su divina Madre, os pagaban a porfía todo vuestro amor, todos vuestros cuidados, todas vuestras solicitudes, trabajos y martirios. Ambos derramaban de sus corazones la riqueza de la divina caridad, y llenaban el vuestro a medida que la caridad le dilataba; y hasta dónde llegó esta dilatacion, hasta dónde llegaron estas comunicaciones y expansiones de la caridad divina, ¡ah!, nadie es capaz de comprenderlo. Por espacio de treinta años no os ocupásteis más que de Cristo y de la Virgen; pero Cristo y la Virgen se ocuparon incesantemente de vos, de enriqueceros y santificaros. Mas, ¡oh glorioso José!, nos detenemos, porque nos perdemos en esta inmensidad de tesoros de gracias.
  
Así, ya lo veis, almas cristianas, el nombre de José es un nombre por excelencia, un nombre descendido de los Cielos y muy honrado por la Divinidad, un nombre, en fin, que nos recuerda en el que le lleva la más perfecta correspondencia a la gracia. Amad, pues, el nombre bendito de José, y grabadle profundamente en vuestros corazones. Que sea este santo nombre, con el de Jesús y María, el primero que pronunciéis cada día, y el último que se escape de vuestros labios antes de entregaros al reposo. Colocad estos amables nombres al principio de cada uno de vuestros escritos como una súplica eficaz y una prenda segura de bendición. Sellad con ellos, como con un sello celestal, vuestros más preciosos compromisos. ¡Oh!, cuántas gracias harán descender del Cielo sobre vosotros estos santos nombres si los amais; serán la esperanza de vuestra alma, os fortificarán en vuestros desalientos, os iluminarán en vuestras tinieblas, os consolarán en vuestras aflicciones y os regocijarán en la tristeza. Sí, almas piadosas, grabad estos sagrados nombres de José, Jesús y María, en vuestro corazón y en vuestros labios con caracteres indelebles de amor, y obrad de modo que sean el sello que cierre para siempre vuestra boca en la última palabra mortal.
 
COLOQUIO
EL ALMA. Acabo de considerar, ¡oh glorioso Padre mío!, cuán santo e ilustre es vuestro nombre puesto que os le dio el mismo Dios. Este nombre significa aumento, acrecentamiento. ¡Oh! Qué feliz sois por haber realizado así lo que ese bello nombre significa. ¡Oh!, qué grande ha debido ser vuestra recompensa.
 
SAN JOSÉ: Sí, es cierto, hija mía, que mi nombre significa acrecentamiento, aumento; sí, tambien es muy cierto que he hecho, con el favor de Dios, todos los esfuerzos posibles para corresponder a la significación de este nombre y a los designios de Dios, respecto a mí; pero, ¿quieres saber cómo he llegado a ser tan agradable al Señor y obtener de Él tantos favores? Pues bien, hija mía, ha sido por tres medios principales, y estos medios voy a indicártelos.

EL ALMA: ¡Oh, mi glorioso Padre, cuán bueno sois! Hablad, mi tierno padre, hablad, vuestra hija os escucha.

SAN JOSÉ: El primer medio de que me valí para crecer en gracia fue corresponder lo más fielmente a la gracia que, me concedían. Como sabes, Dios, por un privilegio especial de su gran bondad para conmigo, quiso santificarme desde el seno de mi madre; ahora bien, por esta santificación mi alma llegó a ser el templo del Espíritu Santo y de la Divinidad entera; por esta santificación he podido fácilmente, al llegar a la edad de la razón, escuchar atentamente la voz de Dios y seguir fielmente lo que me mandaba o inspiraba. Esta conducta me ha valido nuevas gracias, porque Dios recompensa siempre los esfuerzos que hacemos, por débiles que sean, para agradarle. Dios, al ver que yo era sumiso, y sobre todo, que estaba reconocido por todos los beneficios de que me colmaba, me otorgó nuevos favores y así, de gracia, me ha elevado a la sublime dignidad de padre de Jesús y esposo de María. La segunda causa de mi acrecentamiento en la gracia, ha sido mi continua morada con Jesús y mi tierno amor hacia Él. Puesto que el Cielo me había designado para ser el padre adoptivo de Jesús quise corresponder lo mejor que me ha sido posible a la confianza que Dios había tenido en mí, y me dediqué enteramente a Jesús, anticipándome a todos sus deseos y concediéndole todo lo que mi pobreza me permitía hacer por Él. Pero, sobre todo, he tratado de conocerle y de leerle en el fondo de su Corazón; y cuanto más conocia a Aquel divino Niño, más le amaba, y cuanto más le amaba, tanto más crecía en la gracia. ¡Ah!, yo era muy pobre sobre la tierra; pero en medio de mi pobreza era el más feliz de los mortales; y en efecto, ¿cómo no lo hubiera sido con un niño Dios; un niño que era tan bueno, tan dulce, tan obediente, tan amable; un niño, en fin, que amaba tanto a los hombres, que ansiaba crecer para morir por ellos y rescatarlos? Y en cuanto a la tercera causa de mi aumento en la gracia, creo que la has adivinado: es mi amor a María. ¡Oh!, puedo decirlo, hija mía, puesto que es verdad, he amado mucho a María. ¿Y cómo dejar de amar a la que Dios me había dado por esposa, que era tan pura y tan casta, que era Madre de Jesús, y, en fin, tan buena y tan amable? Tambien la serví bien, y todo lo que pude hacer por ella lo hice con alegría. ¡Pero si amo tanto a María, cuántas gracias obtuve en recompensa! ¡Oh! sí, me complazco en confesarlo, María me ha devuelto centuplicado y aún más, todo lo que he podido hacer por ella, y esto, ya sea por el ejemplo de todas las virtudes que me daba, ya por su abnegación y su ternura hacia mí, ya, en fin, por las gracias preciosas y abundantes que pedía para mí a Jesús, y que Jesús se complacía en concederme por agradar a su Madre.

He aquí, hija mia, los medios que he empleado para crecer de día en día en la gracia de Dios y llegar a ese grado de santidad que reconoces en mí. Ahora bien, ¿quieres tú tambien aumentar en gracia y agradar singularmente a Dios? ¿Quieres llegar a ser un gran Santo?¿Quieres, en fin, prepararte una corona incorruptible en el Cielo? Es fácil, imítame; obra como yo: corresponde fielmente como yo a la gracia, ama como yo, a Jesús, como yo a María.

EL ALMA: ... ¡Oh! sí, deseo, mi glorioso padre, emplear los medios que tengáis a bien indicarme para crecer en la virtud. Pero ¿cómo podré yo nunca imitaros fielmente y llegar a ese punto de santidad que deseáis en mí? Porque, en fin, mi buen Padre, habéis tenido grandes privilegios que yo no he podido obtener; habéis sido santificado desde el seno de vuestra madre y habéis tenido la dicha inapreciable de habitar con Jesús y María. Y además, tengo muchos obstáculos que superar, enemigos que vencer; tengo el demonio, el mundo, mis pasiones, los escándalos, la corrupción del siglo y los malos ejemplos, y vos no habeis tenido esos obstáculos.

SAN JOSÉ: Temes, hija mía, los obstáculos y enemigos que tienes que vencer; pero yo tuve esos obstáculos y más. Cuando yo vivía sobre la tierra, puedes estar bien convencido de que el mundo era mucho más malo que ahora, porque Jesús no había anunciado aún su doctrina, y el Espíritu Santo no había bajado para renovar la faz de la tierra, El demonio reinaba entonces como señor absoluto y se apoderaba, no sólo de las almas, sino también de los cuerpos, porque había entonces muchos poscidos. Hablas de escándalos y malos ejemplos; pero, ¿qué son esos malos ejemplos en comparación de los que yo vi en Egipto? Y, ademas, si tienes muchos y grandes obstáculos que superar, tanto mejor para ti, porque con la gracia de Dios puedes vencerlos, y por estos triunfos merecer nuevas gracias, y aumentar así tu recompensa en el Cielo.

EL ALMA: ¿Y cómo, padre mío, puede corresponderse bien a la gracia? ¡Oh! yo os suplico que me lo indiquéis, puesto que es tan importante.

SAN JOSÉ: Para corresponder a la gracia, hija mía, conviene primero evitar el pecado con el mayor esmero, porque el pecado es el mayor enemigo de la gracia. Conviene también escuchar con mucha atención la voz de Dios cuando habla, porque te advierto que Dios habla con mucha frecuencia al hombre de buena voluntad. Le habla por los buenos pensamientos que le da, por los buenos ejemplos que le presenta, por los buenos consejos que recibe de personas sabias y virtuosas, por las buenas lecturas a que le inclina, por las piadosas conversaciones que le proporciona, por las oraciones que le pide frecuentemente, y en fin, por otra multitud de medios, cuyo secreto sólo posee Dios, pero que el alma cuidadosa comprende perfectamente bien. Conviene, en fin, poner en práctica inmediatamente todo lo que Dios nos dice, en diversas circunstancias y nunca dejarlo para otro día, porque Dios quiere la buena voluntad, la docilidad, la obediencia, y dejar para otra ocasión el obedecerle cuando habla, no es obedecer. Tambien has alegado que nunca has vivido con Jesús; sí, es cierto, pero tambien puedes habitar con Él, puesto que está continuamente en los altares. Yo he alimentado a Jesús; pero tú también puedes alimentarle dando limosna a los pobres en su nombre. He tenido la dicha de llevarle en mis brazos, de estrecharle contra mi corazón, pero también tú puedes estrecharle contra tu pecho, más aún, puedes recibirle en tu alma; más que esto, puedes trasformarte en Él por la sagrada Comunión, y decir: sí, yo vivo, pero no soy yo, es Jesús quien vive en mí. Y en cuanto a María, es cierto que no puedes habitar en su compañía, pero puedes amarla y amarla mucho. ¿Y cuántos motivos tienes para ello?, porque escucha lo que María ha hecho por los hombres: dio su propio Hijo por salvarlos, los adoptó en el Calvario por hijos; los colma todos los días de gracias y beneficios; intercede incesantemente por los pecadores, y frecuentemente detiene la mano de su Hijo dispuesta a castigarles; últimamente puede decirse que María no tiene otra ocupación en el Cielo que velar constantemente por la dicha de los hombres. Ya ves, hija mía, que los principales medios que he tenido para acrecer en la gracia, están a tu disposicion como estuvieron á la mia. Toma, pues, prontamente estos medios, y puedes estar segura que con buena voluntad crecerás en gracias y méritos, y que llegarás seguramente al grado de santidad que pido de tí.
  
RESOLUCIÓN: Rogar a Dios que nos haga corresponder fielmente a su gracia. Tratar de escuchar atentamente la voz de Dios y ejecutar inmediatamente lo que manda.
   
LETANÍAS DE SAN JOSÉ.

Señor, tened piedad de nosotros.
Jesucristo, tened piedad de nosotros.
Señor, tened piedad de nosotros.
  
Jesús, óyenos.
Jesús, acoge nuestras súplicas.
  
Padre celestial, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Hijo redentor del mundo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Espíritu Santo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, tened piedad de nosotros.
   
Santa María, Madre de Dios, Esposa de San José, ruega por nosotros.
San José, nutricio del Verbo encarnado, ruega por nosotros.
San José, coadjutor del gran consejo, ruega por nosotros.
San José, hombre según el corazón de Dios, ruega por nosotros.
San José, fiel y prudente servidor, ruega por nosotros.
San José, custodio de la virginidad de María, ruega por nosotros.
San José, dotado de gracias superiores, ruega por nosotros.
San José, purísimo en virginidad, ruega por nosotros.
San José, profundísimo en humildad, ruega por nosotros.
San José, altísimo en contemplación, ruega por nosotros.
San José, ardientísimo en caridad, ruega por nosotros.
San José, que habéis sido declarado justo por el Espíritu Santo, ruega por nosotros.
San José, que fuisteis instruido divinamente en el misterio de la Encarnación, ruega por nosotros.
San José, que tuvísteis bajo vuestra protección y vuestra obediencia al Señor de los señores, ruega por nosotros.
San José, que tuvísteis durante tantos años la vida del mismo Dios por regla de la vuestra, ruega por nosotros.
San José, que vísteis con María, en las acciones de Jesús, tantos secretos ignorados de los duros hombres, ruega por nosotros.
San José, fidelísimo imitador del gran silencio de Jesús y María, ruega por nosotros.
San José, que fuísteis ignorado de los hombres y conocido sólo de Dios, ruega por nosotros.
San José, que ocupáis el primer puesto entre los Patriarcas, ruega por nosotros.
San José, que habeis muerto santamente en los brazos de Jesús y de María, ruega por nosotros.
San José, que anunciásteis la venida de Cristo a los limbos, ruega por nosotros.
San José, a quien se cree resucitado con Jesucristo, ruega por nosotros.
San José, que habeis sido recompensado en el Cielo con una gloria especialísima, ruega por nosotros.
San José, padre y consolador de los afligidos, ruega por nosotros.
San José, protector de los pecadores arrepentidos, ruega por nosotros.
San José, poderosísimo para socorrernos en los peligros de la vida y en la hora de la muerte, ruega por nosotros.
  
Por vuestra infancia, escúchanos Jesús.
  
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, acoge nuestros ruegos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.

℣. Ruega por nosotros, bienaventurado San José.
℞. A fin de que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.

ORACION
¡Oh Dios! cuya bondad y sabiduría son infinitas, y que al elevar al justo José a la dignidad de esposo de María, le dísteis los derechos y autoridad de padre sobre vuestro único Hijo, haced que, imitando el respeto, la sumision y el cariño que el mismo Jesucristo y su santísima Madre tuvieron a este gran Santo, le veneremos tambíen con piedad filial, a fin de obtener por su intercesion, la gracia de amaros y serviros en este mundo, en espíritu y verdad, para tener la dicha de poseeros.

¡Jesús, María y José, os doy mi corazón, mi espíritu y mi vida!
¡Jesús, María y José, asistidme en vida y en mi última agonía!
¡Jesús, María y José, haced que expire en vuestra compañía! (Cien días de indulgencias cada vez que se recite cada una de estas invocaciones. Pío VII, 28 de abril de 1803).
   
MEMORÁRE
Acordaos, ¡oh castísimo esposo de la Virgen María, San José, mi amable protector!, que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo. Lleno de confianza en vuestro poder, llego a vuestra presencia, y me recomiendo con fervor. ¡Ah! No desdeñéis mis oraciones, oh vos, que ha­béis sido llamado padre del Redentor, sino escu­chadlas con benevolencia, y dignaos recibirlas favo­rablemente. Así sea. (Trescientos días de indulgencias, una vez por día, apli­cables a los difuntos. Breve de Nuestro Santo Padre el Papa León XIII).

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