PREPARACIÓN PARA CONSAGRARSE COMO ESCLAVO DE CONFIANZA AL CASTO CORAZÓN DE SAN JOSÉ
La verdadera devoción a San José consiste esencialmente en la confianza ilimitada en la intercesión de este Santo Varón, en la imitación de sus virtudes y en el amor filial que se le profese. Ser su devoto quiere decir tratar de amar al Padre Celestial como él lo hizo; y poner la vida, los bienes y todos los actos del día bajo su paternal patrocinio.
Los
que quieran ser fieles devotos del Padre Protector de la Iglesia, y
verdaderos servidores de su culto, deben consagrarse a él como sus
esclavos. Pero como se ama lo que se conoce, es fundamental para esta
alianza admirarse con su vida a través de la Vida y Mes del glorioso patriarca San José que escribiera el Padre Antonio Casimiro Magnat, incluido a continuación.
La
esclavitud del santo exige recitar una fórmula que indica la dedicación
de la vida entera al servicio de su piedad. Significa alabar al
benditísimo Patriarca desde que aparece la primera luz del día hasta que
se va al lecho, para lo cual, también el último día de este mes,
entregaremos una pequeño Devocionario Josefino con las oraciones del
cristiano al amparo de San José.
Quienes
deseen manifestarse como verdaderos devotos del Castísimo Esposo de
Nuestra Santa Madre, deben luchar por ser almas de oración que
frecuenten los sacramentos, amantes del silencio, la pureza, modestia y
humildad, tener una encendida caridad y una vida que se realice en la
laboriosidad y el ocultamiento. Y para alcanzar tan altas aspiraciones,
es que a él recurriremos diciendo cada día en el Acordaos: “que nunca se
ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o
implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo”.
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh,
Dios Omnipotente!, arrepentido por las muchas culpas que he cometido
contra vuestra divina majestad, vengo a solicitar de vuestra
misericordia infinita generoso perdón. Por la valiosa intercesión del
Santísimo Patriarca Señor San José os suplico humildemente que me
concedáis nuevas gracias para serviros y amaros, a fin de que después de
haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar
el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.
DÍA OCTAVO — 8 DE MARZO
CATECISMO DE SAN JOSÉ
10- ¿Cuál fue la juventud de San José?
Aunque la Sagrada Escritura nada nos dice de la juventud de San José, nos es fácil, sin embargo, formarnos una idea de la vida de este santo Patriarca durante sus más bellos años. Basta para esto considerar las expresiones de que se sirve el Espíritu Santo respecto de San José, y la misión que le ha sido confiada desde el Cielo.
Y en efecto, el título por excelencia que la Escritura de San José es el de Justo; y si, como observa San Basilio, la justicia es la reunión de todas las virtudes, se debe concluir que la juventud de San José fue la de un Santo.
Fue escogido de entre mil para servir de cooperador al gran misterio del amor de Dios, por ser el custodio del sagrado depósito de un Dios encarnado, y guarda de la santa virginidad de María, ¿cómo se puede dudar un solo momento de su fe viva, de su gran piedad, de su ardiente caridad durante su juventud?
Según refiere el venerable Beda, San José había hecho voto de castidad perpetua. Nos confirma en esa opinión al parecer de San Jerónimo, que afirma que el Santo Patriarca no fue nunca casado antes que fuera el esposo de la Virgen María.
Aunque la Sagrada Escritura nada nos dice de la juventud de San José, nos es fácil, sin embargo, formarnos una idea de la vida de este santo Patriarca durante sus más bellos años. Basta para esto considerar las expresiones de que se sirve el Espíritu Santo respecto de San José, y la misión que le ha sido confiada desde el Cielo.
Y en efecto, el título por excelencia que la Escritura de San José es el de Justo; y si, como observa San Basilio, la justicia es la reunión de todas las virtudes, se debe concluir que la juventud de San José fue la de un Santo.
Fue escogido de entre mil para servir de cooperador al gran misterio del amor de Dios, por ser el custodio del sagrado depósito de un Dios encarnado, y guarda de la santa virginidad de María, ¿cómo se puede dudar un solo momento de su fe viva, de su gran piedad, de su ardiente caridad durante su juventud?
Según refiere el venerable Beda, San José había hecho voto de castidad perpetua. Nos confirma en esa opinión al parecer de San Jerónimo, que afirma que el Santo Patriarca no fue nunca casado antes que fuera el esposo de la Virgen María.
GRANDEZA DE SAN JOSÉ COMO ÁNGEL CUSTODIO DE JESÚS.
Es una piadosa creencia de la Iglesia que cada hombre tiene un Ángel custodio que Dios le ha dado para velar por él, protegerle contra sus enemigos invisibles, inspirarle buenos sentimientos, y por último, dirigirle por el sendero de la salvación; y esta piadosa creencia descansa sobre hechos tan numerosos y sobre todo tan verdaderos, que no nos es permitido ponerlos en duda, puesto que además están consignados en las Santas Escrituras. En efecto, vemos en estos Sagrados libros que Jesucristo dirigiéndose un día a sus discípulos y recomendándoles no escandalizasen a los niños: «Cuidad, les dijo, de no escandalizar a uno de esos pequeñuelos, porque yo os declaro que sus Ángeles ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos». Además vemos que con mucha frecuencia los ángeles han acudido al socorro de varios personajes de la antigua y de la nueva ley: así Agar fue socorrida por un ángel en el desierto, en el momento en que su hijo iba a perecer de sed, Lot, sobrino de Abrahán, fue protegido por Ángeles contra sus enemigos. Daniel fue también protegido por Ángeles en el foso de los leones. Elías fue socorrido por un Ángel. Por último, San Pedro en su prisión fue desatado de sus cadenas por un ángel, y libertado por él de los que querían sacrificarle.
Así que, almas cristianas, podemos creer que cada uno de nosotros tiene un Ángel custodio que vela continuamente por nosotros, que nos protege, que presenta nuestras oraciones a Dios, y que en fin, nos presta todo género de servicios conducentes a nuestra salvación.
Pero si cada hombre en particular tiene un Ángel custodio, Jesucristo, que ha querido hacerse hombre y que ha tomado realmente un cuerpo y un alma como nosotros, ¿tenía también un Ángel custodio? Tal es la cuestión que han abordado un gran número de santos doctores de la Iglesia, y todos han opinado que habiendo tenido Jesucristo durante su vida mortal un gran número de Ángeles a su servicio, como lo vemos en el que anunció su nacimiento a los pastores de Belén, y por los que después de su tentación en el desierto se acercaron a Él para servirle, no tuvo Ángel custodio particular, y que este cargo de Ángel custodió fue confiado a san José Así que, al proponeros a San José, almas cristianas, como Ángel custodio de Jesús, seguramente que no es una piadosa exageración, sino una opinión, una creencia confirmada por un gran número de Santos y grandes doctores de la Iglesia. Examinad ahora, y ved si considerado de esta manera, nuestro glorioso San José no ha sido elevado a una dignidad muy sublime. Y ved también cuán grande es la confianza que Dios Padre y Jesús pusieron en José.
Y efectivamente, no puede dudarse que Dios no tuviera un cuidado especialísimo de su Hijo único, y que no velase por Él por una orden de la Providencia infinitamente elevada por encima de lo ordinario; y sin embargo; este Padre tan atento a las necesidades de su Hijo, cree haber provisto suficientemente a su conservación al confiarle a San José. Descansa en sus cuidados, y el que comisiona Ángeles para la guarda de los hombres, quiere que un hombre sea, digámoslo así, el ángel tutelar del Verbo Encarnado.
Jesucristo pone también en él una confianza ilimitada; y en efecto, el Hijo de Dios no necesitaba de luces extrañas, porque era Él la sabiduría increada, y el Ángel del gran consejo. Si las inteligencias celestiales le acompañaron durante su vida, fue para servirle. Pero renuncia enteramente a los privilegios de su sabiduría en favor de José; quiere que José sea su tutor y su ángel visible; quiere que cuide de su vida y de su dirección.
¡Cuán dichosos nos contemplamos, oh José, por veros elevado a tan sublime dignidad! ¡Oh, sí! Nuestros corazones palpitan de alegría al ver que el Cielo os colma de tanto honor. ¡Y qué honor, Dios omnipotente! Las jerarquías celestiales fueron creadas principalmente para el Cielo, y vos José, las remplazáis en la tierra. Solo con María llenáis de una manera sobrenatural todas las funciones de esos ejércitos de la Jerusalén celestial. Vos, oh José, sois el Serafín, el Querubín y el Trono de la nueva alianza, y en los arrebatos continuos de vuestro amor, de vuestra visión afortunada y de vuestra prodigiosa santidad, os habéis elevado por encima de todos los espíritus celestiales para deteneros sólo en el Corazón de vuestro divino Hijo. ¡Oh José!, gracias inmortales al Dios tres veces santo, que os ha hecho tan grande en el Cielo y la tierra. Y ahora, almas cristianas, considerad y ved si Dios podía tener mayor confianza en la de someterle su Hijo, y si esta dignidad de José puede expresarla dignamente el humano lenguaje, ¡Oh! sí, por este cargo de Ángel custodio de Jesús, José es la admiración de toda la milicia celestial. Las Dominaciones están encantadas al contemplar un superior a todas las cosas terrenales, en el que fue investido de tan poca autoridad a los ojos de los hombres. Las Virtudes celebran la fuerza de alma inquebrantable de José. Las potestades bendicen a Dios por haber reunido tanta autoridad y moderación, fuerza y dulzura, poder y obediencia en el mismo corazón. Los Principados no se cansan de admirar las prerrogativas con que es honrado junto a Dios el que es tan despreciado en el mundo. Los Arcángeles se prosternan ante el virginal esposo de María; Gabriel no penetra bajo el techo bendito de la casa de Nazaret, sin envidiar la dicha del que Dios ha unido tan íntimamente a la Reina de las jerarquías angélicas. Los Ángeles se admiran a la vista de los servicios que José tiene la dicha de prestar a Jesús y a María: «Reconocen en él, dice San Hilario, el Apóstol encargado de la misión de trasportar a Jesucristo, el ángel de la nueva alianza, comisionado para alimentar a su Creador, para sostener a su Dios, para vestir su Providencia, para llevar en sus brazos al que lleva al mundo en su poderosa diestra, por último, para ser el salvador de su propio Salvador». ¡Ah! Unámonos, pues, a las jerarquías celestiales que el Hijo ha establecido en la casa de su Padre, y a las que ha encargado de formar la Corte del que ha querido hacerse obediente, y ofrezcamos con ellas a este glorioso Príncipe del cielo nuestras súplicas y homenaje.
Es una piadosa creencia de la Iglesia que cada hombre tiene un Ángel custodio que Dios le ha dado para velar por él, protegerle contra sus enemigos invisibles, inspirarle buenos sentimientos, y por último, dirigirle por el sendero de la salvación; y esta piadosa creencia descansa sobre hechos tan numerosos y sobre todo tan verdaderos, que no nos es permitido ponerlos en duda, puesto que además están consignados en las Santas Escrituras. En efecto, vemos en estos Sagrados libros que Jesucristo dirigiéndose un día a sus discípulos y recomendándoles no escandalizasen a los niños: «Cuidad, les dijo, de no escandalizar a uno de esos pequeñuelos, porque yo os declaro que sus Ángeles ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos». Además vemos que con mucha frecuencia los ángeles han acudido al socorro de varios personajes de la antigua y de la nueva ley: así Agar fue socorrida por un ángel en el desierto, en el momento en que su hijo iba a perecer de sed, Lot, sobrino de Abrahán, fue protegido por Ángeles contra sus enemigos. Daniel fue también protegido por Ángeles en el foso de los leones. Elías fue socorrido por un Ángel. Por último, San Pedro en su prisión fue desatado de sus cadenas por un ángel, y libertado por él de los que querían sacrificarle.
Así que, almas cristianas, podemos creer que cada uno de nosotros tiene un Ángel custodio que vela continuamente por nosotros, que nos protege, que presenta nuestras oraciones a Dios, y que en fin, nos presta todo género de servicios conducentes a nuestra salvación.
Pero si cada hombre en particular tiene un Ángel custodio, Jesucristo, que ha querido hacerse hombre y que ha tomado realmente un cuerpo y un alma como nosotros, ¿tenía también un Ángel custodio? Tal es la cuestión que han abordado un gran número de santos doctores de la Iglesia, y todos han opinado que habiendo tenido Jesucristo durante su vida mortal un gran número de Ángeles a su servicio, como lo vemos en el que anunció su nacimiento a los pastores de Belén, y por los que después de su tentación en el desierto se acercaron a Él para servirle, no tuvo Ángel custodio particular, y que este cargo de Ángel custodió fue confiado a san José Así que, al proponeros a San José, almas cristianas, como Ángel custodio de Jesús, seguramente que no es una piadosa exageración, sino una opinión, una creencia confirmada por un gran número de Santos y grandes doctores de la Iglesia. Examinad ahora, y ved si considerado de esta manera, nuestro glorioso San José no ha sido elevado a una dignidad muy sublime. Y ved también cuán grande es la confianza que Dios Padre y Jesús pusieron en José.
Y efectivamente, no puede dudarse que Dios no tuviera un cuidado especialísimo de su Hijo único, y que no velase por Él por una orden de la Providencia infinitamente elevada por encima de lo ordinario; y sin embargo; este Padre tan atento a las necesidades de su Hijo, cree haber provisto suficientemente a su conservación al confiarle a San José. Descansa en sus cuidados, y el que comisiona Ángeles para la guarda de los hombres, quiere que un hombre sea, digámoslo así, el ángel tutelar del Verbo Encarnado.
Jesucristo pone también en él una confianza ilimitada; y en efecto, el Hijo de Dios no necesitaba de luces extrañas, porque era Él la sabiduría increada, y el Ángel del gran consejo. Si las inteligencias celestiales le acompañaron durante su vida, fue para servirle. Pero renuncia enteramente a los privilegios de su sabiduría en favor de José; quiere que José sea su tutor y su ángel visible; quiere que cuide de su vida y de su dirección.
¡Cuán dichosos nos contemplamos, oh José, por veros elevado a tan sublime dignidad! ¡Oh, sí! Nuestros corazones palpitan de alegría al ver que el Cielo os colma de tanto honor. ¡Y qué honor, Dios omnipotente! Las jerarquías celestiales fueron creadas principalmente para el Cielo, y vos José, las remplazáis en la tierra. Solo con María llenáis de una manera sobrenatural todas las funciones de esos ejércitos de la Jerusalén celestial. Vos, oh José, sois el Serafín, el Querubín y el Trono de la nueva alianza, y en los arrebatos continuos de vuestro amor, de vuestra visión afortunada y de vuestra prodigiosa santidad, os habéis elevado por encima de todos los espíritus celestiales para deteneros sólo en el Corazón de vuestro divino Hijo. ¡Oh José!, gracias inmortales al Dios tres veces santo, que os ha hecho tan grande en el Cielo y la tierra. Y ahora, almas cristianas, considerad y ved si Dios podía tener mayor confianza en la de someterle su Hijo, y si esta dignidad de José puede expresarla dignamente el humano lenguaje, ¡Oh! sí, por este cargo de Ángel custodio de Jesús, José es la admiración de toda la milicia celestial. Las Dominaciones están encantadas al contemplar un superior a todas las cosas terrenales, en el que fue investido de tan poca autoridad a los ojos de los hombres. Las Virtudes celebran la fuerza de alma inquebrantable de José. Las potestades bendicen a Dios por haber reunido tanta autoridad y moderación, fuerza y dulzura, poder y obediencia en el mismo corazón. Los Principados no se cansan de admirar las prerrogativas con que es honrado junto a Dios el que es tan despreciado en el mundo. Los Arcángeles se prosternan ante el virginal esposo de María; Gabriel no penetra bajo el techo bendito de la casa de Nazaret, sin envidiar la dicha del que Dios ha unido tan íntimamente a la Reina de las jerarquías angélicas. Los Ángeles se admiran a la vista de los servicios que José tiene la dicha de prestar a Jesús y a María: «Reconocen en él, dice San Hilario, el Apóstol encargado de la misión de trasportar a Jesucristo, el ángel de la nueva alianza, comisionado para alimentar a su Creador, para sostener a su Dios, para vestir su Providencia, para llevar en sus brazos al que lleva al mundo en su poderosa diestra, por último, para ser el salvador de su propio Salvador». ¡Ah! Unámonos, pues, a las jerarquías celestiales que el Hijo ha establecido en la casa de su Padre, y a las que ha encargado de formar la Corte del que ha querido hacerse obediente, y ofrezcamos con ellas a este glorioso Príncipe del cielo nuestras súplicas y homenaje.
COLOQUIO
EL ALMA: Como acabo de convencerme, vos habéis sido el Ángel custodio de Jesús, y supuesto que también habéis tenido tantas relaciones con los Ángeles, ¿a quién mejor que vos, ¡oh gran San José!, pudiera dirigirme yo, para saber lo que debo conocer respecto de estos espíritus bienaventurados? Tened la bondad, oh glorioso padre mío, de hablarme hoy de los Ángeles, y principalmente, del Ángel de la guarda.
SAN JOSÉ: Con gran satisfacción, hija mía, quiero satisfacer tus deseos. Digo con satisfacción, porque en general los hombres no piensan desgraciadamente bastante en los Santos Ángeles, que sin embargo les prestan grandes servicios. No obres así, hija querida. Piensa con mucha frecuencia en los Ángeles y sobre todo, en tu Ángel custodio, y te felicitarás por ello.
Los Ángeles, mi querida hija, son espíritus puros que Dios creó principalmente para formar su corte en el Cielo y ejecutar sus órdenes. Y en efecto, las Sagradas Escrituras prueban la frecuente aparición de los Ángeles en la tierra; así que los Ángeles se aparecieron a Abrahán repetidas veces; a Agar cuando su hijo se moría de sed en el desierto; a Moisés y a los Israelitas; a Elías en el desierto, al profeta Isaías, y a Azarías y sus compañeros; a María, mi augusta esposa, cuando la anunció que sería la Madre de Dios; a Zacarías padre de Juan Bautista; y a mí, José, cuando fue preciso huir a Egipto, cuando debía volver, y en otras muchas circunstancias. No puede, pues, ponerse razonablemente en duda la existencia de los Ángeles; además, el mismo Jesús explica claramente acerca de este punto cuando recomendó a sus discípulos que no escandalizaran a los niños: «Cuidad, les dijo, de no escandalizar jamás a uno de esos niños, porque, en verdad os digo, que sus Ángeles en el Cielo ven siempre la faz de mi Padre».
Los Ángeles están distribuidos en tres grandes jerarquías y cada una de estas jerarquías se divide a su vez en tres Órdenes o Coros. La primera jerarquía es la de los Serafines, Querubines y Tronos. La segunda comprende las Dominaciones, las Virtudes y Potestades; la tercera, está formada de los Principados, Arcángeles y Ángeles, Su naturaleza es enteramente espiritual, y despejada de toda materia, así se les llama con mucha frecuencia espíritus; mas sin embargo, este nombre de espíritu conviene mejor a los demonios, que son de la misma naturaleza que los Ángeles; porque hay que hacerte comprender, que hay dos especies de ángeles, unos buenos y otros malos. Todos fueron creados puros y santos; pero no todos permanecieron en este estado: unos desmerecieron a los ojos de Dios, y fueron precipitados en las tinieblas; los otros permanecieron fieles, y en recompensa Dios los confirmó en la gracia. Y en cuanto al número de los ángeles, es innumerable, así, he aquí por qué son llamados algunas veces EJÉRCITO DE LOS CIELOS, MILICIA CELESTIAL, EJÉRCITO DEL SEÑOR.
EL ALMA: ¿Y cuáles, padre mío, la misión de los Ángeles?
SAN JOSÉ: La misión de los Ángeles puede considerarse bajo dos puntos de vista: primero con relación a Dios, y después con relación a los hombres. Con relación a Dios, la misión de los Ángeles es dar mayor brillantez a la majestad del Rey de los reyes asistiendo a su trono y cantando sus alabanzas, como se lo declaró a Tobías el Ángel que lo había acompañado a casa de su tío Raguel. Son los ministros de las voluntades divinas como lo prueba la muerte del cruel Herodes; herido este por un Ángel del Señor porque no había rendido a Dios el debido homenaje: el tirano murió roído por los gusanos. Son los servidores de Jesucristo, puesto que vinieron a servirle; cuando después de su tentación tuvo hambre en el desierto. Los Ángeles son asimismo los ejecutores de las venganzas de Dios contra los prevaricadores que quiere castigar en esta vida y contra todos los pecadores el día del Juicio universal porque en ese día acompañarán a Jesucristo para juzgar del mundo, y serán los que llamarán a los hombres a ese juicio formidable, y después del Juicio serán también ellos los que separarán a los buenos de los malos.
Por lo que hace relación a los hombres, los Ángeles, hija mía, son enviados como dice San Pablo; para ayudar a los hombres a salvarse; los defienden contra los demonios; ofrecen a Dios sus oraciones y sus buenas obras, llevan las almas de los justos a gozar en la morada de la dicha eterna; protegen a los temerosos de Dios, y manifiestan vivo interés por los hombres. Pero si protegen a los justos y los ayudan, también se ensañan terriblemente contra los prevaricadores—He aquí hija mía, lo que tienes que saber acerca de los Ángeles en general; ahora hablaré de los Ángeles custodios.
EL ALMA: ¡Oh sí, Padre mío!, habladme de los Ángeles custodios; decidme sobre todo, cómo debe honrárseles, a fin de que yo honre al mío lo mejor posible.
SAN JOSÉ: Los Ángeles custodios, hija mía; son espíritus a quienes Dios ha confiado la guarda de los hombres. Acompañan a los hombres en todo, y por doquiera que dirigen sus pasos, les inspiran buenos pensamientos, buenos sentimientos, y les son de la mayor utilidad para su salvación, cuando saben escucharlos. Pero desgraciadamente hay muy pocas personas en el mundo que sigan los buenos consejos de sus Ángeles custodios. Destinados por Dios a la guarda de los hombres, no puedes figurarte, hija mía, el celo con que desempeñan sus funciones; están enteramente dedicados a la salvación de los hombres; quisieran prestarles todos los servicios posibles; ahora bien considera cuán grande debe ser la pena que experimentan al ver que los hombres no los escuchan y que hasta los suyos no piensan jamás en ellos. ¡Oh! No seas así, hija mía, piensa al contrario con frecuencia en el Ángel de tu guarda, escucha y sigue las buenas inspiraciones que te sugiera, hónrale sobre todo convenientemente y agradécele todo lo que ha hecho y hace por ti diariamente.
EL ALMA: Gracias, ¡oh glorioso Padre mío!, por el consejo que acabáis de darme de venerar a mi Ángel custodio, amarle mucho y serle fiel. ¡Ah!, lo confieso avergonzada; hasta ahora, rara vez he pensado en él, y aun mucho menos he escuchado y seguido sus buenas inspiraciones, pero os lo prometo, ¡oh Padre mío!, quiero reparar mis pasadas faltas. En lo sucesivo quiero amar mucho a mi Ángel bueno, no contristarle y venerarle como debo.
RESOLUCIÓN: Venerar como es debido a nuestro Ángel custodio y serle fiel. Pensar frecuentemente en él, y recurrir a su poderosa protección en todas nuestras necesidades.
RESOLUCIÓN: Venerar como es debido a nuestro Ángel custodio y serle fiel. Pensar frecuentemente en él, y recurrir a su poderosa protección en todas nuestras necesidades.
LETANÍAS DE SAN JOSÉ.
Señor, tened piedad de nosotros.
Jesucristo, tened piedad de nosotros.
Señor, tened piedad de nosotros.
Jesús, óyenos.
Jesús, acoge nuestras súplicas.
Padre celestial, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Hijo redentor del mundo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Espíritu Santo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, tened piedad de nosotros.
Santa María, Madre de Dios, Esposa de San José, ruega por nosotros.
San José, nutricio del Verbo encarnado, ruega por nosotros.
San José, coadjutor del gran consejo, ruega por nosotros.
San José, hombre según el corazón de Dios, ruega por nosotros.
San José, fiel y prudente servidor, ruega por nosotros.
San José, custodio de la virginidad de María, ruega por nosotros.
San José, dotado de gracias superiores, ruega por nosotros.
San José, purísimo en virginidad, ruega por nosotros.
San José, profundísimo en humildad, ruega por nosotros.
San José, altísimo en contemplación, ruega por nosotros.
San José, ardientísimo en caridad, ruega por nosotros.
San José, que habéis sido declarado justo por el Espíritu Santo, ruega por nosotros.
San José, que habéis sido declarado justo por el Espíritu Santo, ruega por nosotros.
San José, que fuisteis instruido divinamente en el misterio de la Encarnación, ruega por nosotros.
San José, que tuvísteis bajo vuestra protección y vuestra obediencia al Señor de los señores, ruega por nosotros.
San José, que tuvísteis durante tantos años la vida del mismo Dios por regla de la vuestra, ruega por nosotros.
San José, que vísteis con María, en las acciones de Jesús, tantos secretos ignorados de los duros hombres, ruega por nosotros.
San José, fidelísimo imitador del gran silencio de Jesús y María, ruega por nosotros.
San José, que fuísteis ignorado de los hombres y conocido sólo de Dios, ruega por nosotros.
San José, que ocupáis el primer puesto entre los Patriarcas, ruega por nosotros.
San José, que habeis muerto santamente en los brazos de Jesús y de María, ruega por nosotros.
San José, que anunciásteis la venida de Cristo a los limbos, ruega por nosotros.
San José, a quien se cree resucitado con Jesucristo, ruega por nosotros.
San José, que habeis sido recompensado en el Cielo con una gloria especialísima, ruega por nosotros.
San José, padre y consolador de los afligidos, ruega por nosotros.
San José, protector de los pecadores arrepentidos, ruega por nosotros.
San José, poderosísimo para socorrernos en los peligros de la vida y en la hora de la muerte, ruega por nosotros.
San José, protector de los pecadores arrepentidos, ruega por nosotros.
San José, poderosísimo para socorrernos en los peligros de la vida y en la hora de la muerte, ruega por nosotros.
Por vuestra infancia, escúchanos Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, acoge nuestros ruegos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
℣. Ruega por nosotros, bienaventurado San José.
℞. A fin de que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.
ORACION
¡Oh Dios! cuya bondad y sabiduría son infinitas, y que al elevar al justo José a la dignidad de esposo de María, le dísteis los derechos y autoridad de padre sobre vuestro único Hijo, haced que, imitando el respeto, la sumision y el cariño que el mismo Jesucristo y su santísima Madre tuvieron a este gran Santo, le veneremos tambíen con piedad filial, a fin de obtener por su intercesion, la gracia de amaros y serviros en este mundo, en espíritu y verdad, para tener la dicha de poseeros.
¡Jesús, María y José, os doy mi corazón, mi espíritu y mi vida!
¡Jesús, María y José, asistidme en vida y en mi última agonía!
¡Jesús, María y José, haced que expire en vuestra compañía! (Cien días de indulgencias cada vez que se recite cada una de estas invocaciones. Pío VII, 28 de abril de 1803).
℣. Ruega por nosotros, bienaventurado San José.
℞. A fin de que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.
ORACION
¡Oh Dios! cuya bondad y sabiduría son infinitas, y que al elevar al justo José a la dignidad de esposo de María, le dísteis los derechos y autoridad de padre sobre vuestro único Hijo, haced que, imitando el respeto, la sumision y el cariño que el mismo Jesucristo y su santísima Madre tuvieron a este gran Santo, le veneremos tambíen con piedad filial, a fin de obtener por su intercesion, la gracia de amaros y serviros en este mundo, en espíritu y verdad, para tener la dicha de poseeros.
¡Jesús, María y José, os doy mi corazón, mi espíritu y mi vida!
¡Jesús, María y José, asistidme en vida y en mi última agonía!
¡Jesús, María y José, haced que expire en vuestra compañía! (Cien días de indulgencias cada vez que se recite cada una de estas invocaciones. Pío VII, 28 de abril de 1803).
MEMORÁRE
Acordaos,
¡oh castísimo esposo de la Virgen María, San José, mi amable
protector!, que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha
invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan
quedado sin consuelo. Lleno de confianza en vuestro poder, llego a
vuestra presencia, y me recomiendo con fervor. ¡Ah! No desdeñéis mis
oraciones, oh vos, que habéis sido llamado padre del Redentor, sino
escuchadlas con benevolencia, y dignaos recibirlas favorablemente. Así
sea. (Trescientos días de indulgencias, una vez por día, aplicables a los difuntos. Breve de Nuestro Santo Padre el Papa León XIII).
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