«El centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, visto el terremoto y las cosas que sucedían, se llenaron de grande temor, y decían: “Verdaderamente que este hombre era Hijo de Dios”» (San Mateo XVII, 54).
Al describir la muerte de Jesús, San Juan Evanvelista escribe: «uno de los soldados atravesó su costado con la lanza, y en seguida salió sangre y agua» (XIX, 34). Verso de importancia sobre el valor místico del traspaso del Sagrado Corazón y de la efusión de sangre que siguió.
Si bien se lee el testigo presencial, no se informa el nombre del brutal miles de la Légio X Freténsis (Décima legión «del estrecho marino»): la Tradición de los Padres acudirá a nombrarlo. Según estos, San Gregorio de Nisa (335-395) el primero de todos, seguido luego de los martirologios, menologios y los textos fantasiosos que son los evangelios apócrifos, el soldado se llamaba Longinos, capadocio de nación.
Fue él, entre los soldados de Poncio Pilatos, quien con un golpe de lanza quien certificó la muerte del Redentor, dando cumplimiento a la profecía de Zacarías: “Volgeranno lo sguardo a colui che han trafitto”, y haciendo brotar de Su costado la sangre y el agua que simbolizan los Sacramentos de la Comunión y el Bautismo.
A cambio de esto, recibió por una parte la curación de su estrabismo, y por el otro, más importante aún, el don de la fe. Iluminado de ese modo, abandonó la milicia e, instruido por los Apóstoles en la doctrina de la fe, regresó a su natal Cesarea de Capadocia, donde predicó a aquel Jesús a quien vio expirar en la cruz, coronando después su apostolado con un glorioso martirio.
Las distintas tradiciones concuerdan en que fue decapitado, pero discrepan en quién dio la orden de decapitarlo. Unos dicen que el gobernador provincial de Capadocia, otros que su antiguo superior Pilatos instigado por los judíos, que mando a dos sicarios para que le trajesen la cabeza, que hizo arrojar a un muladar pero que fue recuperada milagrosamente por una viuda.
La ciudad de Mantúa lo venera como primer predicador de la fe y le atribuye ser “protomártir de Italia”, habiéndole dejado también algunas reliquias de la Preciosa Sangre de Cristo.
A Roma se le atribuye la posesión de sus reliquias: se dice gran parte del cuerpo está conservada en la iglesia de San Agustín, y otras reliquias estarían en posesión de las iglesias de San Marcelo, de los Santos Sergio y Baco, y de San Juan de los Florentinos.
La tradición dice que una reliquia del brazo hace parte del tesoro de la Basílica Vaticana. Allí Urbano VIII por medio de Bernini le erigió un insigne monumento: la estatua de mármol puesta en una de las columnas que sostienen la cúpula. Longinos con la lanza en mano, la misma lanza conservada en la capilla sobrestante, está agitado por una corriente de viento: El viento del virtuosismo barroco que traduce por un lado el sacudimiento que agitó el salto del Gólgota al momento de la muerte del Hombre-Dios; por el otro la conmoción interna de un hombre que, revestido por la Sangre de Cristo, devino de verdugo bárbaro y ciego a ilustrado discípulo del Crucificado, que con su propia sangre selló la misión de desvelar la verdad de la fe y de la salvación a la gentilidad yacente en oscuridad y sombra de muerte.
La fiesta de San Longinos, soldado y mártir, es celebrada en distintas fechas según los ritos; la Iglesia Latina y el Martirologio Romano lo recuerdan el 15 de Marzo.
GIULIANO ZORODDU (Adaptación).
MEDITACIÓN SOBRE LAS LLAGAS DE JESUCRISTO
I. Para amar a Jesucristo, basta mirar las sagradas llagas que florecen en sus pies, en sus manos y en su adorable costado. ¿Podría no amarte, oh dulce Jesús, contemplando lo que sufriste por mi amor? Me arrancaste del infierno derramando por mí tu sangre toda; me diste todos los méritos de tu santa Pasión. Penetremos, alma mía, hasta el Corazón de Jesús por la abierta llaga de su costado; hablémosle y oigamos lo que nos dirá. «A través de las llagas de su Corazón, entreveo los secretos de su Corazón» (San Agustín).
II. ¿Estás tentado de desesperación a la vista da los pecados que cometiste y de las dificultades que encuentras en el camino del cielo? ¿Te sientes proclive al orgullo, a la lujuria o a algún otro pecado? Refúgiate en la llaga del costado de Jesús; óyele decir: «¿Podría querer tu muerte, hijo mío, Yo, que he muerto por ti? y tú, ¿querrías ofenderme después de todo el bien que te he hecho? Si mi Padre ha castigado con tanta severidad en mí el pecado de Adán, ¿te perdonaría a ti si lo ofendes?».
III. ¿Estás afligido, abrumado de dolor, cargado de oprobios, sin apoyo, sin consuelo? Refúgiate en el Corazón de Jesús. He ahí tu asilo; en él encontrarás un consolador y un amigo. Confíale tus penas, tus sinsabores, tus inquietudes; cuéntale todos tus sufrimientos, pero, a tu vez, escúchale cuando te diga los suyos. Extiende Él los brazos en la cruz para abrazarte, abre su corazón para recibirte en él. «No desprecies, Señor, la obra de tus manos; considera, te suplico, las heridas que las atraviesan» (San Agustín).
La devoción a las sacratísimas llagas de Jesús.
Orad por la conversión de los pecadores.
ORACIÓN (Del Misal propio de Jerusalén)
Oh Señor Jesucristo, que dijiste “Si fuere alzado sobre la tierra, atraeré todo hacia mí”: concédenos te suplicamos, por la intercesión de San Longinos Mártir, que sintamos siempre tu misericordia cerca de nosotros. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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