martes, 7 de marzo de 2023

SAN TEOFILACTO DE NICOMEDIA


Cuando era niño, Teofilacto (o Teófilo, como también se le conoce) pasó de Asia a Constantinopla, donde conoció a San Tarasio, quien le tomó cariño y le dio una buena educación. Observando que el joven estaba llamado a la vida religiosa, San Tarasio le envió a otro de sus discípulos, San Miguel el Confesor, quien acababa de fundar un monasterio junto al Bósforo. Algunos años más tarde, cuando sus dos discípulos habían soportado rudas pruebas, San Tarasio confirió a ambos la dignidad episcopal; Teofilacto recibió la sede de Nicomedia y Miguel la de Sínada.
   
Cuando León V “el Armenio” emprendió de nuevo la guerra contra las imágenes aduciendo que sus antecesores iconoclastas obtuvieron victorias militares sobre los búlgaros y los árabes, San Nicéforo, sucesor de San Tarasio en la sede de Constantinopla, convocó a un Concilio en el año 815 para mantener la doctrina católica contra el emperador. San Teofilacto y otros teólogos de gran saber defendieron con elocuencia el punto de vista de la Iglesia, pero el emperador, apoyado por Juan el Gramático, permanecía inconmovible.
  
Cuando ya todos habían hablado, se hizo en la sala conciliar una ligera pausa, que San Teofilacto interrumpió con la siguiente profecía: «Ya sé yo que tú te burlas de la inmensa paciencia de Dios. Pues bien, yo te predigo que las calamidades y la muerte van a caer sobre ti, como un huracán, y que no habrá entonces nadie que pueda defenderte». Furioso al oír estas palabras, el emperador desterró a todos los Padres conciliares y encarceló a San Teofilacto en la fortaleza de Estróbilo en la provincia de Caria, donde murió treinta años después víctima de las torturas que sufrió. Pero su profecía se cumplió a la letra: la Víspera de de Navidad del año 820, el general Miguel II “el Tartamudo”, que había sido amigo del emperador, fue arrestado acusado de traición. León, después de verlo en la mazmorra, se hallaba en su capilla privada de San Esteban rezando las maitines de Navidad cuando los conspiradores cayeron sobre él disfrazados de monjes. Aprovechando la penumbra, León se defendió blandiendo como espada la cruz del altar, pero sus enemigos lograron cortarle el brazo derecho y luego lo decapitaron ante el mismo altar antes de que sus servidores llegaran a auxiliarle (igual no podían hacer nada, pues habían sido asesinados, y las puertas fueron trancadas). Su cadáver descuartizado fue arrastrado al Hipódromo antes de ser entregado por el nuevo emperador a la madre y la viuda Teodosia (que había logrado que Miguel no fuera condenado a muerte el día de Navidad), quienes fueron desterradas a Archipiélago Príncipe, y sus cuatro hijos (Constantino Simbatio, Basilio, Gregorio y Teodosio) fueron castrados y tonsurados para que no pudieran reclamar el trono, tal como hizo León con los de su antecesor Miguel I Rangabé.
   
Se cuentan maravillas de la liberalidad de San Teofilacto, de su generosidad con los pobres, de la ayuda que prestaba a las viudas, huérfanos y débiles mentales, de su predilección por los ciegos, baldados y enfermos; para ellos y para los viajeros fundó muchos hospitales, uno de ellos dedicado a los Santos médicos Cosme y Damián. Allí fueron trasladados sus restos en el año 847, después del triunfo de la Ortodoxia y el restablecimiento de la veneración a las imágenes.

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